Cleopatra es uno de aquellos personajes de la Antigüedad del que todo el mundo, aficionado o no a la historia, ha oído hablar. A la rápida asociación que, en el imaginario popular, suele hacerse entre la reina y el exotismo egipcio –una imagen por cierto ya muy en boga en época romana debido al carácter austero de la tradición republicana antigua– se le une la de su sagacidad en el terreno político, que le brindó la ocasión de codearse directamente con los hombres más poderosos de la época. Como mujer en un mundo que poco entendía de igualdad y respeto, lo tuvo más complicado que otros gobernantes, y parte de ello incluso marcó su inmerecida fama de seductora. Pese a todo, como reina logró gobernar con brillantez en una sociedad culta y dinámica, tan helenística como egipcia, tan diversa como devota con sus dioses. Con la muerte de Cleopatra VII pereció el reino del Egipto ptolemaico, heredero del esplendor del antiguo imperio de Alejandro en el que Oriente y el mundo clásico se encontraban, pero surgió la leyenda de una reina con una nariz muy bien puesta y un carisma que pocos llegarían nunca a igualar.
Los ptolomeos por Livia Capponi (Università di Pavia)
La monarquía helenística sobre la que estamos mejor informados es, sin duda, la de Egipto, donde la dinastía ptolemaica se estableció de forma estable durante tres siglos. Cuando Alejandro ocupó Egipto en 332 a. C., la administración persa, que por entonces ocupaba el país, opuso poca o ninguna resistencia. La población egipcia odiaba a los persas y acogió a Alejandro de buen grado. Los griegos ya eran conocidos en la región: en tiempos del faraón Psamético I (siglo VII a. C.), la ciudad de Mileto había fundado una colonia en Egipto, Naucratis, y comunidades militares griegas y carias habitaban en otros lugares del país, en especial en Menfis.
El Egipto lágida y sus habitantes por Luigi Prada (Oxford University)
A menudo se describe la sociedad del Egipto ptolemaico como dual, de élites griegas y población egipcia. De hecho, el contacto e interacción entre ambos componentes étnicos se convirtió en la norma con el transcurrir del tiempo en el período ptolemaico. Esto es algo que puede también percibirse a través de una producción única, bien característica de aquel tiempo, a nivel cultural, artístico, religioso e incluso lingüístico. Como caso destacable de “globalización” del antiguo mundo Mediterráneo, habitado no solo por griegos y egipcios, sino también por una gran variedad de otras etnias minoritarias, el Egipto de Cleopatra y la sociedad ptolemaica acogen uno de los períodos más fascinantes de la Antigüedad egipcia.
De princesa helenística a reina del Nilo. El auge de Cleopatra por Duane W. Roller (Ohio State University)
Cleopatra VII, reina de Egipto del 51 al 30 a. C. y también de Chipre, Libia y otras posesiones, fue la última de una larga lista de monarcas que gobernaron los Estados del Mediterráneo oriental establecidos tras la muerte de Alejandro el Grande en Babilonia en 323 a. C. Unos tres siglos más tarde, Cleopatra era la única superviviente de los descendientes de aquellos que habían acompañado a Alejandro. Por entonces, el mundo había cambiado, y ella luchaba para mantener la integridad de su reino frente a la expansión romana, que se había extendido a Asia Menor a finales del siglo II a. C. y hacia Siria en el 63 a. C. Cuando Cleopatra ocupó el trono de Egipto, la mayor parte del mundo mediterráneo era ya territorio romano. En este artículo analizaremos la primera etapa de la vida de Cleopatra, desde su nacimiento hasta la muerte de César en el año 44 a. C.
El sincretismo religioso helenístico-egipcio. Isis, Serapis y la dinastía ptolemaica por Joaquín Ruiz de Arbulo (URV – ICAC)
Plutarco de Queronea (ca. 50-120 d. C.), magnífico historiador y biógrafo, nos habla de la “invención” del nuevo dios Serapis indicando que su culto fue creado por la directa inspiración del rey Ptolomeo, transformando para ello una vieja divinidad local ya existente en el primitivo núcleo egipcio precedente a la fundación de Alejandría. Un contemporáneo suyo, el también gran historiador Tácito, resume este mito al describir la visita al gran templo por Vespasiano, pero narra sus orígenes haciendo protagonista al tercero de los ptolomeos. Ya fuera pues el primero o el tercero de los dinastas, ambos relatos coinciden en señalar que el rey habría recibido en sueños la orden de hacer trasladar desde la ciudad griega de Sínope, en el Ponto, una estatua gigantesca del dios de los infiernos, Hades, que según Tácito “daría prosperidad al reino y llenaría de grandeza y gloria a la ciudad que la poseyera”.
Alejandría, la ciudad iluminada por David Vivó (UdG)
En el año 332 a. C. Alejandro Magno arrebató Egipto sin esfuerzo alguno a los persas, por lo que fue considerado rápidamente como un libertador y nombrado nuevo faraón. Al poco, en abril del 331 a. C., fundó la ciudad que llevaba su nombre sobre el antiguo poblado pesquero de Ra-Kedet (Rhakotis en griego). La intención del monarca macedonio fue la de crear una ciudad bisagra entre el mundo griego y Egipto y, en esencia, convertirla en el modelo a seguir en la concepción “globalizada” de su nuevo imperio. La nueva capital egipcia, Alejandría, habría de convertirse sin embargo en una ciudad de tipo helenístico por y para una dinastía macedónica, emocionalmente más volcada hacia el Mediterráneo que hacia el propio Egipto.
Entre Roma y Oriente. Cleopatra en la tormenta perfecta por Duane W. Roller (Ohio State University)
En verano del 42 a. C., la mayoría de los que conspiraron contra César habían sido eliminados y parecía que el mundo estaba en paz. Cleopatra, reina de Egipto, cuya implicación en el castigo de los conspiradores había sido marginal, permanecía plácidamente en Alejandría. Por su parte, Octaviano y Antonio, los dos personajes más poderosos de Roma, se repartieron el mundo –Lépido quedó marginado y su importancia decayó por completo–: Occidente para el primero y Oriente para el segundo. En verano del 41 a. C., Antonio se estableció en Tarso, en el extremo nororiental del Mediterráneo, desde donde muy pronto convocó a Cleopatra a su presencia. En este artículo abordamos la segunda etapa de la vida de Cleopatra, desde la muerte de César en el año 44 a. C. hasta el suicidio de la propia reina en 30 a. C.
Del Nilo al Tíber. La egiptomanía en Roma por David Vivó (UdG)
Al proceso de reinterpretación de las formas artísticas que “invadió” Roma desde la conquista del Egipto de Cleopatra el 30 a. C., se ha denominado de forma genérica “egiptomanía”, un nombre prestado de la moda homónima desencadenada en Europa a finales del siglo XVIII con la toma de Egipto por parte de Napoleón Bonaparte. Paralelamente, las relaciones políticas y comerciales también potenciaron la llegada de egipcios, y sobre todo alejandrinos, a la Urbs, especialmente médicos, tutores, comerciantes, esclavos y, en el caso que nos atañe principalmente, artistas. En efecto, algunas referencias de las fuentes nos demuestran que ya en el siglo II a. C. había artistas –específicamente pintores aunque seguramente también mosaistas– de origen alejandrino en la propia Roma y Campania que ofrecían un producto de gran aceptación y de consumo creciente entre las élites romanas e itálicas: las representaciones nilóticas.
Y además, introduciendo el n. º 35, La peste negra en Florencia por Samuel Cohn (University of Edinburgh)
Tanto en el imaginario popular como en la literatura culta ninguna otra ciudad tiene más relación con la peste negra que Florencia. Parte de la responsabilidad se debe a un hombre, un banquero florentino que pasó la mayor parte de su vida fuera de la ciudad, Giovanni Boccaccio, y a sus cien cuentos, recogidos en el Decamerón, que escribió en torno al 1355 a partir de las conversaciones y los rumores que escuchaba a los mercaderes cuando estuvo empleado en el banco más importante de Florencia, la compañía de los Bardi, en los años justo anteriores al 1348. Pero además de aquel relato único, las fuentes florentinas de la época son más numerosas y útiles para establecer análisis cuantitativos del 1348 que las de cualquier otra urbe. A diferencia de las regiones de habla germánica, no surgieron voces acusatorias ni se produjeron persecuciones de judíos u otras minorías, sino que, como ocurrió en otros lugares de todo el continente, los florentinos tendieron a culpabilizar a las clases trabajadoras del aumento de los precios y los salarios, y de sucumbir a la avaricia y otros excesos.