Tras la vasta Roma imperial se abría un escenario de callejuelas y altos edificios donde el populacho intentaba sobrevivir con mayor o menor dificultad. El crecimiento de la Urbs motivado por el ingente número de personas que acudían en busca de oportunidades nos descubre una gran ciudad con sus luces y sombras. En este número de Arqueología e Historia nos echamos nuestra paenula para recorrer las sombras de los bajos fondos en Roma, sus modos de vida y sus pasiones más mundanas e íntimas. A través de la epigrafía, iconografía y la arqueología conoceremos la vida de gladiadores, prostitutas y criminales que definirán el mal vivir de las calles de la antigua Roma.
La inseguridad en la Antigua Roma: crimen, violencia y disturbios por Hélène Ménard
En las fuentes clásicas, la ciudad se presenta de forma paradójica y ambivalente. Por una parte, constituye el símbolo de la civilización y el orden, a imagen de la “Ciudad” –la Vrbs–, Roma. Espacio organizado, ordenado, en el que se desarrolla la vida civilizada, la ciudad se diferencia así claramente de un espacio rural a menudo sometido al bandidaje. Por otro lado, el espacio urbano se revela también como el del caos. En dicho sentido, la ciudad se percibe como un foco de agitación frecuente, si no permanente; una fuente de criminalidad con un elevado grado de inseguridad. Acompañando este artículo, una espléndida ilustración de Milek Jacubiec se adentra en una de las oscuras calles de la Suburra, de noche, donde las prostitutas ofrecen sus servicios y Nerón, disfrazado de esclavo, se entrega a los actos vandálicos impunemente.
Callejeros. La circulación y la vida a pie de calle en la capital por Ray Laurence
La impresión que obtenemos de la ciudad a través de los autores clásicos –y en particular de los escritores de sátiras– es que Roma estaba repleta de calles en las que la gente se abría paso a empellones para desplazarse de un sitio a otro. Pero además, las calles no siempre se mantenían limpias, y muchos de estos escritores no cesaban de quejarse de ello. Hay un descarnado realismo en esas representaciones, en las que uno se encontraba caminando por la calle luchando contra una inmensa marea humana y necesitaba de un hombro recio para resistir y avanzar mientras sobrevivía a su vez a los empujones, sacudidas o incluso pisotones de otros peatones.
Control policial, represión y seguridad privada en la ciudad de Roma por Benjamin Kelly
En la ciudad de Roma existieron “representantes del orden”, pero la duda que nos surge en torno a estos es hasta qué punto se emplearon en la persecución de delitos menores. ¿Qué más podían hacer las autoridades y la población para salvaguardar su ciudad y a sí mismos? El profesor Kelly incide en este artículo en los recursos que manejaban las autoridades romanas para controlar ese orden tan complicado de lograr en una ciudad con un millón de habitantes. La guardia pretoriana, siempre cerca del emperador, las cohortes urbanas y los vigiles o cuerpos de bomberos, contribuían a esa tarea, pero también los privados, y en especial las clases pudientes, ponían de sus propios medios para evitar el crimen.
La voz del pueblo. Clases bajas y violencia políticamente motivada en las calles de Roma por Gregory Aldrete
Cuando terminaba la tarde del 18 de enero del 52 a. C., dos eminentes políticos romanos cruzaron sus caminos en la Via Apia. Viajando desde Roma a través de la célebre calzada marchaba Tito Anio Milón, por entonces candidato al consulado, la magistratura más alta en la Roma republicana. En sentido inverso se acercaba Publio Clodio Pulcro, que en este caso era candidato al pretorado, la siguiente magistratura en importancia en el escalafón romano. A Clodio lo escoltaban treinta esclavos armados con espadas, mientras que Milón iba acompañado de un gran séquito armado, incluyendo dos gladiadores de particular renombre. Milón y Clodio eran enemigos políticos acérrimos, y en cuanto las hostiles bandas pasaron una junto a la otra, estalló la reyerta, se blandieron las armas y Clodio resultó gravemente herido. Fue conducido hasta una posada cercana, pero los hombres de Milón, que superaban en número a la escolta de Clodio, se hicieron pronto con él, y su ensangrentado cadáver terminó abandonado en el camino. La República tardía fue un periodo extremadamente inestable, y los políticos recurrieron con facilidad a las masas de la plebe para ejercer presiones o sabotear elecciones. Pero el pueblo en ocasiones tenía sus propios intereses… Gregory Aldrete se pregunta de dónde surgían estas bandas y cuáles eran las pasiones e intereses que las movían.
Infames y famosos. La seducción del mundo del espectáculo en Roma por David Vivó
El pueblo romano estaba ávido de espectáculos. El circo, en anfiteatro y el teatro eran los lugares predilectos en los que reunirse y disfrutar sin las preocupaciones diarias que conlleva la vida urbana. Pero los protagonistas de estos espectáculos, gladiadores, actores y aurigas se movían en un mundo ambivalente entre la adoración y el más absoluto desprecio, tal como nos cuenta Tertuliano: “¿Por qué los promotores y organizadores de los espectáculos al mismo tiempo ensalzan a los aurigas, actores, luchadores y gladiadores, hombres que levantan pasiones y a los que otros hombres les entregan su alma y las mujeres sus cuerpos, y a la vez los denigran y menosprecian por culpa de entregarse ellos mismos a las mismas cosas que critican?” (De Spectaculis XXII). Una contradicción que debe entenderse por la consideración tanto moral como legal de estas actividades calificadas como de infames (es decir sin reputación o fama; entendida esta última como el reconocimiento público). Uno de los tópicos comunes en la literatura romana es el de la atracción que sentían algunas matronas hacia estos famosos personajes, algo que dejamos plasmado a través de una magnífica ilustración de Sandra Delgado con una de estas matronas y un cansado gladiador tracio como protagonistas.
Camas de obra. El negocio del sexo en Pompeya por Joaquín Ruiz de Arbulo
En la Pompeya del siglo I d. C., una calle empinada conducía directamente desde el vecino puerto y la playa circundante hasta la entrada a la ciudad por la que hoy denominamos Porta Marina. A la izquierda de la puerta, en el ángulo que formaban la muralla y la esquina de la calle, se encuentran dos bancos pegados a la pared. Encima de uno de ellos, grabado con un buril sobre el estuco, un primer mensaje recibía al viajero: Siquis hic sederit legat hoc ante omnia. Siqui futuere volet Atticen quaerat a(ssibus) XVI, –“Si te vas a sentar aquí lee esto antes que nada. Si quieres joder busca a Ática por 16 ases”– (CIL IV, 2751). Si otro viajero saliera de Pompeya por la puerta en dirección a Nocera, encontraría también un nuevo mensaje grabado sobre una de las tumbas de la vecina necrópolis: Nucerea quaeres ad Porta(m) Romana(m) in vico Venerio Novelliam Primigeniam, “Cuando estés en Nucerea (por Nuceria), junto a la puerta de Roma, en el barrio de Venus, (pregunta por) Novellia Primigenia” (AE 1934, 00137). En la sociedad romana los anuncios de “citas” estaban a la orden del día.
Vivir en los bajos fondos de la Urbs. Mitos y realidades por Cyril Courrier y Jean-Pierre Guilhembet
La imagen de la ciudad de Roma que deriva de las fuentes antiguas es tremendamente ambivalente. Aunque Augusto podía vanagloriarse de haberla transformado en un modelo de urbanidad, algunas descripciones que conocemos son más bien negativas y reflejan una ciudad en la que reinaba la miseria y habitaba una población de marginados y pobres infelices. Cuando se habla de los bajos fondos de la ciudad se suele referir a lugares en los que son habituales la prostitución y la infamia; o en los que se vive de forma provisional –o más bien, precaria–, pero ¿Cómo se explica una imagen tan negra? ¿Se trata de una realidad verídica o, al menos parcialmente, de estereotipos literarios o prejuicios sociales? ¿Hasta qué punto se trata de fórmulas de estigmatización y desprecio aristocrático de unos autores que pertenecían, en efecto, a las capas altas de la sociedad; a imagen de lo que Cicerón (Contra Catilina, I.5.12) llamaba “la sentina de la ciudad”? Veamos si la arqueología nos esclarece algo más sobre las realidades de los grandes alojamientos en los que se confinaban centenares de personas.
Y además, introduciendo el n.º 3: De tesoros hundidos a documentos históricos por Xavier Nieto
Desde una óptica terrestre suele verse el mar como una barrera, un obstáculo que impide ir más allá. Desde una óptica marítima, el mar se concibe en cambio como la gran vía de comunicación que permite el transporte de mercancías y hombres y, con ellos, de las ideas, pero también como un espacio de guerra que ha permitido ganar y mantener imperios. Son dos percepciones de una misma realidad que todavía hoy se mantienen a pesar de la uniformización cultural, pero que era más patente en los tiempos en que agricultores, ganaderos y marinos creaban sus propios mitos, sus propios dioses y, en suma, sus culturas específicas. La Arqueología, en su calidad de investigación histórica, entiende el barco hundido como una cápsula cerrada, como un reflejo de la sociedad de su momento, un compendio de los conocimientos científicos y técnicos, además de una consecuencia de los avatares políticos y de la situación económica de un tiempo concreto. Bajo esta percepción, el barco se convierte en un documento histórico imprescindible para el conocimiento de nuestra evolución como sociedad.