A finales de 1757, el rey Federico II de Prusia, encumbrado por sus aplastantes victorias sobre austriacos y franceses en las batallas de Rossbach y Leuthen, esperaba poder firmar una paz victoriosa con sus enemigos en la primavera siguiente. La coalición formada contra Prusia parecía desmoronarse, mientras que los aliados de Federico, liderados por Gran Bretaña, no tardaron en renovar su compromiso en la guerra que asolaba Alemania. Las expectativas del monarca prusiano se vieron sin embargo defraudadas: no solo la monarquía de los Habsburgo mostró una extraordinaria capacidad de recuperación, sino que los aliados rusos y suecos de la emperatriz María Teresa y Luis XV de Francia no tardaron en invadir territorio prusiano desde el este y el norte. Federico dependía de una nueva victoria sobre los austriacos para materializar sus planes. Esta vez, no obstante, no se enfrentaba al incompetente Carlos de Lorena, sino al astuto y experimentado mariscal Leopold Joseph von Daun, que frustró su campaña en Moravia. Perdida la iniciativa, Federico y su ejército se vieron abocados a una guerra de desgaste en la que debieron enfrentar a sus enemigos en suelo propio. El éxito de la alianza contra Prusia, eso sí, dependería de que sus enemigos fuesen capaces de coordinar sus esfuerzos bélicos. Si eso sería posible y Prusia se vería forzada a la rendición, solo el tiempo lo diría. El conflicto, posteriormente bautizado como la Guerra de los Siete Años, escalaba y no tendría una rápida resolución.
Un tablero incierto. La Guerra de los Siete Años a inicios de 1758 por Franz Szabo (University of Alberta)
La campaña de 1757 concluyó con el espectacular triunfo de Prusia en la batalla de Leuthen el 5 de diciembre. Esa misma noche, al evaluar la calamidad, los comandantes austriacos llegaron a la conclusión de que era imposible volver a oponer resistencia fuera de la ciudad de Breslavia y que la retirada a los cuarteles de invierno en Bohemia era la única opción viable. El rey Federico de Prusia, que ya en los días previos a la batalla creía que una victoria sobre los austriacos conduciría a “una paz general gloriosa y honorable” al final del invierno, estaba ahora completamente convencido de ello. Inmediatamente después de la batalla de Rossbach, Federico había autorizado a su hermano Enrique y a su hermana Guillermina a iniciar tanteos de paz en Francia. Estas ofertas, sin embargo, cayeron en oídos sordos.
“Su Majestad está muy insatisfecho”. La campaña morava de Federico por Alexander Querengässer (Leibniz Institute)
Tras su victoria en Leuthen, Federico ejerció presión para conquistar Silesia con rapidez. Después de que sus tropas permanecieran en sus cuarteles de invierno en enero y febrero, el rey preparó en marzo un ataque contra la fortaleza de Schweidnitz, que capituló después de un breve asedio el 18 de abril de 1758. “El rey quería ganar tiempo y tranquilidad para enfrentar al ejército ruso con fuerzas significativas”, escribió Federico en su Historia de la Guerra de los Siete Años. Probablemente esperaba también mantener limitadas las operaciones contra Austria y alentar a los otomanos a intervenir en la guerra. Tras la caída de Schweidnitz, el rey se dirigió al Neisse y desde allí preparó un rápido avance vía Troppau hasta Olmütz. A diferencia de sus anteriores campañas en Bohemia en 1742, 1744 y 1757, esta vez su ataque no iba dirigido al centro, a Praga, sino a una fortaleza de la periferia.
Espada en mano o a la bayoneta calada. La petite guerre en la campaña de 1758 por James R. McIntyre (United States Naval War College)
Desde el momento en que el polvo comenzó a asentarse sobre los campos ensangrentados de Europa en 1763, la mayoría de las historias sobre la Guerra de los Siete Años se centraron en las batallas más importantes. La fascinación por la batalla es comprensible, especialmente en una época que produjo maestros de la táctica como Federico el Grande y Víctor François de Broglie. Al mismo tiempo, sin embargo, este enfoque oscurece las acciones más pequeñas, pero más constantes, de patrullas, incursiones y emboscadas que ocurrieron de manera continua entre los principales enfrentamientos y alrededor de los mismos. Para estudiar la evolución de la petite guerre en el curso de la citada campaña, primero es necesario examinar los diferentes tipos de tropas que participaron en esta forma de guerra en Europa, croatas, panduros, ulanos, cosacos y jägers, ya que cada una aportó sus propios atributos concretos a la lucha.
La batalla de Zorndorf por Adam Storring (King’s College London)
La Guerra de los Siete Años constituyó un momento crucial en la historia de muchos Estados, entre ellos Rusia. Después de convertirse en una potencia europea destacada con el zar Pedro I el Grande, que reinó entre 1682 y 1725, Rusia había intervenido cada vez más en los asuntos de Europa central e incluso de Europa occidental. Su entrada en la coalición contra Prusia en la Guerra de los Siete Años fue una nueva y significativa afirmación de su poderío. En 1758 por primera vez un ejército ruso estuvo en campaña en el interior centroeuropeo. En la batalla de Zorndorf, el 25 de agosto de 1758, la más sangrienta del siglo XVIII en proporción al número de combatientes, el ejército ruso rozó el desastre frente a Federico II el Grande y sus bien adiestrados soldados prusianos. Ambos bandos lucharon con extraordinario valor, aunque muchos de sus hombres huyeron de la espantosa matanza. Al final, sin embargo, el ejército ruso sobrevivió y volvería a acosar a Federico en los años siguientes.
Suecia y la Guerra de los Siete Años. La campaña de Pomerania por Patrik Winton (Örebro universitet)
En septiembre de 1757, las fuerzas suecas se trasladaron desde sus bases en la provincia de la Pomerania sueca hacia territorio prusiano para intervenir en la coalición contra este país que se había formado después del ataque de Prusia a Sajonia el año anterior. La participación de Suecia en la guerra fue el resultado de propuestas enviadas por Francia y la monarquía de los Habsburgo, que querían fortalecer la coalición y abrir un nuevo frente en el norte contra Prusia. Así, Francia ofreció subsidios si Suecia intervenía activamente en la coalición. Al mismo tiempo, los principales actores políticos suecos vieron la vulnerable posición militar de Prusia en 1757 como una oportunidad para lograr avances territoriales con riesgos limitados y sin tener que comprometer demasiadas tropas. El cálculo se basó en el supuesto de que la poderosa coalición lograría una victoria relativamente rápida y que Francia, en especial, recompensaría a Suecia generosamente por su apoyo en una futura conferencia de paz.
Austria, el enemigo irreductible por Marian Füssel (Georg-August-Universität Göttingen)
En el periodo de 1740 a 1815, Prusia y Austria se enfrentaron cuatro veces como adversarios y en una ocasión combatieron como aliados: en las tres Guerras de Silesia y la Guerra de Sucesión de Baviera fueron enemigos, y socios solo en las Guerras Napoleónicas. Todos estos conflictos dominan la cultura de la memoria, ya que parecen señalar un camino directo hacia el dualismo alemán. Las diferencias que se han enfatizado y mencionado una y otra vez abarcan desde los gobernantes Federico II y María Teresa, tan distintos el uno del otro, hasta las confesiones religiosas y las diferencias estructurales en el despliegue propagandístico, la importancia del Ejército o las instituciones políticas y administrativas. Además, en la memoria, ninguno de los generales de María Teresa pudo competir con la gloria del roi connétable prusiano. Sin embargo, también se pueden observar procesos de aprendizaje recíproco, desde ámbitos como el equipamiento y la remuneración hasta las tácticas y el armamento, como resultado de los cuales los oponentes otrora desiguales fueron pareciéndose cada vez más con el paso de los años.
Las comisiones militares españolas en la Guerra de los Siete Años (1758-1761) por Víctor García González (Universidad de Málaga)
En los manuales de Historia de España se suele mencionar la Guerra de los Siete Años únicamente a partir del momento de la entrada de Carlos III en la misma del lado de Francia, en 1762, muy cerca de su final. Algunos militares españoles, no obstante, aprovecharon la anterior neutralidad para recorrer los frentes europeos junto a los ejércitos austriaco, francés o prusiano. De esta manera, fueron testigos de la consolidación del mito de Federico II el Grande, pero también de sus límites, como en la derrota de Hochkirch, y obtuvieron valiosa información que sería empleada en las reformas militares posteriores. A pesar de ser conocidos en la época como “voluntarios extranjeros”, estos oficiales estaban más cerca de lo que posteriormente se conocería como “observadores militares”, pues no eran mercenarios ni combatían en las filas del ejército con el que se encontraban, sino que constituían comisiones, con licencia del rey de España, autorizadas a desplazarse libremente y adquirir tanta información como fuera posible, tanto de inteligencia como del ámbito técnico-científico.
La batalla de Hochkirch. El triunfo de la columna por Alexander Querengässer (Leibniz Institute)
La fama como militar de Federico el Grande se debe principalmente a su victoria en las dos primeras guerras de Silesia y al hecho de que sobreviviera a la Guerra de los Siete Años, en la que obtuvo otra serie de victorias impresionantes. Sin embargo, a menudo se pasa por alto que en la segunda mitad de la guerra a los prusianos les fue cada vez más difícil lograr éxitos tácticos y operativos. Después de que Leuthen pusiera fin en gran medida a la carrera del poco afortunado Carlos de Lorena, otros líderes militares mejor adaptados al estilo prusiano de hacer la guerra recibieron el mando de los ejércitos austriacos. Entre ellos destaca Leopold Joseph von Daun, que no estaba dispuesto a enfrentarse a los prusianos en terreno abierto, donde estos podrían aprovechar su mejor adiestramiento. Sin embargo, si lograba encontrar grupos de tropas enemigas aisladas y numéricamente inferiores, no dudaba ni un momento en atacar. Lo hizo por primera vez el 14 de octubre de 1758 en la batalla de Hochkirch, donde los austriacos utilizaron una táctica innovadora que contrasta marcadamente con nuestra imagen de la Guerra de los Siete Años como un conflicto de formaciones lineales y que fue clave en el desarrollo del arte la guerra occidental en el siglo XVIII.