No es la primera vez que nos fijamos en el Ejército español para hablar de un desastre. En la Guerra de Cuba de 1898 España perdió sus últimos territorios ultramarinos. Aquellos hechos causaron una honda conmoción en la sociedad de la época, pero a fin de cuentas se pudo hallar consuelo tanto en la distancia a la que se libró la guerra como en el poder del enemigo. No iba a suceder así en el desastre de Annual. En aquella ocasión los acontecimientos se desarrollaron justo al otro lado del Estrecho, literalmente, el “patio trasero” del país, y sin embargo nada se había podido hacer, ni para meter en cintura al mando militar y controlar su ambición excesiva, ni para desplegar un ejército acorde a las operaciones que se estaban ejecutando. Si la U. S. Navy había sido un oponente poderoso y moderno, no era tal la consideración que se tenía entonces de los rifeños, un pueblo africano, sometido a protectorado, díscolo y duro, sí, pero mucho menos avanzado, solo útil, y ese sería otro de los grandes errores del mando español, para ir en vanguardia y morir en lugar de los soldados peninsulares, que perdieron así el respeto de sus compañeros de armas que servían en la Policía Indígena y Regulares. Estos dos factores, entre otros muchos, convirtieron el derrumbe de la Comandancia de Melilla dirigida por Fernández Silvestre en un acontecimiento tan impactante como injustificable, que provocó una reacción mucho más encarnizada tanto al nivel de la guerra, en la que el país entero iba a volcarse, como en el seno del propio Gobierno y del Ejército, donde la depuración de responsabilidades fue mucho más intensa.
El Ejército español en África por Francisco Escribano Bernal (Centro Universitario de la Defensa de Zaragoza)
En la abundante bibliografía sobre el desastre de Annual suele personalizarse la culpa en la actuación de Manuel Fernández Silvestre, comandante general de Melilla pero, en realidad, lo que falló en aquellos días de julio fue todo un sistema establecido a lo largo de diez años por decisiones políticas y militares que crearon una estructura y unos procedimientos disfuncionales, poco apropiados para las características del conflicto. La campaña de 1909 obligó a efectuar un problemático envío de refuerzos a África y fueron precisos cinco meses de combates para doblegar a las cabilas rebeldes, lo que puso de relieve las deficiencias del modelo de movilización de reservistas y el descontento social que se generaba en la Península cada vez que se producía un llamamiento a filas. En consecuencia, se decidió crear unidades formadas con tropas autóctonas: la Policía Indígena y los Regulares. Las primeras con funciones de control del territorio, administrativas e informativas, y como nexo de unión entre las autoridades españolas y la población; y las segundas para ser empleadas, directamente, en operaciones de combate.
La ofensiva de Fernández Silvestre por Roberto Muñoz Bolaños (Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado (UNED))
El 22 de febrero, Fernández Silvestre recibió la visita de Berenguer, y ambos establecieron el plan general a desarrollar en la zona oriental del protectorado, idéntico al que con anterioridad había preparado Gómez Jordana. El objetivo final, según los historiadores del SHM, era “descarnar y aislar a Beni Urriaguel”. La primera fase de este plan, partía de la ocupación de Dar Drius, situado en la cabila de Metalsa, al otro lado del Kert. Desde ese punto, se ejercería una acción política sobre las cabilas limítrofes –Metalsa, Beni Tuzin, Beni Ulichek y Beni Said– que permitiese crear una línea de posiciones a partir de Dar Drius en dirección hacia la costa, en la que quedaría encerrada tanto la insumisa cabila de Beni Said como el monte Mauro, logrando el control de ambos. Alcanzados esos objetivos, se iniciaría otra fase sobre la margen derecha del río Nekor, para pasar a continuación a la playa de Alhucemas. Las operaciones comenzaron el 7 de mayo. El día 15, cayó Dar Drius, que se convertiría a partir de ese momento en la base para desarrollar el resto de las acciones; y el 24 de junio se ocupó Carra Midar, Ain Kert y el poblado de Ababda.
El sistema de blocaos por Ángel J. Sáez Rodríguez
El árido y quebrado territorio del Rif, bajo control teórico de la Comandancia General de Melilla, carecía, a principios del siglo XX, de una mínima red de carreteras y ferrocarriles, o de una trama urbana, ni siquiera incipiente. En consecuencia, el despliegue del ejército colonial español hubo de apoyarse en un sistema de fortificaciones sumamente precario, basado en acuartelamientos urbanos y fuertes –construcciones estables de mampostería–, y en campamentos y posiciones –emplazamientos al aire libre, someramente protegidos–. Este escenario se completaba con la construcción defensiva colonial por excelencia levantada por los zapadores españoles, los blocaos, que fueron establecidos para procurar el control de rutas de abastecimiento y vías férreas, así como en las avanzadillas de los enclaves fortificados antes citados.
La noche triste, decisión y derrumbe por Julio Albi de la Cuesta
Al poco, sobre el campamento consternado, estremecido por los aullidos de los que han perdido la razón, cae la noche aciaga. El escenario central del drama que empieza entonces será la tienda de Fernández Silvestre. En ella se celebrarán dos reuniones sucesivas: una, a medianoche del propio día 21; la otra, la mañana del 22. Una hoja de papel suelta que conservan los archivos indica los asistentes a las “juntas de jefes en Annual”, aunque en realidad no todos estuvieron en ambas: Fernández Silvestre; coroneles Morales (jefe de la Policía) y Manella (jefe de la circunscripción y de Alcántara); tenientes coroneles Pérez Ortiz y Marina (de los regimientos de infantería San Fernando y Ceriñola, respectivamente); los comandantes Alzugaray (ingenieros), Écija (artillería), Llamas (Regulares) y Gómez Moreno (sanidad), así como el capitán Sabaté (Estado Mayor). Aparece un comandante, sin nombre, por el Regimiento de África. Por fortuna, varios de ellos sobrevivieron, y sus relatos, aunque no coincidentes, permiten hacerse una idea de lo ocurrido.
Morir en Monte Arruit. El fin de las tropas de Fernández Silvestre por Luis Miguel Francisco
La columna al mando del general Navarro no llega a Monte Arruit hasta la noche del 29 de julio de 1921. Ha pasado una semana desde la retirada de Annual y sus tropas, formadas por restos de todas las unidades, han vivido mucho: el propio Annual, el repliegue de Drius, las cargas de Igan, la defensa de Batel y Tistutin. El resumen se puede cuantificar en muertos, miles de muertos españoles; pero también con una esperanza: defenderse y encontrar el socorro en Monte Arruit. Desde que el general Navarro se hace cargo de las tropas de la Comandancia General de Melilla tras el suicidio del general Fernández Silvestre el 22 de julio, la situación global se mueve en dos vertientes. Por un lado están las tropas del frente y sus decenas de posiciones (casi todas ellas repletas de miedos y problemas); por otro, Melilla. Los rumores sobre la masacre de Annual ya se han adueñado de esa plaza y con ellos un temor que poco a poco, con la llegada de prófugos y restos de tropas, se va incrementando. Los rumores sobre la masacre de Annual ya se han adueñado de esa plaza y con ellos un temor que poco a poco, con la llegada de prófugos y restos de tropas, se va incrementando.
Cautivos españoles en el Rif por Daniel Macías Fernández (Universidad de Cantabria)
Nadie esperaba que nativos “atrasados” fuesen capaces de noquear a una potencia europea –aunque fuese de segundo orden–. La cantidad de españoles muertos, que algunos llegaron a cifrar en catorce mil, el trato a los cadáveres en el campo de batalla –o durante la desbandada–, el derrumbe de todas las líneas metropolitanas y la enorme cantidad de prisioneros caídos en manos de los “rebeldes”, impactaron a la opinión pública nacional e internacional. Con respecto a los cautivos, aunque no hay cifras cerradas, no menos de 400 soldados estuvieron bajo el yugo rifeño (algunas informaciones llegan a ampliar este número a 650) y, en los primeros compases de aquella debacle, hemos de suponer que fueron muchos más, algunos de los cuales fueron ejecutados ipso facto, de modo que disfrutaron de su condición durante un tiempo escaso.
Ecos del desastre en España por María Gajate Bajo (Universidad de Salamanca)
El derrumbamiento de la Comandancia General de Melilla, en julio de 1921, es una de las más amargas catástrofes bélicas de la historia de España y, aunque no condujo directamente al golpe de Estado de Primo de Rivera, allanó ese camino porque era una losa demasiado pesada para un régimen ya asfixiado. Las primeras noticias sobre el Desastre –con mayúsculas iguales que las empleadas para 1898– se propagaron como la pólvora por toda la geografía peninsular, produciendo una auténtica conmoción nacional. El ministro de Guerra, Luis de Marichalar y Monreal, vizconde de Eza, se apresuró a convocar a los medios en un amago por infundir calma y echó mano de una verdad sesgada donde no se detectaban culpas ni culpables. Aludió, en su encuentro con los reporteros, a una retirada con orden y terminó invocando al patriotismo de los presentes para evitar la difusión de noticias relacionadas con el envío de refuerzos a Marruecos.
Y además, introduciendo el n.º 31: El Moncada y el Movimiento 26 de Julio por Martín López Ávalos (El Colegio de Michoacán)
El año de 1952 daría inicio a una amplia transición en el sistema político cubano; Fulgencio Batista, sin proponérselo, iba a abrir las puertas de una nueva época. A partir de ese año, el sistema creado por un movimiento renovador de veinte años atrás –la revolución de 1933–, iba a quedar fracturado en tal grado que le sería imposible mantener el consenso democrático existente hasta entonces en el marco de la Constitución de 1940. La clase política emergente de 1933 −surgida de un proceso insurreccional, encabezado por soldados y estudiantes universitarios, al margen de las organizaciones políticas de entonces−, ya institucionalizada en 1952, se vería incapaz de encauzar los movimientos políticos que empezarían a manifestarse después del golpe de Estado de Batista del 10 de marzo.