El conflicto que enfrentó a los moriscos con los cristianos viejos en el Reino de Granada entre 1568 y 1571, la Guerra de las Alpujarras, es uno de los más desconocidos del reinado de Felipe II. Tras su desenlace se escribieron tres crónicas –debidas a las plumas de Diego Hurtado de Mendoza, Luis del Mármol Carvajal y Ginés Pérez de Hita– que lo desgranaron en profundidad, apenas sin pasión ni partidismo siendo testigos de vista de lo acaecido. A pesar de contar con dichos preciosos textos en poco tiempo el enfrentamiento terminó por caer en el más absoluto de los olvidos. Tras el siglo XIX, no fue hasta la publicación del estudio Los moriscos del Reino de Granada de Caro Baroja en 1957 y del de Domínguez Ortiz y Vincent Historia de los moriscos. Vida y tragedia de una minoría en 1978, cuando volvió a quedar de manifiesto la relevancia de la Guerra de las Alpujarras durante la Edad Moderna. Sorprende que, a pesar de su importancia y la ingente cantidad de documentación inédita sobre la guerra, el conflicto en sí haya recibido muy poca atención por parte de la historiografía actual.
La comunidad morisca de Granada y la situación interna de la Monarquía, por José Javier Ruiz Ibáñez (Universidad de Murcia)
El terrible conflicto que se inició con el alzamiento morisco, en la víspera de la Navidad de 1568, fue el resultado de una serie de factores que había hecho crecer la tensión desde hacía al menos un década. El gobierno regio, los cristianos viejos de Granada y los moriscos, tanto los que se levantaron como los que no, se habían enfrentado al deterioro progresivo de las formas de coexistencia consolidadas desde hacía varios decenios y de los medios de inserción de esta mayoría en el Reino de Granada, pero minoritaria en el conjunto de España.
El ejército morisco (1568-1571) por Valeriano Sánchez Ramos (Instituto de Estudios Almerienses)
La Guerra de las Alpujarras no había cumplido un mes y ya entonces, “faltos de experiencia, de armas, de caballos, de navíos y de muros donde asegurarnos”, Hernando de Córdoba el Zaguer proponía a los alguaciles alpujarreños, en enero de 1569, cesar las hostilidades ante una derrota segura. La reflexión de Aben Xaguar –como también se conocía a El Zaguer– sobre la capacidad militar morisca supuso un mazazo para la sedición, pues provenía del tío del cabecilla morisco, Aben Umeya, y un destacado artífice de la rebelión.
Las operaciones militares por Javier Castillo Fernández (Archivo General de la Región de Murcia)
En la noche del día de navidad de 1568 un grupo de moriscos armados y disfrazados como turcos, procedentes de la Alpujarra y de lugares cercanos a Granada, irrumpieron en el barrio del Albaicín al mando del cabecilla Aben Farax para instar a sus compatriotas a sublevarse contra los cristianos. Era la avanzadilla de un amplio complot, en el que participaba parte de la comunidad morisca de la ciudad y del Reino de Granada, cuyo fracaso en la capital contrastó con la virulenta sublevación de los alpujarreños que, incitados por cuadrillas de monfíes proscritos, arrasó la región a sangre y fuego durante semanas. Mapas de Carlos de la Rocha.
El asedio de Galera por Alberto Raúl Esteban Ribas
Hacia 1633, Pedro Calderón de la Barca escribió una obra de teatro, El Tuzaní de la Alpujarra, más comúnmente conocida como Amar después de la muerte, en la que recordó el asedio de Galera y la historia de amor y venganza de dos jóvenes moriscos, el joven Álvaro Tuzani –El Tuzaní– y su amada Clara Malec –La Maleca–. El sitio de la población morisca fue con toda seguridad, dejando aparte el romanticismo del inmortal dramaturgo español, la operación más costosa –tanto en medios cómo en hombres– y complicada a las que se tuvieron que enfrentar las tropas de don Juan de Austria.
A fuego y a sangre por Eduardo de Mesa Gallego (Fundación Carlos de Amberes)
La Guerra de las Alpujarras fue un conflicto en el que se enfrentó la aspiración desesperada por reinstaurar la situación política, económica, religiosa y social desaparecida por la caída del Sultanato nazarí en 1492, con una determinación inquebrantable por mantener el control del Reino de Granada para asimilarlo totalmente al resto de la Monarquía Hispánica. A esta peligrosa situación se sumó la pasión desatada por unos excesos religiosos que impregnaron de barbarie una lucha ya de por sí exacerbada.
La ayuda exterior a los moriscos. El Magreb y el Imperio otomano por Miguel Ángel de Bunes Ibarra (CSIC)
La existencia de los moriscos, desde principios del siglo XVI hasta su expulsión definitiva en 1609-1614, estuvo condicionada por elementos económicos, sociales, religiosos y políticos tanto endógenos como exógenos a la península ibérica, aunque su análisis siempre se ha realizado desde una perspectiva doméstica. Por ello, sorprende que la situación política internacional en el Mediterráneo y en Europa durante esas décadas no se haya tenido apenas en cuenta para explicar la vida y tragedia de dicha minoría, y que la ayuda proporcionada por los turcos y norteafricanos no haya sido analizada en profundidad.
Granada y su reino tras la Guerra de las Alpujarras por Manuel Barrios Aguilera (Universidad de Granada)
No hay verdadera conquista sin repoblación, sin ocupación efectiva del territorio ganado con las armas. Este es un aserto perfectamente comprobado en el largo tiempo de la “Reconquista” hispana, es decir, de la conquista cristiana de la Península a partir del siglo VIII y hasta el XV. El caso del Reino de Granada se atiene a ese axioma como ejemplo irrebatible. La guerra y la repoblación paralela (1482-1492, la llamada Guerra de los Diez Años) desarrolladas por los Reyes Católicos se tradujeron en una ocupación muy escasa del territorio, apenas un 25% mediante los preceptivos repartimientos. No sería hasta la finalización de la Guerra las Alpujarras en 1571 cuando el panorama cambió por completo.
Y además, introduciendo el n.º 26: Resistencia o colaboración. La respuesta popular rusa a la invasión napoleónica por Alexander Mikaberidze (Louisiana State University Shreveport)
La campaña de Rusia, a pesar de durar apenas cinco meses y medio, sacudió a toda la sociedad rusa y la obligó a revaluar la misión histórica del país y de sus habitantes y a reflexionar sobre el futuro que tenía por delante. Mucho se ha escrito sobre la campaña militar propiamente dicha, pero cómo respondió el pueblo ante la guerra es una cuestión que se ha estudiado mucho menos. De hecho, la población reaccionó de diversas maneras, incluso algunos se unieron a las banderas francesas con la esperanza de un futuro mejor.