La resistencia de los numantinos a las armas de Roma fue extraordinaria y la epopeya de la caída de Numancia la convirtió en un mito, pero lo cierto es que no fue una excepción sino un caso especialmente enconado de entre muchos otros de la violentísima conquista de la península ibérica. Sin embargo, la lentitud de la guerra contra Numancia fue tanto una demostración de la valentía de sus habitantes como, asimismo, de los inconvenientes del carácter depredador del Estado romano: la guerra en Celtiberia implicaba gran peligro y escasa posibilidad de lucro, por lo que apenas había incentivo para su conquista. Esta combinación de molicie romana y audacia celtibérica condujo a una sucesión de desastres para los primeros que convirtió a Numancia en un insulto para la opinión pública romana. La situación llegó a tal extremo que el Senado hubo de recurrir a su mejor general: el reciente conquistador de Cartago, Escipión Emiliano. En este número estudiaremos las razones que hicieron del pueblo celtibérico un adversario tan temible, la fascinante historia de su asombrosa resistencia y, finalmente, la muerte –física– pero inmortalización –en el imaginario colectivo– de la urbe numantina.
Roma y la Celtiberia hasta la Paz de Graco por Enrique García Riaza (Universidad de las Islas Baleares)
Las relaciones entre Roma y el mundo celtibérico fueron, probablemente, tan antiguas como el interés de la República en los asuntos de la península ibérica, que se remonta a fechas anteriores al estallido de la Segunda Guerra Púnica. “‘Hemos sido enviados por nuestro pueblo para conocer en qué basáis vuestra fe para atacarnos’. A esta pregunta respondió Graco que había llegado confiando en un excelente ejército, y que si deseaban comprobarlo para poder informar más detalladamente a los suyos, les daría la oportunidad” (Livio, XL.47.6-7).
Ejército e instituciones celtibéricas por Alberto Pérez Rubio (Universidad Autónoma de Madrid)
El imaginario colectivo asume –en correspondencia con los modelos historiográficos heredados directamente de los historiadores romanos– que existía una gran diferencia entre la complejidad social y política del pueblo romano y aquella de los pueblos celtibéricos, subsumidos bajo el despectivo término de barbari. Los estudios modernos, sin embargo, demuestran una sociedad celtibérica dotada de una gran complejidad institucional y política, que permitía que sus embajadores se sintieran iguales a sus homólogos romanos, y negociaran en igualdad de condiciones. Una sociedad, en suma, más sofisticada de lo que el tópico tradicional mantiene.
La Segunda Guerra Celtibérica por Fernando Quesada Sanz (Universidad Autónoma de Madrid)
El pretexto aducido por Roma para iniciar la guerra en Celtiberia en el 154 a. C. es prueba de que el cuarto de siglo de paz, desde los tratados acordados por el propretor Tiberio Sempronio Graco en 179 a. C., solo fue un respiro, prolongado, eso sí, en el proceso natural de expansionismo romano, discontinuo e irregular, pero imparable. En esas décadas Roma tuvo las manos libres para librar otras guerras contra pueblos bárbaros, como Ilirios e istrios en el mismo 179 a. C., o sardos, corsos, ligures y dálmatas, pero sobre todo para liquidar de una vez por todas el reino de Macedonia, decadente sucesor del Imperio de Alejandro, en la Tercera Guerra Macedónica de 171-168 a. C.
La panoplia celtibérica entre los siglos V y II a. C. por Alberto J. Lorrio (Universidad de Alicante)
Para el estudio de la panoplia de los celtíberos contamos con diversos tipos de evidencias que proporcionan una rica y variada documentación: el hallazgo de armas, las noticias aportadas por los escritores grecolatinos o las representaciones iconográficas constituyen los pilares esenciales para aproximarnos a un tema que, tras más de un siglo de los trabajos pioneros del Marqués de Cerralbo, A. Schulten o J. Cabré, sigue generando importantes novedades.
Ética y valores agonísticos en la Celtiberia por Gabriel Sopeña Genzor (Universidad de Zaragoza)
Un estudio del fenómeno numantino no estaría completo si no se abordara el pensamiento, la mentalidad de estos pueblos. Las fuentes recogen los suficientes indicios como para reconstruir un panorama mental en el que la competición y la guerra eran elementos protagonistas en la cultura celtibérica.
Numancia y su entorno por Alfredo Jimeno Martínez (Equipo arqueológico de Numancia, UCM)
Numancia ocupa el elevado y extenso cerro de La Muela de Garray (Soria), desde el que se domina estratégicamente una amplia llanura limitada semicircularmente por las altas elevaciones del Sistema Ibérico, desde las sierras de Urbión por occidente, pasando por las de Cebollera hasta las cimas del Moncayo al oriente, por encima de los 2000 m de altura. La llanura numantina está atravesada por el río Duero, que en su curso alto, y con un régimen de montaña, se ve alimentado por numerosos afluentes y arroyos que deben en gran medida su caudal a la nieve y al deshielo de los altos valles forestales y ganaderos de la sierra norte.
La Guerra Numantina. Resistencia, acoso y derribo de una ciudad por Eduardo Sánchez Moreno (Universidad Autónoma de Madrid)
El conflicto que las fuentes romanas denominan bellum Numantinum, dado el protagonismo de la ciudad arévaca, marca el cenit de la intervención militar romana en Hispania. Es la llamada convencionalmente Tercera Guerra Celtibérica. En ella, la enconada resistencia de los numantinos al expansionismo de la República de Roma, el férreo cerco impuesto a su ciudad, la rendición de los supervivientes tras penosos meses de asedio… son hitos de un relato que, convertido pronto en epopeya, no ha hecho sino retroalimentar la leyenda en torno a la caída de Numancia.
Y ademas, introduciendo el n.º 42: Un castellano en la corte de Tamerlán por Borja Pelegero
El ocho de septiembre de 1403, después de haber recorrido más de 6000 Km en quince meses, llegó a la ciudad de Samarcanda, en el actual Uzbekistán, una embajada. Enviada por el monarca castellano Enrique III al conquistador turco-mongol Tamerlán, sus integrantes protagonizaron uno de los viajes más fascinantes del Medievo, al cruzar todo el Mediterráneo y Oriente Próximo para acabar adentrándose en el corazón de Asia Central.