Los atentados del 11 de Septiembre marcaron sin duda el inicio de una nueva etapa histórica y un cambio de paradigma internacional por el que la bipolaridad de la Guerra Fría fue relevada por una hegemonía internacional estadounidense contestada por potencias regionales y, lo que es más característico, el denominado “terrorismo internacional”. Mientras que de Irak analizábamos los problemas de la ocupación –reconstrucción nacional, insurgencia y contrainsurgencia…–, en el caso de la invasión de Afganistán nos centramos en la fase inicial, una campaña que se basó en una conjunción quirúrgica de fuerzas especiales, poder aéreo y contingentes aliados locales. En ambos casos pareció lograrse el mismo resultado: una victoria militar incuestionable que hacía pensar en un fin inminente del conflicto. Desperta Ferro Contemporánea retoma con este número la aproximación iniciada con el n.º 10 “Insurgencia en Irak” a los conflictos derivados de la Guerra Global contra el Terrorismo en uno que definiría el mundo presente.
“La diplomacia estadounidense tras el 11 de Septiembre” por Thomas H. Johnson (Naval Postgraduate School)
Los ataques terroristas que terminaron con la vida de 2996 personas el 11 de Septiembre van a suponer un giro en la política exterior estadounidense, que desde este momento dedicará toda su capacidad diplomática a justificar la guerra contra el terror y buscar aliados para luchar contra los responsables de los atentados y aquellos que les amparaban. Para ello van a actuar a todos los niveles. En las grandes organizaciones internacionales, no tardarán en conseguir el respaldo de la ONU, que condenará los hechos, y de la OTAN, invocándose el Art.º 5, que se refiere a la posibilidad de un ataque directo contra uno de los miembros de la alianza. Pero las acciones no se limitarán a este marco internacional, sino que los estadounidenses van a llegar a acuerdos bilaterales con algunos de los países de la zona, fundamentalmente con Tayikistán, Uzbekistán o Kirguistán, en mayor o menor medida con el apoyo de Rusia; y también con Pakistán, un país que ya llevaba muchos años involucrándose en la situación afgana. El resultado será una “gran coalición” de países, en la que aunque no todos aportarán medios militares de modo efectivo, si apoyarán diplomáticamente las acciones estadounidenses.
“La guerra civil” por David Loyn
La salida del Ejército Soviético de Afganistán no supuso el fin de la lucha, sino una transformación de la misma. El primer objetivo era derrocar el régimen comunista de Najibulá, que gozaba de cierto apoyo en el ámbito urbano gracias a las reformas que había implementado, pero los diferentes líderes de los muyahidín también empezaron a maniobrar, política y militarmente, para hacerse con la supremacía en el país. Estas maniobras estallaron en guerra abierta cuando por fin cayó el régimen y se instauró un gobierno islámico. Rabbani y Masud, dos de los principales líderes del mismo, eran tayikos, lo que significó que hubo que sumar un componente étnico a los motivos del conflicto, ya que los pastunes, el grupo dominante en Afganistán, vieron peligrar su posición. Por supuesto, este conflicto no se circunscribió al interior del país, sino que diversos agentes externos, como los Estados Unidos o Pakistán, ayudaron a recrudecerlo. Fue en este contexto en el que surgieron los talibán, como respuesta del pueblo afgano al “gansgsterismo” de las facciones, y como consecuencia del deseo pakistaní de estabilizar y controlar un país al que consideraba, prácticamente, su patio trasero. Al principio supusieron un soplo de aire fresco cuyas ideas no eran más radicales que las promovidas por otros señores de la guerra –había sido Masud el primero en imponer el burka, por ejemplo–, sin embargo, según se fueron haciendo con el control del país, las cosas fueron cambiando.
“La campaña de la coalición 2001-2002” por Donald Wright, U.S. Army Combined Arms
Los atentados del 11 de Septiembre condujeron a Estados Unidos a poner en marcha su maquinaria bélica y de inteligencia para encontrar el modo de desplegar sus fuerzas en Afganistán, pese a que entre los años 1991-2001 había habido una reducción de efectivos militares y se carecía, además, de planes para actuar en la zona. La consideración de los ataques como actos de guerra puso en el punto de mira no solo a los terroristas de Al Qaeda, sino también al gobierno talibán que les daba refugio y se negaba a entregarlos. Afganistán sería en 2001 el primer país en sufrir los efectos de la Guerra Global contra el Terrorismo, a la que la OTAN y otros países se sumaron en una amplia coalición. Una vez comenzadas las hostilidades, la colaboración con grupos que ya luchaban sobre el terreno, como la Alianza del Norte, los bombardeos aéreos y el empleo de fuerzas especiales en operaciones “quirúrgicas” se mostrarían como métodos eficientes para obtener éxitos militares evitando sembrar el descontento con tropas extranjeras invasoras. Tras conseguir la victoria en tan solo 3 meses, los esfuerzos de los aliados se centrarían en idear un nuevo modelo político para Afganistán, con un gobierno pro-occidental al mando de Karzai que hiciera partícipe a la etnia mayoritaria, los pastunes, del reparto del poder. Pese a los intentos de pacificación, la erradicación de las bases terroristas se mostró como una labor a largo plazo, al surgir nuevos enclaves de Al Qaeda y los talibán en la frontera con Pakistán.
“Al Qaeda en Afganistán” por Pedro Baños
Podemos rastrear los orígenes de Al Qaeda desde la ocupación soviética de Afganistán. Bin Laden y su “Oficina de Servicios” que posteriormente dará paso a Al Qaeda, van a surgir en primer lugar en Pakistán, desde donde canalizará sus propios recursos y otros procedentes de países del golfo pérsico hacia la lucha armada, creando campamentos y residencias para luchadores extranjeros. Como otros rebeldes, recibió armas y dinero de Washington y Pakistán, procediendo a acondicionar e instalarse en las montañas de Tora Bora, auténtico “paraíso yihadista”. Tras la retirada soviética, los líderes del movimiento planearon como extender su lucha a otras zonas, creándose Al Qaeda el 20 de Agosto de 1988, con Bin Laden al frente y con el objetivo de alcanzar la victoria del islam. Tras un periplo por Sudán en el que se enfrentará con Arabia Saudí por las relaciones de este país con Estados Unidos, vuelve a Afganistán en 1996, en pleno conflicto muyahidín-talibán. En solo 2 años, Al Qaeda se consolida en zonas del este y sur del país. Será desde aquí desde donde emita su fatwa llamando a atacar a Estados Unidos y sus aliados, y desde donde se planifiquen los atentados contra las embajadas de Tanzania y Kenia en 1998, contra el USS Cole en Yemen en el 2000, y finalmente los atentados del 11 de Septiembre de 2001.
“Tora Bora. La oportunidad perdida” por Leigh Neville
Con el objetivo de encontrar y atrapar a Bin Laden en su refugio en las montañas del Este de Afganistán, el gobierno estadounidense planificó una ambiciosa operación en un terreno hostil que los soviéticos nunca habían conseguido conquistar. El líder de Al Qaeda seguía siendo el objetivo prioritario para Estados Unidos tras el derrumbe del gobierno talibán. Tras obtener información sobre su paradero, efectivos de la CIA y los grupos de operaciones especiales e dirigieron hacia la zona de Tora Bora con el objetivo de “acercarse, encontrar, atrapar y matar a Bin Laden”, para lo que contarían con la ayuda de las tropas afganas de algunos señores de la guerra de la Alianza del Norte, que lucharían sobre el terreno apoyadas por la aviación y fuerzas especiales. En Tora Bora se vieron las limitaciones a la hora de colaborar con los contingentes nativos y los problemas en la cadena de mando que finalmente harían imposible la captura del líder de Al Qaeda. Las investigaciones internas posteriores confirmaron que, efectivamente, Bin Laden había estado en el lugar y habían perdido la oportunidad de capturarle por la negligencia de algunos oficiales que ocupaban puestos clave en la cadena de mando, permitiéndole escabullirse por uno de los pasos fronterizos con Pakistán.
“Los talibán. Orígenes, ideología y políticas” por Thomas H. Johnson, Naval Postgraduate Schol
Ante la incapacidad de los antiguos líderes muyahidines –convertidos ahora en señores de la guerra– de estabilizar el país al terminar la ocupación soviética, buena parte de la población afgana volvió su mirada hacia los talibán y sus dirigentes religiosos. Muchos de estos se habían fogueado durante la guerra con los soviéticos, y sus líderes eran en su mayoría clérigos, como el mulá Omar, respetados por una población educada en madrasas. Accedieron al mando gracias a la ausencia de una estructura de poder, debida en parte a la eliminación de los ancianos líderes de las aldeas por parte de los rusos. En origen eran mayoritariamente pastunes, y sus bases provenían de los campamentos de refugiados en Pakistán. Tras la conquista de Kabul, pasan de tratar de pacificar el país a perseguir la creación de un “estado islámico puro”, y aplicaron una política internacional poco profesional, una rígida interpretación de la sharia, y mostraron una actitud amenazante hacia los países vecinos que llevó a su aislamiento internacional. En 2001 habían alcanzado cierto éxito en sus medidas religiosas, pero fracasaron en crear trabajo, infraestructuras e instituciones adecuadas para el país, apareciendo además tensiones derivadas de medidas como la represión de la libertad de las mujeres y las prácticas tradicionales de los pastunes, que les privaron del apoyo de buena parte de la población.
“Operación Anaconda” por Lester W. Grau
Ante el fulgurante avance de las tropas de la coalición liderada por Estados Unidos, el gobierno talibán se apresuró a abandonar Kandahar en dirección a las zonas rurales. Un importante contingente de Al Qaeda quedó abandonado y emprendió la retirada hacia el valle de Shar-i Kot, donde la organización disponía de una base de operaciones formada por una red de túneles, y su mayor depósito de municiones en la zona. El 8 de diciembre todas las grandes ciudades afganas se encuentran bajo control de la coalición, y siguen llegando al aeropuerto de Kandahar fuerzas aerotransportadas, de infantería y montaña procedentes de Estados Unidos y Canadá, con el objetivo de recuperar el control total de la región. En la operación Anaconda dirigida a expulsar a al Qaeda de su base en el Shar-i Kot se mostraron las limitaciones de la inteligencia americana: los aliados afganos carecían de información fiable sobre la zona y los satélites y otros medios técnicos resultaron ser insuficientes. La mala calidad de la inteligencia, la elevada altitud, y la capacidad de combate de los defensores dieron lugar a una dura batalla por el control de uno de los últimos bastiones talibán en Afganistán.
“Doctrina para una guerra irregular” por James A. Rusell
La Guerra de Afganistán sirvió como laboratorio de pruebas en el que un ejército inicialmente formado por fuerzas convencionales tuvo que evolucionar hasta ser capaz de llevar a cabo una guerra irregular donde las tareas de seguridad y contrainsurgencia cobraron cada vez mayor importancia. En vez del tradicional fuego y maniobra, las tropas empezaron a implementar el concepto de “operaciones basadas en efectos”, atacando de modo selectivo los centros de gravedad del enemigo e intentándose, mediante el empleo de contingentes muy limitados, reducir todo lo posible la presencia y las bajas propias en el escenario de guerra. La campaña militar evolucionó finalmente en un auténtico proyecto dirigido a dotar al país de un nuevo gobierno y una fuerza de seguridad capaz de mantener la estabilidad interna, superando los objetivos meramente militares, y también fue el marco en el que el poder civil estableció un dominio sobre la fuerza militar como no se había visto antes. Sin embargo, finalmente, la idea de emplear tropas locales apoyadas por contingentes propios de fuerzas especiales fracasó, una lección que aún queda por ver si ha sido asimilada o no.
Y además, introduciendo el n.º 15: “Greif: los comandos de Skorzeny en las Ardenas” por Michael Schadewitz
Con el objetivo de contestar la ofensiva aliada que amenazaba las fronteras alemanas, el 16 de Diciembre de 1944 la Wehrmacht lanza su última gran ofensiva en las Ardenas. En el contexto de este ataque a gran escala, Otto Skorzeny, a petición del propio Hitler, planificó una ambiciosa operación que llevarían a cabo una serie de comandos. El plan original era que, disfrazados de soldados americanos, varios de estos comandos alemanes seleccionados por su combatividad y dominio del inglés se internaran tras las líneas enemigas con el objetivo de sembrar el desconcierto y controlar algunas cabezas de puente sobre el río Mosa. Conseguir los vehículos, uniformes y hombres necesarios se mostró como una complicada tarea logística para la Wehrmacht, y fue en esta fase de planificación donde se cometieron los primeros errores que llevarían al posterior fracaso de la misión y el fusilamiento de parte de los comandos. Aunque se consiguieron algunos éxitos tras las líneas enemigas a la hora de sembrar rumores y dificultar las comunicaciones, la toma de una cabeza de puente sobre el Mosa se reveló como una tarea irrealizable debido a que el personal carecía de preparación suficiente. La comisión de errores básicos debidos al desconocimiento de las costumbres y el funcionamiento del Ejército norteamericano, fueron otros tantos factores que coadyuvaron al fracaso de la operación.