Una disuasión que, calificada de militar, se basaba, ya desde entonces en la aplicación, con visión estratégica, de un conjunto de medidas, que un país o un grupo de aliados presentaban a sus potenciales enemigos para evitar, o limitar en lo posible su actividad armada, derrotándole así de antemano.
En la actualidad, ante el conflicto abierto entre Rusia y Ucrania, se nos ha hablado y explicado mucho y muy a menudo, de disuasión, y más en concreto de disuasión militar para evitar que el conflicto se pueda extender por Europa, que se convierta en una guerra mundial, o que, incluso esta fuera nuclear. Disuasión que abarca, por parte de la UE y de la OTAN, sanciones económicas variadas, apoyos económicos, con armas y entrenamiento de fuerzas a Ucrania, incorporación a la OTAN de países vecinos a Rusia, acercamiento de algunos despliegues armados…; todo para que el Kremlin visualice la respuesta de la organización atlántica a la evolución de sus acciones, contrasanciones, alianzas, maniobras militares… que pudieran ser consideradas agresiones a Europa y aliados.
Una disuasión militar que se plantea pues, ante la posibilidad de un conflicto, o abierto este, ante aquella de su expansión, entre contendientes que, de alguna manera, piensan igual sobre la guerra, bajo el empleo en la misma de unas armas, medios y procedimientos más o menos similares.
Pero, qué decir cuando hablamos de la guerra planteada contra el yihadismo y sus variadas formas de violencia: ¿hay posibilidad de disuadir a los yihadistas para que paren y no continúen con su guerra? ¿y la hay en el caso más concreto de la violencia creciente desatada en el Sahel?
Yihadismo en el Sahel
De momento, desde la aparición de tal violencia en nuestras vidas se ha buscado dar un golpe decisivo al yihadismo, sin embargo, este no se ha alcanzado a pesar de que el yihadismo haya sufrido algunas derrotas militares significativas y se hayan eliminado, en continuidad, varios de sus líderes, en la base de que su ideología, las razones de su sinrazón permanecen aún vivas.
Así, bajo la idea permanente de expandirse (como el agua) desde donde les sea más fácil para dar continuación a la creación de su califato global, su presencia en el Sahel ha ido creciendo constantemente en capacidad organizativa, así como en actividad armada violenta, gracias a la presencia de unos grupos terroristas locales afines a Al Qaeda (AQ) y al Estado Islámico (EI) (en pugna entre sí por alcanzar el liderazgo regional) cada vez más relacionados con el crimen organizado y las migraciones ilegales. Crecimiento, que supone, en cierto modo el fracaso de la actuación foránea en el frente militar en aquellos territorios, tal vez por pensar que tal actuación militar, sin contar con una mayor presencia en el frente estructural, aquel que limita las vulnerabilidades locales y regionales que explotan continuamente los yihadistas, era más que suficiente (a sumar una escasa o nula actividad en el frente ideológico, tal vez por desconocimiento sobre que hacer en el mismo). Fracaso que unido al anterior de Afganistán ha elevado su moral.
Un crecimiento del terrorismo saheliano que ahora se está visualizando como una peligrosa amenaza si su actividad llegara a avanzar hacia el Magreb y de ahí hacia el sur de Europa, puerta de entrada al continente.
En la pasada Cumbre de la OTAN en Madrid, parece que la seguridad del flanco sur ha quedado solo apuntada, teorizada sobre el papel, al no ser considerada como una prioridad (no hay amenaza de un guerra convencional) en la estrategia actual más pendiente del flanco este; así pues, no se han definido, de momento, nada en concreto en cuanto a acciones operativas, ni a corto ni a medio plazo, lo que ha sorprendido a algunos analistas y mandos militares españoles partidarios de la presencia militar desde ya, en la consideración de no dejar pasar más tiempo en razón a la peligrosa evolución creciente del terrorismo. Habrá pues que esperar, tal vez, a la reunión en noviembre de la Asamblea Parlamentaria de la OTAN en Madrid para supervisar la correcta aplicación de lo acordado en la pasada Cumbre en Madrid y ver si la intervención en el flanco sur se hace efectiva o queda tan solo como un compromiso de efecto disuasorio.
Así pues, para resolver la preocupación genérica europea (terrorismo e inmigraciones irregulares), de diferente calado en los países magrebíes y sahelianos aquejados de problemas estructurales complejos (dentro de los ámbitos social, político y económico), no hay, de momento, una respuesta concreta y creíble, ya que solo se aporta la idea de alcanzar la estabilidad regional necesaria en base a la disuasión militar, lo que militariza el problema y la posible solución, sin saber como se alcanza aquella frente a yihadismo, un yihadismo que se apoya en las debilidades y problemas estructurales no resueltos (conflictos étnicos, políticos, económicos y sociales de todo tipo, sequías, inundaciones, hambrunas, problema sanitarios…, que prometen solucionar) bajo una mentalidad muy diferente a la occidental.
Estrategias de disuasión frente al terrorismo yihadista
Analicemos, en ese marco, la posibilidad, poco o nada estudiada, de alcanzar la posible disuasión apuntada valorando las dificultades que seguramente encontraremos para su efectiva aplicación, al pasar de la teoría a la realidad:
- La diferente forma occidental de pensar sobre los problemas que crea el yihadismo y su violencia terrorista en relación con aquella de los musulmanes, y más con sus radicales, diferencia que hace difícil el ajuste eficaz de aquella disuasión. En principio, en un primer análisis se ha de considerar la existencia de un deficiente entendimiento de aquellos problemas, al ser observados desde una mentalidad occidental no ajustada a la visión islámica propia de cada país en la región (visión que rodea todos los aspectos de su vida); mentalidades pues, cada una de ellas con sus propios intereses. Chocan aquí, entonces tal y como ocurre en la lucha general contra la radicalidad yihadista, las dos visiones aludidas conformadas desde la existencia de dos ámbitos de pensamiento que deberían ser complementarios, pero que, en general, en la realidad se presentan distanciados: por un lado, la occidental, interviniente en la región, y por otro, la de aquellos musulmanes en origen, que están en contra de los grupos yihadistas. Un pensamiento occidental al respecto que suele estar, al menos hasta el momento, un tanto ciego y lejano al conocimiento del mundo del islam, aunque hable de todo lo que le pertenece desde su propio ideario; un ideario que, en general, aunque se oculte en ocasiones y sin llegar a la islamofobia, suele rechazar tal religión y todo lo que la rodea por principio, por educación antigua recibida. Pensamiento desde el que se mira a los musulmanes, y más a los africanos, por el mero hecho de serlo, con actitud de superioridad creyendo en la posibilidad de trasladarlo e imponerlo por la fuerza en la idea de que somos sus salvadores. Pensamiento pues que, cuando se radicaliza en el contexto político interno, se convierte, generalmente en los ámbitos de la extrema derecha, en racista, xenófobo e islamófobo. Y un pensamiento musulmán, que, como tal, comprende mejor las sinrazones del imaginario yihadista al tiempo que ve lo que ocurre en el mundo occidental: rechazo social, ridiculización de su religión, falta o pocas ayudas a su formación religiosa y a su integración social y laboral, dificultades para construir mezquitas y enterrar a sus fallecidos, padecimiento de humillaciones varias, incluso en ocasiones por algunos miembros de las fuerzas de seguridad, etc.; situaciones que, sin poder ser generalizadas, en la mayoría de los casos vienen a provocar entre los musulmanes emigrados e integrados una crisis de identidad (no se sienten miembros del país de acogida y cuando regresan al suyo o al de sus padres son vistos allí como extranjeros), crisis que es aprovechada por AQ, el EI y otros grupos radicales afines, en la base simplista de un «mirad como os tratan». Pensamiento pues que, cuando se radicaliza, se transforma en el fanático yihadista cargado de occidentalofobia y cristianofobia. Pensamientos, en el fundamento de la visión de los problemas a resolver tanto por parte de quien los tiene (producidos en ocasiones por algunos gobernantes al atender antes a sus intereses que a la ciudadanía) como del lado de quienes tratan de ayudar a resolverlos (interesadamente o no); problemas que, para una posible aplicación de una disuasión occidental efectiva, se han de analizar desde una posición comprensiva por ambos lados, junto a un conocimiento exacto de los yihadistas, de forma que permita alcanzar la mayor eficacia resolutiva, y nunca de forma impositiva por parte de los primeros y/o de aceptación interesada por el poder de los segundos, que pretenden vivir a costa de las ayudas foráneas.
- Su fanatismo religioso, el verdadero motor de su actividad; fanatismo basado en una palabrería pseudoreligiosa, Fanatismo religioso yihadista que no admite controversia alguna puesto que sus ideas, las razones de su sinrazón, son, para ellos y sus seguidores, las únicas que contienen la verdad; una verdad tan incuestionable, apoyada en un rigorismo coránico, que si no se acepta abre el camino a la eliminación de todos aquellos que la rechazan. Un fanatismo que está presente, desde los primeros momentos, en la educación de sus futuros muyahidines; hay que tener en cuenta que este fanatismo se está extendiendo mediante una educación dirigida hacia la violencia contra el infiel en nombre de Alá a los hijos de los combatientes con degollamientos, por parte de los más pequeños, de muñecos, o con lo que es más cruel, con la participación directa con los de más edad en las ejecuciones (hechos que luego difunden en sus vídeos de propaganda). Fanatismo que deja pues poco margen para la disuasión desde una adaptación rigurosa e interesada del Corán a sus ideas de base salafista para dar soporte a su ideología, para ellos ley de vida.
- El convencimiento yihadista de que están combatiendo en una guerra de religión, en defensa de su religión, la única verdadera, tal y como la entienden; convencimiento encontrado con el occidental, que, sin considerar sus fundamentos reales, suele afirmar que no estamos en una guerra de religión (en una guerra santa yihadista; concepto de origen cristiano); aun así, hay que admitir que se está ante un conflicto en el que la religión por parte yihadista (en su concepción ideológica como la la única y verdadera) mueve a sus combatientes. Embebidos pues en la “yihad de la espada” o yihad menor, que cita el Corán con sus condiciones de aplicación (entre las que no aparece el suicidio como forma de acción), sin dar la importancia debida a las otras yihad: yihad del alma o gran yihad, yihad de la lengua, yihad de la pluma, y yihad de la mano, al tiempo que, según sus intereses, crean la yihad demográfica para aumentar el número de sus muyahidines, y la yihad sexual en favor de sus combatientes.
- El deseo de conflicto armado (y de que este crezca) y no de paz, justificación para su enfrentamiento en la idea de que no solo son atacados por sus acciones violentas, sino por el mero hecho de ser musulmanes (ataques a su religión, que los «nuevos cruzados» denigran ahora pero que, según su parecer viene de lejos).
- La nula importancia dada por los yihadistas a su muerte en el combate ya que la vida pertenece a la voluntad de Alá (muerte a su favor como puerta de entrada al Paraíso).
- En esa línea, la desaparición de sus líderes, siempre heroificada como sufridores de martirio, no les plantea inconvenientes para sustituirles. Lo único que se confirma con su eliminación es la voluntad, en la base de la venganza y la confirmación de la lucha por parte de sus enemigos, es la continuación de la suya sin bajar de intensidad (puede que ésta se reduzca, pero esperan en Alá el momento de su crecimiento). En su mentalidad, unos mejor que otros pueden ser líderes, pero lo son terrenales y por un tiempo que depende de Alá, el único y verdadero líder.
- La asimilación de toda derrota o fracaso como una prueba más a sufrir como imposición de Alá para corregir errores cometidos; prueba de la que, están convencidos, una vez superada saldrán con mayor fuerza para combatir a sus enemigos.
- La comprensión del tiempo diferente del occidental afectado por la inmediatez; los yihadistas no tienen prisa en que su generación alcance el califato global, éste llegará cuando se cumpla la voluntad de Alá. Como expresión del contraste aludido con el pensamiento occidental se decía en Afganistán: «los americanos son dueños del reloj, pero nosotros lo somos del tiempo».
- Comprensión del espacio también diferente, los yihadistas «colonizan» con violencia, sin embargo, lo importante es la colonización mental en la base de la implantación de sus ideas, de su islam rigorista que afecta a todo los que rodea la vida del «nuevo» musulmán; en contraste las ocupaciones occidentales tratan de implantar, lógicamente, sus ideas democráticas, ideas que son consideradas por los yihadistas anti islam e inaplicables en el Sahel. En esa comprensión, todo territorio que en su día fue ocupado por el islam, sigue perteneciendo a dicha religión, por lo que si se perdió por culpa de cristianos o musulmanes traidores, debe se ocupado y reislamizado (caso de al-Ándalus).
- Dificultad de que los elementos conformadores de la disuasión alcancen a los yihadistas ante los problemas de comunicación en el Sahel y la existencia habitual de bulos, rumores falsos, fake news interesadas por las partes en conflicto que también hay que atender.
Básicamente, de acuerdo con lo apuntado, la disuasión provocada bajo la amenaza del aumento de la presión militar y de la eliminación de sus líderes no altera su ideología ni su fanatismo, ni su deseo de combatir hasta la muerte, ni limita permanentemente sus captaciones, etc. si no se combina con una actuación efectiva en el frente estructural y el ideológico (base importante para la determinación de los elementos base de la disuasión y de su difusión) que altere (difícil pero no imposible) sus fundamentos y apoyos. Razones todas por las que son bien recibidas las aportaciones de aquellos intelectuales musulmanes de paz bien conocedores del problema yihadista.
Una disuasión pues que ha ser bien estudiada en la base del conocimiento profundo de cada uno de los países sahelianos y en su conjunto en cuanto a sus interrelaciones, así como de los grupos terroristas que les afectan, teniendo en cuenta, además, que toda acción fallida occidental en cualquiera de ellos tiene reflejo influyente en la región y, por ende, en el continente africano, y más aún tras la consideración yihadista de victoria ante la derrota de Occidente resaltada por la marcha de fuerzas francesas y aliadas de Mali, y, asimismo, ante la nueva guerra fría surgida en el continente bajo los efectos de la actual guerra ruso-ucraniana.
Una disuasión que, en su aplicación, ha de tener muy en cuenta, como ya se ha indicado, los tres frentes interactivos contra el terrorismo yihadista: el operativo/militar, el estructural y el ideológico, sin que se presente nada incoherente e improvisado en contra del pensamiento saheliano al respecto; frentes en los que actúa el yihadismo aprovechando toda debilidad al objeto de dividir a las sociedades en las que se incrustan como objetivo para, alcanzar el poder, caminar hacia el califato global.
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