El primer volumen de nuestra nueva serie de Desperta Ferro Especiales está dedicado a los celtas, enemigos de Roma. Una serie centrada en los adversarios que hubo de enfrentar a lo largo de su milenaria historia. Dedicamos la primera entrega las gentes que griegos y romanos denominaron Κελτοὶ (Keltoi), Γαλάται (Galatai), Galli o Celtae: celtas. Estas comunidades habitaron entre los siglos V y I a. C. buena parte de la Europa continental, y, desde el primer saqueo de Roma en 390/387 a. C. –y más con el sacrílego ataque contra Delfos en 279 a. C.– se convertirían en pesadilla recurrente, titanes que desde Hiperbórea constituían una perenne amenaza. La historiografía ha empleado el gentilicio “celtas” para englobar a todo este conglomerado de gentes, con la problemática ecuación entre las noticias de las fuentes clásicas, la cultura arqueológica de La Tène y las lenguas celtas. En cualquier caso, la guerra sí fue un patrón común a todas ellas, compartiendo una panoplia y unas costumbres bélicas que los convirtieron en temible némesis para Roma. Fuese como migrantes, comerciantes, saqueadores, invasores o mercenarios –categorías frecuentemente entremezcladas entre sí–, los pueblos celtas marcaron indefectiblemente el desarrollo histórico del Mediterráneo, pocas de cuyas orillas no conocieron sus pisadas. En calidad de enemigos o aliados de Roma, los ejércitos celtas cambiaron y se adaptaron a los nuevos escenarios y retos a los que se enfrentaron, haciendo gala de una avanzada organización militar, de elaboradas tácticas y de una panoplia –hija predilecta de los mejores metalúrgicos de la Europa del momento– que, paralelamente, moldearon, poco a poco, las armas y la forma de hacer la guerra de sus enemigos. Luchadores hábiles y corajudos, tácticos ingeniosos y guerreros orgullosos, los celtas acabarían por encajar la derrota a manos de Roma transformándose en parte fundamental de sus fuerzas y alterando para siempre el desarrollo de la panoplia romana, cargada de características que hundían sus raíces en la cultura de La Tène.
La guerra en el mundo de los celtas, enemigos de Roma por Sophie Krausz (Université de Paris 1 Panthéon Sorbonne)
No resulta extraño encontrar en los textos antiguos referencias a los celtas en constante guerra con sus vecinos y en actitud salvajemente beligerante hacia los extranjeros (Estrabón, IV.4.2; César, Guerras de las Galias I.1 y 2; IV.1; VI.15). Esta imagen de las tribus celtas, conviviendo en permanente conflicto y violencia ha sido transmitida a menudo por los historiadores desde la Antigüedad, y aún persiste en nuestros días. Pero, ¿cuál es la realidad? ¿Se corresponde esta imagen con la misma, o los autores antiguos la inventaron o exageraron para enfatizar el peligro bárbaro?
La Tène. Un yacimiento mítico por Thierry Lejars (CNRS)
El depósito lacustre descubierto en 1857 en La Tène (Neuchâtel, Suiza) no tardó en convertirse en uno de los yacimientos más importantes de la arqueología celta europea. El trabajo realizado desde finales de la década de 1990 acerca de las colecciones de objetos hallados en el mismo permite atribuir la mayoría de las cuatro mil quinientas piezas identificadas –principalmente armas de hierro–, a un único conjunto y, por lo tanto, reconstruir lo que originalmente fue un gran trofeo erigido en la orilla cercana a la desembocadura del río Thielle, alrededor del año 200 a. C.
El carro de guerra entre los celtas por Fernando Quesada Sanz (UAM)
Cuando el empleo militar del carro ligero estaba ya en plena decadencia en el Mediterráneo, el mundo céltico occidental y, en particular, los galos –así como los britanos más vinculados a ellos– siguieron empleando estos vehículos como armas de guerra. Poco o nada sabemos de cierto sobre su uso en las guerras entre etnias galas en los siglos V-III a. C.: solo podemos extrapolar a partir de fuentes grecolatinas posteriores. Los romanos se enfrentaron a ellos en la batalla de Sentino (295 a. C.). Desde entonces, y hasta el siglo I a. C., las fuentes romanas describen ocasionalmente los carros de guerra de los galos a los que se enfrentaron, en tanto este arma devino en topos habitual de la iconografía destinada a representar a estos icónicos enemigos de Roma. ¿Cómo eran los carros de guerra galos y cuál era su operatividad táctica en batalla?
El latido del hierro. Armas y panoplias de los celtas por Gustavo García Jiménez
La lectura acrítica de la investigación decimonónica sobre las fuentes escritas de la tradición grecorromana aceptó sin pudor aquella imagen sesgada del bárbaro propenso a la ira descontrolada y encuadrado en unas tropas desorganizadas, anárquicas y que flaqueaban a las primeras de cambio. Cuesta mucho romper este tipo de paradigmas, pero, lejos de dicha idea, la arqueología nos demuestra sobradamente que los celtas conocían a la perfección las capacidades y posibilidades de sus armas, con las que hacían mucho más que intimidar. Estaban perfectamente diseñadas para herir, matar o inutilizar a otros seres humanos a los que se enfrentara quien las empuñara, como para también protegerse de los ataques de este. En última instancia, de ello dependía su propia vida.
El arte celta del combate por Guillaume Reich (Bibracte EPCC)
Apodados a veces los “lansquenetes de la Antigüedad”, los guerreros celtas, enemigos de Roma, gozaron de una reputación desigual. Considerados unas veces combatientes profesionales; otras, mercenarios alabados por su destreza marcial o brutos bravucones carentes de autocontrol, los topoi de la literatura grecolatina son responsables de las perspectivas románticas modernas. Las fuentes arqueológicas resultan un recurso fundamental a la hora de desprendernos de semejantes clichés, siempre que se exploten objetivamente. Este artículo condensa los resultados de las investigaciones interdisciplinares más recientes, centrándose en el uso de la panoplia ternaria del guerrero galo –escudo, arma de asta y el tándem espada-vaina– a fin de poder trazar una reconstrucción tipo del arte del combate en el mundo celta.
Cabalgando con dragones. La caballería celta por Alberto Pérez Rubio (UAM)
Ya desde los momentos finales de la cultura de Hallstatt y en la época más temprana de la cultura de La Tène, en el siglo V a. C., conocemos la existencia de guerreros montados, aunque considerarlos como caballería strictu sensu –esto es, como un contingente organizado y capaz de acción concertada– plantea dudas. Con el tiempo, a lo largo de los convulsiones de los siglos IV-I a. C. la caballería de los celtas, enemigos de Roma, devendría en una de las fuerzas montadas más solventes y apreciadas del mundo antiguo, apreciada en calidad de excelentes fuerzas mercenarias, temida como enemiga y, tras la conquista romana, convertida en uno de los pilares de la caballería auxiliar romana imperial.
Carnyx. El aullido celta por Gustavo García Jiménez y Guillaume Reich (Bibracte EPCC)
El carnyx es un instrumento de viento de bronce con tubo segmentado y terminado en prótomo zoomorfo que usaron los pueblos célticos al menos desde esta época, pero que en general ha sido conocido hasta hace pocas décadas principalmente por su representación relacionada con la iconografía conmemorativa de tipo trofeo del mundo grecorromano. Lo que ha revolucionado por completo el conocimiento sobre estos objetos ha sido la recuperación y revisión de instrumentos reales en las últimas décadas. Todo habría de cambiar tras el espectacular descubrimiento en 2004 de un depósito de objetos en el corazón del santuario de Tintignac (Francia) que rápidamente relanzaron el interés por este tipo de artefactos y ofrecieron argumentos concluyentes para identificar como piezas de carnyx ciertos elementos anteriormente inclasificables. Aunque empleados también en contextos rituales, estos instrumentos fueron ampliamente utilizados en el campo de batalla, donde su sonido y forma no solo servía para la transmisión de órdenes sino como verdadera arma sónica y psicológica contra el enemigo.
Estrategia y táctica en los ejércitos galos por Alain Deyber (Université de La Sorbonne (Paris IV))
Existe una gran cantidad de libros dedicados a táctica y estrategia. Muchos autores remontan el origen de ambas nociones a la prehistoria, pero pocos se han interesado por el mundo galo. Algunos incluso niegan que los pueblos de la Europa celta fueran capaces de desarrollar tales conceptos. Evidentemente, se trata de un exceso que no podemos avalar, pues resulta por entero erróneo por varios motivos, tal y como el autor de este artículo, Alain Deyber, prueba en este artículo. Desde finales de la primera década de este siglo, diversos estudios han demostrado con contundencia que los galos conocían y aplicaban, empírica y exitosamente, los grandes principios de la guerra y los parámetros de la maniobra.
Los santuarios guerreros. Ritos, armas y memorias de batallas y de héroes por María del Mar Gabaldón Martínez (Universidad CEU San Pablo)
Durante la conquista de la Galia, Julio César pudo contemplar varios de aquellos lugares sagrados de las tribus galas, en los que se dedicaba el botín de guerra a deidades vinculadas con el ámbito marcial. Pero, como ha demostrado la arqueología en tiempos recientes, la mayor parte de estos espacios de culto corresponden, sin embargo, a un momento anterior a la conquista romana, entre finales del siglo IV y el III a. C. Su perduración en el tiempo confirma su importancia como santuarios, su inviolabilidad y su definición como auténticos lieux de memoire.
Celtas, enemigos de Roma, en Asia Menor. Los gálatas en pie de guerra por Luc Baray (CNRS)
Las razones que empujaron a los gálatas a atacar las posesiones de sus vecinos del sureste se encuentran en la convergencia de varios problemas estructurales del mundo celta que, combinados, en el siglo III a. C. empujaron a algunas comunidades celtas de Europa oriental a conquistar nuevas tierras donde establecerse. Dependiendo de la época, entre 298 a. C. –primer intento de invadir Macedonia– y 166 a. C. –cuando el Senado romano garantizó la autonomía de Galacia, tras su derrota a manos de Eumenes II Sóter, rey de Pérgamo–, la naturaleza de las guerras libradas por los gálatas no siempre fue la misma. Estos lucharon en dos tipos principales de conflictos: guerras de conquista y de saqueo, en absoluto excluyentes. A lo largo de estas páginas realizamos un recorrido de las campañas de los gálatas en los Balcanes y Asia Menor y de su impacto en la geopolítica de la región entre los siglos III y II a. C.
Las murallas celtas. Arquitectura defensiva en la Edad del Hierro por Luis Berrocal-Rangel (UAM)
El surgimiento de oppida fortificados ocurre en el mundo celta continental a partir del último cuarto del siglo II a. C., y su función sería más la de resistir asaltos ocasionales y disuadir de intentos de asedio, más que resistir uno en toda regla. La forma celta de hacer la guerra se basaba más en la incursión y la batalla en campo abierto, de manera análoga a las sociedades del Mediterráneo antes de que, en el siglo IV a. C. en Grecia y en el siglo III a. C. en Italia, determinados cambios en la sociedad y en la guerra imprimieran lo que podemos denominar un “giro poliorcético”. En el ámbito celta no se habían producido estos cambios, y solo de la agresión romana surgiría la necesidad de defensas más eficaces.
Armas y auxiliares galos en el Ejército romano republicano por Lionel Pernet (Musée cantonal d’archéologie et d’histoire, Lausanne)
No todos los galos lucharon contra Roma en la era republicana. Pero si los guerreros galos y, en general, la guerra entre los celtas suele formar siempre parte de cualquier buena síntesis dedicada al estudio de estos pueblos, resulta mucho más extraño, por otro lado, encontrar un capítulo dedicado a los auxiliares galos al servicio de Roma. Sin embargo, estos combatientes son regularmente descritos peleando junto a los romanos en los textos antiguos, especialmente por Julio César, quien hizo un uso extensivo de este tipo de tropas durante la conquista de la Galia y la guerra civil contra Pompeyo y los optimates. Con el paso de las décadas, la romanización vendría acompañada, a su vez, de una suerte de “celtización” parcial de diversos aspectos de la panoplia y las tácticas romanas, tanto en relación a sus fuerzas auxiliares como a las propias legiones.