Germania en el siglo I d. C. por Adriana Ciesielska (Uniwersytet im. Adama Mickiewicza w Poznaniu)
Ante los ojos de los romanos, los germanos eran un pueblo primitivo, aunque ello no era óbice para que no solo pudieran derrotar a los ejércitos que Roma había empleado para conquistar el mundo conocido sino incluso aniquilarlos. En consecuencia, Roma se vio obligada a considerar seriamente a este pueblo. La batalla del bosque de Teutoburgo, en el año 9 d. C., marcó un antes y un después en las relaciones diplomáticas entre ambos. Dos trabajos, el De Bello Gallico de César y la Germania de Tácito, nos brindan valiosa información acerca de la disposición de las tribus germánicas en los territorios entre el Rin y el Elba. Otras fuentes relevantes son los Anales de Tácito y las tres obras denominadas Historia de Roma de Veleyo Patérculo, de Floro y de Dion Casio.
Los queruscos y la guerra por Alexander K. Nefedkin
Tácito señala que Arminio atacó a la columna de marcha romana con guerreros selectos. Es probable que se tratase de su séquito personal. Y es que la autoridad de un líder se medía por su carisma, bravura, éxito militar y tamaño de su séquito. Si el príncipe o líder triunfaba en la guerra podría mantener un mayor séquito, en tanto estos exigían armas, caballos y otros bienes a cambio de su servicio. De este modo, muchos guerreros acudían a ponerse al servicio de líderes y príncipes victoriosos, aunque no pertenecieran a su etnia o tribu, y les prestaban juramento de fidelidad. Estos séquitos formaban verdaderos ejércitos permanentes incluso en tiempos de paz, periodo durante el cual los guerreros se dedicaban a cazar y celebrar banquetes. Su tamaño podía variar entre un par de docenas hasta cientos de guerreros.
Quinctili Vare, legiones redde! por Francisco Gracia (Universitat de Barcelona)
Días después de la derrota romana en el bosque de Teutoburgo a manos de Arminio, un mensajero se presentaba ante Augusto para informarle de la aniquilación de las legiones XVII, XVIII y XIX, y con ella la destrucción de todas las guarniciones romanas situadas más allá de la frontera del Rin inferior y el fracaso de los esfuerzos realizados desde las campañas de Druso y Tiberio. Suetonio explicará que el viejo emperador calificó la fecha de la derrota de Varo como un día nefasto y recorrió los pasillos de su palacio con aspecto dejado y sumido en la desesperación, golpeándose la cabeza contra las paredes mientras exclamaba: Quinctili Vare, legiones redde! (“¡Quinctilio Varo, devuélveme mis legiones!”).
Arqueología de una batalla por Achim Rost (Universität Osnabrück) y Susanne Wilbers-Rost (Museum und Park Kalkriese)
Desde el redescubrimiento, hace más de cinco siglos, de la memoria de la batalla en el bosque de Teutoburgo, los historiadores y entusiastas locales han tratado de dar con el lugar en el que, en el año 9 d. C., las tropas de Varo fueron masacradas por las huestes germanas. Pero habría que esperar hasta 1987 para que los hallazgos de un aficionado equipado con un detector de metales suscitaran una excavación sistemática. La investigación interdisciplinar ha revelado la existencia de un campo de batalla en el cuello de botella que se forma entre la colina de Kalkriese, el piedemonte de los montes Wiehen y la gran ciénaga. Los restos materiales sugieren un episodio bélico y las monedas que acompañan permiten datarlo en tiempos del desastre de Varo.
Las águilas de Varo por Eduardo Kavanagh (Universidad Autónoma de Madrid)
En la fatídica batalla del bosque de Teutoburgo perecieron tres legiones, y los estandartes principales de cada una de ellas –las célebres águilas (aquilae) legionarias– fueron capturados por el enemigo. De este modo, al drama de la derrota se sumaba la humillación de la pérdida de los emblemas principales del poder militar romano, y su rescate se convertiría, en los años que siguen, en una prioridad para el Estado romano; una verdadera cuestión de orgullo nacional. Pero, ¿por qué eran tan importantes estas águilas?
Estupor, consternación y venganza. La reacción de Roma por Fernando Quesada Sanz (Universidad Autónoma de Madrid)
La muerte o desaparición de entre quince y veinte mil hombres en el interior de Germania en el otoño del año 9 d.C. no parece una cifra desorbitada que afectara gravemente a un ejército, el romano de época de Augusto, que contaba en ese momento con unos trescientos mil soldados profesionales, además de una población enorme de la que podría, en principio, extraer reemplazos fácilmente. En la larga historia militar de Roma se habían perdido en una jornada fuerzas similares y aún mayores, sin provocar el tremendo impacto psicológico que causó en la “urbs” la “clades variana”, la derrota y muerte de Varo en Teutoburgo. Pero es que las cifras a secas sólo cuentan parte de la historia.
La larga sombra de Quintilio Varo. Roma y Germania tras el desastre por Lindsay Powell
La sangrienta emboscada del año 9 d. C. en el “saltus teutoburgiensis” no marcó el fin de las ambiciones romanas en Germania. A lo largo de los tres siglos siguientes, las legiones cruzaron repetidamente el Rin y el Danubio con objeto de estabilizar la frontera con sus inquietos vecinos septentrionales. Se dice que, antes de morir, Augusto recomendó a su sucesor Tiberio que mantuviera las fronteras del Imperio sin modificar: “resguardado por el mar Océano o por remotos ríos”. Se trataba de una coyuntura crucial. A lo largo de más de cuatro décadas, Augusto había tratado de aplicar la doctrina del “poder eterno”, el imperium sine fine en palabras del dios Júpiter según la Eneida de Virgilio. Ahora, ese modelo estaba siendo reemplazado por el del estatismo y la coexistencia pacífica; o, al menos, eso es lo que el historiador Tácito quería expresar. Pero a decir verdad, los datos reflejan una realidad muy distinta.
Y además, introduciendo el n.º 40: Rodrigo Díaz, el Campeador por David Porrinas González (Universidad de Extremadura)
Geraldo Sempavor, Ricardo Corazón de León, Felipe el atrevido, Juan Sin Miedo… son algunos personajes históricos que se hicieron merecedores de sobrenombres que muestran su valentía y coraje en el campo de batalla. Pero ninguno de esos epítetos encomiásticos está tan cargado de connotaciones como el de Campeador, que ya en vida acompañó a Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid. Resulta muy difícil disociar a Rodrigo Díaz del vocablo Campeador, un término que nos lleva al convulso siglo XI peninsular, que nos habla de un guerrero destacado en un tiempo marcado por acontecimientos bélicos. Y es que la actividad militar, la guerra practicada contra cristianos y musulmanes, constituye la esencia del campeador, y de las destrezas demostradas en el campo de batalla especialmente surgiría la vinculación indisoluble entre el personaje y su sobrenombre.