El Sahel, un territorio desconocido hasta tiempos recientes por Europa a pesar de sus vinculaciones antiguas con el continente africano, que se extiende entre países diferentes entre sí, con límites imprecisos por su conformación climática más que de geografía política, y con problemas propios y algunos conjuntos, un espacio en el que viven unos 125 millones de personas, que no entienden en su vida nómada de fronteras, que se encuentran rodeados de conflictos, guerras y violencia militar que afectan de pleno a la sociedad civil, de abusos y represión violenta policial, miseria, marginación, violación de los derechos humanos, falta de planificación urbanística, problemas medioambientales (alcanzado de lleno por el cambio climático; de 1970 al 2000 con un ciclo de sequías y en la actualidad dentro de un periodo de inundaciones anuales en la época de lluvias), crimen organizado y terrorismo yihadista en crecimiento; causas origen de crisis políticas, económicas y sociales.
En suma un territorio en el que, como lugar de paso y de vida de movimientos tribales, se ha convivido desde tiempo atrás con enfrentamientos violentos, étnicos, intercomunitarios, entre sedentarios, seminómadas y nómadas; territorio que es hoy un espacio que mantiene conflictos violentos entre los autóctonos, migrantes de paso, miembros del crimen organizado, traficantes de todo género y grupos varios de terroristas yihadistas (unos afines a Al Qaeda, otros al Estado Islámico y algunos, por el momento independientes), y que, en su conjunto, está conformado por gobiernos débiles con sociedades muy divididas, que soportan enfrentamientos violentos entre diversos grupos locales (gubernamentales o no) con intervención en muchos casos de fuerzas foráneas.
Un Sahel que es visto desde Europa como peligroso como consecuencia del soporte de unas transacciones comerciales ilegales, los «tres comercios», que tienen como objetivo final dicho continente: tráfico de armas, de drogas y de personas; comercios en los que intervienen en apoyo interesado los terroristas yihadistas ofreciendo protección y transporte de sus productos al crimen organizado; espacio asimismo considerado en la actualidad prioritario para la seguridad europea y, por ende, de España, ante el constante crecimiento de la actividad terrorista desde el 2015, razón por la que, observando que, en el mismo, el terrorismo registró en 2021 el 48 % de las muertes a nivel mundial, se ha tomado el Sahel como el «epicentro mundial del terrorismo» yihadista. Así pues, se llega a hablar del Sahel como «la mayor incubadora de terrorismo del planeta».
Yihadistas que, ante la posibilidad de transmitir su actividad al norte de África y posteriormente, una vez allí asentados, dar el salto primero hacia España/Portugal/Italia, e incluso Francia, y luego, desde dichos países, al resto de Europa, han «descubierto» recientemente el valor geoestratégico de tal región al considerarla como la «frontera avanzada de Europa», «nueva frontera directa» o «zona en crisis» a las puertas de España y Europa».
Según algunos analistas, desde la visión occidental, dos son los objetivos fundamentales a cubrir, por un lado, el combate al terrorismo y las mafias del crimen organizado (correspondiente al frente operativo/militar, considerado el prioritario por muchos) y, por otro, la estabilización de la región del Sahel (lo que corresponde al frente estructural); frentes de acción al que muy pocos unen, el combate ideológico. Objetivos todos, los tres, complementarios, a cubrir en la idea de que cuando los países africanos afectados por la lacra del yihadismo avanzan en democracia y desarrollo, los problemas de la violencia y las migraciones desaparecen.
Planes propuestos (actuación en los frentes aludidos) que se han de fundamentar necesariamente en una información/inteligencia completa y rigurosa sobre los países a apoyar (situación política, económica, social, religiosa y cualquier otra de interés) y sobre el terrorismo que les afecta (grupo o grupos terroristas sobre su territorio, líderes, efectivos, actividades, medios y procedimientos que emplean, relaciones con la sociedad y, a su vez, de los políticos con los terroristas, etc.).
Conocimientos que han de permitir seguir correctamente la evolución de todos los problemas que les aquejan, junto a aquel del terrorismo yihadista al que hay que combatir en atención a que su acción violenta está ligada, directa o indirectamente, a la posibilidad de todo desarrollo estructural positivo en los países implicados; un desarrollo que, activado, solo será eficaz si camina hacia la paz, sea esta definitiva o de alcance suficiente como para suprimir o bien limitar al mínimo la acción terrorista y la del crimen organizado en todas sus facetas.
Rusia, China y la OTAN en el tablero africano
Planteamientos que seguramente se verán alterados ante el nuevo escenario planteado por los EEUU al dar prioridad, en una nueva guerra fría marcada ahora por el actual conflicto armado entre Rusia y Ucrania, al desarrollo con «dinero, inversiones y refuerzos militares» en el Sahel, a fin de evitar que Rusia, de la mano de mercenarios, como aquellos del Grupo Wagner (creado por el empresario y miembro del Spetsnaz GRU, amigo del presidente ruso, Dmitri Utkin), ya presente en varios países africanos, “estreche su amistad con los generales y juntas militares de dichos países” cambiando seguridad por licencias para explotar sus recursos naturales, y más en un momento en el que Rusia está sujeta a diversas sanciones económicas internacionales; razones por la que España, en la Cumbre de la OTAN celebrada en Madrid (28 y 29 de junio de 2022), sin aportar soluciones a la actual guerra ruso-ucraniana, planteó su preocupación por reforzar el flanco sur de la OTAN (Magreb y Sahel, amén de Oriente Próximo) y la inclusión, en referencia específica, a las actuaciones sobre el mismo en las estrategias y prioridades a seguir, dentro del nuevo concepto estratégico para los siguientes diez años (denominado «Concepto Estratégico de Madrid»), actuaciones tanto políticas como operativas (despliegue de fuerzas), de la organización atlántica.
Su objetivo: construir y dar soluciones sólidas a sus instituciones y a sus capacidades de seguridad, así como conseguir una interoperabilidad entre las fuerzas que combaten al terrorismo yihadista y a quienes emplean las migraciones irregulares como arma política, a través de la mejora de la cooperación existente y del entrenamiento de sus fuerzas (actividades todas, en definitiva, en favor del frente militar).
Cumbre en la que, ante las amenazas actuales, se planteó una seguridad de 360 grados, con mención especial al Sahel, el «avispero» sur como foco del terrorismo yihadista mundial, sin descartar la vigilancia del norte de África (sin indicación explícita de Marruecos y Argelia), la incorporación de Ceuta y Melilla bajo su «paraguas militar» y la expansión rusa por el continente africano.
Así, en esa línea de reforzamiento de la seguridad en el sur, parece que se va a aprobar una misión de asesoramiento a las fuerzas armadas y policiales mauritanas (que ya formaba parte del Diálogo Mediterráneo de la OTAN desde 1995 con Israel, Egipto, Marruecos, Argelia, Túnez y Jordania, y formó parte del Centro Nacional de Coordinación de Gestión de Crisis desde 2011 a 2016, junto Francia y Camerún) cara a la lucha contra el terrorismo y las migraciones; país que fue invitado a la cena de ministros de la cumbre junto a Jordania.
Seguridad que, en relación con el terrorismo global, ha de tomar como base el conocimiento de los fracasos anteriores (Afganistán, Libia e Irak), al objeto de alcanzar respuestas eficaces al yihadismo creciente en el Sahel (respuestas que no han de cubrir solo el frente militar prioritario en la cumbre aludida), flanco sur que ha aumentado su peligrosidad con la retirada de fuerzas de Mali, los efectos del cambio climático y la crisis alimentaria, efectos que pueden exacerbar los conflictos y la competitividad geopolítica en la región.
No obstante, parece que la seguridad del flanco sur ha quedado solo apuntada, teorizada sobre el papel, al no ser considerada como una prioridad (no hay amenaza de un guerra convencional) en la estrategia actual mas pendiente del flanco este; así pues, no se ha definido, de momento, nada en concreto en cuanto a acciones operativas, ni a corto ni a medio plazo, lo que ha sorprendido a algunos analistas y mandos militares españoles partidarios de la presencia militar desde ya en la consideración de no dejar pasar más tiempo en razón a la peligrosa evolución creciente del terrorismo. Habrá pues que esperar, tal vez, a la reunión en noviembre de la Asamblea Parlamentaria de la OTAN en Madrid para supervisar la correcta aplicación de lo acordado en la pasada cumbre en Madrid y ver si la intervención en el flanco sur se hace efectiva o queda tan solo como un compromiso de efecto disuasorio.
Así pues, para resolver la preocupación genérica europea (terrorismo e inmigraciones irregulares), de diferente calado en los países magrebíes y sahelianos aquejados de problemas estructurales complejos (dentro de los ámbitos social, político y económico), no hay, de momento, una respuesta otaniana concreta y creíble, ya que solo se aporta la idea de alcanzar la estabilidad regional necesaria en base a la disuasión militar, lo que militariza el problema y la posible solución, sin saber como se alcanza esta frente al yihadismo, un yihadismo que se apoya en las debilidades y problemas estructurales no resueltos.
Se ha abierto entonces en África una nueva guerra fría (denominada «segunda guerra fría», «guerra fría 2.0», o «guerra fría renacida»), en la que al margen de ideologías se enfrentan ahora las democracias liberales occidentales y los regímenes autocráticos o dictatoriales que no solo confronta a EEUU y Rusia, sino que también habrá que contar con China, país que, por una vía más civil que militar, está tratando de ocupar los espacios del continente africano que le son favorables (en su mayoría en las costas africanas) ante una cierta indiferencia, por el momento, de los EEUU y la observancia, en segundo plano, de la UE, una UE que «no logra seducir a África para contrarrestar la influencia China» dada la capacidad de este país a la hora de invertir en el mismo, ni hace realmente nada ante la presencia rusa, de forma que ha dejado de ser un referente para muchos países africanos.
A ello ha ayudado también el giro dado a las posiciones respecto al Sáhara (la autonomía como «única» salida) en favor de Marruecos, primero por los EEUU con Donald Trump y Joe Biden, y luego por Alemania y España, tensando el equilibrio político en el Magreb: relaciones entre Marruecos-RASD (actualmente en guerra), entre Marruecos-Argelia, entre España con Marruecos y Argelia, y posiblemente entre Francia con Marruecos y Argelia; equilibrio que se muestra más favorable a Marruecos con la presencia en el asunto de Israel a través de las nuevas relaciones con Marruecos establecidas bajo la intermediación de los EEUU (Acuerdos de Abraham) y la desaparición de Libia del escenario magrebí.
Situación en los países norteafricanos y sahelianos que puede hacer derivar a un segundo plano aquellos planteamientos al «desbaratar la esperanza de la diplomacia española de que la Cumbre de la OTAN ponga el énfasis en el Sahel y en el Magreb» volcándose más en el flanco oriental que hacia aquel del sur.
Además, hay que tener en cuenta que, como consecuencia de la reciente guerra entre Ucrania y Rusia (desconocida para la mayoría de los africanos), las economías de algunas regiones africanas, por el desabastecimiento de algunos productos, sobre todo alimenticios (cereales y derivados) y fertilizantes, y el aumento de los precios de carburantes y energía, alimentos y materias primas, pueden sufrir hambrunas, sobre todo aquellas del Sahel y el Cuerno de África, regiones ya afectadas por una intensa y continuada sequía), incremento de los conflictos sociales y armados, y migraciones consecuentes (principalmente hacia Europa), a los que hay que sumar el regreso de aquellos asentados en Europa a sus países de origen ante la guerra en Ucrania (de vuelta a la hambruna de la que, en su día, escaparon), provocando daños estructurales y sociales con extensión a su situación política, acentuando así la inestabilidad existente con la posibilidad de disturbios civiles (pudiendo alcanzar también al Magreb); elementos que también pueden condicionar las intervenciones foráneas en los frentes de acción aludidos (el estructural, el operativo y el ideológico).
Regiones que han de precisar para evitar tales problemas, y el aprovechamiento de ellos por el yihadismo, de ayudas financieras foráneas de todo tipo, no solo militares; unas ayudas ahora un tanto reducidas por el desvío de parte de ellas hacia Ucrania.
Daños, a sumar a los ya producidos por la pandemia, que se comenzaron a notar el mes de abril, mes del Ramadán, y que previsiblemente continuarán durante el tiempo de guerra y posteriormente hasta la recuperación de los mercados afectados por la falta de grano procedente de Ucrania y Rusia; falta de la que Rusia se justifica acusando paradójicamente a Kiev y a los países occidentales por el minado de los puertos ucranianos que impide el trafico de los cereales, mientras que la UE acusa a Rusia de retener el grano de Ucrania a propósito, razón por la que los EEUU consideran que Rusia está utilizando tal retención como arma de guerra; situación que, al parecer, podría resolverse, en su caso, mediante un acuerdo entre Kiev y Moscú con la mediación de Turquía.
Por otra parte, habrá que tener cuenta la influencia que, en su caso, dicha guerra, ante el posible debilitamiento del prestigio y ascendiente (al ser acusada de las hambrunas por falta de cereales) de la presencia rusa en el continente africano como consecuencia de tal conflicto, pueda tener en el realineamiento de posiciones en el norte de África ya que podría hacer tambalear en parte los planteamientos en los frentes aludidos, así como elevar, como consecuencia, la violencia en la región.
También habrá que pensar en la incidencia que tal conflicto puede tener sobre la mentalidad de los yihadistas, tanto en general, al considerar que tal guerra es una guerra entre cristianos, entre «cruzados», propiciada por Alá, en la que de ninguna manera han de intervenir para evitar que musulmanes mueran por los infieles, como por parte de los yihadistas sahelianos en particular, en la base de que tal guerra puede llegar a debilitar las intervenciones foráneas en su contra. Influencia que, en todo caso, acentuará su moral de lucha por cuanto para ellos, su realidad es debida a la intervención divina, de Alá, como castigo a Occidente (“Alabado sea Alá”, proclaman en sus redes sociales) y muestra la debilidad occidental. Una guerra que les beneficia por cuanto creen que con ella se debilitará la acción de algunos países europeos y, sobre todo, de Rusia, en el Sahel.
El futuro incierto del Sahel
Hasta aquí lo que está pasando en el presente. Para pensar en lo que hay que hacer en adelante se han de responder las siguientes preguntas ¿Qué es lo que, a partir de ahora, va a ocurrir en un futuro más o menos próximo? ¿Y qué es lo que habrá que hacer para salir airosos de la situación?
Un futuro que habrá que pensar teniendo en cuenta la confrontación entre la evolución terrorista, que va a procurar que le sea favorable, y la respuesta a dar por las fuerzas, no solo militares, en su contra, buscando en ella ser los dueños de la iniciativa en todas las hipótesis que se planteen los yihadistas, las más previsibles y las más peligrosas.
Así, en principio, por un lado, viendo el crecimiento actual terrorista (sin olvidar el del crimen organizado) se hace necesario encontrar cuanto antes, en unidad de acción, las causas del mismo para frenarlo, y por otro, viendo que, de momento, las intervenciones europeas en coordinación con las africanas han sido incapaces de parar el crecimiento aludido, repensar cuanto antes los planes que se siguieron, lo actuado, los medios empleados…, al objeto de que, bajo una autocrítica atenta y veraz, fuera de todo interés espurio, nos permita reflexionar, contando con los aciertos y errores cometidos, el establecimiento de planes más eficaces.
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