Nabucodonosor II y la monarquía neobabilónica por Felip Masó (Arqueonet.net)
“Yo soy Nabucodonosor, el rey de Babilonia, el poderoso príncipe, el favorito de Marduk, el gobernante noble y amado de Nabu, quien busca la sabiduría, quien está atento a las voces de sus dioses, quien teme su soberanía; el vicario persistente; el que asegura todos los días el buen funcionamiento del Esagil y del Ezida, el que está siempre lleno de celo para garantizar el bienestar de Babilonia y Borsippa; el sabio y piadoso, el proveedor del Esagil y el Ezida; el hijo mayor de Nabopolasar, rey de Babilonia” (Inscripción de la Compañía de las Indias Orientales, Bristish Museum). Cuando en el año 664 a. C. las tropas asirias de Asurbanipal remontaron el Nilo desde el delta y asolaron Tebas, nadie podía imaginar que medio siglo después el imperio más poderoso que la historia había conocido hasta el momento estaría viviendo sus últimos días. Y es que, en este lapso de tiempo, las cosas en Asiria no habían ido sino de mal en peor; primero como consecuencia de una política exterior excesivamente dura basada en una opresión y una asfixia económica de los territorios conquistados, y segundo por la entrada en escena de nuevos poderes territoriales que pronto pasarían a convertirse en los próximos señores de Oriente, como sería el caso de los medos o los caldeos.
Fuentes documentales para el estudio de la época neobabilónica por Rocío Da Riva (Universitat de Barcelona)
El periodo neo y tardobabilónico (626-333 a. C.) es uno de los más ricos de la Antigüedad en lo que respecta a la cantidad y calidad de sus fuentes textuales. Contamos con más de 50 000 documentos en escritura cuneiforme, redactados en diversos soportes materiales y formatos y en varios dialectos de la lengua acadia babilonia. La evidencia textual es tan arrolladora en cantidad y variedad que, en ocasiones, puede llegar a empequeñecer los datos recabados por otras disciplinas. En algunos momentos los historiadores tienden a sobredimensionar los textos en detrimento de los datos arqueológicos, que parecen pasar a un segundo plano. Afortunadamente, hoy en día los estudios que se realizan son cada vez más integradores y multidisciplinares, con la arqueología, la epigrafía y las ciencias naturales sumando esfuerzos para conseguir un objetivo común: explicar el pasado.
La religión babilónica y el culto a Marduk por Francisco Caramelo (Universidade Nova de Lisboa)
La religión babilónica es una expresión más de la religiosidad mesopotámica común, que no tiene cánones y no presenta una teología sostenida por dogmas. Se trata, por el contrario, de una teología difusa, que se manifiesta en expresiones locales y se traduce en un sincretismo religioso. Precisamente la ausencia de un canon dificulta la comprensión sistemática de su teología, pero las oraciones y los himnos reproducidos en textos, muchos de ellos encomendados o dedicados al rey, expresan las creencias y la profunda religiosidad característica del hombre mesopotámico. En esta tradición se inscribe el Enûma elish, un texto épico cuyo origen se encuentra en el II milenio a. C. y, para algunos, en el período paleobabilónico.
La torre de Babel: un debate inagotable por Juan Luis Montero (Universidade da Coruña)
¿Quién no ha oído hablar de la torre de Babel? La construcción de este edificio universal está unida en el imaginario judeocristiano al mito de la confusión y de la soberbia humana. En la Biblia, aparece en el centro de un episodio dramático, que afecta al futuro de la humanidad. Yahvé castiga a los hombres por haber cometido una falta grave. Pero detrás del mito babélico había una realidad histórica, actualmente transformada en una realidad arqueológica. Lo que hoy conocemos de forma universal como la torre de Babel era conocida por los babilonios como Etemenanki, la “Casa que es el Fundamento del Cielo y de la Tierra”. Era el zigurat de Babilonia.
Babilonia. Mito y realidad de una gran ciudad por Juan Luis Montero (Universidade da Coruña)
En Mesopotamia la ciudad no era solo el centro de un territorio geográfico, sino también el nexo de unión entre el mundo divino y humano. Las principales divinidades del panteón tenían bajo su protección una ciudad, cuya prosperidad dependía de las relaciones entre palacio y templo. La elección del lugar, el plano de la ciudad y los ritos de fundación eran responsabilidad de los dioses. Babilonia se había convertido en la primera mitad del I milenio a. C. en el corazón espiritual e intelectual de la antigua Mesopotamia. La ciudad, heredera de una cultura milenaria, brillaba con luz propia sobre el mundo civilizado preclásico. Era el centro cósmico, el símbolo de la armonía del mundo, que había emergido entre otras ciudades gracias a la pujanza de Marduk, dios supremo vencedor de las fuerzas del caos y organizador del universo. Este aspecto cosmológico está bien presente en la concepción urbanística y arquitectónica de la ciudad, en cuyo centro neurálgico se levantaba desafiante su célebre torre escalonada.
Los Jardines Colgantes de Babilonia. Un problema histórico y arqueológico por Jordi Vidal (Universitat Autònoma de Barcelona)
Desde luego, los Jardines Colgantes de Babilonia son, con diferencia, la más desconocida de las siete maravillas del mundo antiguo. Así, aunque casi todos los monumentos que aparecen en las listas clásicas sobre las grandes maravillas de la Antigüedad han desaparecido (tan solo sigue en pie la gran pirámide de Giza), lo cierto es que todos ellos están bien localizados y documentados. Por el contrario, todavía hoy desconocemos en qué lugar de Babilonia se erigieron los famosos jardines, llegándose incluso a dudar de su verdadera existencia. En este sentido, nuestro principal problema es que ninguno de los textos cuneiformes del siglo VI a. C. (época en la que se construyeron, según la tradición clásica) se refiere nunca a ellos. Ese silencio contrasta de manera muy significativa con las informaciones que sí existen sobre otros monumentos importantes de la ciudad, como su famoso zigurat (la bíblica Torre de Babel), perfectamente descrito en una estela del rey Nabucodonosor II. Lo mismo sucede con las murallas, el templo de Marduk, la vía Procesional, la puerta de Ishtar o la casa del akitu (festival de Año Nuevo), todos ellos monumentos mencionados en distintos documentos del reinado de Nabucodonosor. Incluye una ilustración que reconstruye los Jardines Colgantes en la ciudad asiria de Nínive, a partir de una conocida hipótesis formulada por Stephanie Dalley.
Los exiliados judíos en Babilonia por Yuval Levavi (Universität Wien / Bar-Ilan University)
La movilización masiva de población civil, también conocida como deportación, era una práctica aceptada en el periodo neobabilónico. Los babilonios seguían a estos efectos a los neoasirios, sus predecesores en el dominio del Próximo Oriente. Si bien las destrucciones que precedían a estas deportaciones constituían episodios históricos concretos, los exiliados que resultaban de ellas debían salir adelante y vivir sus vidas en un nuevo hogar lejos de sus casas. Algunos lo hicieron individualmente, mientras que otros consiguieron permanecer en comunidades a distintas escalas. Este artículo tratará acerca de los exiliados judíos deportados a Babilonia a comienzos del siglo VI a. C. como un ejemplo de la de la cuestión del exilio y las deportaciones del periodo neobabilónico.
Nabónido y Taymā por Carmen del Cerro (Universidad Autónoma de Madrid)
El colapso de un reino siempre llega inesperadamente, al menos para los historiadores que asistimos atónitos a derrumbamientos de estados que parecían eternos. Nada respecto a la cercana caída del reino neobabilónico nos dicen las magníficas ruinas de la Babilonia levantada por Nabucodonosor II durante la primera mitad del siglo VI a. C. La riqueza de sus templos, el estremecimiento que suponía recorrer su vía Procesional de la mano de la diosa Ishtar, sus relajantes jardines, el tamaño de sus imponentes murallas…nada. Pero a la muerte de Nabucodonosor, su hijo Awil-Marduk solo se mantuvo dos años en el trono (651-650 a. C.); un golpe militar encabezado por Nergal-šar-usur le hizo desaparecer. Sin embargo con el nuevo monarca, conocido como Neriglissar en las fuentes clásicas, no volvió la estabilidad al reino babilónico, puesto que solo ocupó el trono cuatro años (559-556 a. C.), y solo unos meses se sentó en él su sucesor, Labaši Marduk. Casi siete años de luchas internas, de facciones que reconocemos aún mal, y en el año 556 a. C. Nabû-nā’id (Nabónido), un oficial de la corte de Neriglissar, subió al trono de una ciudad y de una región que le eran extrañas, cuando ya contaba con más de cincuenta años.
Y además, introduciendo el n.º 11: Aspasia de Mileto. La voluntad de emancipación por José Solana Dueso (Universidad de Zaragoza)
“Nosotras, las heteras, no somos peores que los sofistas educando a los jóvenes. Puedes comparar, si quieres, entre la hetera Aspasia y el sofista Sócrates, y decide cuál de los dos educó a hombres más rectos e intachables. Verás que Pericles fue discípulo de Aspasia, mientras que Critias, el tirano, lo fue de Sócrates” (Alcifrón. Cartas de heteras, 7.6). Entre las figuras femeninas más ilustres de la Grecia clásica aparece en un lugar destacado Aspasia de Mileto. Si uno se pregunta por las razones que justifican esta posición preeminente, tiene que remitirse de inmediato al que fue su pareja sentimental: Pericles de Atenas, un aristócrata que se ha convertido en el prototipo del dirigente político eficaz, incorruptible y de profundas convicciones democráticas. De hecho una biografía reciente, la de Danielle Jouanna, habla de Aspasia como la egeria de Pericles, es decir, la mujer que supuestamente habría inspirado o dirigido al estadista desde la sombra. De manera semejante, algunos textos hablan de la pericia de esta mujer en ganarse la amistad de hombres poderosos. Tenemos, en suma, un retrato de Aspasia dibujado con la paleta de colores de un pintor patriarcal.