Tras la pavorosa masacre de espartanos y tespieos en la célebre batalla del paso de las Termópilas, el inmenso ejército del Gran Rey persa avanzó por Grecia central sin encontrar resistencia alguna. Los atenienses, así como otros, decidieron abandonar su ciudad y huir hacia el sur. Las tropas persas marcharon sobre Atenas y la saquearon a placer, destruyendo los templos y monumentos de la acrópolis. La flota griega abandonó su posición en Artemisio, pues una vez abierta la ruta terrestre para el ejército persa, resultaba innecesario bloquear la marítima. Los aliados griegos consideraban entonces una única solución: refugiarse en el Peloponeso y fortificar el istmo de Corinto para impedir la entrada de los persas. Se trataba de repetir, más al sur, la misma estrategia que ya había fracasado poco antes en las Termópilas pero, sobre todo, era un plan que implicaba el sacrificio de toda Grecia central, y por tanto era algo que los atenienses no podían aceptar. En ese momento entró en escena el político ateniense Temístocles, quien persuadió a los aliados para que se enfrentaran a los persas en una gran batalla naval frente a las costas del Ática, entre estas y la cercana isla de Salamina. De lo contrario, los habitantes de Atenas abandonarían Grecia y se trasladarían a una de sus colonias en la península itálica. Ante esta amenaza, el resto de aliados dieron su brazo a torcer y todo quedó listo para la que sería una de las mayores batallas navales de la Antigüedad, y quizá la más relevante de todas ellas.
La acrópolis en llamas. Entre la caída de Termópilas y el incendio de Atenas por Laura Sancho Rocher (Universidad de Zaragoza)
En el breve lapso de tiempo que separa la caída de la posición griega en el paso de las Termópilas del triunfo heleno en Salamina, se produjo el descenso del ejército de Jerjes hasta Atenas y de la flota persa hasta Falero. Dos son los interrogantes que los historiadores afrontan, en aras de la comprensión de los hechos: por un lado, de la decisión e implementación de la evacuación total de Atenas; y, por otro, de la resolución peloponesia de establecer un muro de contención en el istmo de Corinto, abandonando a su suerte Atenas, Mégara y Egina. Esta táctica iría unida al empeño de presentar batalla naval en las proximidades de la fortificación mencionada y no en el estrecho de Salamina.
La armada persa por Adolfo J. Domínguez Monedero (Universidad Autónoma de Madrid)
Cuando Jerjes decidió emprender su invasión de la Grecia europea había aprendido, sin duda, de los errores previos que se habían cometido en el intento emprendido por su padre, Darío I, unos años antes. Frente a lo que había supuesto la campaña que concluyó con la derrota persa en Maratón, ahora Jerjes estaba decidido a ir ocupando todos los territorios que se hallaban en su camino. Para ello contó con un inmenso ejército de tierra que, necesariamente, debía ser apoyado por una flota de guerra que, a su vez, escoltaba a una mayor aún de apoyo logístico. Así, el avance sincronizado del ejército terrestre y de la flota sería, como pensaba Jerjes, garantía de su victoria.
La trirreme griega a principios del siglo V a. C. por Boris Rankov (Royal Holloway, University of London)
La trirreme (trieres) constituyó la nave de guerra más empleada a lo largo de todo el Mediterráneo durante la Antigüedad Clásica. Apareció en la segunda mitad del siglo VI a. C. a modo de evolución de la pentecóntera, un modelo anterior dotado de cincuenta o más remos, repartidos en una o dos filas, a las que se añadió una tercera fila de remos.
La nave como arma. Tácticas en la era de la trirreme por Fernando Quesada Sanz (Universidad Autónoma de Madrid)
La era de la trirreme, que se extendió durante unos tres siglos en todo el Mediterráneo, es una etapa de la larga evolución de las naves específicamente de guerra a remo de la antigüedad, que se remonta probablemente al siglo XII a. C., y durante la que naves, armas y tácticas evolucionaron y variaron. Un rasgo de todo el periodo es que la propia nave, dotada de espolón, era el arma fundamental.
Temístocles: el vencedor del persa que acabó sus días en la corte aqueménida por César Fornis (Universidad de Sevilla)
Temístocles se erige, por derecho propio, en una figura fundamental de la historia de la antigua Grecia y, por extensión, de la de Occidente. En la política interna Temístocles profundizó en el camino abierto por Clístenes y sentó las bases de una democracia denominada “radical”, marinera, sustentada en las clases más desfavorecidas; en política exterior, su generalato fue crucial en la victoria griega en Salamina, poniendo fin de un mazazo al poder naval persa. Paradójicamente, su atribulada carrera política llevó a este hombre a pasar sus últimos años de vida entre aquellos a quienes había vencido.
El día en que el mar se tiñó de sangre. La batalla de Salamina por Fernando Quesada Sanz (Universidad Autónoma de Madrid)
Salamina fue una batalla de marineros, ganada no por brillantez táctica, digan lo que digan algunos investigadores modernos, sino por dura lucha. Fue en Salamina donde, a decir de Tucídides (I.73.4-5), “se demostró claramente que la suerte de los griegos dependía de las naves; y nosotros [los atenienses] contribuimos a ello con los tres factores más útiles: el mayor número de naves, el general más inteligente y el ardor más decidido”.
Después de Salamina. El invierno de 480-479 por Fernando Echeverría Rey – UCM
La caída de la noche puso fin a la batalla de Salamina. En medio de la confusión, la flota persa se retiró al puerto de Falero, mientras los griegos limpiaban el estrecho canal en el que se había desarrollado la batalla. Llegó entonces el momento de reconocer a los valientes pero, sobre todo, de evaluar el alcance de lo sucedido.
Heródoto y el inicio de la historia por Javier Jara Herrero (Universidad de Salamanca)
A pesar de haber sido redactada medio siglo después de la expulsión persa de la Hélade, la obra de Heródoto de Halicarnaso, a la sazón la primera obra griega conservada en prosa y que supone el inicio del género historiográfico, se ha convertido en la fuente principal para el estudio de las Guerras Médicas. Su enfoque, inaudito hasta entonces al ofrecer el protagonismo a hombres y no a dioses, así como su pionero espíritu crítico, hacen de las Historias un pilar básico de la historia y la cultura occidental.