En 1578 murió en combate en Marruecos, sin descendencia, el joven rey Sebastián de Portugal. Con él pereció buena parte de la nobleza lusa. Portugal y su imperio, gobernados por el anciano cardenal don Enrique, tío de Sebastián, se convirtieron de inmediato en el objetivo del monarca más poderoso de Europa, Felipe II, que ostentaba derechos a la corona portuguesa a través de su madre, Isabel de Portugal. El curso favorable de la Guerra de Flandes y la tregua alcanzada con el Imperio otomano permitieron al Austria movilizar amplios recursos militares, tanto terrestres como navales, con vistas a someter el reino luso si no lograba hacerse reconocer como su soberano por medios diplomáticos. Ante la toma del poder por el prior Antonio de Crato, su único rival lo bastante ambicioso como para osar plantarle cara, Felipe II ordenó la invasión de Portugal, que sus mejores comandantes, el duque de Alba y Álvaro de Bazán, ejecutaron con una eficacia fulminante. Pero el prior escapó y, con apoyo francés e inglés, prolongó su resistencia en las Azores, lo que dio origen a dos campañas navales que marcaron un hizo en la historia naval, con la primera batalla oceánica entre veleros artillados y el primer desembarco anfibio a gran escala a miles de kilómetros de la base más cercana. De todo ello da cuenta el presente número de Desperta Ferro Historia Moderna, que desentraña las razones, el curso y la trascendencia del episodio que marcó el cénit del poder de la Monarquía Hispánica en el orbe: la anexión de Portugal y sus vastos dominios a la corona de Felipe II.
Felipe II y la sucesión de Portugal por Santiago Martínez Hernández (Universidad Complutense de Madrid)
La muerte del joven rey Sebastián I de Portugal en la batalla de Alcazarquivir causó conmoción en toda Europa. En Lisboa, en cuanto se tuvo noticia del trágico destino de don Sebastián, su consejo de regencia se apresuró a encomendar la gobernación del reino al viejo cardenal don Enrique de Avís, inquisidor general y tío abuelo del difunto, al que se proclamó rey el 28 de agosto. El nuevo soberano, de sesenta y seis años de edad, era hermano del rey don Juan III y de la emperatriz Isabel, madre de Felipe II, pero su edad y frágil salud no le auguraban un largo y plácido reinado. Su sobrino reaccionó rápidamente reivindicando sus derechos como heredero legítimo. Con la excusa de prevenir una posible reacción otomana tras la fallida empresa de su sobrino, Felipe II ordenó movilizar una potente fuerza anfibia capaz de capturar el puerto de Larache; un contingente que, llegado el caso, pudiera utilizarse para una hipotética invasión terrestre y naval de Portugal.
Los preparativos de la invasión por Rafael Valladares (Consejo Superior de Investigaciones Científicas)
El rechazo de buena parte de la población lusa a la integración de su reino en la Monarquía Hispánica explica que Felipe II concibiera la conquista de Portugal en términos militares muy contundentes. La historiografía iberista, primero, y el revisionismo sobre el Prudente, después, intentaron durante décadas crear la imagen de una incorporación lograda prácticamente solo gracias a una inteligente negociación política con sus élites. Esta visión hizo de la intervención armada un apunte secundario, un fenómeno casi anecdótico, hasta el punto de calificarla de “paseo militar”. Sin embargo, lo cierto es que se trató de una operación bélica de enorme envergadura a causa del número de efectivos que participaron, de su complejidad logística, del gasto ejecutado, del impacto de la violencia desplegada y de su larga duración –tres años sucesivos, de junio de 1580 a agosto de 1583–.
La conquista de Portugal por Alberto Raúl Esteban Ribas
Cuando en junio de 1580 comenzó la invasión de Portugal, empezaba la última etapa de un planificado proceso de integración ibérica iniciado casi dos años atrás con la derrota y muerte de Sebastián I de Portugal en la batalla de Alcazarquivir. El plan de campaña español se basaba en una rápida acción militar con el objetivo de capturar Lisboa lo más pronto posible; por ello, el eje de avance sería por la región de Alentejo, en los actuales distritos de Évora y Setúbal, desde Badajoz, y no siguiendo el río Tajo –opción que hubiera permitido atacar la ciudad desde la ribera septentrional del río, en lugar de la complicada operación combinada anfibia planificada entre las fuerzas del duque de Alba y la flota de Álvaro de Bazán–.
Francia, Inglaterra y la batalla por las Azores por Alan James (King’s College London)
La batalla por el control de las Azores tras la crisis sucesoria portuguesa de 1580 no solo enfrentó a las fuerzas del gigante militar español contra los rebeldes que resistían en nombre del pretendiente portugués, don Antonio. Las islas gozaban de una posición estratégica, y en ellas confluían los intereses políticos, dinásticos, económicos e imperiales de varias potencias europeas. Así, los partidarios de don Antonio recibieron un considerable apoyo militar internacional. Una parte llegó desde la Inglaterra isabelina, pero fue Catalina de Médicis, reina madre de Francia, quien encabezó la respuesta militar al enviar en apoyo de la causa la mayor fuerza naval reunida hasta entonces por Francia.
La batalla de San Miguel. Decisión en las Azores por Agustín Ramón Rodríguez González (Real Academia de la Historia)
El combate naval de la isla de San Miguel, lejos de ser simplemente el colofón de la complicada sucesión portuguesa, tuvo una crucial importancia tanto en el terreno de las nuevas tácticas navales como en el plano estratégico y político. Fue la primera batalla oceánica, a miles de kilómetros de sus bases, entre flotas de grandes veleros artillados. La escuadra de Bazán se componía solamente de 25 buques grandes y medianos y cuatro pataches frente a 60 o 62 buques franceses, dos tercios de ellos grandes o medianos. Llama la atención, al analizar el combate, la extrema prudencia de la escuadra francesa pese a su superioridad numérica, lo que indica que conocían y temían a su enemigo.
Agustín de Herrera y Rojas y la defensa de Madeira por Víctor M. Bello Jiménez
La integración de Portugal en la Monarquía Hispánica tras el juramento de Felipe II en las Cortes de Tomar de 1581 puso de manifiesto, una vez más, la debilidad defensiva de los archipiélagos atlánticos, cuestión recurrente a lo largo de los siglos desde el mismo inicio de la conquista de las islas Canarias. La Corona portuguesa tuvo las Canarias, al igual que el resto de las islas, bajo su atenta mirada desde los principios de la exploración oceánica, asomándose a estas o realizando incursiones que entorpecían tanto la empresa señorial castellana como la de la propia corona de Castilla a lo largo del siglo XV, una amenaza que debió de sentir el I conde de Lanzarote a partir de 1581, cuando comunicó al rey que barcos franceses estaban siendo avistados próximos a la isla y se ofreció a luchar contra el portugués en favor de Felipe II en lo que hiciese falta.
La conquista de la isla Terceira por Augusto Alves Salgado
A pesar de la estrepitosa derrota infligida a finales de julio de 1582 a la fuerza naval franco-inglesa de don Antonio, prior de Crato, Felipe II sabía que había muchas probabilidades de que los reinos del norte de Europa que apoyaban al pretendiente portugués enviasen una nueva escuadra a las Azores, dada su importancia estratégica. Por ello, el monarca nombró a don Álvaro de Bazán jefe de la expedición que se iba a enviar a las Azores al año siguiente. Esta estaría formada por tres galeones de Portugal, dos galeazas de Nápoles, doce galeras de España y dos galeones de Bazán, acompañados por varios buques mercantes requisados o fletados cuya función principal era el transporte de tropas. En total, la armada contaría con 3823 marineros, 2708 remeros, 8841 soldados y más de 800 piezas de artillería.
La integración de Portugal en la Monarquía Hispánica por Félix Labrador Arroyo (Universidad Rey Juan Carlos)
La incorporación de Portugal a la Monarquía Hispana en 1581 supuso la culminación de un proceso político que comenzaría tras la muerte, el 4 de agosto de 1578, de rey Sebastián en la batalla de Alcazarquivir. La integración de la corona de Portugal en el heterogéneo mundo de la Monarquía Hispana como aeque principalister (igual al principal), a pesar de la rápida campaña militar, contó con el plácet de un número significativo de las élites portuguesas, que veían en la unión con la monarquía la solución a la difícil situación por la que atravesaba el reino y al colapso del sistema de mercedes y beneficios que se venía desarrollando desde el acceso al trono de la dinastía Avís. Además, con esta unión se incrementarían las posibilidades de ver aumentadas sus rentas y prebendas al unirse con la monarquía más poderosa del momento y beneficiarse del desempeño de cargos en la administración, el gobierno y el ejército, o de su integración en la casa del rey.