Aunque tienen todavía un recorrido corto, que remonta a unas pocas décadas, la Arqueología y los estudios de género han procurado hilvanar el hilo de la historia de la mujer en Grecia como paradigma de un pasado tejido por manos masculinas. Sin embargo, las mujeres estaban bien presentes en la sociedad griega aunque su lugar distaba mucho de ser aquel que por naturaleza les correspondía. El hecho de nacer mujer en la Grecia clásica suponía amanecer a un mundo preconcebido en el que serían víctimas de fuertes condicionantes sociales. Esposas, hijas, madres, desde sumisas amas de casa hasta sacerdotisas de Artemisa; he aquí un recorrido por las vidas de estas mujeres partiendo de las referencias literarias, restos arqueológicos, arte, epigrafía, filosofía y teatro. Nos vestimos con nuestro peplos y seguimos por el pasado el hilo que tejieron las parcae para estas mujeres.
La mujer griega y la polis por Flavia Frisone (Università de Salento)
Si la griega fue desde siempre una cultura machista, incluso directamente misógina, el mundo de la polis podría definirse sin tapujos –como hizo Pierre Vidal-Naquet– como “un club de varones”. Se trata en efecto de un espacio que, por suspropias características, excluye a las mujeres y las condena a una especie de “invisibilidad social”. Basta asomarse al paradigma feroz y salvaje de las míticas amazonas o a las divertidas situaciones de desconcierto de Las asambleístas de Aristófanes, para percatarse de que una comunidad política gobernada por las mujeres era, para los griegos, el mundo al revés; un caos que no podía tener reflejo en la realidad. El artículo va acompañado de un mapa a doble página de Carlos de la Rocha con las principales localizaciones en las que las mujeres tuvieron protagonismo: el sacerdocio en los santuarios femeninos, el papel de las heteras o incluso los lugares en los que se ambientaba la trama de las obras teatrales protagonizadas por mujeres.
La imagen de la mujer en la Grecia Antigua por Carmen Sánchez (UAM)
La antigua Atenas fue durante las épocas arcaica y clásica una ciudad llena de imágenes: esculturas arquitectónicas, estatuas exentas, cerámicas figuradas, pinturas… rodeaban a los habitantes de Atenas por todas partes, en las bodas, en los funerales, en los banquetes; todos los días, tanto en los espacios públicos como en los privados. Ninguna ciudad de la Antigüedad debió de estar tan repleta de imágenes. El mundo antiguo en general no exponía a los hombres con esa intensidad a tal variedad visual. Queremos asomarnos aquí, en estas pocas líneas, a la construcción de las representaciones de mujeres en las abundantes imágenes de la Grecia antigua en general, y de Atenas en particular.
La mujer en Atenas y Esparta por Adolfo J. Domínguez Monedero (UAM)
En el 411 a.C. se representó en Atenas, durante las fiestas Leneas, la comedia de Aristófanes Lisístrata, en medio de la Guerra del Peloponeso que, con treguas incluidas, duraba ya veinte años. La protagonista ateniense trama con sus amigas realizar una huelga de sexo para convencer a sus esposos de que tienen que poner fin al conflicto y acordar la paz con los espartanos. Para darle más fuerza al plan, acuden también otras mujeres de los otros puntos en guerra con Atenas, Corinto, Beocia y Esparta. Cuando llega la espartana Lampito, Lisístrata le dedica las siguientes palabras: “Aquí tenemos a Lampito. Querida laconia, ¿cómo estás? Cómo resplandece tu belleza, querida. Qué buen color, qué rozagante está tu cuerpo. Ahogarías a un toro”. A lo cual, la espartana, halagada, asiente: “Eso creo, por los dos dioses. Es que hago gimnasia y salto hasta darme con el pie en el trasero”. La comedia está escrita por un ateniense y está destinada al público ateniense, pero es interesante por ello mismo observar qué imagen se tenía en la Atenas clásica de la mujer espartana: fuerte, de buen color, atlética y bien formada por practicar el ejercicio físico. Ello contrasta con la imagen que el mismo autor da de la vida habitual de la mujer ateniense, preocupada por su vestido y adorno personal y por agradar a su marido, y de piel blanquísima como corresponde a alguien que no tiene una actividad física al aire libre. Se incluye junto al artículo una ilustración de Breogán Álvarez reconstruyendo uno de los ritos de la boda espartana.
Mujeres fuera de la norma. Heteras y pornai en Grecia por Patricia González (UCM)
Las mujeres ciudadanas griegas eran criadas para seguir unas normas muy estrictas de comportamiento. Crecían bajo la autoridad del padre para pasar a la del marido muy pronto y convertirse en madres para afianzar su posición. Pero, lejos de ese modelo, se encontraban muchas mujeres que, esclavas, extranjeras o pobres, rompían con los moldes. El contramodelo paradigmático sería el de las prostitutas, mujeres en los márgenes del sistema que luchaban por su supervivencia.
Vivir como mujer en la Atenas clásica. Discursos masculinos sobre un destino sin sorpresas por Florence Cherchanoc (Université Paris Diderot)
[…] A menudo me pregunto sobre la condición de las mujeres: no somos nada. Siendo niñas en la casa del padre, vivimos la vida más agradable de los hombres, pues siempre alegremente la ignorancia alimenta a los niños. Pero tan pronto como alcanzamos la madurez y la conciencia, somos arrojadas fuera y malvendidas lejos de los dioses patrios y de los que nos engendraron; unas a extranjeros, otras a bárbaros, algunas a hogares sin alegría, otras a agresivos. Y en cuanto una sola noche nos haya uncido el yugo, se nos empuja a elogiarlo y a considerarnos afortunadas (Sófocles, Tereo, Fragmento 583). Acompaña a este articulo una espléndida ilustración de ªRU-MOR reconstruyendo un grupo de mujeres hilando y tejiendo en el gineceo.
Las mujeres griegas y la religión por Matthew Dillon (University of New England)
Ya fuera como jóvenes, como adultas vírgenes, como solteras o como esposas, las mujeres realizaron una gran variedad de tareas y funciones religiosas, muchas de ellas en el terreno de lo público. Por ejemplo, las jóvenes solteras servían como portadoras de cestas en las procesiones de las festividades, mientras que las adultas actuaban como sacerdotisas ante el altar de una divinidad y presidían el sacrificio de animales a los dioses. Además, las mujeres casadas llevaban a cabo rituales secretos en los que no podían participar los hombres, ceremonias que los antiguos griegos consideraban necesarias para obtener la bendición de los dioses sobre los campos y las cosechas. Las mujeres también se involucraron en la adoración de divinidades “nuevas” como Adonis, que en el periodo clásico no formaban parte de la estructura religiosa formal de la ciudad. Niñas y mujeres eran por tanto visibles e importantes en las actividades religiosas, y tenían deberes rituales que eran considerados por todos como especialmente significativos para la preservación de una correcta relación entre las ciudades o pueblos y sus dioses, recibiendo beneficios de estos. Una ilustración de Milek Jakubiec reconstruye en este artículo el momento de inspiración de la pitia del oráculo de Delfos, una de las excepcionales mujeres que ejercían una función importante en un santuario dedicado a una divinidad masculina.
La mujer en el teatro griego por Raquel Fornieles (UAM)
El teatro griego, una de las formas de expresión más importantes de todos los tiempos, concedió a las mujeres un gran protagonismo. La tragedia se inspiraba en el mito, la comedia, en la vida cotidiana ateniense y, en ambos géneros, ellas tuvieron mucho que decir. En el siglo V a. C., el poder de las poleis griegas y las manifestaciones culturales que en ellas se desarrollaron alcanzaron su máximo esplendor. Atenas destacó por encima de todas, especialmente en el periodo conocido como el siglo de Pericles, político ateniense que vivió alrededor de los años 495 y 429 a. C. y que, entre otras cosas, impulsó el teatro y lo favoreció con medidas económicas. Incluye una ilustración de José Luis García Morán reconstruyendo la representación de la tragedia Andrómeda de Eurípides en el teatro de Dioniso de Atenas.
A la imagen de Afrodita. Belleza, vestimenta y adornos por Joaquín Ruiz de Arbulo (URV/ICAC)
Abramos el libro de La Ilíada por el canto XIV titulado “El engaño de Zeus”. La acción tiene lugar en la playa de Troya. Tras el abandono de Aquiles y sus mirmidones, el combate está resultando fatal para los aqueos, que luchan como pueden arrinconados junto a sus naves por unos troyanos embravecidos. El rey Agamenón piensa ya incluso en la retirada. Pero algunos dioses están a su favor. Les anima Poseidón y también la propia diosa Hera que decide ha llegado el momento de lograr que Zeus se duerma y así poder intervenir en el combate. Para ello, nos dice el poeta, primero debe seducirle. La reina se retira a su habitación olímpica donde se lava con ambrosía y luego se unta el cuerpo con aceite perfumado, suave y oloroso. A continuación se compone el cabello peinándose con rizos y se cubre con su túnica bordada en oro, se coloca una fíbula en los senos y se ciñe la túnica con un lujoso cinturón. Se pone en las orejas –ya perforadas, precisa Homero– unos pendientes formados cada uno por tres piedras preciosas. Por último, se cubre la cabeza con un velo blanco y se calza unas sandalias.
Y además, introduciendo el n.º 12: Tarteso en la mitología moderna por Tomás Aguilera (UAM)
En el lejano Occidente, en la costa de Iberia más allá de las Columnas de Heracles, los griegos localizaron un reino de extraordinaria prosperidad, abundante en metales preciosos, y gobernado por Argantonio, un rey magnánimo, hospitalario y sobrenaturalmente longevo. Tarteso nació ya como mito. Forma parte de ese género de relatos griegos que trataban de dar sentido a aquello que se encontraba en los márgenes de lo desconocido, en los extremos de su mapa del mundo.