Homero relata que una vez que los aqueos se dejaron seducir por la dulzura del combate, emprendieron su marcha hacia el campo de batalla, dejando atrás su hogar. El clamor de sus voces, que resonaba como el graznido de gansos, grullas y cisnes, se alzaba desde las naves y tiendas mientras llegaban al lugar del enfrentamiento. Entre tanto, el estruendo de sus pasos hacía temblar la tierra bajo ellos (Hom. Il. 2.440-469). Esta narración no resulta tan solo un mero artefacto literario; por el contrario, nos describe una realidad concreta en el campo de batalla en la Antigüedad: los gritos de guerra. La adición de los sonidos animales agrega una capa de profundidad, que nos desvela un vínculo intrínseco con la naturaleza, que va más allá de las estrategias militares y alcanza las raíces más profundas del ser humano.
Entre los griegos, también era célebre el potente alalai, que estuvo presente durante la Guerra del Peloponeso entre los hoplitas atenienses. Además de ser un poderoso grito de guerra, tenía un vínculo con aspectos rituales en el contexto bélico (Pind., Ol. 7.35-40; Fragm. 78). Resulta de particular interés la asociación que siglos antes le da Hesíodo con Atenea, por ser este un sonido similar al ulular de los búhos (Różycki, 2021, p. 135). Esta conexión entre el canto de las aves y los gritos de batalla se extendió al contexto romano. De hecho, en el Misopogon, obra escrita por el emperador Juliano en el 363 d.C., se satiriza que los cantos de guerra de las tribus al otro lado del Rin también eran comparables al desagradable revoloteo de las aves (Julian, Mis. 337c).
Aunque las culturas germánicas y celtas fueran caracterizadas por sus estruendosos gritos de guerra que, según autores romanos, revelaban una conexión profunda con las fuerzas primigenias de la naturaleza (Gersbach, 2022, p. 62). Estos no solo se evocaban a través del trino de los pájaros, como se mencionó antes, sino que también se manifiestan con el rugido de otros animales, tal como evidencia el peculiar vínculo que posee la palabra “barritus” en relación con los elefantes. Tácito refiere que el canto de guerra germánico, que llaman barditus se producía con la entonación de un sonido áspero e intermitente, el cual se intensifica con la disposición de sus escudos levantados hacia su boca (Tac. Germ. 3.1; 4.18.3; 5.15 ). Los celtas, por ejemplo, según las fuentes romanas, proferían aullidos como animales y ejecutaban danzas que combinaban con la costumbre ancestral de golpear los escudos con las armas para infundir el pánico (Liv. 38.17.3–5). Amiano Marcelino, también en la Antigüedad tardía, describe que el barritus se producía como una elevación de voces que iba in crescendo: comenzaba como un tenue susurro hasta alcanzar el feroz sonido de las olas chocando con los acantilados (Amm. Marc. 16.12.43; 31.7.11).
Las representaciones asociadas a la barbarie han sido notablemente influenciadas por las percepciones y registros romanos, de cuyos lentes en ocasiones es difícil desprendernos. Esta influencia ha propiciado interpretaciones sesgadas, en ocasiones, simplistas de las prácticas culturales de los grupos fuera de la cultura romana. Aun así, la implementación del barritus no era un asunto exclusivo de las culturas celtas y germanas. La posterior adopción de esta práctica en las filas romanas podría haber sido influenciada por la incorporación de los reclutas germánicos en el ejército romano (Goldsworthy, 2000, p. 167; p. 179). Es más, resulta posible que esta práctica fuera una costumbre militar que continuó en el campo de batalla desde el siglo I a.C. hasta el IV d.C. (Cowan, 2007, p. 117). Este fenómeno no se manifestó de manera fortuita, sino que estuvo arraigado también en la convicción romana de que, al chocar los ejércitos en combate, la fuerza de los gritos de batalla de cada facción anticipaba el resultado del enfrentamiento. Así, se anteponía la fuerza y el entusiasmo frente al miedo y la debilidad (Speidel, 2004, p. 98).
Además de su sugestivo poder evocador que nos sumerge en la reverberación del suelo como una efervescente explosión es crucial destacar que «barritus» era el término utilizado para referirse al estridente chillido de los elefantes (Apul. Flor. 17.35-41). Esta alusión resalta la imponente naturaleza del sonido de estos animales con la magnitud del grito de guerra. En ese sentido, la analogía equipara la sensación de terror de enfrentarse directamente a las filas enemigas tan imponentes como estos animales. Enfatiza la magnitud del miedo que ambos sonidos podían provocar en el campo de batalla, insinuando una asociación entre la imponente presencia de los elefantes y la ferocidad de los guerreros que los acompañaban.
La acción del grito de batalla como un arma en la guerra, con un fin comunicativo cuyo efecto perlocucionario podría ser variado y complejo, trascendía la mera intimidación humana. Los clamores desempeñaban un papel fundamental en la psicología del enfrentamiento, marcando un punto de inflexión donde la comunicación se transformaba en una herramienta letal frente a la cual ninguna armadura podía detener. En la Antigüedad, el uso de efectos sensoriales especiales, como el olor, la vista, e incluso el sonido para aterrorizar tanto a los humanos como a los animales enemigos en el campo de batalla se consideraba una táctica no convencional, pero justa (Mayor, 2022, p. 215). Así, no solo manifestaba la ferocidad y determinación de los soldados, sino que también evidenciaba una comprensión intrincada de los mecanismos psicológicos involucrados en el conflicto armado, destacando la complejidad y sofisticación de las tácticas.
En el caso de los gritos de batalla, también sabemos que tenían un efecto profundo sobre los caballos, cuya estabilidad y disciplina eran cruciales para el éxito en el campo de batalla. El estruendo ensordecedor y la intensidad emocional de los gritos podían desencadenar reacciones instintivas en los caballos, haciendo que estos animales, asustados por el tumulto, rompieran filas y perdieran el control (Cic. Fam. 10.30.2-3; Caes. BCiv. 3.91-92). Incluso el chillido de ciertos animales ejercía influencia sobre otros, evidenciando la interconexión y la intrincada red de relaciones dentro del reino animal. En estas ocasiones, las estrategias dependían del conocimiento profundo de estas interacciones con mundo natural, de modo que la victoria consistía en saber aprovecharlas en su beneficio.
Una de estas narrativas se remonta a la época helenística, en donde Alejandro Magno, por consejo del rey Poros, ordenó a sus caballeros tracios que tomasen cerdos y trompetas para enfrentar una horda de elefantes enemigos. Así, el chillido de los cerdos en combinación con las trompetas descontroló a los paquidermos (Ael. NA; 16.14; 16.36) que, confundidos y asustados, desequilibraron la balanza a favor de Alejandro Magno. En época romana se nos cuenta también que los elefantes temían el gruñido de los cerdos y eran repelidos por el clamor constante de sus chillidos (Plin. HN 8.27; Sen. Dial. De ira. 2.11.5-6). Es más, según cuenta Claudio Eliano, los romanos, empleando el graznido resonante de los cerdos, lograron hacer huir a los elefantes que acompañaban al rey Pirro, soberano de Epiro y, con ello, marcaron su triunfo en la batalla (Ael. NA 1.38). El ruido de unos animales reverbera en el comportamiento de otros, recordándonos la interconexión entre las criaturas que pueblan nuestro mundo.
Por último, la presencia de los animales en los sonidos de guerra llegó también a la dimensión musical. El carnyx, utilizado entre los siglos II a.C. y II d.C., era una trompeta de guerra celta que hacía rechinar a aquellos que la escuchaban. Este instrumento de bronce estaba moldeado a semejanza de la abertura de la boca de un jabalí, dragón u otra criatura mitológica. Su sonido, una mezcla de lo espeluznante y lo áspero, se erguía como un presagio, un eco macabro (Diod. Sic. 5.30). La naturaleza como fuente de inspiración en la estrategia militar demuestra la profundidad de la relación entre el ser humano y el mundo natural, así como la capacidad de la guerra para transformar elementos aparentemente ordinarios en armas poderosas y simbólicas.
Más que simples expresiones de agresión, los gritos de guerra representan potentes símbolos de identidad cultural, solidaridad y pertenencia. Desde los chillidos de las aves hasta el rugido de los elefantes, la guerra antigua se convirtió en un escenario donde los seres humanos y el reino animal se entrelazaron en una poderosa sinfonía Al integrar a los animales en la narrativa histórica, se produce una transformación significativa en nuestra comprensión del pasado al cuestionar la perspectiva convencional enfocada exclusivamente en los seres humanos. Al reconocer el papel de los animales en la historia, se amplía nuestra percepción de las interacciones sociales y se nos insta a reconsiderar nuestras ideas sobre la humanidad y la naturaleza. En cada ulular, en cada barritus, resonaba una reverberación ancestral que recordaba a los combatientes su lugar en el vasto tejido de la existencia, donde la línea entre lo humano y lo animal se desdibujaba en la vorágine del conflicto.
Bibliografía:
Fuentes primarias
- (Ael.) = Claudio Eliano. Claudii Aeliani de natura animalium libri xvii, varia historia, epistolae, fragmenta, vol. 1. Hercher, R. (ed.) Leipzig: Teubner, 1971.
- (Amm. Marc.) = Amiano Marcelino. Ammianus Marcellinus with an English Ttranslation by John C. Rolfe. vols. 2 (2000) y 3 (1986). Goold, G.P. (ed,). Cambridge Massachusetts: Harvard University Press.
- (Apul.) = Apuleyo. Apulei Platonici Madaurensis Opera Quae Supersunt, vol. 2, fasc. 2. Helm, R. (ed.), 1959.
- (Caes.) = Gayo Julio César C. Iuli Caesaris Commentarii. vol. 2. Klotz, A. (ed.), 1950.
- (Cic.) = Marco Tulio Cicerón. Epistulae ad Familiares (Cicero: Epistulae ad Familiares. 2 vols., ed. D. R. Shackleton Bailey, 1977.
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- (Jul.) = Flavio Claudio Juliano. L’empereur Julien. Oeuvres complètes, vol. 2.2. Lacombrade, C. (ed.). Paris: Les Belles Lettres, 1964.
- (Liv.) = Tito Livio. Ab Urbe Condita libri. 35–38. Weissenborn, W. (ed.). Berlin: Weidmannsche Buchhandlung 1873.
- (Plin.) = Gayo Plinio Segundo. C. Plini Secundi Naturalis Historiae Libri XXXVII. vols. 1–5. Mayhoff, C. (ed.), 1892–1909.
- (Plut.) = Lucio Mestrio Plutarco. Plutarchi vitae parallelae, vol. 3. Ziegler, K. (ed.). Leipzig: Teubner, 1971.
- Píndaro (Pind.) = Pindari carmina cum fragmentis, pt. 2, 4th edn. Maehler, H. (ed.) Leipzig: Teubner, 1971-1975.
- (Sen.) = Lucio Anneo Séneca. L. Annaei Senecae Dialogorum Libri Duodecim, Reynolds, L.D. (ed.), 1977.
- (Tac.) = Publio Cornelio Tácito. De Origine et Situ Germanorum (Cornelii Taciti Opera Minora, Anderson, J.G.C. (ed.), 1939.
Fuentes secundarias
- Cowan, R. (2007). “The Clashing of Weapons and Silent Advances in Roman Battles”, Historia: Zeitschrift für Alte Geschichte 56(1), 114-117.
- Goldsworthy, A.K. (2000). Roman Warfare. Londres: Cassel.
- Gersbach, J. (2023). The War Cry in the Graeco-Roman World. Londres y Nueva York: Routledge Monographs in Classical Studies.
- Mayor, A. (2022). Fuego griego, flechas envenenadas y escorpiones. La guerra química y biológica en la Antigüedad. Madrid, Desperta Ferro Ediciones.
- Speidel, M.P. (2004). Ancient Germanic Warriors. Warrior Styles from Trajan’s Column to Icelandic Sagas. Londres y Nueva York: Routledge Taylor and Francis Group.
- Różycki, L. (2021). Battlefield Emotions in Late Antiquity: A Study of Fear and Motivation in Roman Military Treatises. Leiden: Brill.
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