Inestabilidad, conflicto y guerra se sucedieron en la más alejada de las Hispanias de manera crónica desde poco después de la organización de la provincia romana de la Ulterior en 197 a. C., en un proceso de violencia en el que tomaron parte numerosos pueblos peninsulares, coaligados ante Roma o enfrentados entre sí. El interés por las riquezas del valle del Guadalquivir no era nuevo y, a pesar del teórico dominio romano, distintos grupos lusitanos penetraron en la provincia desde principios de aquel siglo. En un contexto amplio de conflicto que conocemos como Guerras Lusitanas, irrumpe de repente en la historia, hacia el 147 a. C., un líder lusitano de indudables dotes militares que someterá a las legiones romanas a una guerra ingrata, en la que las posibilidades de perder la vida sobrepasarán con creces a las de obtener botín y gloria. Pero ¿quién era Viriato? ¿un pastor, un bandido, un rey? Curiosamente, el lusitano es el líder hispano del que más hablaron las fuentes y también el que más enigmas plantea. Quizá sea porque su figura está envuelta en leyenda, porque al personaje histórico se superponen múltiples estereotipos que han hecho de él un mito muy versátil desde la Antigüedad. En todo caso, un hijo de la supuesta traición de Roma a la que sobrevivió para convertirse en su más tenaz enemigo, y ante la que finalmente sucumbiría, aunque Roma no pagase traidores.
Hacia el confín de la Tierra. La azarosa expansión romana en el occidente peninsular por Enrique García Riaza (Universitat de les Illes Balears)
Inestabilidad, conflicto y guerra se sucedieron en la más alejada de las Hispanias de manera crónica desde poco después de la organización de la provincia romana de la Ulterior en 197 a. C. y hasta bien avanzado el siglo I a. C. En este proceso de violencia tomaron parte numerosos pueblos peninsulares, coaligados ante Roma o enfrentados entre sí, al igual que una ingente cantidad de reclutas itálicos, que experimentaron el terror de luchar en los límites del mundo conocido y ante un enemigo dotado de insospechada resiliencia. Una guerra ingrata para Roma, en la que las posibilidades de perder la vida sobrepasaban con creces a las de obtener botín y gloria.
Los lusitanos por Martín Almagro-Gorbea (Real Academia de la Historia)
Los lusitanos fueron una de las etnias más importantes de la península ibérica. Habitaban las extensas áreas silíceas de Hispania que constituían un verdadero finis terrae en el occidente atlántico. Estrabón (III.3.3) reconoce su importancia al señalar que “al norte del Tajo, Lusitania es el más grande de los pueblos de Iberia y el que durante más tiempo ha sufrido la guerra de los romanos”, lo que es algo exagerado, pero refleja la visión que de ellos tenía la Roma de Augusto tras las largas guerras mantenidas desde el siglo II a. C.
Un rival y una frontera. Viriato en armas por Eduardo Sánchez Moreno (Universidad Autónoma de Madrid)
Se ha escrito abundantemente acerca de la personalidad y las gestas de Viriato, el jefe lusitano enfrentado al expansionismo de la República romana, sin poder desligarse en esta narrativa lo legendario de lo histórico. Ya en la Antigüedad nuestras fuentes lo presentan como un pastor reconvertido en bandolero y luego en general, a un paso de la realeza –como Rómulo de Hispania lo califica el historiador Floro (I.33.15)– si la fortuna no hubiera sido adversa. Estamos ante una construcción cultural que bebe de la filosofía estoica de época helenística: el buen salvaje íntegro y virtuoso, el jefe cuya generosidad reporta la lealtad de sus guerreros… un Robin Hood protohistórico que, idealizando un opuesto, destella los pecados de la ambición romana.
Exercitus latronum. Las tácticas de Viriato y sus tropas, ¿una contradicción entre términos? Por Fernando Quesada Sanz (Universidad Autónoma de Madrid)
Las fuentes clásicas dan una visión ambigua del líder lusitano, algunas veces como jefe de una cuadrilla de bandoleros, otras como general de un ejército regular (iusti exercitus mox factus). En este novedoso trabajo, el profesor Quesada analiza cuál de estas dos descripciones se aproxima más a la realidad, y nos ofrece unas conclusiones sorprendentes.
La más brutal de las venganzas. El Cerro de la Cruz, testimonio de la campaña punitiva de Serviliano durante la Guerra de Viriato por Eduardo Kavanagh (Desperta Ferro Ediciones) y Fernando Quesada Sanz (Universidad Autónoma de Madrid)
El golpe de espada iba dirigido al cuello, pero falló y golpeó el omóplato, que seccionó limpiamente. Otro golpe de arma blanca destrozó la cadera y levantó una astilla de hueso. En el poblado ibérico del Cerro de la Cruz (Córdoba) se hallaron, en fechas recientes, los vestigios de una verdadera matanza que probablemente debamos atribuir a una acción punitiva romana vinculada a la Revuelta de Viriato.
De la muerte de Viriato a la integración provincial por Manuel Salinas de Frías (Universidad de Salamanca)
La muerte de Viriato no puso fin a la guerra entre los lusitanos y Roma. El cónsul Décimo Junio Bruto fue enviado inmediatamente después de Servilio Cepión (138 a. C.) y emprendió una campaña que el historiador Apiano pinta en los términos más dramáticos y que solo cabe describir como un genocidio sistemático. Bruto atravesó el río Duero, llegando a otro cauce llamado Lethes (Olvido), identificado en la misma Antigüedad con el Limaia o Limia, siendo el primer romano en cruzarlo. Para ello, hubo de vencer la resistencia de sus propios soldados, que creían supersticiosamente que aquellos que lo cruzaban no recordaban su origen y no retornaban jamás a sus hogares.
Las mil caras del Viriato mítico por Tomás Aguilera Durán (Universidade de Santiago de Compostela)
¿Cuántos personajes históricos pueden presumir de ser el héroe de dos naciones distintas? ¿Un modelo para los príncipes y un revolucionario campesino? ¿Un icono fascista y, a la vez, comunista? ¿Un ladrón y un filósofo? Existen muchos Viriatos.
Y además, introduciendo el n.º 62, Las órdenes mendicantes y su vinculación con la herejía cátara por José María Miura Andrades (Universidad Pablo de Olavide, Sevilla)
En 1203 el pontífice Inocencio III, preocupado por el cariz que iban tomando los acontecimientos en el Languedoc, que cada vez se alejaba más de la senda de la ortodoxia, designó como legados pontificios a los cistercienses Raúl de Fontfroide y Pedro de Castelnau, a los que se unió después Arnaldo Amalrico, abad de la abadía de Císter. En 1206 se une a ellos el castellano Domingo de Guzmán, al tiempo que en Asís se producía la conversión de Giovanni di Pietro Bernardone en Francisco de Asís.