Desde que la humanidad es tal, ha ido implementando toda una serie de transformaciones en sus formas de vida y en su entorno inmediato cuyas repercusiones han resultado claves para determinar su futuro –y nuestro presente–. De todas ellas, posiblemente la más determinante fue la revolución neolítica. La disponibilidad de alimento al alcance de la mano gracias a la domesticación de plantas y animales supuso la necesidad de establecerse de forma más estable en el territorio y cambiar el modelo de poblamiento, pero también trajo consigo, en su expansión, lo que en arqueología ha venido llamándose el “paquete neolítico”, que además de las propia agricultura y ganadería incluiría la cerámica, la industria lítica pulimentada o las prácticas funerarias, entre otras muchas cosas. Aquel sistema poco a poco fue proyectándose y haciéndose realidad en todo el territorio europeo, pero a medida que el Neolítico se expandía y se consolidaba en Europa, requeriría de una interacción con los grupos de cazadores-recolectores mesolíticos que ya poblaban por entonces aquellas tierras, lo que en la práctica se plasmó en la convivencia de estilos de vida bien distintos a lo largo de milenios.
Un largo recorrido por el Mediterráneo. Última parada, la península ibérica por Juan F. Gibaja (CSIC), Miriam Cubas (UAH) y Juan J. Ibáñez (CSIC)
Nada fue igual a partir del Neolítico. El control de la reproducción animal y vegetal y su consecuente domesticación estuvieron vinculados a una paulatina sedentarización y a la configuración de los primeros poblados. La herencia de este fenómeno, que se inició en Próximo Oriente hace unos 15 000 años, llega hasta nuestros días. Nuestra alimentación, nuestro modo de vida y probablemente nuestras creencias más primigenias tienen su origen en aquellos primeros agricultores y pastores. La búsqueda de nuevos territorios donde iniciar una nueva vida les llevó a moverse en distintas direcciones: el oeste de Asia, el centro de Europa y los espacios bañados por el Mediterráneo. Tras varias generaciones llegaron a la península ibérica hace unos 7700 años.
La domesticación de animales y plantas por Leonor Peña-Chocarro y Marta Moreno (CSIC)
El estudio sobre los orígenes de la agricultura y de la ganadería está considerado como uno de los temas más fascinantes de la investigación arqueológica; ha generado ríos de tinta –monografías, artículos, volúmenes específicos de revistas– y movilizado ingente financiación –proyectos de investigación, congresos y seminarios especializados–, y se ha abordado desde perspectivas multidisciplinares, especialmente en la última década, en la que se han aplicado tecnologías y metodologías muy punteras. Ambas actividades constituyeron la base económica de las sociedades neolíticas, y su estudio se ha centrado en comprender cómo, cuándo y dónde se domesticaron las especies involucradas en este complejo proceso en el que se conjugan múltiples factores naturales y culturales.
Las primeras agricultoras. Género y cambio social en el Neolítico antiguo por Alba Masclans y Ariadna Nieto Espinet (CSIC)
Aunque el Neolítico parte de ciertos elementos comunes (expansión demográfica, domesticación de plantas y animales, innovaciones tecnológicas, etc.) entender cómo vivían las mujeres y qué implicaba socialmente ser mujer es un viaje enraizado en la heterogeneidad y amplitud temporal de la neolitización. Durante este proceso los distintos grupos humanos encontraron y desarrollaron soluciones muy diversas para adaptar sus prácticas agropecuarias a diferentes nichos ecológicos y gestionar los cambios derivados del sedentarismo, el crecimiento demográfico, la territorialización y el incremento de los excedentes agrícolas. En este contexto los procesos de construcción de nuevas identidades de género fueron un elemento clave en el desarrollo de estas nuevas formas de organización social.
El arte levantino y el esplendor del arte narrativo por Inés Domingo (UB)
Hace unos 7500 años, en la fachada mediterránea de la península ibérica asistimos a un episodio singular en la historia del arte prehistórico: el nacimiento del arte rupestre levantino. Los más de un millar de yacimientos hoy conocidos, de los que 758 fueron incluidos en la lista de Patrimonio Mundial de la UNESCO en 1998, están distribuidos a lo largo de las comunidades autónomas de Aragón, Cataluña, Comunidad Valenciana, la parte oriental de Castilla la Mancha, la Región de Murcia y la parte nororiental de Andalucía. El nacimiento de este nuevo arte rupestre, situado en abrigos al aire libre, significó la transformación de los paisajes interiores y de los principales ejes fluviales de la región mediterránea peninsular en una singular pinacoteca al aire libre. Hoy, estos lugares con arte rupestre nos ofrecen pequeñas ventanas hacia un pasado lleno de misterios, debido a la problemática que entraña la interpretación de su significado, sus posibles funciones y la debatida cronología de este arte milenario.
Los albores de la navegación por Mario Mineo (Museo Nazionale Preistorico Etnografico Luigi Pigorini) y Niccolo Mazzuco (CSIC)
El frecuente hallazgo de piraguas monóxilas –es decir, realizadas a partir de un único tronco– en los países europeos, atestigua claramente la navegación fluvial y de aguas interiores desde el período mesolítico. En cambio, aún no se ha documentado el uso de esta misma tecnología para la navegación marítima, un problema para el que todavía no tenemos una respuesta. Pese a todo, resulta evidente, a juzgar por la cantidad de hallazgos y la gran calidad de las embarcaciones recuperadas, la alta capacidad alcanzada por las poblaciones que las realizaron en los trabajos de carpintería y construcción naval. Una tecnología de este tipo, con herramientas tan limitadas como la piedra pulida y el sílex, debió de tener forzosamente un largo período de gestación que probablemente comenzara mucho antes del Mesolítico. La cuestión que nos interesa discutir aquí, sin embargo, es si los constructores de estas piraguas, que dan fe de un aprovechamiento de los recursos pesqueros de agua dulce, estaban en condiciones de renunciar a la ingente cantidad de recursos alimenticios que constituye la fauna marina, y si habrían utilizado o no estos conocimientos para la navegación marítima costera.
Piedras, huesos y cerámicas. Tecnología y supervivencia por Millán Mozota (CSIC) y Miriam Cubas (UAH)
Durante el Neolítico, el cambio más evidente es la aparición de los animales y plantas domésticos, lo que supone claramente una nueva base de alimentación de los grupos humanos. Sin embargo, no se trata de la única transformación, puesto que el Neolítico implica también la existencia de una nueva organización social, así como la aparición de nuevos rituales funerarios, patrones de asentamiento y modificaciones en las tecnologías que usan estas sociedades. Muchas de las tecnologías que aparecían anteriormente se siguen utilizando en esta época, pero su forma de elaboración y, sobre todo, su uso se modifican. Los restos materiales más habituales de las sociedades neolíticas son las herramientas hechas en piedra o hueso y la cerámica.
Ante la muerte. Las prácticas funerarias durante el Neolítico por Juan F. Gibaja (CSIC) y Primitiva Bueno (UAH)
La muerte, las creencias o el más allá son cuestiones sobre las que la humanidad, tanto del presente como del pasado, ha reflexionado continuamente. Desde los primeros indicios que conocemos son muchas las formas de enterramiento que se han practicado, los tratamientos de los cuerpos que se han realizado o las ofrendas que se les han dejado. Los enterramientos son uno de los contextos más apreciados para la investigación, puesto que su estudio nos acerca al origen, las formas de vida, la alimentación o las diferencias sociales de los enterrados, así como las relaciones entre ellos, su estatus de género, de edad, o los eventos violentos o enfermedades que hubieran sufrido. Aportan además evidencias sobre la capacidad de intercambio de objetos, a veces lejanos, amortizados en los rituales funerarios, y revelan una destacada maestría en el uso de la piedra para la construcción de grandes arquitecturas.
Y además, introduciendo el n.º 38: La fundación de Constantinopla por David Vivó (UdG)
La creación de Constantinopla no partió de una fundación ex novo, sino que la nueva ciudad se erigió sobre la anterior Bizancio, una urbe relativamente pequeña pero de larguísima tradición y muy bien situada estratégicamente. Efectivamente, Bizancio fue una colonia de la ciudad griega de Mégara fundada en torno al 660 a. C. Ubicada sobre un saliente triangular entre la Propóntide (mar de Mármara) y el estuario llamado el Cuerno de Oro en el Bósforo, se disponía en una estratégica situación que garantizaba el control del paso entre el Euxino (mar Negro) y el Egeo, aunque a pesar de ello siempre tuvo un papel secundario en la historia griega. No será hasta su incorporación al Imperio romano, y por tanto en un contexto territorial mucho mayor, cuando su privilegiada posición cambiará, primando la vía terrestre que conecta Europa con Asia sobre la marítima y convirtiéndose en el punto terminal de la vía Egnatia, que la conectaba con Tesalónica y, en su otro extremo, con Dirraquio, el puerto que por mar enlazaba con Bríndisi, la vía Apia y, en definitiva, con Roma. Sin embargo, inmersa todavía en un Imperio relativamente pacífico, en los primeros siglos de la dominación romana su importancia continuaría siendo marginal.