En julio de 1745, el príncipe Carlos Eduardo Estuardo desembarcó en las islas británicas resuelto a devolver los tronos de Inglaterra y Escocia a su estirpe, derrocada en 1688. Era en Escocia, y en concreto en las agrestes Highlands, donde los partidarios de los Estuardo eran más fieles y numerosos. Estallaba la Rebelión jacobita. El príncipe logró reunir con rapidez un pequeño ejército y se apoderó de Edimburgo tras vencer a las fuerzas británicas. En Londres, donde reinaba Jorge II, de la casa de Hannover, la revuelta escocesa fue toda una sorpresa. El Gobierno se vio obligado a reclamar del continente a sus mejores regimientos –involucrados en la Guerra de Sucesión austriaca– y a su mejor general, el duque de Cumberland, hijo del monarca. Los dos príncipes dirimieron el destino de sus linajes en la decisiva batalla de Culloden, donde la disciplina de fuego de los casacas rojas se vio las caras con la agresividad arrolladora de los highlanders.
De los Estuardo a los Hannover por Bruce P. Lenman (University of St. Andrews)
Las convulsiones que afectaron a las islas británicas desde finales del siglo XVII hasta mediados del XVIII fueron fruto de una mezcla de factores dinásticos, religiosos y políticos. En 1685, tras morir sin descendencia legítima Carlos II, su hermano Jacobo, católico, se convirtió en el rey de Inglaterra y Escocia. Sus políticas, que amenazaban la supremacía protestante en las islas, llevaron a su derrocamiento en 1688. La casa de Estuardo perduró algunos años en las personas de sus hijas, María II y Ana II. La muerta de este sin descendencia, en 1714, encumbró a una nueva dinastía, la casa de Hannover, oriunda de Alemania.
La campaña jacobita (1745-1746) por Stuart Reid
La Rebelión jacobita impulsada por Carlos Eduardo Estuardo, aun destinada al fracaso, no estuvo exenta de triunfos. Al frente de un ejército de aguerridos escoceses, el pretendiente jacobita venció al ejército británico en Prestonpans, cerca de Edimburgo, y, en noviembre de 1745, se puso en camino hacia Londres. Tras una serie de hábiles maniobras, los jacobitas llegaron hasta Derby, en el corazón de Inglaterra. La realidad política –el apoyo a los Estuardo fuera de Escocia era débil– y numérica –Londres había aprestado dos ejércitos numerosos para plantarles cara– obligó al príncipe y a sus partidarios a volver al norte, donde vencieron de nuevo en Falkirk antes de librar la batalla definitiva en Culloden Moor.
El ejército escocés del príncipe Carlos por Murray Pittock (University of Glasgow)
El discurso de los vencedores, y luego el romanticismo, han arraigado en el imaginario colectivo la figura del highlander como un guerrero tribal y anticuado, tanto en el plano táctico como en lo referente al armamento. En realidad, los clanes escoceses que se unieron a la Rebelión jacobita funcionaban como un ejército moderno, con una estructura organizativa y de mando bien definida; poseían unas tácticas versátiles que les reportaron grandes éxitos, usaban las armas de fuego con asiduidad y alineaban tropas procedentes también de las Lowlands e incluso del norte de Inglaterra y de regimientos regulares del Ejército francés.
Las grandes potencias europeas y el apoyo a la rebelión jacobita por Daniel Szechi (University of Manchester)
La Rebelión jacobita no estuvo sola contra el Gobierno británico. Este se encontraba a la sazón en guerra contra Francia y España en un conflicto de proporciones europeas y globales. Franceses y españoles auxiliaron a los rebeldes escoceses con armas, municiones, caudales, apoyo diplomático y, en el caso de Francia, con tropas sobre el terreno. El Gobierno de Luis XV, además, llegó a planear la invasión de Inglaterra con una potente armada, plan que se frustró por una serie de causas. A pesar de ello, la ayuda de dos grandes potencias resultó, para los jacobitas, de suma importancia.
Culloden Moor, la derrota de los clanes por Stuart Reid
El 16 de abril de 1746, cerca de Inverness, en el norte de Escocia, las fuerzas británicas y jacobitas libraron la batalla decisiva. Al contrario que en las ocasiones previas, los casacas rojas estaban al mando de un líder habilidoso, el duque de Cumberland, y los británicos pudieron hacer un buen uso de su artillería. Los jacobitas, sin embargo, no se arredraron y estuvieron cerca de cambiar el curso de la batalla con una feroz carga en la que, según un testimonio, embistieron contra la línea enemiga “como jaurías de lobos hambrientos”.
El Ejército del duque de Cumberland por Jonathan D. Oates
El comandante de las fuerzas británicas que hubo de combatir la Rebelión jacobita no tenía una tarea sencilla. Administrar la logística del ejército durante una campaña invernal y en un país con escasos recursos resultó tan complicado como hacer de las milicias que luchaban junto al ejército regular unas tropas efectivas. Cumberland, por otra parte, contaba con la adhesión absoluta de sus soldados, desde la tropa, que lo apodaba “el dulce Guillermo”, hasta los oficiales. Unos y otros veían en los jacobitas a un enemigo cruel y feroz al que era preciso aplastar para que no volviera a suponer amenaza alguna.
Culloden: una revisión arqueológica por Tony Pollard (University of Glasgow)
Descuidado durante largos años, el campo de batalla de Culloden ha sido objeto de estudios arqueológicos, en los últimos quince años, que han aportado claves insospechadas sobre el desarrollo de la lucha. La presencia de balas de mosquete en el punto donde el combate fue más intenso, junto con el hallazgo de una bayoneta francesa, sugiere que los jacobitas no dejaron sus mosquetes cuando cargaron contra los casacas rojas, como solían hacer. Asimismo, las labores arqueológicas han permitido calibrar la importancia de un elemento del terreno ignorado hasta hace poco: un camino que atraviesa el campo de batalla hasta el punto exacto en el que los highlanders embistieron a sus adversarios.
La represión en las Highlands por Jonathan D. Oates (Archive of Ealing Borough)
Tras la victoria británica en Culloden y el ocaso de la Rebelión jacobita, la persecución de los escoceses rebeldes fue meticulosa y se encaminó hacia un objetivo básico: impedir el estallido de ulteriores levantamientos. Amén de decretar la búsqueda de los líderes jacobitas que escaparon tras la batalla, Cumberland hizo requisar los bienes de los rebeldes más obstinados y llevó sus tropas al corazón de las Highlands para demostrar, a quienes todavía resistían, que las colinas no eran un refugio inexpugnable. Al mismo tiempo, conviene matizar: el duque ofreció amnistías y no toleró que sus tropas obrasen abusos injustificados en su nombre.
Y además, introduciendo el n.º 30: El condestable de Borbón: en busca del honor supremo por Bertrand Haan (Université Paris-Sorbonne)
A principios del siglo XVI, cuando el modelo de virtud caballeresca entraba en decadencia, Carlos III de Borbón se erigió como el paradigma de caballero cristiano: de alto linaje, brillante general, con virtudes heroicas en todas las circunstancias, excedió todas las expectativas y murió en combate. Al servicio de los reyes de Francia primero, y de Carlos V después –para quien luchó contra su antiguo monarca en la batalla de Pavía–, la fuerza que lo movió fue, en todo momento, una defensa sin concesiones de los intereses de su casa nobiliaria, de su honor y de sus ideales políticos y religiosos.