En la historia de Roma hubo emperadores que, como Pértinax, pasaron sin pena ni gloria. Otros, como Constantino el Grande (reg. 306-337), ejercieron una influencia tan profunda que a partir de su reinado ciertamente puede hablarse de una nueva etapa en el Imperio romano. Sus reformas completaron la gran obra reformadora de Diocleciano, pero con una diferencia que tendría una inmensa trascendencia en los siglos venideros: la adopción del cristianismo como religión estatal, lo que de facto estableció un modelo de Estado que, en esencia, ya no sufriría modificaciones de entidad hasta el final de la historia del Imperio de Occidente (y hasta el siglo VII en Oriente). Se trata, pues, de un reinado de suma importancia para la comprensión de los dos últimos siglos de la historia de Roma y, en sentido lato, de la historia de Occidente en su conjunto. En paralelo, su decisión de fundar la ciudad de Constantinopla tendría asimismo una importancia capital en la historia de la cuenca mediterránea que se perpetúa hasta nuestros días.
Quiebra del sistema. El fracaso de la Tetrarquía por Peter Heather (King’s College London)
El principal dilema al que se enfrentaron todas las generaciones de gobernantes del Bajo Imperio romano fue el de cómo repartir el poder entre distintas personas sin inducir con ello a una guerra civil. La Tetrarquía (o “gobierno de cuatro”) de Diocleciano fue una de tantas medidas que se propusieron para solucionar este problema. Ahora bien, a pesar de todas sus virtudes, el modelo tetrárquico resultó un sonoro fracaso.
La carrera al poder. El tetrarca Constantino por Pedro Barceló (Universität Potsdam)
Galerio, Maximino, Constantino, Majencio y Maximiano estaban poseídos de un afán desenfrenado de hacerse con la cuota más alta posible del poder imperial, siempre en mutua competencia. Sus irreconciliables rivalidades socavaban la gobernanza del sistema tetrárquico.
Majencio y Constantino. La campaña de Italia y la batalla del Puente Milvio por Maxime Emion (Université de Rouen)
El acceso de Constantino a la púrpura imperial puso patas arriba el equilibrio de poderes de la segunda Tetrarquía. Su reconocimiento suscitó las envidias de otro individuo: Majencio, hijo este de Maximiano Hércules –antiguo colega de Diocleciano junto con el que había abdicado en el año 305–. Su reflexión era que, si el hijo del tetrarca Constancio Cloro podía alcanzar la púrpura, ¿por qué no podría hacer él lo propio? Finalmente, en el verano del año 312 Constantino se decidió a lanzarse a través de los Alpes y atacar a Majencio.
Enmendar un imperio por Hugh Elton (Trent University)
El Imperio romano de mediados del siglo III mostraba un semblante muy distinto al de mediados del IV. La mayoría de las diferencias se debían a las reformas aplicadas por los emperadores Diocleciano y Constantino. A la muerte de este último, en el año 337, nos hallamos ante un Imperio renovado, y sus reformas habían constituido una parte sustancial de esta renovación, poniendo los cimientos de lo que sería el Imperio durante los siglos IV y V.
Religión y política religiosa de Constantino, del puente Milvio al concilio de Nicea por Ramón Teja (Universidad de Cantabria)
El 28 de octubre del 312 Constantino venció al emperador Majencio a las puertas de Roma, junto al puente Milvio. Este último pereció ahogado en las aguas del Tíber y Constantino entró en triunfo en Roma, lo que le proporcionó el poder sobre toda la parte occidental del Imperio romano. Constantino no era cristiano, pero propagó la noticia de que le había proporcionado la victoria el dios de los cristianos. Se trataba de la primera gran manipulación de la historia de su reinado: difundió que, antes de la batalla, Cristo se le había aparecido –en sueños según unos, a plena luz del día, según otros– para indicarle que debía grabar la cruz en los escudos de sus soldados para lograr la victoria.
La guerra más dura. Constantino contra Licinio por José Soto Chica (CEBNCh de la Universidad de Granada)
Constantino fue un emperador guerrero. Su estrecha relación con el cristianismo a menudo opaca este hecho de su biografía que fue, además, inconmovible cimiento sobre el que se asentaron su poder absoluto y su enorme prestigio. Ya guerreara contra los bárbaros o contra sus rivales por la púrpura imperial, en las guerras libradas por Constantino se manifestó siempre una constante que terminó siendo certidumbre: la victoria. Pero hubo una que le costó más que ninguna otra: la obtenida sobre Licinio al que “parecía imposible poder aniquilar por completo” (Aurelio Víctor, 41.6).
La soledad del poder. Constantino como emperador único por Doug Lee (University of Nottingham)
El 19 de septiembre del año 324 en Nicomedia, al noroeste de moderna Turquía, Constantino recibió la rendición de quien hasta entonces había sido su homólogo oriental, el emperador Licinio. Se trataba del inevitable corolario de una derrota inapelable tanto en tierra como en el mar. La rendición de Licinio implicó que, por primera vez en cuatro décadas, el Imperio romano volvía a estar regido por una única mano, un solo emperador. La duda que asaltó entonces fue cómo ejercería Constantino el gobierno en el conjunto del Imperio.
Constantino y los godos. Una relación violenta y fundamental por José Soto Chica (CEBNCh de la Universidad de Granada)
Gothicus maximus. Por dos veces, 333/334 y 336, ostentó Constantino este título. No era un alarde menor, sobre todo si recordamos que, desde la década de 230, un siglo atrás, los godos se habían ido constituyendo como uno de los enemigos más sobresalientes y exitosos del Imperio. Tanto que, en 251, en Abrito (Hisarlak, cerca de Razgrad, Bulgaria) habían aniquilado a un gran ejército romano y dado muerte en combate al emperador que lo comandaba: Decio .
Propaganda y poder. El programa monumental de Constantino por Néstor F. Marqués y Pablo Aparicio
A la muerte de Constantino en el año 337 el mundo romano había cambiado. Un clima de equilibrio religioso se podía sentir en las ciudades del Imperio. Sus estructuras, sus monumentos, reflejaban la voluntad imperial de permitir a los ciudadanos venerar a sus dioses, ya fueran los de la tradición cívica u otros como el cristiano. Y aunque, en la práctica, cristianismo y poder ya eran un solo ente, lo cierto es que en las estructuras de ciudades como la que acogía los restos mortales del emperador, Constantinopla, aquella realidad todavía no se había impuesto. Aun así, el camino de la cristianización ideológica había comenzado tiempo atrás; su artífice, Constantino.