Guerra Fría

John F. Kennedy y Nikita Krushchev, los líderes de Estados Unidos y la URSS que protagonizaron la crisis de los misiles de Cuba, el momento más caliente de La Guerra Fría. Fuente: Wikimedia Commons/Ruby Jennings

En este tipo de conflicto, las acciones realizadas pueden implicar una evolución de la situación en cuatro direcciones distintas:

  1. Las acciones se amortiguan poco a poco, la tensión baja, se produce una distensión y las relaciones entre contendientes se encaminan hacia la paz.
  2. La situación se estabiliza de manera indefinida, fluctuando hacia más o menos tensión por ciclos, aunque siempre oscilando dentro de unos márgenes admitidos por ambos bandos.
  3. La tensión aumenta y se desemboca en el conflicto bélico.
  4. Uno de los bandos logra imponer su voluntad al otro, convirtiéndose de esta forma en resolutiva por sí misma.

Históricamente, la Guerra Fría (1947-1991) fue un enfrentamiento abierto y, a la vez, restringido que se desarrolló tras la Segunda Guerra Mundial entre los Estados Unidos y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y sus respectivos aliados2. Se luchó en los frentes político, económico, tecnológico, psicológico y cultural, recurriendo a las armas sólo de forma limitada.

Durante los cuarenta y cuatro años de choque, este se mantuvo en general en la situación dos, pero se acercó en algún momento a la tres (crisis de los misiles de Cuba, 1962). Más adelante, evolucionó hacia la uno (acuerdos de desarme y control de armamentos), para acabar en la cuatro después de su abandono por parte de la URSS y la disolución de esta.

El eje primordial de la Guerra Fría fue la dialéctica nuclear, es decir, la rivalidad por el dominio basado en la superioridad atómica. Desde 1945 hasta 1949 los EEUU disfrutaron del monopolio nuclear, que les proporcionó superioridad estratégica e invulnerabilidad. Mientras tanto, los soviéticos siguieron confiando en los medios convencionales y la doctrina militar marxista, que proclamaba la superioridad moral del soldado comunista, el espíritu ofensivo y la importancia del uso militar del ejército de masas.

No obstante, su obtención de la bomba atómica en 1949 obligó a los EEUU a instaurar una doctrina estratégica llamada represalias masivas, consistente en responder con los medios y en el lugar elegidos cuando consideraran sus intereses gravemente dañados. En realidad, fue una doctrina sin credibilidad, porque la utilización generalizada del arma nuclear podía terminar en un auténtico suicidio. Para describir esta situación, se acuñó el acrónimo MAD (Mutua Destrucción Asegurada)3.

Como la guerra nuclear estuvo bastante cerca durante la crisis de los misiles de Cuba, los EEUU decidieron adoptar una nueva doctrina estratégica, denominada respuesta flexible. Se basó en tres acciones:

  1. Rearme convencional: creación de dieciséis divisiones de combate terrestre.
  2. Disponer de una tríada estratégica: ICBM –Misiles Balísticos Intercontinentales–, bombarderos estratégicos y submarinos portadores de misiles nucleares.
  3. Propiciar un clima de entendimiento con la URSS.

Por su parte, la URSS, sin descuidar su potencial convencional, incrementó sus arsenales nucleares hasta alcanzar la paridad con su adversario en 1972. De este modo, estuvo preparada para afrontar y ganar una guerra nuclear que sería total desde el primer instante. Sorpresa y ventaja tecnológica fueron sus flamantes divisas.

En cualquier caso, tras la crisis de los misiles de Cuba, el temor a la MAD y a, incluso, la destrucción de la vida en la Tierra permitió abrir un período de coexistencia pacífica. Se materializó en la distensión, una estrategia caracterizada por la disminución de la tensión militar y la reducción de la carrera de armamentos. Es más, de forma insólita, la paridad nuclear fomentó la creencia en un conflicto estable.

Debido a la imposibilidad de conocer los arsenales nucleares del oponente y al propio efecto disuasivo del número, el incremento cuantitativo llegó a ser hiperbólico. Durante esta fase, se tomó conciencia de ello y ambas superpotencias accedieron a minorarlos, garantizando solo los suficientes. Para ello, lograron acuerdos de medidas de confianza, desarme y limitación y reducción de armamentos, como los SALT I y II (Conversaciones sobre Limitación de Armas Estratégicas, 1972 y 1979 respectivamente). Y, a nivel europeo, en la CSCE (Conferencia sobre Seguridad y Cooperación en Europa, 1973-1990), treinta y cinco países –incluidos los EEUU y la URSS– firmaron en 1975 un acta final que supuso la aceleración de estos procesos.

Empero, la invasión soviética de Afganistán (1979) y la asunción de la presidencia de los EEUU por Ronald Reagan (1981) truncaron la coexistencia pacífica. Este utilizó el combate de baja intensidad para hacer frente a las insurrecciones de carácter comunista que se produjeron fuera del área de influencia soviética, llegando a la intervención directa en Granada (1983). Su otra apuesta fue el desarrollo de la SDI (Iniciativa de Defensa Estratégica), un sistema de defensa que debía proteger el territorio de los EEUU mediante la detección y eliminación de ICBMs y SLBMs (Misiles Balísticos lanzados desde Submarinos). Fundamentado en sistemas de armas terrestres, aéreas y espaciales, en 1987 la American Physical Society determinó que las tecnologías que necesitaba se hallaban a décadas de estar listas para su utilización. Es más, se requería al menos otra década de investigación para saber si podría alguna vez realizarse4. A pesar de ello, la SDI permitió a los EUA recuperar la iniciativa política y arrastrar a la URSS hacia una renovada carrera armamentística que su economía no pudo soportar.

La llegada a la presidencia de la URSS de Mijaíl Gorbachov (1985) implicó un último giro en el debate estratégico. La disminución de la presencia militar soviética en Europa, la progresiva reducción de sus fuerzas armadas y las reformas domésticas de signo aperturista y liberalizador minoraron el riesgo de desatar una guerra global entre ambas superpotencias. Entonces, los EEUU decidieron abrazar una estrategia regional, menguar la presencia avanzada y el despliegue militar en la periferia soviética, y liberar fuerzas que pudiesen responder a nuevas crisis limitadas en cualquier parte del mundo.

Las Revoluciones de 1989, que provocaron la caída de los regímenes comunistas en Europa del Este, allanaron la retirada de la URSS de la Guerra Fría. En 1991, de súbito, se derrumbó el comunismo en esta y su disolución fue inevitable.

La Guerra Fría más allá de la bomba atómica

Así pues, el arma nuclear generó la disuasión nuclear, basada en amenazar con su utilización para impedir que el enemigo actuara contra nuestros intereses. Mas esta clase de disuasión imposibilitó obtener ventaja alguna en dicho empleo, por lo que la estrategia de la acción –en la que prevalece el uso de los medios militares– quedó paralizada. La situación condujo a enfrentamientos indirectos de dos tipos: guerras revolucionarias y guerras convencionales limitadas.

Las primeras, asociadas al marxismo y la lucha de clases, se desarrollaron en los campos político, propagandístico y de lucha armada. Su objetivo fue conquistar el poder para implantar un nuevo orden, es decir, el comunismo. Los revolucionarios intentaron atraer la población a su causa y desplegar su lucha a través de ella. Por eso, su recurso más eficaz no fueron las armas ligeras ni los explosivos, sino la propaganda para influir en el comportamiento de las masas. De hecho, la guerra psicológica es la mejor herramienta para lograr los propósitos de la guerra fría. A pesar de ello, las guerras revolucionarias fueron especialmente sangrientas.

El proceso revolucionario se estructuró en tres fases: organización y protección del aparato revolucionario, extensión de la revolución y decisión. La estrategia se materializó en una serie de acciones tácticas, como las psicológicas, las diplomáticas y de apoyo exterior, la infiltración física, la organización política de las masas, la agitación, el sabotaje, la guerrilla, la subversión, el terrorismo y la insurrección general. La victoria revolucionaria siempre se obtuvo por el abandono del contrario.

Los dos casos más paradigmáticos de este tipo de guerra fueron la Revolución China (1946-1949) y la Revolución cubana (1956-1959).

Las guerras convencionales limitadas se produjeron en zonas periféricas y a través de terceros países, de forma que se las conoció como guerras de representantes. En bastantes de ellas se mezclaron los intereses enfrentados de ambas superpotencias con los procesos de descolonización.

La estrategia soviética, que mantuvo un importante componente convencional, giró en torno a la idea de una ofensiva general en Europa capaz de aplastar rápidamente a las fuerzas de la OTAN5. Sus principios fueron la sorpresa, la concentración de grandes masas acorazadas en frentes reducidos para conseguir la ruptura y una brillante explotación del éxito que dislocase el despliegue enemigo.

En cuanto a los EEUU, desde mediados de la década de 1970 empezaron a trabajar en un método para vencer a las masivas fuerzas soviéticas sin usar el arma nuclear. Así surgió el modelo llamado batalla aeroterrestre, consistente en destruir la retaguardia enemiga mediante la superioridad tecnológica para provocar el colapso de las fuerzas de primera línea. Contempló la utilización de armas que pudieran aniquilar con precisión los puntos vitales de dicha retaguardia, mientras las fuerzas terrestres realizaban frecuentes contraataques.

La preponderancia de las armas nucleares dejó a la táctica terrestre un poco estancada, pero la aérea y la naval fueron mucho más sensibles a los avances tecnológicos y cambiaron profundamente sus métodos y procedimientos de actuación. En este sentido, cabe destacar la aparición del helicóptero en el campo de batalla en la década de 1950, si bien hasta la siguiente no fue empleado para transportar unidades de infantería a zonas de la retaguardia enemiga y consolidar posiciones amenazadas o cercadas. La Guerra de Vietnam (1946-1975) fue su gran campo de experimentación, ya que se crearon unidades completas de infantería y caballería que efectuaron operaciones desde el mismo aparato. Y, la otra novedad fue la mayor transcendencia de la guerra electrónica, con una espectacular ampliación de medidas y contramedidas. Los campos de batalla se llenaron de emisiones electromagnéticas: transmisiones entre puestos de mando y unidades, radares de localización aérea y terrestre, radares de control de tiro y enlaces vía satélite.

Dentro de esta clase de guerras, fue notoria la de Corea (1950-1953), en la que los ejércitos occidentales se vieron mayormente batidos por tropas ligeras. Otra esencial fue la de Vietnam (1946-1975), una sonora derrota estadounidense que abrió una profunda crisis militar de la que nació la batalla aeroterrestre.

En suma, la Guerra Fría fue un período de gran complejidad marcado por el posible uso del arma nuclear, que militarizó la política internacional y, a la vez, politizó la estrategia. Dado el fuerte componente psicológico del choque, resultó admirable que se mantuviera en todo momento un comportamiento racional y que ninguna de las superpotencias llevara la rivalidad a extremos intolerables. En la dialéctica nuclear, la etapa clave se produjo desde después de la crisis de los misiles de Cuba (1962) hasta la invasión soviética de Afganistán (1979), pues en ella coincidieron la Guerra Fría, la disuasión nuclear, la coexistencia pacífica y la distensión.

Mas la inactividad del arma nuclear no evitó que la utilización efectiva de la fuerza militar se concretara en guerras revolucionarias y guerras convencionales limitadas. Las primeras causaron un enorme desgaste en vidas humanas y originaron unas condiciones de inestabilidad que permanecerían en el futuro. Y, en las segundas, hubo una notable continuidad respecto al modelo de la Segunda Guerra Mundial, es decir, no aportaron elementos revolucionarios al arte de la guerra.

De hecho, todos estos enfrentamientos constituyeron la vía de escape de la fuerza militar, restringida por la disuasión nuclear. Los riesgos de la MAD y de acabar con la vida en la Tierra desactivaron los tradicionales motivos para emprender la guerra: la protección del territorio perdió su sentido y la competencia territorial se volvió poco provechosa. En una era de suma vulnerabilidad, ¿qué beneficio comportaba adquirir esferas de influencia, líneas de defensas fortificadas y puntos estratégicos de estrangulamiento? Por eso, muchas de estas posesiones fueron abandonadas por la URSS antes de disolverse.

Luego se puede afirmar que dichas conflagraciones ayudaron a estabilizar el frágil equilibrio de la dialéctica nuclear. Durante la Guerra de Corea, el presidente de los EEUU Harry Truman, consciente de tal precariedad, respondió a la petición de los estrategas militares aliados de usar el arma atómica: “tenéis que comprender que esta no es otra arma cualquiera…”6. Y, la película de Stanley Kubrick ¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú (1963) ilustró con humor negro cómo la locura paranoica de un solo general estadounidense desencadenaba un cataclismo atómico7. Es decir, un único accidente fatal pudo haber abierto la caja de Pandora.

Al final, la utilización efectiva de la fuerza militar no le garantizó a la URSS su influencia ni su propia existencia continuada: se acabó hundiendo con sus fuerzas militares, incluso sus recursos nucleares, intactos. La disuasión nuclear anuló totalmente a la fuerza militar como característica definitoria del poder.

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  • WESTAD, Odd Arne. La Guerra Fría: una historia mundial. Pradera, Alejandro y Cifuentes, Irene (trad.). Barcelona: Galaxia Gutenberg, 2018. 739 p.

Notas

  • 1 ALCÁZAR, Agustín. El conflicto, [Madrid?], Escuela Superior del Ejército, Escuela de Estado Mayor, ca. 1992, p. 112.
  • 2 Ambas superpotencias crearon alianzas militares que, en el fondo, no sólo defendían sus intereses de este tipo, sino también los políticos y económicos. El 4 de abril de 1949 los EUA y once países más firmaron el Tratado del Atlántico Norte, que estableció las bases de la fundación – al año siguiente – de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte). Para contrarrestar tal amenaza, el 14 de mayo de 1955 la URSS y ocho países más signaron el Pacto de Varsovia, dirigido a preservar la hegemonía soviética sobre los países del centro y el este de Europa. LOZANO, Álvaro. La Guerra Fría, [Barcelona?], Melusina, 2007, p. 153-156.
  • 3 La palabra mad en inglés significa loco. Enciclopedia del arte de la guerra, Barcelona, Planeta, 2001, p. 465.
  • 4 MARTÍN, Daniel. “Una valoración militar de la Guerra Fría”. En: Contubernium [en línea]. [S.l.], Daniel Martín, 30 de agosto de 2018 [Última consulta: 10 de mayo de 2021]. Disponible en: < https://contuberniumdotblog.wp comstaging.com/2018/08/30/una-valoracion-militar-de-la-guerra-fria/ >.
  • 5 Ver la nota al pie número 2.
  • 6 Enciclopedia del arte de la guerra, p. 463.
  • 7 Su título original es Doctor Strangelove or how I learned to stop worrying and love the bomb. LOZANO, Álvaro, cit., p. 151.

Este artículo forma parte de IV Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

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