A finales de 1643 habían transcurrido poco más de tres años desde el inicio de la Guerra de los Segadores. El frente apenas se había movido desde la conquista francesa del Rosellón en 1642, pero mucho había sucedido en el plano político. Luis XIII y el cardenal Richelieu habían muerto, y el conde-duque de Olivares había sido apartado del poder y desterrado de la corte. Felipe IV y su nuevo hombre de confianza, Luis Méndez de Haro, comprendieron que, para lograr la sumisión del principado, era necesario no solo detraer fuerzas de otros frentes –Italia, Flandes, Portugal– en los que combatía la Monarquía Hispánica, sino también hacer ver a los catalanes que el rey estaba dispuesto a ofrecer un perdón y a respetar las Constituciones del principado. Pero antes, era preciso un gran triunfo militar. Este se concretó en julio de 1644 en la conquista de Lérida, donde hizo su entrada poco después el Rey Planeta. Pero Francia, aun a pesar de la inestabilidad derivada de la minoría de edad de Luis XIV cuya regencia ejercían la reina Ana de Austria y el cardenal Mazarino, no tardó en reaccionar. En los tres años siguientes, dos de los mejores generales de Francia, el conde de Harcourt y el príncipe de Condé –vencedor de Rocroi– dirigieron sus ejércitos sobre la preciada Lérida para devolverla al poder francés. De estas decisivas, aunque poco conocidas campañas, jalonadas de batallas, asedios, sorpresas e incursiones, sin olvidar las correspondientes negociaciones políticas y la “guerra de papeles”, da cuenta este número, el segundo que dedicamos a la contienda que definió las actuales fronteras entre Francia y España.
Felipe IV y Cataluña. La coyuntura de 1643-1644 por Agustín Jiménez Moreno
La revuelta catalana de 1640 abrió un nuevo frente para la Monarquía Hispánica, sumida en guerras en los Países Bajos, Italia y Alemania. La anexión del principado a la Corona francesa, junto con la derrota en Montjuïc del ejército enviado a lidiar con la rebelión, llevaron la guerra a las fronteras de Aragón y Valencia y obligaron al monarca de los reinos hispánicos a intervenir en persona. Cuando a finales de 1642 se dieron por concluidas las operaciones militares de ese año, el balance no podía ser más negativo para los intereses de la monarquía española. Además de la pérdida de los condados del Rosellón y la Cerdaña, así como de la población oscense de Monzón, los franco-catalanes habían derrotado al ejército realista a las afueras de Lérida.
La campaña de 1644. La recuperación de Lérida por Raquel Camarero Pascual
Tras la pérdida del Rosellón en 1642 se acabó asumiendo que la guerra para recuperar Cataluña iba a ser, en palabras del propio Olivares, “larga y continuada” y que, por tanto, había que trabajar empezando por lo más urgente. Se impuso el criterio de priorizar la seguridad interior peninsular empezando por un objetivo muy concreto, la recuperación de Lérida. La ciudad del Segre fue la protagonista durante los años centrales de la guerra como objetivo, primero, de Felipe IV y, después, de los generales franceses que intentaron recuperarla en dos ocasiones sin éxito.
Pierre de Marca. El hombre de Mazarino en Cataluña por Thierry Issartel (Université de Pau et des pays de l’Adour)
La carrera de Pierre de Marca estuvo ligada a Cataluña en varias ocasiones. La historiografía catalana ha identificado los tres episodios en los que este personaje intervino de forma notable en la historia regional: fue visitador general de Cataluña desde abril de 1644 hasta julio de 1651; participó, después de la firma del Tratado de los Pirineos, en las negociaciones de Ceret para trazar la nueva frontera entre el Rosellón y Cataluña, y, finalmente, fue autor de la monumental Marca Hispanica, obra póstuma publicada en 1688 por su antiguo secretario Étienne Baluze y que ha sido reeditada varias veces.
La campaña de 1645. La batalla de Sant Llorenç y el sitio de Roses por Alberto Raúl Esteban Ribas
El 31 de julio de 1644 se rendía Lérida a las armas de Felipe IV. Había sido una campaña dura para ambos bandos, pero los realistas habían logrado su objetivo de afianzar la margen derecha del Segre y disponer de una cabeza de puente para avanzar hacia el interior de Cataluña. La campaña de 1645, según los planes de la corte de Madrid, debía ser una continuación exitosa de la anterior. En el bando franco-catalán, el descrédito del gobierno de La Mothe motivó que la Generalitat pidiera a París un virrey de sangre real y con prestigio; durante el invierno Mazarino nombró a Henri de Lorraine-Harcourt como virrey de Cataluña. Este recuperó la iniciativa rápidamente al poner Roses bajo asedio y avanzar hacia la línea del Segre.
Prensa y poder. La “guerra de papeles” entre Madrid, París y Barcelona por Àlex Claramunt Soto
La guerra que enfrentó a las coronas española y francesa entre 1635 y 1659 no se libró solo en los campos de batalla, las cancillerías y los congresos de paz, sino también en las páginas de la incipiente prensa de la época, que ambos bandos utilizaron con asiduidad para ensalzar a los gobernantes y ejércitos propios y atacar a los rivales. Los textos periodísticos impresos, a diferencia de los manifiestos políticos y las grandes obras de propaganda destinadas a convencer a los gobernantes de los territorios neutrales, iban dirigidos a un público humilde y sencillo cuyo concierto, sin embargo, era imprescindible para la consecución de los objetivos políticos y militares de las grandes monarquías.
El Batallón de Cataluña. Soldados catalanes al servicio de Francia por Manel Güell Junkert
La escasa presencia de tropas catalanes en el asedio de Tarragona de 1641 hizo advertir a los generales franceses de que no podrían contar con un decidido apoyo catalán para hacer frente a los ejércitos que Madrid no tardaría en enviar. Esto los llevó a asumir que, al menos de momento, deberían ser ellos quienes tirasen del carro en aquel frente de guerra, cosa que significaba la aportación del número de tropas necesario para mantenerse en Cataluña. En contrapartida, se conformarían con ser auxiliados por un contingente indígena menor y autónomo, pero permanente, de tropa reglada y profesional, organizado y financiado por el país. Estamos hablando del Batallón, que comenzó a formarse en 1642 y sirvió hasta la caída de Barcelona diez años más tarde.
Los asedios franceses de Lérida, 1646-1647 por Pere Cristòfol i Escorsa
Después de la debacle que supuso la campaña de 1645, el ejército hispánico de Cataluña necesitaba reorganizarse. Sus tropas permanecían concentradas en Fraga, Lérida, Tortosa y Tarragona. Muchas unidades de infantería estaban en cuadro y se dieron órdenes estrictas de reformar los tercios y regimientos con menos efectivos. En cambio, Enrique de Lorena, conde de Harcourt y virrey francés de Cataluña, estaba en su apogeo. La única espina clavada era Lérida, puesto que la resistencia de Balaguer hasta finales de octubre le había impedido la toma de la ciudad. En 1646 y 1647, Lérida enfrentaría dos asedios franceses, el primero a cargo del propio Harcourt y el segundo por el príncipe de Condé, célebre vencedor de Rocroi.
Cataluña en las negociaciones de paz de Westfalia por Fernando Negredo del Cerro (Instituto de Estudios Hispánicos en la Modernidad)
La revuelta y posterior Guerra de Cataluña (1640-1652) se solapan en el tiempo con el periodo crucial de la Guerra de los Treinta Años. Su evolución se enlaza por tanto inextricablemente con la del gran conflicto europeo y, en las conversaciones de paz abiertas para buscar un final al mismo, la cuestión catalana tuvo una importancia manifiesta en especial a la hora de perfilar las estrategias negociadoras de franceses y españoles. Cataluña fue más objeto que sujeto en dichas negociaciones, y su porvenir quedaría vinculado al albur de la evolución de la contienda entre Madrid y París sin que la opinión de los catalanes, a pesar de débiles intentos en contrario, fuese tenida en cuenta en unos acuerdos que no se cerraron en Westfalia, sino que acabarían por tomar forma definitiva once años después en la Paz de los Pirineos.