Después de un largo período de inestabilidad política y militar que caracterizó buena parte del siglo III, la llegada de Diocleciano al poder en 284 y el establecimiento de un sistema de gobierno a cuatro, la Tetrarquía, otorgarían por fin el esperado aliento a un exhausto Imperio que había sufrido con dureza un desgaste interno sin precedentes. Un tiempo después, Constantino el Grande reconfiguraría las bases del ejército a partir de las anteriores reformas iniciadas durante la Tetrarquía, y se erigiría como la cabeza visible de un gran Imperio con un poderío militar impresionante, aunque a todas luces insuficiente a largo plazo. El siglo IV es un momento de grandes transformaciones en el ejército y de nuevas percepciones estratégicas que venían a sumarse a la no menos relevante cristianización de la sociedad romana y la incipiente barbarización de sus fuerzas armadas. Y la legión romana en el siglo IV deberá enfrentarse a unos desafíos, como las guerras civiles o los grandes enemigos del Imperio, que seguirán causando estragos.
La reordenación política y social del Imperio por Javier Arce (Université Lille 3)
El siglo IV es un período esencial de la historia del Imperio romano y, podría decirse, también de la de Europa. Afirmar esto no es ninguna exageración ni ningún tópico. La razón es sencilla: el siglo IV fue testigo de una transformación completa en el terreno de las creencias debido a la creciente y progresiva difusión del cristianismo en los distintos ámbitos sociales de las provincias del Imperio, de Oriente a Occidente. La difusión del cristianismo, que ya había comenzado anteriormente, se vio favorecida por la protección e impulso de los emperadores del período, desde Constantino en adelante –con algunas excepciones–. Una serie de leyes imperiales favorecían a los obispos y clérigos cristianos, concediéndoles inmunidad, privilegios y propiedades, y otorgándoles cada vez más poder e influencia; al mismo tiempo, se prohibían los sacrificios a los dioses y el culto pagano, aunque se respetaron los templos o edificios sacros. Acompañan a este artículo un cronograma con la sucesión de emperadores, augustos y césares y los principales acontecimientos políticos del período desde la Tetrarquía hasta la batalla de Adrianópolis. Así mismo, una soberbia reconstrucción del palacio de Diocleciano en Split, dibujado por el gran Jean-Claude Golvin, complementa el apoyo gráfico del artículo.
Las reformas de Diocleciano y Constantino y el nuevo modelo de Ejército por Philip Rance (Freie Universität Berlin)
Las reformas implementadas por Diocleciano (284-305) y Constantino (306-337) en el Ejército fueron un factor decisivo en la supervivencia del Bajo Imperio romano. Aunque algunas innovaciones específicas son atribuibles a estos dos emperadores, las medidas que introdujeron representaban la culminación de un desarrollo complejo y mal documentado cuyo origen e historia temprana no siempre es posible rastrear, como tampoco lo es el atribuir la responsabilidad a un gobernante concreto. Se incluye un cuadro resumen de la reestructuración del Ejército en unidades móviles (comitatenses) y unidades asignadas a las tareas de vigilancia y control de las fronteras (limitanei), además de un mapa a doble página con el despliegue de las legiones en la Tetrarquía, en torno al año 305.
El legionario en casa. El Ejército y la sociedad romana del siglo IV por Douglas Lee (University of Notthingham)
Las relaciones entre las fuerzas militares del Imperio y el conjunto de la sociedad en la que operaban siempre habían sido tirantes desde que la formalización por parte del emperador Augusto de un ejército permanente acentuó la distinción entre soldados y civiles. Sin embargo, una serie de novedosos factores acaecidos en la centuria que va de la ascensión de Diocleciano (284) hasta la batalla de Adrianópolis (378), como fueron especialmente la reestructuración del Ejército y del sistema tributario del Imperio, ayudaron a intensificar estas presiones. Mientras, la emergencia del cristianismo como un poder religioso destacado fue otro signo distintivo de este período con un gran impacto potencial en el Ejército. Una escena ilustrada por Marek Szyszko nos muestra la dificultad del reclutamiento en una época en la que este debía de producirse de forma forzada y muchos de los reclutas intentaban eludir el servicio en filas tomando decisiones tan drásticas como la de cortarse los pulgares para que les fuera imposible empuñar un arma.
Unidades de élite en el Ejército romano del siglo IV por A. Raúl Menéndez Argüín
El último período de la historia de la Guardia Pretoriana, así como de los equites singulares Augusti (guardia montada imperial), se extiende desde la Tetrarquía diocleciana hasta su disolución por Constantino en 312. Las fuentes disponibles no permiten conocer el reparto de sus contingentes; estas afirman que Diocleciano contaba con un cuerpo de pretorianos en Nicomedia (Lactancio, De Mortibus Persecutorum XII.5), pero más allá de ello solo podemos conjeturar cómo habría sido su división entre los cuatro miembros del colegio imperial. Parece que existía una clara primacía de los augustos (CIL 16, 156; diploma de 298), que habrían dispuesto de un contingente mayor que el de los césares, si es que estos llegaron a contar con pretorianos (cf. RMD I, 78; fechado en 306). A pesar de esa posible distribución, sus respectivas sedes centrales continuaron en Roma, en los castra praetoria (Guardia Pretoriana) y en los castra priora y castra nova (equites sigulares), servidas por contingentes de reserva (remansores). Con posterioridad, serían otros cuerpo de élite los que defenderían al emperador y contarían con el prestigio que antaño había tenido la Guardia. En el artículo se incluye una ilustración de Marek Szyszko con un jinete de las Scholae Palatinae, la guardia de élite, en torno a mediados del siglo IV.
El equipamiento militar por Jon Coulston (University of St Andrews)
Las evidencias existentes sobre el equipamiento militar tardorromano son considerablemente más fragmentarias que las de períodos anteriores. El abandono de instalaciones romanas tendió a ser más lento, lo que incidió en la escasez de contextos con abundantes deposiciones de militaria, tan característicos de los avances y retrocesos de la frontera durante el Principado. Los monumentos triunfales urbanos, como el arco de Galerio en Tesalónica o el de Constantino en Roma, además de los sarcófagos cristianos que representan escenas bíblicas con soldados romanos, suelen mostrar a la caballería con armadura de escamas, mientras que para la infantería mantenían la convención iconográfica del siglo III, que los mostraba desprovistos de protecciones corporales. Como es costumbre en los Especiales de Desperta Ferro dedicados a las legiones, este artículo se acompaña de una cronotipología de armas a doble página, con ilustraciones de José Luis García Morán, que es el mejor apoyo para comprender la evolución del armamento en este período.
Continuidad y desarrollo. Concepciones estratégicas del Ejército por Sylvain Jannard (Université de Tours)
Entre el 250 y el 275, el Imperio romano sufrió una dura crisis militar que perfilaba el nuevo esfuerzo que Roma tendría que llevar a cabo a partir de entonces para asumir su defensa. Los tetrarcas restablecieron la situación emprendiendo una importante actividad bélica destinada a reafirmar la autoridad romana sobre los pueblos vecinos del Imperio, en Galia y Bretaña (285-296, 301-306), África (297-298), el Danubio (285-296, 299-308) y el Éufrates (287-290, 296-298). Las guerras se retomaron en el siglo IV con fuerza renovada –razias en las provincias periféricas, invasiones masivas en particular en Oriente, expuesto a la amenaza persa sasánida, y enfrentamientos civiles–, pero los cambios en el diseño de la institución y la fiscalidad militares realizados entre 285 y 337 durante la Tetrarquía y más tarde por parte de Constantino, permitieron a la maquinaria de guerra romana adaptarse a este nuevo contexto. Un mapa a doble página con el despliegue de tropas y la organización de las provincias en época de Constantino, en torno al 335, complementa perfectamente la información del anterior mapa de época de Diocleciano que figura en este número.
Proteger el Imperio. Las fortificaciones romanas tardías por Neil Christie (University of Leicester)
Las fuentes documentales contemporáneas raramente mencionan las características físicas de las defensas custodiadas por el Ejército tardorromano, ya sean fuertes, torres, estaciones de señalización, bases de la flota o murallas de una ciudad. Sin embargo, estas eran estructuras prominentes que formaban parte integral de las operaciones o de los cuarteles de invierno del Ejército a lo largo de las líneas fronterizas, en el interior de las provincias, o allí donde se concentraran los asaltos del enemigo (ya fueran estos no-romanos o romanos). Pese a ello, las fuentes refieren simplemente a “murallas”, “defensas naturales” o quizá a su estado “runioso o deteriorado”. Aunque el historiador de la segunda mitad del siglo IV Amiano Marcelino puede ofrecer alguna información sobre las fortalezas y sus fuerzas, no deja de ser excepcional; poco después de la batalla de Adrianópolis, contamos también con el Epitome de Vegecio, pero sus comentarios sobre murallas y espacios defensivos, almacenaje y abastecimiento son algo genéricos. Además, solo algunas de las defensas de las ciudades romanas más grandes cuentan con inscripciones honoríficas conocidas, aunque sí se conservan registros o inscripciones de restauración para algunas torres de vigilancia fronterizas de finales del siglo IV. Se incluyen tres mapas con planos explicativos de las fortificaciones de la curva del Danubio, la costa sajona y la región oriental de los Alpes.
La puerta entreabierta. La barbarización del Ejército Romano por Thomas S. Burns (Emory College)
Para indagar en la cuestión del empleo de gentes de procedencia bárbara en el Ejército romano desde la Tetrarquía (284-306) hasta el período que cubre el siglo IV al completo, nuestras fuentes incluyen los tradicionales materiales literarios, la numismática y la arqueología. Pero llamar “barbarización” a este proceso evolutivo resulta anacrónico. Todavía en la batalla de Adrianópolis (378), los soldados romanos lucharon y murieron valientemente sin distinción de origen étnico. Se acompaña el artículo con una ilustración de Marek Szyszko que representa a un magister militum del siglo IV, además de un mapa con la localización de los pueblos bárbaros en las fronteras del Imperio.
Amiano Marcelino: Un historiador en el Ejército por Conor Whately (University of Winnipeg)
En el verano de 359, el grueso del ejército persa se hallaba a las puertas de Amida (la actual Diyarbakir, Turquía), pero los romanos resistían en su interior, listos para llevar a cabo una acérrima defensa en su ciudad. En los primeros estadios del asedio, los defensores romanos lograron dar muerte al hijo del rey Grumbates, uno de los aliados del rey persa Sapor II el Grande (Amm. XIX.1), lo que provocó la ira de aquél y del resto del ejército persa, pero levantó la moral de los romanos. Sin embargo, más de setenta días después, cambiaron las tornas, y aunque los romanos habían conseguido destruir buena parte de las máquinas de guerra de los persas, estos contraatacaron con torres de asedio que, una vez construidas, arrasaron las murallas de la ciudad. En mitad de tal fracaso, muchos romanos murieron, pero algunos lograron escapar (Amm. XIX.8). Uno de ellos fue Amiano Marcelino, uno de los historiadores romanos de mayor renombre, que fue testigo de primera mano del asedio y lo describió con vívido detalle. Pero ¿quién era Amiano, y por qué razón resulta importante para nosotros? Junto al artículo se incluye una magnífica ilustración de Jarek Nocon en la que vemos a Amiano Marcelino junto a su unidad de caballería en las campañas contra los persas sasánidas llevando a cabo una treta para despistar a las unidades de la caballería persa que se hallaban en su persecución.
La batalla de Mursa por John F. Drinkwater (University of Nottingham)
La gran batalla de Mursa se libró el 28 de septiembre del año 351, y supuso el punto de inflexión de la lucha que libraban el emperador romano Constancio II y el usurpador Magnencio. Las fuentes coinciden en que el enfrentamiento provocó numerosísimas bajas en ambos bandos. Las únicas cifras con las que contamos son las del ejército de Constancio, que supuestamente perdió 30 000 de los 80 000 hombres con los que contaba, y los 24 000 de 36 000 hombres que perdió Magnencio. Obviamente, las estadísticas antiguas deben ser tomadas con la mayor de las cautelas, y en esta ocasión quizá todavía más, puesto que proceden de un historiador, Zonaras (XIII.8), que vivió casi mil años después del evento, aunque hay cierto fundamento para aceptarlas. Además de un mapa en el que se reflejan los movimientos de los ejércitos enfrentados antes de la batalla, contamos con una ilustración a doble página, obra de Jorge Martínez Corada, en la que vemos los primeros movimientos de la batalla, con la carga de la caballería constanciniana sobre el flanco derecho del ejército de Magnencio, que supuso la retirada del propio usurpador, aunque el resto de sus tropas no se rindió, y harían pagar muy cara la victoria de sus enemigos.
Los equites sagittarii. Los arqueros montados del Ejército romano por David Soria (Universidad de Murcia)
El siglo IV vio germinar las semillas de una transformación revolucionaria en el seno de la tradición militar romana. Fiel a su capacidad adaptativa, esta dio los pasos fundamentales hacia la conversión del arma montada en una espina dorsal adicional de sus fuerzas. Mientras la caballería pesada acorazada ascendía hasta convertirse en la élite indiscutible del Ejército, en el otro extremo de la escala, la caballería ligera adquirió un destacado protagonismo operacional. Entre las filas de esta última, los arqueros a caballo o equites sagittarii estaban llamados a ser una pieza esencial en este proceso.