La presencia española en Marruecos en el siglo XX obligó a un esfuerzo bélico entre 1909 y 1927 notable para las posibilidades materiales del país. El periodo conoció varios desastres militares presentes en la memoria colectiva, aunque finalmente el desembarco de Alhucemas de septiembre de 1925 permitió la pacificación del Protectorado y cerrar con éxito el denominado “problema de Marruecos”, al menos desde el punto de vista militar. Primo de Rivera alcanzó con Francia un acuerdo para desarrollar una acción militar conjunta que arrancó con el desembarco, prosiguió con la rendición de Abd el-Krim a los franceses y terminó con la eliminación en 1927 de los últimos focos rebeldes rifeños. Alhucemas supuso el cénit del Directorio Militar en un conflicto en el que aparecían caracteres modernos de liberación nacional. Asistimos al comienzo de una estabilidad política interna que no habría de durar mucho.
Preludio de Alhucemas por Julio Albi
Es gran paradoja que Miguel Primo de Rivera, la persona llamada a resolver el problema de Marruecos, fuera quizás el militar español más opuesto a aquella aventura. Alhucemas, en pleno corazón de la cabila más belicosa y residencia del dirigente rifeño, era el objetivo obvio, descubierto mucho antes de que el angustiado Lyautey lo mencionara. Ya desde 1913 y en diversas ocasiones se había acariciado y justamente con esa finalidad España había apoyado durante años a la familia Abd el-Krim. Según el testimonio de Gómez-Jordana, uno de los hombres de confianza de Primo, este le había encomendado ya el 9 de mayo que recopilara toda la documentación existente sobre la materia y que hiciera una propuesta de plan de desembarco, que fue aprobada. Es cierto, como se vería enseguida y los franceses reconocieron, que para entonces el ejército español, forjado en la desgracia, era un instrumento sin parecido alguno con el derrotado en Annual, pero ello no disminuye un ápice la visión y el coraje que demostró en esas circunstancias Primo de Rivera.
Las campañas de Marruecos: la dura vida del soldado español por Daniel Macías
El recuerdo de una desastrosa guerra en Ultramar, la sensación de vivir en un país declinante, el temor a los “cuarteles”, lo injusto del sistema de reclutamiento, las leyendas acerca del cruel “moro” y lo gravoso de la vida castrense hicieron que los soldados españoles fuesen a luchar por su patria en los campos africanos con una moral bajo mínimos. Los condicionantes del Protectorado, con la dificultosa orografía y la actitud insumisa de los nativos, y las deficiencias en materia de pertrechos bélicos y alimentación no hicieron sino acrecentar el descontento de muchos reclutas. Esta insatisfacción fue usada por varios partidos y grupos políticos como un arma arrojadiza, lo que acrecentó en la metrópoli el disgusto ante lo que se percibió y denominó como “el problema marroquí”. El soldado gallego José Ramón Fernández describió a la perfección lo que allí se encontraron las fuerzas españolas: “Los cambios bruscos de temperatura, la escasez e impotabilidad de las aguas, la mala calidad de los alimentos, el hacinamiento de las tropas, la falta de higiene, las mojaduras, las insolaciones, las marchas y otras mil causas más, hacen de este territorio un país insano y capaz de dar al traste con la naturaleza mejor constituida”.
El desembarco de Alhucemas por José Luis de Mesa
El día 7 de septiembre de 1925, la escuadra y la aviación bombardean la punta de los Frailes, el Morro Nuevo y el cabo Quilates, el cual continuó en las primeras horas del día siguiente mientras las barcazas K se disponen en dos olas de desembarco, remolcadas por los torpederos, los cuales en cierto momento las sueltan y llegan por sus propios medios hasta unos 50 m de la playa, donde quedan varadas y se lanza la infantería con al agua hasta el cuello o el pecho. Desde tiempo inmemorial era conocido que para la pacificación de la zona del Rif se precisaba dominar la bahía de Alhucemas para, desde allí, irradiarse sobre el resto del territorio rifeño. Por primera vez en la historia militar moderna las fuerzas aéreas, las de tierra y las navales actuaron bajo un mando unificado (Primo de Rivera), con un general jefe (Sanjurjo) y dos columnas (generales Saro y Fernández Pérez). El desembarco de Alhucemas constituyó tal éxito en sí que sirvió de base de estudio y precedente para la actuación de las fuerzas aliadas durante la Segunda Guerra Mundial, sobre todo en el desembarco de Normandía y en las operaciones anfibias llevadas a cabo por los norteamericanos en el teatro de operaciones del Pacífico.
Tácticas de infantería en la Guerra de Marruecos por Carlos Nogueira
Durante los primeros años del siglo XX el Ejército español se batió duramente frente a un enemigo irregular y escurridizo librando una guerra que hoy llamaríamos de contrainsurgencia. Durante esos años, el ejército tuvo que variar las tácticas empleadas para adaptarlas al nuevo tipo de enemigo y al terreno marroquí, conjugando todo eso con la aparición de nuevas armas y procedimientos fruto de las experiencias de los campos de batalla europeos. Al final de la Guerra de Marruecos, el Ejército se había transformado mucho, tanto en lo referente a la orgánica como a los medios disponibles y las tácticas. Muchos de estos cambios vinieron no solo como fruto de la Gran Guerra sino también como resultado directo del enfrentamiento que se había vivido en las montañas del norte de Marruecos. Merced a esas experiencias se desarrollaron procedimientos de infantería muy ágiles y flexibles. Estos avances en los procedimientos y la orgánica y material de las unidades fueron sin duda parte de la solución militar al problema marroquí y resultaron fundamentales para el desarrollo exitoso de las operaciones militares en la cabeza de playa de Alhucemas.
La República del Rif: un ensayo de Estado moderno en el Magreb por María Rosa de Madariaga
En los años veinte del pasado siglo tuvo lugar en la zona del antiguo Protectorado español en Marruecos la creación de la República del Rif, que pretendió erigirse en Estado independiente y representar un contrapoder frente a las dos potencias protectoras, Francia y España. Este embrión de Estado, aunque de efímera existencia, significó un ensayo pionero en los países del Magreb. Es difícil saber cómo habría evolucionado este embrión de Estado, porque muchos de sus proyectos no pudieron llegar nunca a ejecutarse, debido a su efímera duración y al estado de guerra permanente que vivía el territorio. Abd el-Krim se propuso mostrar al mundo, principalmente a las dos potencias protectoras, Francia y España, que los rifeños eran perfectamente capaces de gobernarse por sí mismos. Aunque la creación de un Estado independiente en el Rif pudo llegar a adquirir un carácter anti-Majzén, es decir contra el poder central, para Abd el-Krim se trataba solo de una primera etapa en la lucha por un Marruecos independiente.
La derrota de Abd el-Krim (abril-junio de 1926) por Roberto Muñoz Bolaños (IUGM)
Ni el desembarco de Alhucemas ni las operaciones subsiguientes que se dieron por terminadas el 2 de octubre con la ocupación de Axdir –capital de la República del Rif– clarificaron la situación. El teniente general Miguel Primo de Rivera, dictador desde 1923 y de ideología “abandonista”, con el apoyo del general de división Francisco Gómez-Jordana y Souza –verdadero estratega del desembarco y responsable del Directorio Militar para Marruecos y Colonias–, confiaba en derrotar a Abd el-Krim ocupando con la ocupación de Alhucemas y realizando a continuación una “acción política” entre las tribus, que obligaría al jefe rifeño a pedir la paz, sin necesidad, por tanto, de realizar ninguna campaña militar en el interior. Esta política era también apoyada por el catalanista conservador Francesc Cambó y por el liberal conde de Romanones. La derrota de Abd el-Krim supuso el comienzo del fin de la rebelión rifeña. Solo quedaba, aprovechando la desmoralización de las cabilas, seguir la acción política con presión militar, como se había estado haciendo anteriormente, para lograr la sumisión total del territorio. A ello se dedicaron Sanjurjo y Goded, su jefe de estado mayor, el resto del tiempo, sin descanso invernal, hasta que el 10 de julio de 1927 culminó la pacificación de todo el Protectorado.
La intervención aérea en Alhucemas por Carlos Lázaro Ávila
En la intervención aérea durante el desembarco de Alhucemas se tuvieron que coordinar las aeronaves de la Aviación Militar y la Aeronáutica Naval española y la Aeronavale Francesa, junto con la flota combinada hispano-gala para apoyar el desembarco de las tropas españolas, la consolidación de las playas y la progresión hasta Axdir, centro neurálgico de la rebelión de Abd el-Krim. Esta acción es considerada el punto de inflexión en la historia de las operaciones anfibias en el que poder aéreo tuvo, sin lugar a dudas, un papel esencial. En los mandos de las aviaciones que iban a intervenir en la acción norteafricana pesaba mucho la experiencia de los errores anglo-franceses cometidos en Galípoli, donde no existió una planificación inicial, ni coordinación entre las unidades que participaron. La efectividad de la aviación en el desembarco de Alhucemas fue, sin lugar a dudas, ejemplar, y como C. Yusta ha indicado en su biografía sobre el infante Alfonso de Orleans, el papel representado en el desembarco norteafricano probablemente supuso el espaldarazo para que en 1926 se convirtiera en un arma independiente.
El desembarco de Alhucemas en la prensa por Rocío Velasco de Castro (UNEX)
Suspendidas las garantías constitucionales, la controvertida relación de Primo de Rivera con la prensa ha sido abordada en numerosos estudios que inciden en el estricto control que el general impuso por medio de la censura, con cuantiosas multas y largas suspensiones a los medios; la creación del diario oficialista La Nación; y la inclusión de notas oficiales y oficiosas que él mismo redactaba. Una circunstancia que explicaría la ausencia de libertad que sí existía en cambio en la vecina Francia, cuya cobertura informativa del desembarco permite constatar las dos grandes tendencias ideológicas: la conservadora y la progresista. Con relación a la prensa española, a pesar de las limitaciones que entrañaba la censura, pueden advertirse pequeños matices en el lenguaje empleado y en el tratamiento informativo con el que se abordan cinco cuestiones: el desarrollo de la ofensiva, la cooperación con Francia, el liderazgo de Primo de Rivera, la reacción de Abd el-Krim y la actuación del Ejército de África. La limitada extensión de estas líneas solo permite esbozar una panorámica general de todas ellas a través de una selección de publicaciones.
Y además, introduciendo el n.º 12: El hundimiento del Bismarck, 1941 por Eric C. Rust (Baylor Univ.)
Ningún buque de guerra del siglo XX es más conocido que el Bismarck y su incursión en el Atlántico en mayo de 1941, su duelo con el HMS Hood y su posterior destrucción seguirán inspirando películas, novelas y rigurosos ensayos históricos durante mucho tiempo. Casi 75 años después de que callaran sus cañones y de que se hundieran en el fondo del océano los ardientes y deformados restos del coloso con la mayor parte de su tripulación, merece la pena volver a contar este episodio esencial de la batalla del Atlántico. En servicio desde 1940, el Bismarck era el acorazado más moderno del momento pero representaba también el canto de cisne de estos grandes buques artillados cuyos días de gloria prácticamente habían terminado con la Primera Guerra Mundial. Hasta los enemigos de Alemania han reconocido que el Bismarck era un hermoso barco. Desde la distancia, su silueta transmitía una sensación de simetría, elegancia y poderío. El Bismarck podía jactarse de ser más poderoso que cualquiera de sus oponentes más rápidos y más veloz que los más fuertes. Su tripulación de 2221 oficiales y marineros lo consideraba indestructible y ni la memoria del canciller Otto von Bismarck, reconocido por su evaluación realista de las situaciones, ni la pérdida cerca de treinta años antes del invulnerable Titanic, pudieron contrarrestar esta manifestación de arrogancia germánica.