Alfonso II el casto asturias

Representación de Alfonso II en el Libro de los testamentos, c. 1118, catedral de Oviedo.

En torno a Asturias puso Dios montañas firmísimas, y el Señor es el protector de su pueblo desde ahora hasta siempre.

Pelayo de Oviedo (1070-1143)

Estos, tras haber conquistado los dominios visigodos ibéricos1 toparon con las agrestes montañas que guardaban las costas del Océano Citerior, donde se refugiaron aquellos que renegaron someterse al poder de la media luna. El más célebre de ellos fue Pelayo2, quien, de creerlo, pudo haber sido sobrino y spatario del desdichado rey Rodrigo, junto al que habría luchado en la funesta batalla del Guadalete. Sería él mismo quien tras la toma de Mérida se dirigiera al baluarte astur para poner a salvo los símbolos regios visigodos y sus reliquias religiosas3 en un intento de salvaguardar los restos de un extinto reino de Toledo.

Fue en aquellas irredentas montañas donde, hacia el 722, los astures liderados por Pelayo vencieron a los musulmanes de Al Qama en una parva batalla en las inmediaciones de la Cova Dominica4. Así, ante la belicosidad de los barbudos que poblaban aquellas tierras bravías, los musulmanes terminaron por desestimar la idea de conquistar las costas citeriores.

Sea como fuere, las tierras astur-cántabras dieron acogida a los restos del poder visigodo que siempre intentó someterlas. Allí, aprovechando el sustrato aristocrático precedente5, Pelayo logró consolidar una red de alianzas que establecieron los cimientos del futuro reino astur. Su éxito militar en Covadonga le otorgó el prestigio suficiente para aunar bajo su liderazgo a los clanes astures que sostuvieron la figura maltrecha de la monarquía. Pero, algo que le revistió de mayor dignidad aún fue el haber sido depositario de ciertas reliquias evacuadas del desaparecido reino visigodo, pues en aquellos momentos de crisis la veneración a lo sagrado y el respeto hacia quien lo guardaba se tornó capital6.

Aun así, no se diluyó la sombra de Caín que había mantenido a los pueblos astur-cántabros guerreando entre sí desde tiempo inmemorial. Ahora, como si de una herencia del morbo gótico se tratase, esa sombra se veía materializada en la pugna de los nuevos clanes aristocráticos por el poder, una pugna que hizo peligrar la existencia del naciente reino astur. El pétreo baluarte asturiano que había contenido el avance musulmán no resultó efectivo para proteger de sí mismos a los pueblos que guardaba.

A pesar de ello logró afianzarse un sólido núcleo de resistencia tras la unión de los centros cántabro y astur gracias al matrimonio de Alfonso I, hijo del dux cantabriae Pedro7, con Ermensinda, hija de Pelayo. Sin embargo, la expansión de dicho núcleo se vio siempre amenazada por rebeliones de galaicos y vascones y, sobre todo, por la citada inestabilidad interna, que se articuló en torno a la cuestión sucesoria, legitimada en la relación parental con la estirpe de Pelayo.

Es en esta situación de lucha por el poder en la que aparece la figura de Alfonso, hijo de una prisionera vascona, Munia, y del rey Fruela I, hijo de Alfonso I y, por tanto, nieto de Pelayo. La vida de Fruela acabó de forma violenta junto a la de su hermano Vimara tras una lucha fratricida entre ambos. Muertos los herederos legítimos, subió al trono Aurelio, primo de estos, quien fue sucedido por Silo, esposo de Adosinda, la hija de Alfonso I. La falta de descendencia propició que Adosinda convenciera a su esposo para que asociara al trono8 al hijo de su hermano Fruela, que apenas contaba con doce años de edad.

Sin embargo, los inicios de la carrera del bisnieto de Pelayo se tornaron difíciles. Este no consiguió establecerse como rey a la muerte de Silo al ser depuesto por Mauregato, un hijo ilegítimo de Alfonso I, viéndose obligado a refugiarse en tierras alavesas mientras su tía Adosinda era recluida en un monasterio de Pravia. Incluso tras la muerte de Mauregato la situación siguió siendo hostil para Alfonso al ser de nuevo apartado del trono por Vermudo, un hermano del difunto rey Aurelio.

Durante esta etapa de juego de tronos se sucedieron diversas incursiones islámicas que impusieron una relación de sumisión del reino astur respecto al emirato de Córdoba. Ante tal situación, frente al sector de la élite político-eclesiástica que aupó a Mauregato y Vermudo, y que optaba por contemporizar con los musulmanes, se alzaron los defensores de la restauración visigoda y la ortodoxia católica ante el Adopcionismo9. Tras la derrota de Vermudo frente a los musulmanes a orillas del Burbia, fueron estos ortodoxos quienes, encabezados por Beato de Liébana, presionaron al rey para que abdicase en favor de Alfonso, cuya unción regia10 se dio finalmente el 14 de septiembre de 791. Se iniciaba así el largo y trascendental reinado de Alfonso II.

El rey Casto no erigió grandes fortalezas, pues Asturias no necesita murallas, las montañas son sus murallas. Sin embargo, en estos momentos el mayor enemigo se encontraba intramuros, y Alfonso II supo que el mejor baluarte contra la disidencia interna no podían ser los grandes picos asturianos, si no unos muros sacros que infundieran respeto y adhesión en su pueblo11.

Con esa determinación, en el mismo año de su coronación, Alfonso II trasladó su sede regia de Pravia a Oviedo12, lugar que destacaba por ser un conjunto edilicio religioso cuya sacralidad se ofrecía idónea para proteger la figura del rey, y que, a partir de ese momento, se convirtió en el corazón de la monarquía asturiana hasta principios del siglo X.

La sacralización del Asturorum Regnum

A pesar de que estos edificios fueron destruidos por los musulmanes en 794, Alfonso II reconstruyó el conjunto erigiendo cuatro nuevas iglesias, entre las que destacó la de San Salvador, que superó en dignidad a su antecesora13. Así, Oviedo terminó por consagrase como un lugar eminentemente sacro que disuadía la profanación y revestía a la figura regia de una dignidad que retrajo la disidencia nobiliaria. La rebelión acaecida en el 801 fue la última que se dio en su reinado14.

Desde ese momento el eje sacro de Oviedo gravitó en torno a la veneración de tres realidades: la Cruz, que terminó convirtiéndose en emblema del reino asturiano15; Cristo, bajo la advocación de Salvador, a quien fue ofrecida la iglesia más importante de Oviedo; y las ya mencionadas reliquias, verdadero aglutinante en torno al cual se unieron, buscando su amparo, tanto los cristianos del norte y como los huidos del dominio musulmán16.

Fueron estos últimos quienes durante los siglos VIII y IX trasladaron al norte buena parte de las reliquias cristianas del extinto reino visigodo. La mayor de estas reliquias fue aquella destinada a albergarlas; el Arca Santa, aquella que, según comprobó Alfonso VI tras su solemne apertura en 1075, albergaba un increíble tesoro. Atendiendo a la leyenda, este Arca procedería de la mismísima Jerusalén, de donde habría salido repleta de reliquias tras la conquista de la ciudad por Cosroes II en 614. Tras un largo viaje por la costa africana habría terminado en la corte visigoda de Toledo para ser trasladada definitivamente a Asturias tras la conquista islámica.

Tal dignidad daba la oportunidad para comparar este Arca Santa con la mismísima Arca de la Alianza y al rey Salomón, constructor del gran Templo de Jerusalén, con Alfonso II, constructor de la llamada Cámara Santa17, destinada a guardar tan digno tesoro. Atendiendo a Pelayo de Oviedo18, este acto de Alfonso II «redundaría en la solidez de su reino y en la salvación de todo su pueblo».

Pero el gran hito del reinado de Alfonso II fue el descubrimiento del sepulcro del Apóstol Santiago. Si las iglesias altomedievales pugnaron por poseer las mayores reliquias ¿qué mayor reliquia que los restos mortales de uno de los primeros compañeros de Jesús?

De creerlo, entre el 813 y el 820, un anacoreta de nombre Pelayo informó al obispo Teodomiro de Iria Flavia de haber visto unas luces brillar sobre un monte del bosque de Libredón, donde resultó que se hallaba una tumba. No tardaron en identificarla como la del Apóstol Santiago el Mayor.

Se sabe que la zona del Arcis Marmoricis19 era un centro de culto paleocristiano en el que se conservaba un primitivo enterramiento sagrado. Si embargo, es muy poco probable que este fuese la sepultura de Santiago el Mayor20, pues no hay respaldo histórico para afirmar que Santiago predicara en Hispania21, y la translatio22 según la cual su cuerpo viajó en una barca pétrea sin tripulación desde Judea hasta las costas del finis terrae gallego resulta poco creíble23.

Sin embargo, el hecho de que el Hijo del trueno estuviese enterrado en la estrecha franja del confín del mundo que aún dominaban los cristianos peninsulares, y que su sepulcro fuese descubierto en un momento en el que estos creían estar a las puertas del Juicio Final24, resultaba una idea demasiado atractiva como para renegar de su realidad. Los cristianos del norte necesitaban un estandarte25 que los uniera y los guiase hacia la victoria contra el infiel, por lo que no dudaron en convertirse en los guardianes de uno de los enclaves más sacros de la cristiandad y en asumir su papel como baluarte de la misma.

Alfonso II, creyera o no realmente en esta historia26, era consciente de su trascendencia y supo utilizarla en su favor. Tras ser informado del hallazgo, aprovechando el culto jacobeo difundido por los cristianos huidos del sur, no tardó en erigir hasta tres iglesias para honrar aquel locus sanctus. Desde ese momento Santiago de Compostela estaría llamado a convertirse en el lugar santo más importante de Europa después de Roma, donde reposaran los restos de San Pedro, así como en un gran centro de peregrinación cuyo Camino27 sería la arteria en torno a la cual se unieron buena parte de los cristianos europeos. El reino de Asturias ya no fue solo un pequeño dominio cristiano situado en el fin del mundo, a partir de ese momento se alzó como el custodio de uno de los centros más venerados de la cristiandad.

Esto no solo permitió a Alfonso II dominar a la secesionista nobleza gallega, si no que supuso el culmen del proceso sacralizador de su reino y de la propia figura regia, algo que se tradujo en el respeto de los demás soberanos cristianos y en la sólida fidelidad de sus súbditos, quienes acabarían asimilando dicha fidelidad con la debida a Cristo28. Atacar al rey o al reino se convirtió en un sacrilegio.

Alfonso II frente al islam

El otro pilar sobre el que se asentó este regnum christianorum fue el de la legitimidad dinástica29. Los reyes asturianos se hicieron ver como legítimos herederos de los monarcas visigodos, quienes consiguieron establecer un reino que dominó toda la península30. Sin embargo, los cristianos astures quisieron verse como los redentores de la soberbia goda que condujo al desastre frente al islam. Siguiendo esta visón, de entre los godos «la diestra de Cristo hizo surgir a su siervo Pelayo»31, cuya estirpe destruiría a los enemigos de la cristiandad. Explotando dicha idea, Alfonso II desarrolló una política neogoticista cuyo objetivo era reimponer la tradición político-administrativa visigoda a la vez que redimía a sus herederos luchando frente al infiel.

En esta dirección se encuadra la restauración del Orden Gótico en la Iglesia, que sentó las bases de la futura estructura eclesiástica del reino de Asturias y se materializó en la fundación del obispado de Oviedo y en la ruptura con metrópolis toledana, considerada heterodoxa por abrazar el adopcionismo32.

Con un reino consolidado en torno a los pilares del neogotocismo y la sacralidad, Alfonso II pudo revertir la situación precedente frente al islam. La política contemporizadora que Aurelio, Silo y Mauregato habían mantenido con el gran emir Abderramán I basculó hacia una lucha a ultranza contra el infiel que provocó una reanudación de la ofensiva islámica33.

Mapa del reino de Asturias en tiempos de Alfonso II

Mapa del reino de Asturias en tiempos de Alfonso II. Pincha en la imagen para ampliar. © Desperta Ferro Ediciones

Pero el reino asturiano al que se enfrentaron los sucesores de Abderramán I se había convertido en un reino plenamente formado cuyas gentes renovaron su tradicional espíritu combativo. El resultado fue que, tras las campañas de los años 794 y 795, cuando las huestes de Hisham I saquearon Oviedo, los musulmanes jamás volvieron a penetrar en territorio asturiano. Así, tras la primera incursión, en un acto que recuerda a la victoria de Furio Camilo sobre los galos de Breno tras el saqueo de Roma, Alfonso II derrotó a los musulmanes en su camino de vuelta a la altura de Lutos, obteniendo una victoria que lo consagró como paladín militar y que anunciaba el inicio de una nueva era.

Tras la muerte de Hisham en 796 se abrió un periodo de revueltas internas en el emirato que Alfonso aprovechó para fortalecer su posición y estrechar lazos con el reino franco de Carlomagno. Así, tras saquear Lisboa en 798 envió una embajada a Aquisgrán para entregarle como presente los trofeos ganados a los musulmanes que custodiaban la ciudad. El resultado fue que Al-Hakam I hubo de hacer frente a una presión cristiana conjunta a lo largo de toda la frontera norte. De este modo, Barcelona era tomada por los francos en 801, mientras en 799 la familia de los Arista se impuso a los Banu Qasi en Pamplona, ciudad que terminaría siendo conquistada por Luis el Piadoso en 812. Finalmente, la última campaña del emir, la de Wadi Arun, terminó en desastre tras la derrota infligida a orillas del Oroncillo por una alianza de vascones, pamploneses y astures.

Tampoco la agresividad de Abderramán II hubo de resultar efectiva, pues, tras una campaña por Álava en 823, en 825 sus tropas se vieron nuevamente frenadas por los astures en el Naharón y el Anceo34. Aun así, la guerra persiguió a Alfonso hasta su muerte, resistiendo dos nuevos envites del emir cordobés en 838 y 841.

A su muerte en el año 842 el indómito reino asturiano no solo se mantuvo intacto35, sino que desde entonces los emires de Córdoba desestimaron definitivamente su afán de conquistarlo.

El reinado de Alfonso II supuso un punto de inflexión en la historia Medieval hispana, sin él el débil reino asturiano hubiera corrido el riesgo de desaparecer, por lo que el desarrollo histórico posterior hubiera sido muy distinto.

El rey Casto no fue un gran conquistador, la expansión del reino de Asturias bajo su gobierno fue tímida y basada más en la repoblación que en la conquista. Sin embargo, durante su mandato logró consolidar el joven Asturorum Regnum, ofreciendo una base firme sobre la que se formarían los reinos cristianos que, junto a sus homólogos del este, terminarían dominando toda la península Ibérica.

La protección de sus montañas, la bravura de sus gentes y la sacralidad con la que dotó Alfonso al reino, hizo que Asturias fuese considerada por muchos cristianos como un baluarte sacro, la Jerusalén celeste, allí donde el mal no encuentra lugar36.

Notas

1 En un proceso que combinó pactos y conquista armada.

2 Sobre la historia de Pelayo los conocimientos son confusos, por tanto, lo que en este ensayo se refiere de él es una de las versiones que existen de su biografía. Atendiendo a ello, según la Crónica Ovetense sería hijo del dux Favila, de sangre real, y según la Rotense habría sido spatarius de los reyes Vitiza y Rodrigo.

3 De entre las reliquias que Pelayo pudo haber salvado destacarían las pertenecientes a la mártir Eulalia, la que fue invocada como protectora de las tropas cristianas y patrona de las Españas antes de la proclamación de Santiago, cuyos restos mortales terminarían siendo trasladados por los cristianos huidos de Mérida durante el reinado de Silo (774-783).

4 La batalla de Covadonga sería magnificada por las fuentes cristianas posteriores con la intención de asentar al Reino de Asturias sobre unos origines gloriosos, así como para legitimar a la estirpe regia descendiente de Pelayo.

En lo que respecta a la etimología del nombre Covadonga existen dos importantes teorías. Una alude al término céltico onna, río, del que derivaría onnica, fuente, resultando el topónimo de Cova de onnica, “la cueva de la fuente”. Sin embargo, en este ensayo se ha optado por usar la expresión latina Cova Dominica, “Cueva de la Señora”, en alusión a Virgen María, dado que la principal obra que relata la supuesta batalla, la Crónica de Alfonso III, se refiere así al lugar donde se desarrolló.

5 La perpetuación del poder monárquico fue posible por el hecho de que, desde la etapa tardorromana, se fue implantando en aquellas tierras una aristocracia terrateniente y militar que sustituyó paulatinamente el tradicional sistema tribal por lazos clientelares basados en la servidumbre y el patrocinio, algo que facilitó la instauración de un sistema monárquico de corte feudal. Para mayor información véase “Pelayo y las élites astures” en Desperta Ferro Antigua y Medieval nº 69.

6 Aunque Pelayo pudo estar emparentado con la estirpe regia visigoda, la legitimidad de la sangre no sería muy significativa en aquellas tierras, más aun teniendo en cuenta el carácter electivo de la monarquía visigoda precedente. Por ello su prestigio hubo de afianzarse ante todo en el éxito militar y el respeto a las reliquias de las que era depositario.

7 El dux de Cantabria Pedro fue el líder al frente del primer núcleo de resistencia norteño; la célebre plaza fuerte de Amaya. Según la Crónica de Alfonso III era descendiente de la estirpe de Leovigildo, lo que otorgaba a su hijo Alfonso un refuerzo legitimador respecto a su posición real.

8 Tradición que se remonta al Imperio romano por la cual el emperador o rey gobernante intentaba perpetuar el mando dentro de su familia o allegados y que fue utilizado constantemente durante el reino visigodo contraviniendo el proceso electivo tradicional; formalizado desde el Concilio IV de Toledo.

9 Durante el reinado de Mauregato se desarrolló la llamada querella adopcionista. Esta se originó tras la celebración del concilio de Sevilla de 784, presidido por Elipando de Toledo, donde se adoptó una doctrina encaminada a congraciarse con los musulmanes según la cual Jesús era un ser humano elevado a la categoría divina por “adopción” de Dios. La declaración de esta doctrina supuso el inicio de un enfrentamiento entre sus defensores y los partidarios de mantener la ortodoxia, de entre los que destacó Beato de Liébana, quienes fueron apoyados por Carlomagno. Este enfrentamiento supuso la ruptura de la cristiandad hispana septentrional con la sede metropolitana de Toledo y el inicio de una corriente neogoticista que pretendía la restauración del orden gótico en el reino de Asturias.

10 La unción regia era el acto sacramental por el que se aplicaban los santos óleos a un nuevo monarca. Los orígenes de esta tradición se remontarían al modelo bíblico de la unción de los reyes en el Antiguo Testamento. Dicha tradición sería finalmente institucionalizada por el rey Sisenando durante el IV Concilio de Toledo como una forma de reforzar el carácter sagrado del monarca.

11 El respeto que lo sagrado ha inspirado entre los pueblos a lo largo de la Historia en sus múltiples variantes es muestra de que la voluntad del rey Casto no era errada.

12 La noticia del traslado de la sede regia de Pravia a Oviedo por Alfonso II (antes de Pravia la sede se situó Cangas de Onís) nos viene dada por la Crónica de Alfonso III. Sabemos que en esta época Oviedo era un pequeño poblamiento ubicado en una colina situada en un importante nudo de caminos. Este núcleo fue fundado por Fruela I y se hallaba constituido básicamente por un conjunto de edificios religiosos. De entre estos destacaban las dos iglesias fundadas por el propio Fruela I, una dedicada al Salvador y otra a los mártires Julián y Basilia, y el monasterio de San Vicente.

13 El conjunto sacro del Oviedo de Alfonso II estuvo constituido principalmente por las iglesias de San Salvador, Santa María, Santa Leocadia y San Tirso.

14 Según la Crónica de Abelda, Alfonso II fue depuesto y apresado en el monasterio de Albaña, de donde sería liberado posteriormente por Teuda para ser de nuevo repuesto en el trono. Era la primera vez desde el inicio de la era visigoda que un rey depuesto recuperaba el trono.

15 El culto a la cruz se remontaría a los orígenes del reino asturiano como veneración a la cruz que el propio Pelayo enarbolara en Covadonga. Dicha veneración queda constatada en la iglesia construida hacia el 738 en Cangas de Onís por orden de Favila, dado que se encontraba bajo la advocación de la cruz. Por su parte, en 808 Alfonso II donó una bella cruz de oro y piedras preciosas a la iglesia de San Salvador que, según la leyenda, fue realizada por dos ángeles que se le apreciaron al rey en forma de peregrinos y a quienes debe su nombre; Cruz de los Ángeles. La inscripción en el reverso de su brazo inferior resalta el papel protector del rey y emite unas resonancias que lo enlazan con el mismísimo emperador Constantino y la batalla del puente Milvio: hoc signo tuetur pius hoc signo vincitur inimicus (con este signo es protegido el piadoso. Con este signo es vencido el enemigo). Justo un siglo después, en 908, Alfonso III donaría a la misma catedral la Cruz de la Victoria, que acompañada del alfa y la omega se convertiría en el emblema del reino asturiano.

16 Las reliquias se percibieron durante el medievo como vestigios sagrados capaces de asegurar una protección extraordinaria a quienes las poseían. Cuanto mayor fuese su cantidad, mayor sería su protección. Para entender mejor el valor religioso que las reliquias alcanzaron durante la Edad Media véase “Hallazgos, traslados y robos. Una historia de las reliquias en el mundo occidental”, en Desperta Ferro Arqueología e Historia n.º 5.

17 Esta estancia habría sido construida tras la victoria de Alfonso II frente a los musulmanes en Lutos en el año 794, aunque tal fecha es objeto de debate. Si bien la tradición ha atribuido su construcción a Alfonso II, no existe mención alguna que lo respalde en los documentos de esta época. La cámara se hallaba dividida en dos zonas: la basílica de Santa Leocadia, cuyo culto fue impulsado en Toledo desde el reinado de Sisebuto; y la iglesia de San Miguel Arcángel, en la que Alfonso II depositó el Arca.

18 Obispo de Oviedo entre 1101-1130.

19 Arcis Marmoricis (arcos marmóreos) es el topónimo con el que se designó a la zona donde supuestamente se hallaba enterrado Santiguo el Mayor. Posteriormente pudo ser llamado el campus stellae, el campo de las estrellas, en referencia a las luminarias que, según la tradición, se le habrían aparecido a Pelayo indicándole el lugar de la sepultura. El vocablo Compostela podría derivarse de este último topónimo.

20 Hay indicios de que los restos pudieron pertenecer a Prisciliano, un obispo hispanorromano del siglo IV

d.C. impulsor de la doctrina ascética priscilianista, quien fue declarado hereje y terminó siendo condenado a muerte durante el gobierno del usurpador Magno Máximo.

21 La tradición respalda que Santiago predicó en Hispania hacia los años 30 del siglo I d.C., pero no debemos olvidar que el apóstol era uno de los defensores de que el mensaje de Jesús estaba destinado básicamente al pueblo judío, lo que contradice un acto de predicación proselitista. Fue Pablo de Tarso el principal responsable de la apertura del cristianismo a los gentiles.

22 El vocablo latino traslatio alude al traslado de reliquias de su lugar de origen a otro (ver “Hallazgos, traslados y robos. Una historia de las reliquias en el mundo occidental”, en Desperta Ferro Arqueología e Historia n.º 5, p. 63).

23 Según la tradición Santiago el Mayor fue el primero de los Apóstoles en ser martirizado, siendo decapitado por orden de Herodes Agripa I, tras lo cual ocurriría el prodigio descrito.

24 El propio Beato de Liébana dejó plasmado este sentir en su Commentarium in Apocalypsin, llegando a prever el Fin del Mundo hacia el año 800 d.C.

25 En efecto, Santiago terminaría por convertirse en el estandarte en torno al cual los reinos cristianos se unirían en diversas ocasiones a lo largo de la llamada Reconquista para luchar contra el poder musulmán en la Península Ibérica, allí donde dicha lucha alcanzó el signo de Cruzada. Hasta tal punto fue importante la invocación del apóstol en la guerra contra los musulmanes que llegaría a ser advocado como Santiago Matamoros (tras la legendaria batalla de Clavijo), convirtiéndose en el patrón de los reinos cristianos de la península. El respeto al apóstol se extendía incluso entre los musulmanes, así se entiende el hecho de que Almanzor durante el saqueo de Santiago de Compostela en 997 impidiera que sus soldados profanaran su sepulcro.

26 Se ha de admitir que la devoción religiosa del rey hubo de ser sincera, pues la religión estaba bastante interiorizada en una época en la que la vida se tornaba mucho más dura que la actual. Así mismo, el rey Casto dio continuas muestras de su piedad a lo largo de su vida. Muestra de ello fue su célebre castidad, una cualidad que muchos durante la Edad Media concibieron como virtud cristiana. La crónica Abaldense destaca que Alfonso llevó una vida castísima sin mujer (según algunos historiadores pudo estar casado con una tal Berta, emparentada con la casa real francesa, pero con quien no tuvo descendencia). En consonancia con esta casta actitud, tras su caída en desuso durante la etapa visigoda, Alfonso II impulsó la reintroducción del celibato entre los clérigos de su reino. A pesar de todo, lo destacable de Alfonso II no fue su piedad, sino la inteligencia que mostró al utilizarla como eje en torno al cual consolidar su reino.

27 Se considera a Alfonso II como el primer peregrino de Compostela, pues fue durante su reinado cuando se creó el primitivo camino que unía la sede regia de Oviedo con el Santo Lugar que guardaba los restos del Apóstol Santiago.

28 La fundación de Santiago de Compostela fue el punto culminante del proceso sacralizador desarrollado por Alfonso II. Con ello lograba sacralizar la propia monarquía (algo que buena parte de los soberanos del Antigüedad y el Medievo procuraron), que se presentaba como la protectora de la religión y de los sagrados lugares y reliquias vinculadas a ella. La sacralización de la monarquía supuso una autentica salvaguarda para proteger la figura regia, a la vez que infundía una auténtica veneración ante los súbditos. En el ámbito cristiano-visigodo esto se venía desarrollando desde la conversión de Recaredo al catolicismo, cuando la vinculación de la monarquía con la Iglesia comenzó a estrecharse buscando la unidad del reino bajo una fe común. A partir de ese momento el rey fue un protector de la Iglesia y un protegido por la Iglesia. Alfonso II recuperó esta tradición con evidente éxito.

29 Como se ha apuntado en la nota número seis, en los inicios del Reino de Asturias la legitimidad dinástica no resultaría muy significativa. La vinculación con la estirpe regia visigoda se explotó, sobre todo, con los sucesores de Pelayo.

30 Según el imaginario de la época, dicho dominio (consolidado en buena parte tras el reinado de Leovigildo) se habría conseguido por haber abrazado la verdadera fe, la cual habría legitimado a los visigodos como un pueblo digno de gobernar sobre los demás. La conversión de Recaredo al catolicismo reforzaría esta supuesta legitimidad. La idea base de la Reconquista será recuperar los dominios del antiguo reino visigodo de Toledo, apoyándose los diferentes monarcas en la legitimidad dada por su vinculación con los reyes godos.

31 Historia de España de la Edad Media, p. 108.

32 El obispado de Oviedo se convirtió un pilar básico dentro de la reorganización del reino. Así mismo, la fundación de diversos centros religiosos como los monasterios de Taranco o Tobiellas sirvieron como eje vertebrador en el proceso de la repoblación de lo que sería la futura Castilla.

33 Durante el largo reinado de Alfonso II se registraron más de quince campañas dirigidas desde el emirato de Córdoba contra el reino de Asturias. Siguiendo a Sánchez-Albornoz, dicha ofensiva se iniciaría durante el reinado del rey Vermudo I como motivo del intento de colonización de la primitiva Castilla y el Bierzo, saldándose con su derrota a orillas del Burbia. Esto supuso su renuncia en favor de Alfonso II, quien estaría llamado frenar definitivamente a los musulmanes.

34 Estas derrotas debilitaron aún más a un emirato que se hallaba envuelto en revueltas internas, entre las que destaca la de los mártires mozárabes. Durante estos años Alfonso II pudo haber realizado algunas incursiones en el interior del emirato de Córdoba, atacando Medinaceli y Guadalajara hacia el 834.

35 A pesar de la integridad territorial de reino, a la muerte de Alfonso II se reanudaron las tensiones internas debido a la falta de descendencia del rey. Su piadosa castidad le impidió establecer una pieza clave para la integridad de un reino durante la Edad Media; la descendencia dinástica. Estas tensiones internas, aunque nunca lograrían superarse definitivamente, fueron apaciguadas durante el reinado de Alfonso III, con quien se inicia la verdadera expansión del reino de Asturias. Por ello, podemos considerar a Alfonso III como el primer rey conquistador en el marco de la llamada Reconquista, idea esta que toma cuerpo durante su reinado.

36 Historia de España de la Edad Media, p. 111.

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Este artículo resultó finalista del IV Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

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