Transcurrido el largo periodo de las conquistas en Hispania, que duró prácticamente dos siglos, la pax romana se asentaría en todo el territorio, y los habitantes de aquellas antaño belicosas tierras habrían de acostumbrarse al nuevo orden, familiarizándose poco a poco con un estilo de vida muy distinto al que tuvieron sus antepasados. La romanización de Hispania estaba en marcha. Mientras algunas regiones –como la Bética o el litoral de la Tarraconense– ya estaban fuertemente romanizadas, otras más al interior solo comenzaban a estarlo. Las ciudades y su nueva ordenación jurídica, con el premio de la ciudadanía romana en algunas y con la posibilidad de ascenso de sus élites quizá hasta el propio Senado romano, se convirtieron en el principal motor de promoción para aquellos que contaban con más recursos y mejores contactos. Dentro de aquellas provincias, miles de ciudadanos vivían entre villas y foros, entre el teatro y las explotaciones mineras, a la par que iban asistiendo a la desaparición de sus antiguas lenguas y a la adaptación de sus ancestrales costumbres a sus nuevas formas de vida.
Todos los caminos conducen a Roma. Hispania y la romanización por Joaquín Ruiz de Arbulo (URV/ICAC)
Una violencia mantenida y constante de expansión imperialista en el siglo II a. C. afectó a Hispania, África, Grecia, Asia y posteriormente también a la Galia, Egipto, la Germania vecina al Rin, las tierras al sur del Danubio, Mauritania, Britania, Dacia e incluso Mesopotamia durante unos pocos años. Podría explicarse así, en toda su crudeza, el concepto de la romanización. Pero si consideramos tan solo esta ley del más fuerte no podremos justificar la perduración a lo largo de los siglos de este gigantesco Estado romano en los tres continentes hasta convertirse en uno de los referentes de la historia del mundo. Así pues el fenómeno al que debemos aproximarnos es intentar entender de qué forma una entidad social y política como la romana fue capaz no solo de expandirse por la fuerza de las armas, sino más tarde, y esto es lo que resulta en verdad singular y determinante, cómo pudo aceptar asociar a los vencidos a su propio esquema social, político, jurídico y religioso. Cómo fue capaz de hacerles partícipes de sus instituciones, justicia y administración, también incluso de su gobierno, y todo ello de una forma perdurable a lo largo del tiempo.
Colonias y municipios. La cuestión de la ciudadanía por Estela García Fernández (UCM)
El proceso gradual de romanización de un territorio provincial como Hispania puede ser observado en diversos ámbitos. Desde el impacto de la acción romana sobre la organización de dicho territorio, bien por razones de índole militar o de explotación económica, hasta la alteración de la estructura social de las ciudades con la aparición de población foránea de origen itálico o la manifestación material de nuevos usos culturales, especialmente por las élites locales, entre otros. Todo ello son efectos derivados de la intervención romana y pueden ser englobados bajo la denominación de “romanización”, si se prescinde del cuestionamiento actual del término. Ahora bien, ni el trato intenso con militares y administradores romanos, ni el uso o la imitación de formas romanas de proceder, por muy sofisticado que sea el resultado, convierte en romana a la población. La línea que separa a los individuos y las ciudades que quedan fuera del sistema de los que están dentro y participan de sus ventajas, es clara y precisa y no se presta a interpretación. La posesión de ciudadanía romana es la llave que da acceso al mundo de los administradores del sistema imperial, a sus beneficios y a sus derechos. En este sentido, la aparición de los primeros municipios y colonias romanas en Hispania es decisiva porque señala el inicio de la integración real de los Hispani en el Estado romano.
El latín y la desaparición de las lenguas paleohispánicas por Javier Velaza (UB)
Cuando en el año 218 a. C. las primeras tropas romanas desembarcaron en Ampurias, en la península ibérica se hablaban no menos de seis lenguas diferentes. Algunas de ellas, como el ibérico, incluso se escribían desde hacía siglos mediante varios sistemas de escritura propios; otras, como el celtibérico, probablemente habían comenzado a ponerse por escrito en fecha mucho más reciente; algunas más apenas si se escribían, como el vascónico; o no habrían de hacerlo, y de manera muy escasa, hasta años después, como el lusitano; o no llegarían nunca a ponerse por escrito, como ocurrió en el caso de algunas lenguas del occidente peninsular. Pero, en todo caso, los romanos hallaron a su llegada a Hispania un variopinto mosaico lingüístico en el que convivían –y tal vez se superponían e interactuaban– lenguas de familias, tipologías y orígenes diferentes. Sin embargo, la romanización de Hispania fue tan profunda que tan solo dos siglos después la mayor parte de ellas había dejado de escribirse, y es posible que para el siglo IV casi todas se hubieran perdido de manera definitiva en beneficio del latín, con la única excepción de la lengua vasca.
El vector comercial. Hispania en el Mare Nostrum por César Carreras (UAB)
La transición económica de las Hispaniae, desde la época republicana tardía hasta el Alto Imperio, no puede disociarse de los inicios de la explotación colonial romana. Tal como ya había sucedido con Cartago, la península ibérica se presentaba a los ávidos ojos del Estado romano fundamentalmente como un territorio de recursos minerales infinitos. Con posterioridad, los siglos I y II constituyen uno de los períodos económicos más destacados de la península ibérica, un estímulo basado en un sofisticado sistema de explotación minera y en una agricultura intensiva en productos susceptibles de generar grandes beneficios, como el vino o el aceite de oliva. Un modelo económico, por otra parte, que en el siglo III requeriría de una profunda transformación, y al que solo algunos productos, regiones y ciudades supieron adaptarse.
Los pobladores de Hispania. Identidad y transformación por Juan Manuel Abascal (UA)
La desaparición progresiva de las identidades locales había comenzado en la Bética, grosso modo la mayor parte de la actual Andalucía, desde comienzos del siglo II a. C., desde que la expulsión de los cartagineses había dejado a los romanos con las manos libres para la conquista de Hispania. Pero ese proceso de supresión de las identidades locales, que se había iniciado en el sur de la Península en fechas tan antiguas, se extendió como la pólvora al mismo ritmo que lo hacían los éxitos de las tropas romanas. Cuando Augusto terminó la conquista del norte de Hispania el año 19 a. C., la suerte de las culturas indígenas de Hispania estaba echada.
Marcial. Un celtíbero entre Bilbilis y Roma por Aitor Blanco (UNAV)
“El que ahora me atraiga hacia sus riberas el celtibérico Jalón, y el que pueda visitar las casas colgadas de mi patria, te lo debo a ti, Manio […]. Nadie hay más cariñoso que tú, ni más digno de amor en las tierras de Iberia […]. Si tú piensas lo mismo, si nuestros sentimientos son iguales, Roma estará para nosotros dos en cualquier lugar” (Epigramas X.13). Siguiendo las acertadas palabras del autor bilbilitano, Roma se podía encontrar en cualquier lugar. Estaba en Hispania, por supuesto, y entre celtíberos que no olvidaban su identidad y orgullo local al mismo tiempo que disfrutaban de estructuras políticas municipales y de las comodidades importadas que las excavaciones arqueológicas a las orillas del río Jalón han sacado a luz. Sin embargo, Marcial y su genial obra también nos hacen recordar que, más allá de este esplendor arquitectónico y urbano, subyacían diferencias notables entre aquella Roma, capital imperial, y su Bilbilis, una patria natal de pasado indígena con limitaciones propias de la periferia provincial.
Élites hispánicas y poder en Roma. Del fin de la República al advenimiento de la dinastía Antonina por Enrique Melchor (UCO)
Durante los últimos años de la República y con la dinastía Julio-Claudia (27 a. C.-68 d. C.) en la península ibérica se configuró una élite hispanorromana compuesta por descendientes de emigrantes italorromanos (hispanienses) e indígenas romanizados (hispani). Ambos grupos fusionados constituyeron las aristocracias provinciales que gobernaron las ciudades hispanas, de las que pronto comenzaron a surgir “hombres nuevos” deseosos de promocionar a los ordines superiores y de ocupar puestos de responsabilidad en Roma y en la administración imperial. Las numerosas comunidades cívicas surgidas de los procesos de municipalización y colonización, cesariano-augusteos y posteriormente flavios, fueron los crisoles en los que se forjó esa sociedad hispanorromana, que se caracterizó por la mezcla e integración de hispanienses e hispani, una vez los segundos lograron alcanzar la ciudadanía romana.
Y además, introduciendo el n.º 37, La violencia en el Neolítico por Philippe Lefranc (INRAP)
La cuestión de la guerra en las sociedades europeas neolíticas ha sido durante mucho tiempo objeto de debate entre los investigadores. Si bien todos coinciden en reconocer que la violencia intergrupal aumenta con el sedentarismo, la complejidad social y el aumento de la riqueza, la definición misma de los tipos de conflictos que pueden haber surgido en el seno de estas sociedades no es unánime: simples peleas entre un pequeño número de individuos para algunos, verdaderas guerras para otros. Los recientes descubrimientos realizados en el este de Francia, en el valle del Rin, aportan nuevos elementos al debate, al mostrar no solo que ciertas prácticas bélicas de gran violencia como la toma de trofeos y el ultraje al cadáver, bien documentados por la etnología, son, a finales del V milenio a. C., características de los conflictos entre grupos que se perciben a sí mismos como extraños, sino también que estas guerras, lejos de ser solo de venganza, pudieron tener como objetivo una conquista territorial.