La historia de Polonia en los siglos XVIII y XIX es la crónica de un drama nacional. Lejos quedaba la gloria de aquel poderoso reino capaz de interferir en la elección de zares, que ahora, se postrada a los pies de sus enemigos por las grietas de su caduco sistema político y la avaricia desmedida de sus propios aristócratas. En 1795 Polonia era borrada del mapa de Europa. Sin embargo, la desaparición de un Estado polaco independiente no significó la rendición de su indómito pueblo, para el que la figura de Napoleón encarnaría todas sus ansias de libertad nacional. Los soldados polacos de Napoleón combatirían a los enemigos de la patria desde las tórridas junglas de Santo Domingo hasta la gélida estepa de Rusia con tal fiereza que su fama quedaría tan grabada en la memoria de sus enemigos. Se dice que el último sonido que se escuchó en Waterloo fue el de una corneta polaca que llamaba a una postrera y desesperada carga del Escuadrón del Elba para proteger la huida de Napoleón, su emperador.
El 1.er Regimiento de chevau-legers (polaco) de la Guardia Imperial por Marcin Piontek
Entre las numerosas unidades militares polacas que sirvieron en los ejércitos napoleónicos, destacó el 1er régiment de chevau-legers polonais de la Garde impériel, que se distinguió en 45 batallas y encuentros desde su creación, en 1807, hasta la mismísima Waterloo, en 1815.
La cuestión polaca por Sebastian Teusz
En 1795 la Mancomunidad de Polonia-Lituania quedaba disuelta y Polonia desaparecía del mapa de Europa, repartida por tercera y última vez entre sus voraces vecinos. Pero ¿Qué llevó a la antaño poderosa Polonia a esta situación?
La carga de Somosierra. Un estudio de arqueología del conflicto por Fco. Javier Pastor Muñoz y María Jesús Adán Poza
«Alrededor de mí caían los hombres y los caballos. La primera compañía, mandada por el valiente Krzyzanowski, empieza a titubear. Gritamos los dos: «¡Adelante, hermanos, hacia los cañones! ¡Viva el Emperador! ¡Adelante! ¡Viva el Emperador!». Alcanzamos los primeros cañones y rechazamos a los artilleros, segando a cuantos encontramos. Los segundos cañones ya estaban abandonados por el enemigo en la desbandada. De repente veo que mi caballo está herido; otra bala le da en la cabeza, se cae y aprisiona mi pierna. Casi al mismo instante Krzyzanowski cae muerto. Aún quedaban unos hombres a mi lado. Gritaron: «¡Han matado a nuestro jefe, volvamos!». A pie, liberado del caballo, cruzo corriendo el puerto bajo el fuego de los fusiles, tropiezo con el Emperador, quien pregunta: «¿Que tiene usted, está herido?» «No, señor, he cumplido vuestras órdenes y hemos cogido dos cañones. Los españoles huyen, pero mi caballo fue muerto y he perdido la mayor parte de mis soldados. Fui obligado a retirarme.»
El Ejército del Ducado de Varsovia 1807-1814 por Andrzej Ziółkowski (Universidad Militar de Tecnología de Varsovia)
A finales de 1806 Napoleón, tras derrotar a Prusia, ponía pie en territorio polaco. desde ese mismo instante, incluso antes de proclamarse la fundación del Ducado de Varsovia, miles de voluntarios acudieron a la llamada de las armas para servir al emperador contra sus enemigos comunes. Durante los años siguientes, el Ducado de Varsovia sería el principal aliado del emperador, el que más tropas aportó al esfuerzo bélico francés y el que más tiempo permaneció combatiendo bajo las águilas napoleónicas.
La Legión del Vístula en el primer sitio de Zaragoza por Luis Sorando Muzás
Pocos son los casos durante las guerras napoleónicas en que un ejército sitiador, tras penetrar en la ciudad asediada, lejos de encontrarse con una victoria fácil que le permita darse al más desenfrenado pillaje, será arrastrado por la obstinación de las fuerzas defensoras a un encarnizado combate barrio por barrio, calle por calle, casa por casa. Este fue el caso del primer sitio de Zaragoza, en el que se distinguieron por su arrojo los soldados polacos de la Legión del Vístula.
Raszyn y la Campaña de 1809 en Polonia por Andrzej Ziółkowski (Universidad Militar de Tecnología de Varsovia)
Tras la victoria francesa en 1805 y la paz de Pressburg, Austria, humillada, buscó recobrar su importancia en la arena internacional y la corte imperial y el alto mando se puso a trabajar en un plan de represalia. El 6 de abril de 1809 Austria declaró la guerra a Francia y dos días después los ejércitos habsbúrgicos atacaron Baviera, mientras que la esperada ofensiva contra el Ducado de Varsovia dio comienzo el 15 de abril. En la mañana de ese día, el VII Cuerpo del archiduque Fernando Carlos José de Habsburgo-Este, compuesto por 31 000 efectivos (25 000 soldados de infantería y 5000 de caballería) cruzó la frontera del río Pilica rumbo a Varsovia. Pero entre el archiduque y la capital se interponía el recién creado ejército de Poniatowski, carente de experiencia, entrenamiento, equipo y hasta de uniformes, pero rebosante de valor y patriotismo.
Roman Soltyk. El horror de la guerra a través de las memorias de un oficial polaco durante la campaña de Rusia por Francisco Gracia Alonso (Universitat de Barcelona)
Roman Soltyk constituye el prototipo de los patriotas polacos que unieron sus anhelos de conseguir la restitución de la independencia de Polonia a la causa napoleónica y que, tras la derrota del emperador y el posterior fracaso de la sublevación contra el Imperio ruso en 1831, acabaron sus días exiliados en Francia. En sus memorias nos dejaría un desgarrador relato de la funesta campaña de Rusia.
Los polacos en el Berézina por Oleg Sokolov (Universidad Estatal de San Petersburgo)
Los soldados polacos de la Grande Armée se cubrieron de gloria en los numerosos combates que jalonaron la campaña de 1812, pero donde dejaron mayores muestras de su valentía fue sin duda la batalla del Berézina, el 28 de noviembre de 1812.
Y además, introduciendo el n.º 9: La batalla de Honnecourt, 26 de mayo de 1642 por Eduardo de Mesa Gallego (Universidad Autónoma de Madrid)
La derrota de Rocroi (1643) se ha convertido en uno de los hechos más magnificados del reinado de Felipe IV sin motivo: no fue la tumba de los Tercios ni el final de la maquinaria militar de los Austrias madrileños, y Flandes siguió bajo su dominio hasta más allá de la extinción de la dinastía. Por contra, la victoria española de Honnecourt, acaecida en 1642, permanece casi en el anonimato y sigue siendo ignorada.