Golpe de Estado en Gabón que ha acentuado la preocupación, en cuanto alteración peligrosa de la democracia (sea cual fuere su tipo de aplicación) en frente sur de la OTAN, por parte de las organizaciones internacionales, tanto occidentales como africanas, que ven como la inseguridad en el continente africano, no sólo en la región saheliana, aumenta con el militarismo creciente de algunos Estados africanos y la consecuente pérdida de su influencia en ellos.
Un nuevo golpe que, según parece, ha sorprendido (de nuevo) a la comunidad internacional, empujando a los observadores a pensar que las actividades de los Servicios de Inteligencia (tanto propios como foráneos) en el continente africano no terminan de profundizar lo suficiente en su trabajo, como aquel en concreto de determinar lo que pasaba y ha pasado en Gabón.
Quizás ha habido un exceso de confianza, de ahí la sorpresa ante la falta, en principio, de las señales, de las vulnerabilidades internas, requeridas para tal golpe.
Un golpe que se produce justo al comienzo de la reunión informal de los ministros de Asuntos Exteriores y de ministros de Defensa de la Unión Europea (UE) en Toledo (30 y 31 de agosto de 2024) con el objetivo de, al margen del habitual de la guerra de Ucrania, tratar la situación en el Níger y en el Sahel (¿dónde esta la información /inteligencia que deberían haber recibido de sus respectivos Servicios de Inteligencia?), apoyando, al tiempo, a Francia que ha sufrido recientemente la expulsión de su embajador en Níger.
Reunión en la que ha estado presente el ministro de Exteriores nigerino depuesto, Hassoumi Mássaoudou, junto al presidente de la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CDEAO), Omar Alieau Touray, que promueve la guerra contra Níger. En ningún caso se invitó a algún representante de la junta militar nigerina, con lo que tal reunión parece que, en lugar de buscar la paz, es, en inicio, un refrendo para una acción militar en Níger, y, aún más, cuando se va a estudiar la forma de atender a la solicitud de la CDEAO de apoyo económico para su intervención militar en aquel país.
Epidemia de golpes de Estado
Ante el golpe de Estado en Gabón, amén de la sorpresa antes aludida, del reconocimiento de la preocupación por la continuada «epidemia de golpes» que está contagiando al continente africano (aún sin soluciones globales y parciales, según cada país, para evitar tal contagio), así como de la inmediata condena habitual (junto a las de otras organizaciones internacionales, tanto occidentales como africanas), el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, ha resaltado que tal golpe supone “un incremento de la inestabilidad en toda la región” (obvio), pero nada concreto de momento, tal y como se está planificando con Níger (habrá que esperar a que pase, con informaciones, el citado efecto sorpresa), y el refrendo a Borrell por parte de la anfitriona, la ministra española en funciones, Margarita Robles, de la necesidad de “elaborar un análisis global de las misiones de paz españolas y europeas en África” (obvio). Pero nada previsible fuera de una posible solución militar.
¿Y que pasa con la CDEAO, en silencio de momento? ¿Abrirá otra intervención armada sobre Gabón? Y, viendo que el ejemplo que quería dar con la amenaza (pendiente de cumplimiento) a Níger no alcanza el objetivo de acabar con los golpes de Estado en África, ¿diluirá tal amenaza con la acción diplomática?
Todos los golpes de Estado anteriores (Mali, Burkina Faso, Chad, Sudán y Níger) presentan y comparten unas condiciones similares, dentro de las diferencias existentes propias de cada país; condiciones que dieron razones a los golpistas, dejando de lado sus propias ambiciones personales, para activar su golpe de Estado: su posición antifrancesa, la acusación a Francia de no resolver sus problemas sino de exacerbarlos, la necesidad de construir unas políticas que resolvieran sus dificultades estructurales y que eliminaran la violencia terrorista, junto a la búsqueda de nuevos aliados foráneos.
No obstante, en Gabón, aquellas están fuera lo referenciado, por lo que, en consecuencia, la factura de su golpe de Estado militar (bajo la dirección del general Brice Oligui Nguema, jefe de la guardia Nacional Republicana) es algo diferente.
Golpe de Estado en Gabón: ¿Qué ha pasado?
De aquí, con lo expuesto, surge la pregunta inicial a responder fuera de los datos de la noticia, del hecho concreto (momento de la asonada, fuerzas militares implicadas, creación de una junta militar o Comité por la Transición y la Restauración de las Instituciones o CTRI, líder de la misma, cierre y apertura de fronteras, disolución de todas las instituciones gubernamentales…): ¿Qué es lo que estaba pasando y qué ha pasado en Gabón para que toda solución a sus presuntos problemas (muy diferentes a los de los Estados sahelianos) haya sido responder con un golpe de Estado?
Buscando pues las causas diferenciales de su golpe de Estado, la República Gabonesa, república presidencialista, se presenta como uno de los países más prósperos del África subsahariana gracias a su abundancia de petróleo, a sus explotaciones mineras y forestales, así como a las inversiones privadas; no obstante, el reparto de la riqueza es desigual, nada equitativo, al no alcanzar por igual a todos lo niveles sociales (hay algunos grupos de pobreza carentes de una atención sanitaria adecuada y de otros servicios, grupos que no han generado violencia).
Un país, además, sin violencia terrorista, que con el golpe sólo alega, desde el contexto de unas elecciones (presidenciales, legislativas y locales) anuladas, así como sus resultados, según la oposición, por irregulares y fraudulentas (sin presencia de observadores internacionales ni la de los medios de comunicación, y con toque de queda posterior y apagón de Internet en todo el país), el rechazo a un presidente, Ali Bongo, al que, junto a otros altos cargos, se le acusa de reprimir las libertades de su pueblo, de alta traición contra las instituciones del Estado, desvío de fondos públicos, malversación financiera, corrupción y tráfico de drogas, a lo que se ha de unir el cansancio político y social de un presidente que ejercía el poder desde el 2009, dentro de una saga familiar unida a la dirección del país desde 1967.
Una asonada que, tras la fallida en 2019 (que buscaba, como la de ahora, según los golpistas, la salvación de la democracia) ha sido celebrada colectivamente con satisfacción por la sociedad gabonesa, lo que parece confirmar la necesidad social de tal cambio.
Así, en manifestaciones en las calles de la capital Libreville en apoyo al golpe gritaban con claridad: ¡Llegó la liberación! y ¡fuera Bongo!, celebrando y agradeciendo a los militares, y sobre todo a Nguema, elegido por unanimidad como presidente de la transición, que se promueva el cambio que se necesitaba en las instituciones políticas, económicas y sociales del país.
Un cambio pedido a gritos por la sociedad gabonesa desde tiempo atrás que veía como se frustraban sus esperanzas de alcanzar, en libertad, una democracia justa y verdadera, tras 56 años de opresión del gobierno clientelar de los Bongo, interesado sólo en obtener beneficios económicos para si mismo y su club de amigos; esperanza ahora abierta, de momento, a pesar de que parece que hay continuidad en la saga familiar puesto que, como asegura la oposición a Bongo (coalición Alternancia 2023), Nguema es primo del presidente depuesto y que, entre los golpistas figura el hermano mayor de aquel, Pascaline Bongo.
Un cambio que, amén de garantizar la integridad física del presidente depuesto (ahora en arresto domiciliario, pero al que se le permite reclamar abiertamente la presidencia por haber «ganado» las elecciones), así como aquella de su familia y cercanos (¿a los que se juzgará?), no pretende (otra diferencia) que, tras el mismo, haya algún cambio geopolítico (cambio de alineamiento en el continente africano).
Al no estar presente el sentimiento antifrancés/antieuropeo de otros golpes (en las manifestaciones de apoyo al golpe gabonés no han habido pancartas y gritos contra Francia), ni acercamientos abiertos a alguna potencia diferente de las occidentales (no han estado presentes banderas ni pancartas a favor de otros países), así como, admitir que serán respetuosos con los compromisos habidos con la comunidad nacional e internacional, no hay señales, indicios, de modificaciones geopolíticas fuera de las actuales.
De todas formas, como Gabón es un país francófono (mantiene la presencia militar francesa con unos 400 soldados), y al no haber habido manifestaciones antifrancesas, ni siquiera los militares gaboneses han citado a su antiguo colonizador (independiente desde 1960), Francia sufrirá, de alguna forma, en su prestigio africano al no haber podido salir al paso con antelación al golpe, lo mismo que en los anteriores (el quinto ahora en las excolonias francesas desde 2020).
Circunstancias que diferenciándose de otros golpes africanos parece que empujarán a las comunidades internacionales a ser, en este caso, más comedidas en el tratamiento de este golpe.
Prudencia y diálogo ante el golpe de Estado en Gabón
Así, mientras algunos observadores, como quitando importancia al golpe (no lo ven equivalente al de Níger), llegan a afirmar, olvidando causas y efectos visibles, que aquel sólo es producto de una revolución o de una revuelta palaciega (un Bongo es sustituido por otro Bongo), otros piden prudencia y diálogo para restablecer el orden, habida cuenta las perdidas, sobre todo económicas (importantes para Francia), que tendrían si acuden a medidas sancionadoras u otras más agresivas.
Quizás, en el fondo, dejando de lado posibles ambiciones personales, esta es probablemente la causa que hace que se vea de otra forma el golpe de Estado gabonés a pesar de ser también un atentado a la democracia como los anteriores. La economía pues manda y tal vez sea este el verdadero motivo que hace diferente a tal golpe de Estado.
De momento, superando toda preocupación por el resultado (aunque de momento no se vea ninguna señal de violencia), habrá que esperar (así lo requieren las organizaciones internacionales) a que los militares, ahora representantes del pueblo gabonés, bajo el CTRI, con el Gobierno, Senado, Asamblea Nacional y Tribunal Constitucional disueltos, se pronuncien, en la promesa pública de Nguema de “reorganizar las instituciones de un modo más democrático y más respetuoso con los derechos humanos” (sin olvidar la lucha contra la corrupción), sobre como será en adelante la política a desarrollar en todos los ámbitos, como se depuraran responsabilidades, y cuando y como se abrirá una democracia que de paso a un líder civil.
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