La batalla de Gettysburg, entre el 1 y el 3 de julio de 1863, es sin duda la más famosa de la Guerra de Secesión, tal vez inmerecidamente, pues el teatro de operaciones del Este nunca fue, a priori, el más idóneo para que ninguno de los dos bandos alcanzara la victoria. Los propios confederados consideraron a Gettysburg un simple revés pero sus características y su épica gran carga final la convirtieron en “la batalla” de esta guerra. Con su mejor general y su mejor ejército, tras dos años de guerra y con una población en el Norte que presentaba algunos síntomas de cansancio, contra un Ejército del Potomac que había sido derrotado repetidas veces de forma estrepitosa y que no parecía tener un líder eficaz, Lee desencadenó una invasión del territorio federal. El fin pudo ser reabastecerse o lograr asestar una contundente derrota a su adversario, sea como fuere fracasó. La batalla de Gettysburg fue el “momento álgido” para la Confederación, que nunca volvió a acercarse tanto a la victoria.
“Robert E. Lee y la estrategia confederada” por Scott Hartwig
En la primavera de 1863 la Confederación formada por los estados sureños se enfrentaba a un grave dilema. Presionada en tres puntos por ejércitos federales más poderosos que cualquiera de los que ella pudiera reunir, tenía que hacer una serie de elecciones cruciales: ¿Tomar la ofensiva o permanecer a la defensiva? Y en el segundo caso ¿dónde concentrar sus escasos recursos? Fue Robert E. Lee quien solucionó el dilema proponiendo, como era su costumbre, una acción agresiva que pudiera solucionar todos los problemas de una sola vez: invadir el Norte. En la imagen, Decisión al amanecer, Lee y su Estado Mayor, por Don Troiani. Con un mapa de David Sancho Bello.
“Los combates de McPherson’s Ridge” por David Martin
Cuando los hombres de la División confederada de Henry Heth marcharon hacia la pequeña localidad de Gettysburg aquella mañana, poco podían imaginarse que iban a ser actores de las primeras escenas de una batalla de tres días cuyos ecos perduran hasta hoy. Primero tuvieron que enfrentarse a los piquetes de la caballería federal de Buford, luego a dos brigadas del I Cuerpo unionista, una de ellas la Brigada de Hierro, probablemente la más dura del Ejército del Potomac, y finalmente tuvieron que romper las líneas azules tanto en McPherson’s Ridge como en Seminary Ridge. Para cuando lo consiguieron habían hecho exactamente lo que su comandante en jefe no deseaba, provocar una batalla campal. En la imagen, mapa operacional de los primeros movimientos de la batalla de Gettysburg, por David Sancho Bello.
“Howard contra Ewell” por Ashley Whitehead Luskey (West Virginia University)
Mientras se combatía sobre McPherson’s Ridge, el Cuerpo de Ejército confederado de Richard Ewell descendió sobre Gettysburg desde el norte. Frente a él se desplegaba el XI Cuerpo federal, cuyas tres características fundamentales eran: el importante porcentaje de tropas de origen alemán que contenía, lo que lo hacía objeto de gran cantidad de tópicos despectivos; su reciente derrota y huida durante la batalla de Chancellorsville, provocando en soldados y oficiales un innegable interés por “lavar la mancha”; y la controvertida personalidad de su jefe, el general Oliver Otis Howard, un ferviente republicano abolicionista de 33 años. La batalla entre ambas fuerzas dará lugar a muchas de las recriminaciones y debates en torno a la batalla de Gettysburg. En la imagen, Cemetery Hill, por Don Troiani. Con un mapa de Carlos de la Rocha.
“Gettysburg, el segundo día” por Allen C. Guelzo (Gettysburg College)
Tras la victoria inconclusa del 1 de julio, y ya asentado su ejército sobre el campo de batalla, Lee decidió recuperar el control de los combates e iniciar los movimientos tácticos necesarios para derrotar al Ejército federal, desplegado sobre las alturas que iban desde Culp’s Hill hasta los Round Tops, pasando por Cemetery Hill y Cemetery Ridge. Esta era precisamente la línea sobre la que el general Meade, comandante en jefe de la unión, estaba desplegando sus tropas, con la idea de detener el ataque de sus enemigos y lograr la victoria. Sin embargo no todo estaba saliendo como él quería. El general Daniel Sickles, al mando del III Cuerpo federal, había decidido adelantar sus líneas hasta Emmitsburg Road, justo donde los confederados habían previsto desencadenar su golpe. Así, la sorpresa de aquel día fue doble: por un lado la aparición de tropas federales donde no debía haberlas, y por otro el erróneo despliegue del III Cuerpo. Justo cuando Meade se personó para solucionar este último problema, empezaron a rugir los cañones. En la imagen: The Devil’s Den, por Keith Rocco. Mapa de Carlos de la Rocha.
“La lucha por Culp’s Hill” por Jeffry D. Wert
Las órdenes de Richard Ewell para el 2 de julio eran relativamente simples: maniobrar amenazantemente ante el extremo derecho de las posiciones federales, frente a Cemetery Hill y Culp’s Hill, para evitar que enviaran refuerzos a otros puntos del campo de batalla y, si surgía la oportunidad, atacar al enemigo. El resultado no fue el esperado. Si el ataque de Longstreet tardó en desencadenarse, el del Cuerpo de Ejército de Ewell iba a demorarse más todavía, hasta muy cerca del anochecer. Dará entonces comienzo una de las batallas más angustiosas a las que tuvo que enfrentarse la unión durante aquellos tres días, pues una sola brigada iba a tener que rechazar a toda una división. Solo la altura, la maleza, las rocas y sus posiciones defensivas, atinadamente preparadas, salvarían a los federales de perder el flanco derecho de su ejército. En la imagen, cañón Withworth de retrocarga de 12 libras. Mapas de David Sancho Bello y de Carlos de la Rocha.
“La gran carga de Longstreet” por John Quarstein
La carga de Pickett no fue tal, pues su división aportó algo menos que la mitad de las tropas que participaron en ella. Otros se han referido a ella llamándola la “carga de Trimble, Pettigrew y Pickett”, pero sin duda el nombre ha de recaer sobre el hombre bajo cuya responsabilidad recayó la organización y la ejecución de esta acción tan señalada, el general James Longstreet. “Pienso que no hay fuerza alguna de 15 000 soldados que sea capaz de tomar esa posición”, dijo al general Lee cuando este le señaló su objetivo y le informó de cuantas tropas dispondría. Sin embargo, no cabe duda que aquellos 12 500 hombres desplegándose sobre el llano tras un intenso cañoneo debieron de ser una de las visiones más espectaculares de los tres días de la batalla. La carga fracasó, finalmente, y con ella desaparecieron las posibilidades de victoria. En la imagen, mapa de la carga, por Carlos de la Rocha.
“Después de Gettysburg, retirada y conclusiones” por Peter Cozzens
Tras el fracaso de la gran carga Lee tuvo que enfrentarse a la certeza de la derrota. “Es culpa mía” parece que dijo a sus hombres mientras volvían de las líneas federales, que no habían sido capaces de romper definitivamente, heridos y quebrados de ánimo. Sin embargo, tras el momento de desánimo, el general confederado supo muy bien lo que tenía que hacer: sacar a su ejército de allí. No era momento para lamentos, sino para actos. Por eso, a partir del anochecer del día 4 de julio, las tropas confederadas empezaron a retirarse de vuelta hacia Virginia. Primero las largas columnas de carros con los suministros y los heridos; luego, cubriéndolo todo, la caballería; y finalmente los cuerpos de infantería. El riesgo principal fue, en todo momento, el Ejército del Potomac pero, incomprensiblemente para muchos historiadores, este tardó mucho en ponerse en movimiento. En la imagen, John Burns, el anciano que se unió al combate para defender su ciudad. Con un mapa de David Sancho Bello.
Y además, introduciendo el n.º 21: “El Ejército ruso ante la campaña de 1812” por Oleg Sokolov (Sankt-Peterburgski Gosudarstvenny Universitet)
Tras su derrota en Austerlitz y sus poco exitosas campañas posteriores, el Ejército ruso tuvo que aprovechar los años de paz que siguieron a la firma del tratado de Tilsit para reorganizarse y convertirse en una fuerza de combate más eficaz. Para comprender el ejército ruso del antiguo régimen, es necesario comenzar haciendo una breve referencia a su particular modo de reclutamiento: los soldados eran seleccionados de entre los siervos, clase a la que dejaban de pertenecer para convertirse en parte de la milicia. A cambio de este pequeño “ascenso”, el soldado serviría durante 25 años, lo que muchas veces equivalía a la totalidad de su vida, circunstancia que casi era deseable, pues si volvía a casa después de tanto tiempo, era como si hubiera resucitado. En la imagen, panoplia con los diferentes tipos de uniforme del soldado ruso.