Si bien la violencia no es patrimonio exclusivo del fascismo, el rol que esta juega en él es único en lo que respecta a las ideologías modernas. Mientras que la violencia es un medio para conseguir un fin para los revolucionarios franceses en la Francia de Luis XVI y para los bolcheviques en la Rusia zarista, esta es un fin en sí mismo para los fascistas. De esta forma debemos entender a Mussolini cuando afirma que «la vida es un continuo combate», o a José Antonio Primo de Rivera cuando dice que la guerra «la siente el hombre con un imperio intuitivo, ancestral». Las palabras y textos de autores fascistas como estos colocan al individuo como protagonista de una misión mesiánica en la que debe lograr la regeneración de su nación mediante la creación de un Nuevo Orden, porque solo así podrá convertirse en el hombre nuevo fascista.
Bailando con el diablo. La codificación fascista de la violencia
Paradójicamente, el hombre nuevo que predica el fascismo se entiende como el renacimiento del hombre primigenio, que vuelve a su estado de naturaleza belicoso y violento. El liberalismo y el socialismo han acabado con ese estado de naturaleza y por ello son enemigos a batir. Sin embargo, al ser un renacimiento se produce un cambio sustancial que pone de manifiesto el carácter moderno del fascismo: la Si bien la violencia no es patrimonio exclusivo del fascismo, el rol que esta juega en él es único en lo que respecta a las ideologías modernas. Mientras que la violencia es un medio para conseguir un fin para los revolucionarios franceses en la Francia de Luis XVI y para los bolcheviques en la Rusia zarista, esta es un fin en sí mismo para los fascistas. De esta forma debemos entender a Mussolini cuando afirma que «la vida es un continuo combate» (3) o a José Antonio Primo de Rivera cuando dice que la guerra «la siente el hombre con un imperio intuitivo, ancestral» (4). Las palabras y textos de autores fascistas como estos colocan al individuo como protagonista de una misión mesiánica en la que debe lograr la regeneración de su nación mediante la creación de un Nuevo Orden, porque solo así podrá convertirse en el hombre nuevo fascista.
Paradójicamente, el hombre nuevo que predica el fascismo se entiende como el renacimiento del hombre primigenio, que vuelve a su estado de naturaleza belicoso y violento. El liberalismo y el socialismo han acabado con ese estado de naturaleza y por ello son enemigos a batir. Sin embargo, al ser un renacimiento se produce un cambio sustancial que pone de manifiesto el carácter moderno del fascismo: la tecnología bélica de los tiempos modernos debe incorporarse al sentimiento inalterable y eterno de la guerra (6). De este modo, el hombre nuevo fascista debe funcionar como una máquina de guerra, un hombre de acero que, siguiendo las ideas de Ernst Jünger, debe «metamorfosearse en una máquina de matar» en un «bautismo de fuego», la guerra total.
Cada hombre nuevo fascista conforma, bajo la idea de la nación como un cuerpo biológico vivo, una célula del mismo. Si uno cae en combate, inmediatamente debe ser sustituido por otro, entendiendo la muerte como un acto noble en pos de un bien mayor. Matar y morir son cuestiones esenciales para lograr extirpar las enfermedades de una nación decadente en tanto que el hombre nuevo se concibe como el cirujano de hierro que extirpa los cánceres nacionales con su bisturí. De este modo, el hombre nuevo fascista se hace a sí mismo manchándose las manos de sangre y fecundando una tierra enferma con la suya propia. Debe cumplir su misión mesiánica de la regeneración nacional a cualquier coste (8).
Siguiendo estas líneas, el combatiente franquista de la Guerra Civil española renació como aquel hombre ancestral que se perdió por culpa de una sociedad decadente marcada por el caos marxista y el orden liberal: el guerrero cristiano. Bajo el ideal de Cruzada y Reconquista se logró la regeneración de España (9), que fue vista de la siguiente manera por José María Pemán en 1937:
«Esta contienda magnífica que desangra España (…) se realiza en un plano de absoluto sobrenaturalismo y maravilla (…) Los incendios de Irún, de Guernica, de Lequeitio, de Málaga o de Baena, son como quema de rastrojos para dejar abonada la tierra de la cosecha nueva. Vamos a tener, españoles, tierra lisa y llana para llenarla alegremente de piedras imperiales».
El papel que juega la violencia en la ideología fascista ha valido a algunos historiadores, y con razón, a definir el fascismo como un estado de guerra civil permanente. En resumen, la violencia para el fascista es bella, sagrada, mítica, un valor en sí mismo que debe concebirse como un estilo de vida que se comprende, en palabras de Mussolini, «como deber, elevación, conquista».
Purgar el mundo. Fascistas en guerra
Entender el entramado mental que hace posible que se desplieguen violencias genocidas y eliminacionistas, como la del frente oriental durante la Segunda Guerra Mundial por la Alemania nazi y como la de 1936 durante la Guerra Civil española por los rebeldes, es importante en tanto que «la violencia debe ser imaginada antes de ser infligida». Esto es así precisamente porque la violencia no es un ente atemporal que se encuentra en los genes del ser humano, sino que es un tipo de relación social que debe estudiarse siempre bajo marcos históricos concretos y que, por lo tanto, se codifica ideológicamente.
Fue la ideología fascista la que hizo posible que numerosas atrocidades ocurrieran durante los conflictos mencionados. Ahora bien, ¿hasta qué punto podemos hablar de personas que matan por cuestiones ideológicas? Muchos historiadores han rechazado esta idea sin siquiera pararse a pensar en el significado de ideología como concepto. No debe entenderse como un elemento estanco, geométrico y lógico, mucho menos si lo que estudiamos es el fascismo, caracterizado por apelar a las emociones antes que a la razón. La ideología debe verse como un corpus abstracto de ideas que son interiorizadas por sociedades de formas muy plurales y distintas. De este modo, la ideología debe verse como un «pegamento social que dota de sentido a la acción violenta.
El individuo no puede concebirse como un ente sin ideología por el simple hecho de que está necesariamente influido por un determinado contexto. En el caso del soldado, debemos entender que su forma de ver el mundo se construye en un ambiente de camaradería, trincheras y violencia. Esta última funciona como un elemento ideologizante en tanto que en contextos bélicos genera identidades étnicas y nacionales que se desarrollan desde un nivel micro hasta un plano macro. De este modo deben entenderse venganzas personales como la de Miroslav Matijevic, líder local de la Ustasha de Kulen Vakuf que se encontró con que insurgentes serbios habían decapitado a su padre y a su madre. Su reacción fue masacrar a diecinueve prisioneros serbios en una Iglesia ortodoxa, un elemento crucial de la identidad de los asesinados que dotó de un halo simbólico a la violencia ejercida.
El simbolismo en la violencia de masas es esencial para comprender cómo se articulan las ideologías en contextos de violencia extrema y en grandes cantidades, pues muestra la forma de entender el mundo de los asesinos, así como sus aspiraciones y deseos (19). Por ello no debemos desechar los egodocumentos como fuentes históricas por su extrema subjetividad, pues es precisamente esta la que nos permite adentrarnos en el entramado mental de aquellos que tomaron parte en masacres y genocidios bajo los estandartes de un Nuevo Orden. En este sentido encontramos numerosos ejemplos que dan fe de la influencia ideológica del fascismo en los combatientes, como el del legionario de la columna de Castejón que al entrar al barrio sevillano de Triana y ver numerosos cadáveres de conocidos derechistas decidió «dejar sobre el cuerpo de cada asesinado [derechista] el cadáver de un asesino [“rojo”], en forma de cruz». Este acto pone de manifiesto el ideal que abrazaron los rebeldes durante la Guerra Civil española: purgar las enfermedades de una España enferma y sanarla mediante la recatolización de su suelo. El legionario ejerció como el cirujano de hierro del que hablaba Joaquín Costa.
Del mismo modo actuó el soldado de la Wehrmacht Karl Fuchs en el frente oriental, que escribió sobre los soviéticos a su mujer e hijo: «luchan como mercenarios -no como soldados- y no importa que sean hombres, mujeres o niños en el frente. No son mejor que un puñado de canallas» (21). Otros tuvieron menos escrúpulos a la hora de escribir:
«Los camaradas están atados, con las orejas, la lengua, la nariz y los genitales cortados (…) Inmediatamente se puso en marcha la venganza (…) fuimos clementes: fusilamos inmediatamente a todos los judíos a los que echamos el guante (…) Los judíos tienen que sacar ahora los cadáveres del sótano, darles sepultura como es debido, y entonces se les hará ver la vergüenza de sus acciones violentas (…) Hasta ahora habíamos mandado al más allá a casi mil judíos, pero aún son demasiado pocos para lo que han hecho».
Resulta extremadamente interesante el lenguaje que usan los verdugos cuando hablan sobre la violencia que ejercen, sobre todo lo referente a la codificación de aquel que se percibe como “el otro”, el enemigo a batir. Este se codifica como un ente abstracto sin rostro que pierde su individualidad y que pasa a ser una bestia que se caracteriza por su inhumanidad. De este modo, la realidad queda simplificada a un enfrentamiento entre el Bien y el Mal que comulga con la misión mesiánica del fascista de salvar a su nación de la decadencia. El tablero de juego queda así dividido en dos bandos: los judeo-bolcheviques como los destructores de la civilización que ejercen una violencia cancerígena y destructora frente al fascista que, en busca de la regeneración nacional, ejerce una violencia saludable y creadora. Resulta muy reveladora la inversión de la realidad que supone esta mentalidad del fascista, pues los propios verdugos que iniciaron el conflicto se ven a sí mismos como las víctimas y los prejuicios que tenían sobre el enemigo a batir como una bestia sedienta de sangre se hicieron realidad como una profecía autocumplida (24). Evidentemente, todo ello fue resultado de las propias acciones de los verdugos en un contexto bélico de extrema brutalidad.
Es de extrema importancia adentrarse en las cartas y diarios de guerra de los combatientes para comprender sus mentalidades, las razones que los llevaron al asesinato en masa y cómo la ideología fascista influyó en ellos. Para esto último es vital fijarse en su forma de escribir y expresar la historia que se está contando, pues como afirma Víctor Klemperer «las palabras pueden ser como pequeñas dosis de arsénico: se tragan de forma desapercibida, parece que no tienen efecto, y después de un tiempo la reacción tóxica estalla». Escribir cartas y diarios de guerra era la vía del soldado para dotar de significado a una experiencia que se percibe como trascendental, una misión mesiánica. En ellas conviven sentimientos contradictorios que ponen de manifiesto el caos de la guerra, de forma que mientras en unas páginas pueden lamentarse del trauma que supone matar a otro ser humano, en otras pueden expresar felicidad por el mismo hecho.
Conclusiones
La praxis de violencia fascista que se necesita para lograr la regeneración nacional debe ocurrir necesariamente en un contexto de guerra total, una situación donde el genocidio puede vivirse como algo carnavalesco. Bajo el paradigma de una guerra total el ejercicio de la violencia en masa se normaliza y de forma paulatina comienza a ser parte del día a día. Se genera así un «continuum de destrucción» en el que militares y civiles comienza a tomar parte en saqueos, asesinatos y torturas que trascienden las prohibiciones morales convencionales. De este modo, la violencia se convierte en una «experiencia transgresiva». Es un contexto que potencia la construcción de identidades a través de una violencia extrema, es una forma de autoafirmación de la identidad propia a través de la aniquilación del enemigo.
Si bien no como una serie de características bien definidas, la ideología fascista logró plasmarse en la praxis a ras de suelo durante conflictos como la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Civil española a través del ejercicio de la violencia. Es más, la guerra fue el espacio de fascistización por excelencia del combatiente de a pie al confirmar sus propios prejuicios sobre un enemigo privado de su humanidad. En palabras del historiador Christopher Browning, «no hubo nada que ayudara tanto a los nazis a hacer la guerra de razas como la guerra misma».
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