El 10 de agosto de 1557, el ejército de Felipe II, liderado por el joven duque de Saboya, se impuso en batalla cerca de la ciudad picarda de San Quintín sobre las fuerzas francesas dirigidas por el condestable Anne de Montmorency. Fue la primera gran victoria del reinado del Austria, y una de las más importantes, pues allanó el camino para una paz, la de Cateau-Cambrésis (1559), que puso fin a una pugna entre las coronas española y francesa, por la hegemonía en Europa que duraba desde 1494. Tras el fallecimiento de Francisco I, su hijo Enrique II había urdido una red de alianzas con príncipes alemanes e italianos que puso contra las cuerdas a un avejentado Carlos V. La entrada en escena de Felipe II cambió las tornas de una guerra hasta entonces favorable a los intereses de Francia. En 1557, el joven Austria volcó todos los esfuerzos de su extenso imperio en la creación de un ejército que concentró en el sur de los Países Bajos para llevar la guerra hasta la misma Francia y frustrar de una vez por todas las aspiraciones de su rival. La destrucción del ejército francés en la batalla de San Quintín, seguida de la toma al asalto de la ciudad, la derrota y la evacuación de las tropas galas en Italia y una ulterior victoria de las armas hispánicas en Gravelinas al año siguiente determinaron los términos de una paz que dejó a la monarquía de España como potencia hegemónica en Europa durante un siglo.
La batalla de los Hércules. Una guerra por la hegemonía europea (1551-1559) por Bertrand Haan (Sorbonne Université Abu Dhabi)
Cuando Enrique II accede al trono de Francia en 1547, se le representa comúnmente como un Hércules galo, maestro de la elocuencia y soberano modélico. Así, muestra su pretensión de rivalizar con los Habsburgo, quienes también consideran al semidiós una figura tutelar. Esta es solo una de las manifestaciones de la lucha entre estas dos grandes casas desde el inicio de las Guerras de Italia a finales del siglo XV. En su confrontación estaba en juego lo más valioso para los príncipes: su reputación celosamente guardada, su rango en la jerarquía de los soberanos y también la hegemonía que reivindicaban. Por iniciativa de los dirigentes franceses, el enfrentamiento directo se reanudó a principios del año 1552, después de una ruptura de las relaciones oficiales en septiembre de 1551 y enfrentamientos indirectos en Italia. La monarquía de Carlos V y el emperador mismo parecían debilitados, mientras que Enrique II quería superarlos. Según las palabras de uno de sus embajadores, se había desencadenado una “guerra universal” que afectaba a toda Europa occidental.
Alistar un ejército. La preparación de la campaña de 1557 por Davide Maffi (Università di Pavia)
En la noche de reyes de 1557, fuerzas francesas penetraron en los Países Bajos, donde saquearon la villa de Clery e intentaron tomar la plaza de Douai. El asalto francés rompía la tregua sellada entre las dos potencias justo un año antes, el 5 de febrero de 1556, en la abadía de Vaucelles. Se puede afirmar con seguridad que la ofensiva, precedida del fuerte rearme francés, no cogió totalmente por sorpresa las fuerzas españolas en Flandes y en Italia, que en las semanas siguientes empezaron a movilizar todos sus recursos alistando tropas y preparándose para la campaña de verano. Las operaciones de leva permitieron a los ministros del rey preparar en pocos meses un ejército de campaña que en el mes de junio comprendía más de 42 000 hombres, una masa de maniobra imponente, con decenas de miles de soldados concentrados en pocos kilómetros cuadrados que debían ser pagados y abastecidos adecuadamente, lo que daba lugar a una serie de enormes problemas logísticos.
La batalla de San Quintín. La gran victoria de los reiters por Àlex Claramunt Soto
La de San Quintín fue la primera victoria del reinado de Felipe II, y una de las mayores y más decisivas. “El desorden no ha sido pequeño, puesto que cuatro o cinco mil caballos han derrotado a más de seis mil y a quince mil infantes”, escribió unos días después de la batalla un funcionario francés apellidado Delbène al cardenal François de Tournon, arzobispo de Lyon y dignatario de Enrique II de Francia en Italia. La caballería hispánica –española, alemana y valona– barrió en los campos de Essigny, al sur de San Quintín, al ejército del condestable de Francia, el veterano Anne de Montmorency, que había tratado de auxiliar la ciudad, sitiada por el ejército de Felipe II desde el 2 de agosto de 1557. La victoria española se debió, al igual que la de Mühlberg diez años antes, a la combinación de reiters, o herreruelos, provistos de armas de fuego, y de hombres de armas y caballos ligeros equipados con lanzas.
El apoyo de Inglaterra a Felipe II por Steven Gunn (University of Oxford)
La participación inglesa en la guerra de 1557-1559 era lógica en términos políticos. Felipe II de España era rey de Inglaterra, y sus súbditos luchaban bajo su mando. Era una tradición histórica. Los franceses eran los “antiguos enemigos” de los ingleses desde la Guerra de los Cien Años (1337-1453), y ambos reinos habían librado cuatro contiendas en los últimos cincuenta años. Y, sin embargo, se trataba en apariencia de algo contrario al tratado en virtud del cual Felipe II se había casado con María de Inglaterra. La primera estancia del Austria en el reino sirvió para establecer su papel en el gobierno y alentar la restauración de la obediencia inglesa al papado y a la práctica religiosa católica. Regresaría en marzo de 1557 decidido a conseguir la colaboración del reino en la guerra contra Francia.
El asedio y la toma de San Quintín por Carlos Valenzuela Cordero
El 3 de agosto de 1557, tras haber simulado que se acometería la empresa de tomar Guisa o Rocroi como diversión para que el francés sacase a campaña las tropas que estaban en guarniciones, el ejército real encabezado por Manuel Filiberto, duque de Saboya, ponía asedio a San Quintín. El sitio de dicha plaza centró los esfuerzos tanto del ejército atacante de Felipe II como del defensor de Enrique II. La pretensión de socorrer la plaza dio lugar a la célebre batalla homónima, pero la derrota del ejército francés no implicó que los defensores desfallecieran. Al contrario, el almirante Coligny impuso una férrea disciplina a los soldados, milicianos y burgueses, y la plaza tuvo que ser tomada en un encarnizado asalto.
La batalla de Gravelinas por Alberto Raúl Esteban Ribas
La rotunda victoria de San Quintín no trajo consigo el triunfo sobre Francia. El rey Enrique II estaba decidido a recuperar la iniciativa y alzarse con la victoria. De nuevo en Flandes se decidiría la pugna entre los Habsburgo y los Valois. Tras la batalla y la conquista de la ciudad de San Quintín, parecía que la conclusión de la guerra iba a ser rápida. Sin embargo, el rey Felipe II optó por la prudencia. En el bando francés, Enrique II movilizó todos sus recursos para disponer de un ejército: en cuestión de pocas semanas se concentró una fuerza de veinte mil infantes y diez mil jinetes bajo las órdenes de Francisco I de Lorena, duque de Guisa, recientemente ascendido a lieutenant général du Royaume por sus servicios en las campañas italianas. Enrique necesitaba un triunfo que devolviese la moral a su ejército y el prestigio a su pueblo; con la discrepancia de los miembros de su consejo, el 2 de noviembre de 1557 el monarca decidió que se debía conquistar Calais, posesión inglesa desde 1347.
¿Una paz para la eternidad? por José Javier Ruiz Ibáñez (Universidad de Murcia)
Cuando en 1559 los reyes de Francia y España firmaron la Paz en Cateau-Cambrésis nada podía garantizar que dicho tratado no fuera uno más en la sucesión de treguas, suspensiones de armas o paces que se venían acumulando entre ambas monarquías desde la década de 1490. Es bien cierto que la retórica irenista que presidió el final del conflicto insistía en la necesidad del carácter definitivo del nuevo tratado, y es igualmente cierto que, con mayor o menor dificultad, el mundo tal y como se definió entonces iba a subsistir por casi un siglo. Con la excepción de la fascinante guerra de 1595-1598, los dos grandes poderes católicos de Occidente no se enfrentarían directamente, aunque sí lo hicieran en escenarios secundarios, hasta 1635. Hubo que esperar a la Paz de los Pirineos (1659), justo un siglo después, para que lo que se puede llamar sin problema el sistema de Cateau-Cambrésis pudiera ser dado por acabado.