Durante la Edad Media la religión impregnaba todos los aspectos de la sociedad, desde los más cotidianos hasta aquellos que influían en las importantes decisiones políticas y que terminaban por afectar a la población de forma irreversible. Inevitablemente, distintas religiones hubieron de convivir en los mismos espacios y, entre ellas, es testigo la judía. Las comunidades judías que poblaron la península ibérica, llamada a posteriori por los propios hebreros como Sefarad, vivieron sujetas a los caprichos de la sociedad que los albergaba, en algunas ocasiones abierta y permisiva, en otras intolerante y represiva. En 1492 tuvo lugar la promulgación del famoso decreto de Expulsión, pero el pueblo judío ya había dejado su marca en las juderías, los documentos públicos o las trazas arqueológicas. Si algo nos ha enseñado la Historia es que el miedo, la represión y la imposición de limitaciones no provocan más que perjuicios.
Los judíos en la Hispania romana y visigoda por Raúl González Salinero (UNED)
[…] Sisebuto, al comienzo de su reinado [ca. 616], llevó por la fuerza a los judíos a la fe católica, mostrando en ello gran celo, pero no según la sabiduría; pues obligó por el poder a los que debió atraer por la razón de la fe y como está escrito: “ya por la ocasión, ya por la verdad, con tal de que Cristo sea anunciado” […] (Isidoro de Sevilla, Historia Gothorum, Vuandalorum et Sueuorum, 60). Debido a la exigua y ambigua información de nuestras primeras fuentes arqueológicas, epigráficas y documentales, la llegada de los judíos a la península ibérica continúa envuelta en la penumbra, y poco aportaría la discusión historiográfica sobre las supuestas referencias bíblicas a Iberia, ni sobre las espurias tradiciones (pretendidamente antiguas) recopiladas en diversas crónicas medievales que retrotraen hasta épocas remotísimas la llegada de judíos a Hispania. En este artículo, Raúl González Salinero analiza todas esas informaciones, documentales y arqueológicas, para tratar de explicar lo ocurrido en torno a los judíos hispánicos en tan convulsa época.
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Relaciones de judíos con cristianos y musulmanes en los siglos XI al XV por Enrique Cantera Montenegro (UNED)
En el año 711 los judíos que residían en distintas localidades de la España visigoda recibieron a los musulmanes como a auténticos liberadores, lo que no llama la atención teniendo en cuenta las duras condiciones de vida a las que estuvieron sujetos en los últimos tiempos del reino visigodo de Toledo. Es probable incluso que, como narran algunas crónicas musulmanas –principalmente la conocida como Ajbar Majmu’a, del siglo XI–, los judíos colaboraran con los invasores, algo que quedó marcado en la memoria colectiva de los mozárabes, y que unos siglos después trasladaron a los reinos cristianos del norte cuando emigraron a causa de la intransigencia religiosa de los almohades, contribuyendo al nacimiento en ellos de un incipiente sentimiento antijudío.
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Maimónides, el sabio andalusí que renovó el judaísmo por Andrés Martínez Lorca (UNED / Academia Ambrosiana de Milán)
Maimónides fue el más brillante pensador del judaísmo medieval. En él se unen las mejores tradiciones culturales de los judíos andalusíes, es decir, los sefardíes (de Sefarad). Una comunidad perseguida por la monarquía visigoda, tolerada por el poder islámico desde su llegada a la península ibérica –pudiendo gozar de sus propios jueces al margen de la jurisdicción general– y protegida por el califa omeya Abderramán III, que llegó a nombrar ministro y médico de corte al judío Hasday ben Shaprut. A partir de ese momento (siglo X) surgió una constelación de hombres de ciencia, pensadores y literatos sefardíes que rivalizaron con los sabios árabes. Uno de ellos, el poeta Mosé ben Ezra describió bien ese proceso cultural: “Cuando los árabes se adueñaron de la península de al-Ándalus, conquistándola del poder de los godos […], los israelitas que en ella se encontraban aprendieron de los árabes, en el transcurso del tiempo, las distintas ramas de las ciencias. Gracias a su constancia y aplicación, aprendieron la lengua árabe, pudieron escudriñar sus obras y penetrar en lo más íntimo de sus composiciones; se hicieron perfectos conocedores de sus diversas disciplinas científicas, al par que se deleitaban con el encanto de sus poesías”. La incorporación de esa comunidad a la alta cultura y a la vida social de al-Ándalus significó algo nuevo en Europa, donde los judíos seguían marginados.
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Las juderías hispánicas por Asunción Blasco Martínez (Universidad de Zaragoza)
Toda sociedad se desenvuelve en un espacio físico al que se adapta en función de sus necesidades defensivas, políticas y religiosas. Los judíos hispanos tuvieron que adaptarse y aceptar las condiciones de habitabilidad y la demarcación territorial que los musulmanes primero y los cristianos después les asignaron. La huella de esa presencia, notable según consta en las fuentes archivísticas, ha quedado difuminada sobre el terreno debido al paso del tiempo y a la obsesión de algunos sectores de la sociedad mayoritaria por eliminarla, pero vale la pena descubrirla e imaginarla. Para el estudio de la minoría (religiosa) judía y su hábitat durante la época bajomedieval contamos con dos tipos de fuentes: arqueológicas y documentales. El viajero que se proponga seguir las huellas de los judíos que vivieron en la península ibérica durante la Edad Media, debe ser consciente de que no va a encontrar grandes edificios del pasado. Los testimonios arqueológicos que han llegado hasta nosotros son mínimos, en buena parte por el deseo casi obsesivo de los cristianos en algunos periodos de su historia por borrar su recuerdo: sus edificios religiosos fueron derribados o transformados en iglesias y ermitas y el trazado de sus barrios la mayoría de las veces fue sustituido por una nueva planificación urbanística, salvo honrosas excepciones.
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Las sinagogas hispánicas y su culto por Ricardo Muñoz Solla (Universidad de Salamanca)
Con el término hebreo bet ha-kenéset, lit. “casa de reunión” se designa al espacio litúrgico y de instrucción religiosa que ha configurado la vida espiritual de las comunidades judías en ’Ereṣ Iśra’el y en la diáspora a lo largo de los siglos. En castellano, el término sinagoga es préstamo del griego synagȏgȇ, “congregación, asamblea”, sustantivo procedente del verbo synagȏ, “juntar, reunir”, que alude así al lugar de culto y reunión de los judíos de cualquier lugar y época. Si bien es la designación más habitual tanto en fuentes rabínicas como medievales, a lo largo de diversos periodos se utilizaron otras expresiones. A veces, recibió el nombre de Miqdaš me’at, “santuario provisorio”, “santuario pequeño”, en alusión a Ez., 11.16, destacándose así la provisionalidad de cualquier edificio sinagogal en comparación con el carácter permanente del templo de Jerusalén, cuya esperanza de reconstrucción es una constante en el judaísmo. La expresión bet ha-Midraš, “casa de estudio”, con la que también se la designó, refiere, en sentido estricto, a los edificios anexos a la sinagoga, destinados a la instrucción religiosa comunitaria. En textos aragoneses y castellanos medievales el término más común fue el de sinoga y el de casa de oración, haciendo referencia este último a la sala de oración de la propia sinagoga. Con el tiempo, y bajo la influencia del discurso inquisitorial, sinoga pasó a ser sinónimo de conventículo o reunión clandestina con fines ilícitos, especialmente entre los conversos judaizantes; una acepción que aún se recoge con sentido peyorativo en algunos diccionarios modernos.
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Del nacer, el vivir y el morir: las edades del hombre y la mujer. Infancia, mocedad, “edad perfecta” y senectud por Miguel Ángel Motis Dolader (Universidad San Jorge de Zaragoza)
Ezmel y Ruth son hermanos nacidos en el seno de una familia acomodada perteneciente a la burguesía mercantil, que ha gestado un sólido patrimonio gracias a la comercialización de productos textiles y especias, con presencia en las principales ferias y aljamas hispánicas. No obstante, los destinos trazados para ambos serán muy diferentes, porque nacer hombre o mujer suponía tener ante sí diferentes horizontes vitales, en el contexto de una sociedad patriarcal. Ruth tiene ante sí una vida circunscrita al ámbito doméstico, dentro del círculo familiar, mientras que Ezmel está abocado a vivir en el espacio público, adquiriendo una formación que le capacitará para emular la figura paterna. Ambos, desde la infancia, son educados para que asuman sus respectivos papeles, siguiendo sendas diferentes, de modo que sus vivencias no son las mismas, y sus comportamientos están regulados.
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El estallido violento del antisemitismo popular. Los pogromos en la España de la Edad Media por Isabel Montes Romero-Camacho (Universidad de Sevilla)
“El 4 de junio de 1391, el Señor entensó su arco como enemigo (Lamentaciones, 2.4), contra la aljama de Sevilla […] prendieron fuego a sus puertas y asesinaron en ella a muchos, mas la mayoría se convirtió al cristianismo; muchos de ellos murieron mártires, pero muchísimos profanaron la Santa Alianza […]”. Con estas hermosas palabras, impregnadas de espíritu religioso y en un tono de lamento, tan propios del alma judía, Hasday Crescas, rabino mayor de Aragón y una de las principales figuras del judaísmo hispano contemporáneo, comunicaba a la comunidad hebrea de Avignon los trágicos sucesos de 1391. Pero el enfrentamiento, primero dialéctico –y más tarde real– entre la mayoría cristiana y la minoría judía empezó mucho antes. Ahora nos ocuparemos de sus precedentes inmediatos. Incluye un mapa representando la dispersión del estallido de violencia antijudía en 1391 y otros episodios posteriores
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Judíos, conversos y sefardíes en época de los Reyes Católicos por María Antonia Bel Bravo (Universidad de Jaén)
En el tránsito de la Edad Media a la Moderna, en toda Europa la fe aparecía como el elemento esencial para definir una sociedad y sustentar el naciente Estado. En este sentido, la fe cristiana, contemplada como verdad absoluta –certeza que procede del mismo Dios, que es quien la ha revelado– ofrecía a la vez la seguridad y el criterio de verdad: todas las creencias distintas a la cristiana eran por su naturaleza falsas, y cuando por cualquier medio se lograba que un hombre pasara del error a la verdad, se le estaba proporcionando el mayor bien posible, el único bien importante. Esto no era nuevo. Toda la Edad Media, desde que los judíos aparecieron en suelo hispano (Sefarad), había sucedido así: los estatutos de convivencia otorgados en España a musulmanes y judíos no eran contemplados como un bien en sí mismos, sino como un mal menor. De la misma forma actuaron la mayoría de las regiones europeas con respecto a las minorías asentadas en sus territorios. Eran toleradas, y se tolera únicamente aquello que no es bueno, pero cuya extirpación resultaría peor. ¿Qué sucede ahora, a finales del siglo XV, para que los reyes actúen de otra forma?
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Y además, introduciendo el n.º10: Viajeros occidentales en Babilonia durante la Edad Media por Jordi Vidal (Universitat Autònoma de Barcelona)
“Quedará Babilonia, la perla de los reinos, joya y orgullo de los caldeos, como Sodoma y Gomorra cuando Dios las arrasó […] aullarán hienas en sus mansiones y chacales en sus lujosos palacios. Está a punto de llegar su hora, no se difiere su plazo” (Isaías, 13.19-22). A diferencia de lo que sucedió con la mayoría de ciudades de la antigua Mesopotamia, Babilonia nunca cayó en el olvido. Su mención por parte de diversos autores clásicos y, sobre todo, las constantes referencias recogidas en el Antiguo Testamento mantuvieron vivo y constante, también en Occidente, el recuerdo de la ciudad más importante del país de los dos ríos. Asimismo, su identificación sobre el terreno tampoco planteaba excesivos problemas, pues el topónimo árabe del lugar, Babil, remitía de forma evidente a la antigua ciudad. Por ello no es de extrañar que, a pesar de su progresivo abandono y de la inevitable degradación de sus monumentos, los viajeros occidentales, ya desde la Edad Media, se acercaran hasta el paraje donde habían tenido lugar algunos de los episodios más memorables de la historia bíblica.
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