Guerra Civil española, Asturias 1937. En el norte de España, la República está a punto de ser derrotada. Tras la caída de Vizcaya y de Santander, las tropas gubernamentales se han retirado al que será su último reducto, Asturias, encajada entre las altas cimas de la cordillera Cantábrica y el mar, un territorio perfecto para una resistencia a ultranza, pero un escenario bélico en el que los defensores se van a enfrentar a múltiples desafíos. Es el enemigo quien tiene el dominio del mar y, aislados del territorio republicano, los suministros llegan mal y escasean tanto los alimentos como las municiones. Tampoco el aire es amigo de los defensores. Exceptuando unos pocos aviones, los de la escuadrilla que será conocida como el “Circo Krone” por lo variopinto de sus aparatos, la aviación franquista domina los cielos gracias al apoyo de la Legión Cóndor, que bombardea a placer tantos las posiciones de las tropas como los puertos por los que entra la ayuda y escapan los refugiados. Es el terreno, quebrado y montañoso, cubierto de líneas más o menos fortificadas, el que ofrece alguna oportunidad a los últimos resistentes. La lucha en los puertos de montaña que cierran el paso desde la Meseta será feroz, igual que en la franja costera, donde los sublevados, atacando de este a oeste, acabarán superando una tras otra las líneas defensivas sobre los ríos: Deva, Bedón, Sella… En el momento del derrumbe final a los republicanos solo les quedará asumir la derrota, echarse al monte –son los “fugaos”– o tratar de escapar durante los últimos, caóticos días de la batalla.
Asturias 1937. La última campaña en el norte por Javier Rodríguez Muñoz
El derrumbe de la resistencia republicana en Santander y la dificultad de las comunicaciones con el Gobierno central en Valencia llevaron al Consejo de Asturias y León a declararse soberano y asumir todas las competencias para hacer frente a la inminente ofensiva de los sublevados sobre el último reducto republicano en el norte. Durante cincuenta días, las diezmadas tropas asturianas defendieron palmo a palmo un territorio, sobrecargado de población refugiada, y machacado sistemáticamente por la aviación alemana, antes de emprender una desesperada e incontrolada huida por vía marítima. El Consejo de Asturias y León trató de evitar un desmoronamiento como el santanderino y no concibió mejor solución que la de declararse “soberano” y asumir bajo su mando todas las actividades de la guerra, de la producción y del orden público. Eran las últimas horas del 24 de agosto de 1937 y el Consejo tomó esa decisión sin pedir previa autorización al Gobierno de la República, cuya conformidad daba por supuesta. En el telegrama en el que el delegado del Gobierno, Belarmino Tomás, comunicaba la medida, se ratificaba: “Siempre órdenes Gobierno hoy más que nunca adhesión inquebrantable”.
Del Deva al Bedón. El primer asalto por Miguel Alonso Ibarra (UNED)
“¡Compañeros, no hay que mirar al mar!”. Esa fue la consigna que lanzó el periodista y militante socialista Javier Bueno desde las páginas del diario Avance, publicación que había vuelto a dirigir tras dejar el cargo para combatir con las milicias republicanas en el frente asturiano. El dramatismo de sus palabras no era caprichoso. Bueno buscaba poner negro sobre blanco la situación a la que se enfrentaban las fuerzas gubernamentales en el norte: la resistencia o la aniquilación. La cruda realidad que dibujaban las palabras de Javier Bueno, la de unas fuerzas asturianas encerradas entre un mar hostil por el que no podían escapar y un enemigo que las rodeaba por tres frentes y las superaba en una proporción de más de 4 a 1 –33 000 insurgentes frente a 7500 efectivos gubernamentales–, tenía también que ver con el recuerdo que los episodios de octubre de 1934 habían dejado en la región.
Del Bedón al Sella y la lucha por los puertos por Luis Aurelio González Prieto
Se puede considerar como segunda fase de la batalla de Asturias la comprendida entre el 18 de septiembre y el 10 de octubre de 1937, cuyos hechos más importantes fueron el asalto a la línea del Bedón, la bolsa de Cangas de Onís y la ruptura en los puertos surorientales. Sin ninguna duda, se trató de la fase álgida o más dura de esta campaña –a pesar de ello, completamente orillada por la historiografía y mencionada prácticamente de pasada– en la que el Ejército franquista empleó al completo su masa de maniobra desplazada al norte, con un total de unas 135 unidades tipo batallón. Adolfo Prada, comandante en jefe del Ejército republicano en Asturias, nombrado por el Consejo Soberano de Asturias y León, intentó retardar lo más posible el avance de las tropas franquistas y para ello diseñó una estrategia de defensa en profundidad, apoyada en una sucesión de líneas fortificadas para cuya construcción se llevó a cabo una movilización forzosa de todos aquellos varones mayores de dieciséis años y menores de sesenta que no estuvieran encuadrados militarmente.
La descomposición de la retaguardia por David Alegre Lorenz – Universitat de Girona
Por aquellos días de 1937 la guerra se hizo omnipresente en la retaguardia de Asturias con toda su crudeza. El Musel, puerto de Gijón, se encontraba sometido a los bombardeos constantes de las fuerzas aéreas rebeldes, que volaban a baja altura, a lo cual había que sumar el bloqueo impuesto por la armada franquista, que también disparaba sus cañones contra diferentes objetivos costeros. A la angustia provocada por las bombas muchos asturianos hubieron de sumar el hecho de tener seres queridos entre los niños, mujeres, ancianos y heridos que fueron evacuados a Cataluña vía Francia en el curso del verano. Por otro lado, la gestión de la retaguardia por parte del Consejo Soberano topó con las desavenencias del coronel Adolfo Prada, que había sido puesto al frente de las tropas republicanas en Asturias por el propio Belarmino Tomás. Uno de los motivos de conflicto fue la caída de la producción en las factorías, algo en lo que tuvieron mucho que ver las medidas de movilización extraordinarias. El caso de la crucial fábrica de obuses de Trubia resulta paradigmático en este sentido, con una plantilla que cayó de los 2000 obreros hasta los 900 a causa de la llamada a filas, quedando solo los más mayores.
El colapso por David González Palomares
Los últimos diez días de la Guerra Civil en Asturias supusieron el final de todo el frente norte, un colapso total del Ejército y el Gobierno republicanos ante el ya imparable avance de las tropas sublevadas. Tras superar las últimas líneas de defensa de Asturias comenzaba una desesperada resistencia que se convirtió en situación insostenible cuando se organizó la evacuación. Tras cuarenta intensos días de lucha desde el inicio de la ofensiva sobre Asturias, la V Brigada de Navarra del coronel Juan Bautista Sánchez González ocupó el 10 de octubre de 1937 la conocida población de Cangas de Onís. En ese momento, las tropas franquistas debían enfrentarse a la última línea fortificada que el mando republicano había establecido para la defensa de Asturias: la del Sella. El último bastión establecido fueron las fortificaciones que se extendían por la margen izquierda del río Sella, desde la Huera de Deu, al sur de Cangas de Onís, hasta su desembocadura en Ribadesella. Construida hacia septiembre de 1937, se trataba de la línea mejor fortificada del oriente, en la que se edificaron alrededor de una docena de nidos de ametralladoras circulares, característicos de la fortificación asturiana. No obstante, las obras más abundantes fueron largas líneas de trincheras y parapetos.
La integración de Asturias en la España sublevada por Javier Rodríguez Muñoz
El 21 de octubre de 1937 las Brigadas de Navarra entraban en Gijón, capital de la Asturias republicana a lo largo del último año. Poco después era ocupado Avilés, mientras en Oviedo, a lo largo de esa jornada, las fuerzas que defendían la ciudad observaron cómo desde las posiciones republicanas ya no se hacía fuego y comenzaban a llegar grupos de prisioneros de los que estaban destinados en las brigadas penales de los alrededores. El 22 de octubre se completó la ocupación de Asturias por el ejército de Franco. La región aportó a los sublevados un recurso energético vital, el carbón, y una industria armera y siderometalúrgica que contribuyó a desequilibrar en su favor una balanza hasta entonces nivelada, aunque el fuerte desgaste y la represión sufrida por los mineros retrasó algunos meses la puesta en explotación de las minas. La difícil coyuntura europea imposibilitó la modernización de una industria que había quedado atrasada y que debía hacer frente a una demanda muy superior a su capacidad productiva, lo que impulsó al régimen franquista a la creación a finales de los cincuenta de la Empresa Nacional Siderúrgica (Ensidesa) en Avilés.
“Fugaos”. El inicio de las guerrillas por Ramón García Piñeiro
La ocupación de Asturias el 21 de octubre de 1937 por las tropas nacionalistas suscitó un espontáneo repliegue defensivo protagonizado por los partidarios de la República que no recibieron la orden de evacuación, que renunciaron a cumplirla o que no llegaron a tiempo para embarcar desde los puertos marítimos de Gijón y Avilés, los cuales, armados o inermes, optaron por ocultarse, unos en solitario y otros en grupos de reducidas dimensiones. La conducta fue adoptada por frentepopulistas relevantes y, de forma masiva, por los derrotados del Ejército Popular que hubieran adquirido notoriedad militar y política, entre los que figuraban destacados artífices de la insurrección obrera de 1934. No procedieron de este modo por iniciativa de las autoridades republicanas, al dictado de consignas emanadas de las organizaciones a las que pertenecían, con el propósito de seguir combatiendo por otros medios o para retener fuerzas del adversario, sino acicateados por un instinto de supervivencia. Como supusieron que, dados sus antecedentes, sus expectativas quedaban circunscritas a la disyuntiva del “paseo” o el piquete de ejecución, optaron por emboscarse a la espera de un vuelco en la marcha de la contienda, de una oportunidad propicia para pasar a zona republicana o, cuando menos, al objeto de posponer su presentación hasta que fuera remitiendo la “represión en caliente”.
Y además, introduciendo el n.º 48: Isoroku Yamamoto. El hombre que no quería la guerra por Michael E. Haskew
Eran las 21.00 horas del 6 de diciembre de 1941 cuando, con toda la tripulación del portaaviones de la Marina Imperial japonesa Akagi prestando atención, los altavoces del buque anunciaron: “El ascenso o la caída del imperio dependen de esta batalla. Cada uno se esforzará al máximo para cumplir con su deber”. Aquellas palabras, emitidas esa noche por el almirante Yamamoto, comandante en jefe de la Flota Combinada, evocaban tanto las de Heihachiro Togo antes de la gran victoria de Tsushima en 1905 como las de Horace Nelson antes del triunfo de la Royal Navy en Trafalgar. A la mañana siguiente los pilotos y los aviones de la Kido Butai asestarían un demoledor golpe a la U. S. Navy, incapacitando a la Flota del Pacífico, basada en Pearl Harbor, Hawái. El camino recorrido por el almirante japonés, de cincuenta y siete años, hasta la víspera del ataque sorpresa que arrastraría a Japón y los Estados Unidos al cataclismo de la Segunda Guerra Mundial había sido largo, y sus puntos de vista sobre el conflicto resultan fascinantes.