En julio de 1909, España se enfrentó de nuevo a una encrucijada. Por un lado, en el reciente Tratado de Algeciras las potencias europeas le habían “otorgado” un protectorado sobre el norte de Marruecos. Por otro, un Ejército todavía dolido por la culpa vertida sobre él tras la pérdida de Cuba y Filipinas trababa desesperadamente de reconstruir su prestigio a pesar de la escasez de fondos que recibía. Estas eran las circunstancias cuando el Gobierno decidió reaccionar a las escaramuzas que se venían sucediendo con los rifeños desde primeros de julio enviando tropas de reemplazo. Fue un error. Un sistema de reclutamiento injusto, el miedo a las consecuencias físicas de la guerra y la agitación social de la época hicieron que un sentimiento de rebeldía se extendiera por toda España. Numerosos partidos –socialistas, anarquistas, republicanos radicales, la Lliga e incluso los liberales– se opusieron al Gobierno conservador de Maura. Algunos promoviendo una huelga general, otros desencadenando un alzamiento, en Barcelona, el día 26 de julio, que se descontroló y desembocó en la Semana Trágica, que se saldaría con más de un centenar de civiles muertos y una dura represión gubernamental. Las desgracias, se dice, nunca llegan sola. Al día siguiente, una serie de errores militares provocaron el desastre del barranco del Lobo, en el que unos quinientos de aquellos reservistas fueron muertos y heridos por los rifeños, sembrando el estupor en una sociedad que, de repente, se vio al borde de un nuevo 98.
La Conferencia de Algeciras y los intereses españoles en Marruecos por Pablo Díaz Morlán (Universidad de Alicante)
El llamado Imperio jerifiano, establecido en el noroeste de África desde el siglo XVI, daba señales de agotamiento al comenzar el XX, zarandeado por los intereses en disputa de las potencias coloniales europeas. Con la muerte en 1900 del gran vi sir Ba Ahmed, el joven sultán Abd el-Aziz asumió el gobierno efectivo y se produjo en la corte marroquí un deslizamiento en favor de la influencia británica en detrimento de la francesa. Hasta entonces, Francia no había intentado una penetración profunda y prefería el mantenimiento del statu quo, que le favorecía sobre las demás potencias pero, a partir de 1901, el viraje probritánico del sultán Abd el-Aziz llevó al Gobierno francés a proponer al español el reparto del imperio mediante un acuerdo secreto por el cual España obtenía todo el norte, incluyendo la estratégica depresión de Taza y la capital política y religiosa del imperio, Fez. El miedo a que el Reino Unido interfiriera en sus planes marroquíes llevó a Francia a comportarse con generosidad hacia España, tratándola como a una igual en el reparto a pesar de su inocultable debilidad.
La crisis política ante la guerra por Mercedes Cabrera Calvo Sotelo (Universidad Complutense de Madrid)
Marruecos no era ni el problema fundamental ni el objetivo prioritario del Gobierno conservador que, en el verano de 1907, presidía Antonio Maura, sin embargo, iba a convertirse en la razón de su crisis final y de la ruptura del pacto de alternancia entre los dos grandes partidos dinásticos, el conservador y el liberal. Los acontecimientos de la Semana Trágica, o más bien sus secuelas, acabaron moviendo todas las piezas del tablero político. En el cambio de siglo, los dos grandes partidos afrontaban la pugna por su liderazgo al tiempo que pergeñaban sus programas políticos adaptados a los nuevos tiempos; y en 1902 subió al trono un joven rey, Alfonso XIII, que anunció su voluntad de no permanecer al margen de la política. Eran muchos cambios para un régimen que se sostenía sobre la unidad y el liderazgo claro en los dos partidos dinásticos y su capacidad para controlar el resultado de las elecciones gracias al “encasillado”, lo cual hacía posible que el monarca se atuviera a su papel moderador y los militares abandonaran su tradicional intervención en la vida política.
El origen de una pesadilla. La campaña de 1909 por Roberto Muñoz Bolaños (Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado (UNED))
La caída del Rogui, amigo de España, trastocó el orden existente hasta ese momento en los alrededores de Melilla y perjudicó los intereses mineros españoles en la zona. La cabila de Quebdana, hasta entonces favorable a España, comenzó a dar muestras de inquietud y provocó algunos incidentes, siendo castigada por las tropas del general José Marina Vega, gobernador militar de Melilla, en febrero. Por el contrario, distintos caídes (notables) de las cabilas Beni Ensor, Beni Sicar, Beni Bu Ifrur y Mazuza, se mostraban partidarios de reanudar los trabajos en el tendido del ferrocarril, clave para explotar los recursos mineros de la zona. Esta posición era también defendida por los propietarios de la Compañía de Minas del Rif, que exigían, como ya habían conseguido sus homólogos franceses, que las tropas españolas protegieran sus inversiones.
Sangre española. Mozos y reclutas para Melilla por Daniel Macías Fernández (Universidad de Cantabria / Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado (UNED))
Si se analiza el reclutamiento obligatorio en España, se puede observar que era problemático, que la mayor parte de la población se oponía al servicio de armas de sus hijos y que había recursos legales, corruptelas y triquiñuelas de todo tipo y color para para escapar del deber castrense y que aquellos que no optaban o no podían optar por unas u otras se veían abocados a huir del país y convertirse en prófugos –expatriados que no verían sus pueblos ni familias nunca más–. En las regiones interiores se tendía a emigrar por tierra, dependiendo de las conexiones cercanas, y por mar en las costeras, preferentemente a Iberoamérica, pero el Levante español tuvo en el Magreb una zona de escape para muchos de sus mozos, algunos de los cuales debieron de acabar en el Rif y se reincorporaron a filas en 1909 para combatir en la campaña de Melilla.
El barranco del Lobo por Francisco Escribano Bernal
José Álvarez Cabrera, un teniente coronel de caballería con amplio conocimiento de Marruecos, propugnaba que la seguridad de las plazas españolas se debía asentar en la actuación de agrupamientos tácticos muy móviles, basados en seis compañías de infantería hasta sumar unos ochocientos hombres, que patrullaran el territorio de forma casi permanente, combinando los “paseos militares” con la acción económica y política. También preconizaba la exhibición de fuerza y dureza –lo que llamaba “alardes”– como castigo a los incumplimientos de los moros, pero siguiendo unas reglas de enfrentamiento muy estrictas y benevolentes, a fin de conseguir lo que hoy denominaríamos “ganar corazones y mentes”. Desgraciadamente, en el entorno de Melilla ya era tarde para esta línea de actuación pues en esos mismos días se estaba desarrollando una sangrienta escalada de combates. De hecho, el término Semana Trágica, que se aplica a los sucesos que estallaron en Barcelona el lunes 26 de julio, podría aplicarse con más propiedad al conjunto de acontecimientos paralelos e interrelacionados que sufrió España a partir del viernes 23 en Melilla y Cataluña.
La Semana Trágica catalana. Una extensa e intensa explosión de ira colectiva por Gemma Rubí Casals (Universitat Autònoma de Barcelona)
Los acontecimientos de la Semana Trágica de finales de julio de 1909 se produjeron en una encrucijada histórica en la que la voz de los sectores populares urbanos, silenciada sistemáticamente por una política represiva y por la censura gubernativa, se quiso expresar de manera contundente en contra de una guerra que no compartían. La vía elegida por Solidaridad Obrera, el movimiento, organizado desde 1907, que reunía las diferentes tradiciones obreristas catalanas, anarquistas, socialistas y sindicalistas, e incluso cobijaba a republicanos, fue la huelga general, que acabó adoptando una dimensión claramente política. Los anhelos de transformación sociopolítica depositados en el horizonte de una revolución republicana que apelaba a la formación de juntas revolucionarias y a la lucha anticlerical se desataron por las calles y plazas de muchas poblaciones catalanas. El movimiento de protesta fue implacable y socialmente transversal, pero no los incidentes violentos, mucho más localizados, ya tuvieran como objetivo retar la autoridad del Estado o la de la institución eclesiástica.
El Gobierno contra la huelga: Apatía y represión por Eduardo González Calleja (Universidad Carlos III de Madrid)
El rebrote del terrorismo reabrió la vieja polémica sobre la eficacia policial que se arrastraba desde la década anterior. El 23 de noviembre de 1904, las fuerzas vivas barcelonesas reclamaron la creación de un servicio especial de vigilancia. La Lliga Regionalista instó al Gobierno a catalanizar las fuerzas policiales, bajo la amenaza de crear una entidad propia que garantizase la seguridad de la ciudad. Como preludio a esta decisión, en febrero de 1907 se creó un comité de las entidades corporativas de la capital catalana, que figura en los orígenes de la Liga o Junta de Defensa de Barcelona, una comisión de seguridad instituida al margen de la autoridad gubernativa, apoyada por los responsables del movimiento Solidaridad Catalana –surgido como respuesta a Ley de Jurisdicciones de marzo de 1906, por la que toda ofensa a la patria o al Ejército pasaría a ser dirimida por la jurisdicción militar– y colocada al servicio exclusivo de las autoridades locales para combatir el terrorismo, pero también para poner en el disparadero las frecuentes torpezas de la policía oficial.
La hija de Marte. Melilla en guerra por Santiago Domínguez Llosá
Con ese título, La hija de Marte, se publicó, en 1930, un libro de Francisco Carcaño Más en el que se novelaba el desarrollo de la ciudad de Melilla al inicio del siglo XX al amparo de la intervención militar en la zona. Para entonces era innegable la gran influencia que habían tenido las llamadas campañas de Marruecos en esta población. El estudio de las causas de las operaciones de 1909 es muy apropiado para ver cómo, en pocos años, el lugar pasó de ser una aislada fortaleza a una plaza importante, foco económico y comercial, y es obvio que la existencia de la ciudad misma, desde 1497, puede ser considerada como una de las principales causas de esa guerra. Melilla era entonces el único punto practicable y seguro en la costa comprendida entre Nemours (actual Ghazaouet), en Argelia, y Ceuta, y por ello, llamada a ser protagonista de la intervención europea en la zona, algo que se llevaba advirtiendo desde mucho tiempo atrás.