Medallón cristal dorado madre niño maternidad romana siglo IV

Medallón de cristal dorado con una madre y un niño, aunque las madres romanas carecían de vínculo legal con sus hijos. Principios del siglo IV. Fuente: Met Museum.

A principios de un frío mes de diciembre del 291 d.C., Diocleciano y Maximino emitían un decreto excepcional. No lo era por su importancia política, tampoco afectaría a la vida de grandes ciudades o cambiaría el curso de la historia, pero seguía siendo excepcional. En ese decreto atendían las súplicas de una mujer, Syra, que, tras haber perdido a sus hijos y haberse quedado viuda, había rogado a los emperadores poder adoptar a su hijastro, de un matrimonio anterior de su marido.

No tendría la potestad sobre el mismo, le recordaron, porque las mujeres no la tenían ni sobre sus propios hijos, pero podría considerarlo propio y legítimo, como si fuera su hijo biológico, y mantener la tutela mientras siguiera viuda. Los emperadores permitían así permanecer unida a una familia que lo había perdido todo, en contra de todas las costumbres y leyes romanas.

Maternidades jurídicas, maternidades biológicas

La maternidad en Roma no era fácil; de hecho, técnicamente apenas la podríamos denominar maternidad hoy en día. Las mujeres no tenían con sus hijos un vínculo legal que reconociese esa relación como tal. Es la diferencia entre agnados, los parientes relacionados por vía masculina, y los cognados. No era una diferencia solo de nomenclatura, sino que conllevaba una pérdida de derechos. En caso de divorcio, los hijos se irían con el padre, y la madre no podía tomar decisiones legales relacionadas con ellos. La familia de una mujer termina en sí misma, diría el derecho romano, así como que “los que nacen siguen la familia del padre, no de la madre” (Gayo, Instituciones, I, 156).

De hecho, hay que tener en cuenta que la mujer ni siquiera era considerada una mayor de edad de forma completa en muchos casos, por lo que mal podría tener autoridad sobre otros seres vivos. La ironía es que, precisamente, podían librarse de esa tutela proporcionando tres o cuatro hijos a su marido, o liberarse de la esclavitud si se los daban al dueño. En la esclavitud no existía ningún derecho sobre tus hijos.

La ciencia tampoco consideraba que fueran del todo familia. Para la mayoría de científicos y médicos del mundo clásico era el hombre el que aportaba la forma y la herencia, y la madre era solo un horno, o la fértil tierra en que nacería la semilla. En parte por ello, el padre tenía también la potestad de vida y muerte sobre el recién nacido, sin que la madre tuviera mucho que decir. Eso sí, el vínculo se reconocía para cuestiones como el incesto. Por mucho que la legalidad y la ciencia cerraran los ojos, para este tipo de relaciones eran muy conscientes de los vínculos biológicos, como también con los hermanos de una misma madre. De hecho, la pena sería la muerte o la deportación, y no solo la anulación del matrimonio.

madres romanas sepultura Atenas

Detalle de la sepultura en mármol de una madre romana de la primera mitad del siglo IV. Museo Arqueológico de Atenas. Fuente: Wikimedia Commons.

Ni siquiera físicamente la maternidad era una cuestión fácil. Cada parto suponía mirar a la cara a la muerte. Se calcula que, en circunstancias como las romanas y las de muchos países actuales, la mortalidad en el parto es tan alta que casi una cuarta parte acaban con el fallecimiento de la madre, del niño o de ambos. La mitad de los bebés, además, morirían antes de los cinco años. Eurípides hizo decir a Medea que prefería tres veces ir a la guerra que parir una sola.

Madres romanas y maternidades paralelas

Aun así, las madres romanas fueron logrando avances en el reconocimiento de sus lazos. Y, cuando no pudieron, se saltaron las leyes para crear vínculos informales. El caso de Syra tiene un antecedente, también completamente excepcional, en el emperador Galba, que fue adoptado por su madrastra, en una acción que ha hecho correr ríos de tinta, sobre todo porque parece que el futuro emperador, durante un tiempo (quizás la vida de la madrastra) cambió su nombre para enlazarlo con el de ella. Aunque la imagen de la madrastra en la literatura del mundo clásico era pésima, hay casos en que vemos a estas mujeres cuidando de estos hijos como si fueran suyos.

Las madres romanas también lograron que se reconociera el nexo con los hijos en el testamento, mediante dos senadoconsultos que permitían la herencia directa (Tertuliano y Orfitiano). Antes no había una herencia automática al, recordemos, no ser familia directa. Así mismo, la prohibición de acusar públicamente que recaía sobre las mujeres se anulaba cuando perseguían a los asesinos tanto de sus padres como de sus hijos, aunque no de su marido. En el caso de las libertas, también podían acusar en el caso de sus patronos… y de los hijos de estos. Algunas de estas libertas habrían sido sus nodrizas y su vínculo era igual de fuerte que el de una maternidad biológica. De hecho, si bien recordamos más la escena de Argos, el perro de Odiseo, reconociendo a su antiguo dueño justo antes de morir, también Euriclea, su nodriza, le reconoce, aun antes que su esposa o cualquier otra persona. Había sido la nodriza de Odiseo y, después, de su hijo, Telémaco. Toda una institución en palacio.

Asimismo lucharon por mantener la tutela cuando se quedaban viudas, lo que normalmente quedaba condicionado por permanecer viudas. En algunos casos lograron también la custodia en divorcios, cuando pudieron probar la maldad del padre biológico. En caso de que la madre optara por no entregar a sus hijos al padre, de hecho, la legislación cedió en que pudiera hacerlo mientras no se resolviera el caso, por el bien de los niños (Dig. 43, 30, 1, 3; 43, 30, 3, 5-6). El jurista Ulpiano comentaba también que, en algunos casos, en hijos nacidos tras un divorcio, la madre podía intentar forzar el reconocimiento del hijo por parte del padre y que este le alimentase. En estas situaciones el padre solo podía pedir que se le mostrase y, si quería llevárselo, como en los casos anteriores, sería el emperador el que decidiese (Dig. 25, 4, 1, 1).

familia romana termas Diocleciano

Lápida de una familia en el Museo de las Termas de Diocleciano, en Roma. Fuente: Patricia González.

Parece que también las abuelas hicieron de madres, cuando los padres biológicos faltaban, acogiendo, reconociendo y cuidando de sus nietos. El Digesto nos recuerda el caso de una abuela que logró reconocer a un nieto, que había sido expuesto, tras la muerte del padre. También el futuro emperador Vespasiano se crio en casa de su abuela paterna y tenemos dos inscripciones en la que nietos conmemoran a sus abuelas como avia (abuela) y nutrix (nodriza o criadora). Lo mismo pasa con un tal Agonio Ingenuo, que conmemora en una lápida a quien llama “abuela y madre”.

Así pues, aunque las madres romanas no lo tuvieran fácil, tampoco dejaron que las dificultades legales y sociales las separaran de sus hijos. Tampoco todas las madres eran las biológicas porque, al final, hay y siempre ha habido más de una manera de ser madre y los vínculos de amor y crianza también se eligen.

Bibliografía

  • Cid López, R.M. (2007) El culto de «Juno Lucina» y la fiesta de «Matronalia», Studia Histórica. Historia antigua, 25, 2007, pp. 357-372.
  • González, P. (2021): Soror. Mujeres en Roma. Madrid, Desperta Ferro Ediciones
  • Hackworth Petersen, L.; Salzman-Mitchell, P. (2012): Mothering and Motherhood in Ancient Greece and Rome. Austin: University of Texas Press.
  • Nuñez, I. (2009): “Progresivo y limitado reconocimiento de la figura materna en el derecho romano. De la cesión del vientre al ejercicio de la tutela”, [en] R. Mª Cid (ed.), Madres y maternidades. Construcciones culturales en la civilización clásica, Oviedo, KRK, pp. 255-291.

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