Paisaje de la cuenca media del río Loco, a lo largo de cuyo cauce se da una concentración considerable de arte rupestre en los Andes Centrales de Perú. © Boris Orjuela Cadena.

Las sociedades andinas han marcado simbólicamente los paisajes a través de la producción de arte rupestre que se documenta en la práctica totalidad de los ecosistemas de esta región. Es una de las manifestaciones culturales más notables producidas desde las primigenias poblaciones con economías basadas en la caza y la recolección, hasta las sociedades coloniales y postcoloniales preindustriales, y constituye una evidencia material y social fundamental para comprender las dinámicas del pasado en los valles transversales a la cordillera de los Andes.

La novedad metodológica del proyecto de investigación que lleva a cabo un equipo interdisciplinar de la Universidad de Alcalá (España) con la colaboración de la Universidad de los Andes (Colombia) y del Museo Arqueológico de las Tecnologías Andinas (Perú), reside en la aplicación conjunta para el análisis del arte rupestre, de metodologías aplicadas por separado en otras investigaciones centro-andinas, como los sistemas de información geográfica, la arqueometría, la fotogrametría y la excavación arqueológica.

Es también poco común el planteamiento teórico de integrar el estudio del arte rupestre en el marco de prospecciones intensivas dirigidas a partir de parámetros reconocidos en otros territorios. Nuestro equipo se propuso detectar abrigos con pintura en un área en la que se daba por asumida su ausencia.

La cuenca del río Loco se localiza en el sector centro-norte del actual Perú y recorre desde su nacimiento en la cordillera Negra a más de 4000 m.s.n.m. unos 50 km hasta desembocar en el gran valle de Nepeña a unos 600 m.s.n.m., lo que da cuenta de la verticalidad del paisaje. El minucioso trabajo de prospección y geolocalización en estos terrenos tan difíciles se ha realizado con la colaboración de las poblacionales actuales. Se ha descubierto una concentración considerable de arte rupestre con seis estaciones con pictografías y cuatro con grabados, lo que resulta un elevado número en un área relativamente reducida, que da cuenta de la intensidad de esta actividad en la prehistoria local.

Izquierda, paisaje de la cuenca alta del río Loco (© Boris Orjuela Cadena). Derecha, paisaje de la cuenca baja del río Loco (© Carmen Pérez Maestro).

El análisis espacial de los emplazamientos con grafías ha revelado diferentes patrones locacionales para reconstruir los modos en que los grupos humanos habitaron y transitaron por este territorio, y tuvieron iniciativas que condicionaron su ubicación. Por ejemplo, se documenta una radical separación entre los espacios donde se pinta y donde se graba. Los yacimientos con petroglifos se ubican en el tramo occidental de la cuenca del rio Loco, en cotas por debajo de los 1059 m.s.n.m., mientras que los lugares con pictografías están por encima de encima de los 1347 m.s.n.m. alcanzando los 3049 m.s.n.m.

Arqueología del arte rupestre en los Andes Centrales de Perú

Izquierda, bloque con grabados en el yacimiento de piedras de Breña. Derecha, bloque con grabados en el yacimiento de Vinchamarca. © Boris Orjuela Cadena.

Los paneles con pictografías, ubicados de manera general en bloques granodioríticos de enormes dimensiones que forman pequeños abrigos o refugios, constituyen verdaderos monumentos naturales significativos en el paisaje. Uno de los resultados del registro preciso que hemos realizado ha sido la identificación de temáticas repetidas en los sitios decorados, aspecto que argumenta los itinerarios (especialmente el valle y las quebradas), más utilizados por los grupos humanos del pasado en el sector. Otro aspecto característico de estos lugares es la presencia de un continuo gráfico durante un vasto periodo temporal. Las pinturas son una muestra de que estos lugares se han reutilizado durante generaciones y que cada una de ellas han ido revitalizando la importancia del lugar mediante la adición de nuevas grafías. La reutilización de los mismos espacios, en algunos casos desde el periodo Arcaico, sugiere que no solo el propio acto de pintar ha sido transmitido generacionalmente, sino que las percepciones sobre el entorno también.

Arqueología del arte rupestre en los Andes Centrales de Perú

Gran bloque que alberga el Abrigo de Totocahja. © Carmen Pérez Maestro.

Los pigmentos se han caracterizado mediante microscopía electrónica y espectroscopía Raman. Los datos aportados hasta el momento revean componentes exclusivamente minerales, siendo esta la tónica general mostrada para los Andes, el rojo, óxido de hierro (hematita), arcilla y sílice y el amarillo, hidróxido de hierro (goethita), arcilla y sílice. Esta aportación es inédita en el conocimiento de estas mezclas en el norte de Perú. También son un aporte metodológico único para el país, donde espectroscopía Raman únicamente se ha utilizado para el análisis de pigmentos de cerámica y pintura mural.

Otra manera de abordar el color de las pinturas en su dimensión material ha sido la comparación etnográfica. Las tonalidades de las pictografías no difieren de las pinturas de fachadas de casas campesinas actuales. De manera hipotética las áreas actuales de extracción pudieron ser una posible fuente de abastecimiento de materias primas para la confección de pinturas rupestres, cuya ubicación es cercana a los abrigos. Esto implica que los pigmentos habrían sido recolectados en circuitos de movilidad de distancias cortas, correspondientes a partidas de regreso diario en el que se habrían aprovisionado de lo necesario para la preparación de pinturas.

Las excavaciones arqueológicas en dos enclaves con arte denominados Totocahja y Motumachay han sido fundamentales para su contextualización sociocultural y cronológica, siendo estos los únicos yacimientos excavados en el valle. El estudio de las distintas evidencias recuperadas en las intervenciones, incluyendo los análisis arqueo-botánicos, llena un vacío importante en el conocimiento de las actividades funerarias, rituales y económicas que se desarrollaron en los espacios pintados.  Ambos abrigos tuvieron varias ocupaciones alternadas con momentos de abandono, motivados por la entrada de fuertes corrientes de agua y tierra debido al aumento del cauce del rio Loco, en el marco de las alteraciones climáticas provocadas por el fenómeno del Niño.

La ocupación más larga es la del abrigo de Motumachay con una secuencia ocupacional que abarca desde Precerámico hasta el periodo Intermedio Temprano. Durante ese tiempo, al menos, el abrigo fue utilizado como lugar de enterramiento, como espacio para tallar la piedra y preparar los pigmentos y como lugar para realizar eventos rituales. Motumachay es el único lugar del norte del país, donde la intervención arqueológica ha recuperado materiales asociados con la preparación de los pigmentos (manos y morteros con restos de ocre) y donde por primera vez en los Andes Centrales, se documenta una asociación espacial entre arte rupestre y plantas enteógenas, en este caso el cactus San Pedro. Otro dato interesante es la presencia de materiales exógenos procedentes de la costa (concha) y la cordillera Negra (jaspe) en las ocupaciones más tempranas del abrigo, indicando que la cuenca del río Loco funcionó como zona de tránsito en rutas de amplio recorrido.

Izquierda, pictografía en el Abrigo de Motumachay. Derecha, detalle de pictografías del Abrigo 1 de Qellqemachay. Imagen tratada con DStretch. © Boris Orjuela Cadena.

Los contextos arqueológicos, el color y las características semióticas de las pinturas rupestres de la cuenca han demostrado ampliamente que son claros indicativos para conocer las interacciones que se produjeron en el pasado prehispánico a corta, media y larga distancia.

Las imágenes fijadas en las piedras del Valle de Ancash son un descubrimiento único de los más antiguos códigos simbólicos en la región. Investigarlas es un privilegio que nos acerca a los modos de vida de las poblaciones originarias que, partir de este trabajo y de su continuidad, pueden mostrar orgullosamente su pasado ancestral.

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