Tras una noche de juerga intensa, el amanecer del domingo 7 de diciembre de 1941 parecía traer la paz a Oahu, acunada por la brisa y por la música suave de la KGMB, la emisora de radio local. Comenzaba un día más en el paraíso. Dispuestos a disfrutarlo, algunos alquilaron avionetas Piper Cub para sobrevolar la isla y otros, como el joven Fred Kamaka, salieron a dar un paseo; y mientras los soldados y marineros de servicio se preparaban para la rutina diaria, algunos aún estaban tratando de arrancar unas horas más de sueño a la mañana. Ninguno sabía que la muerte estaba a punto de caer sobre ellos. ¡Tora, tora, tora! rugió el capitán de fragata Fuchida Mitsuo cuando las escuadrillas japonesas estaban a punto de internarse sobre la isla, y estas se dispersaron en busca de sus blancos. El primer ataque cayó sobre el aeródromo de Wheeler, donde los P-40 de caza esperaban alineados su destrucción, y luego le llegó el turno al puerto. ¡Ataque aéreo sobre Pearl Harbor, esto no es un simulacro! ordenó emitir el capitán de corbeta Logan Ramsey. Poco después, una inmensa explosión sacudió el flanco del acorazado Oklahoma y varias más se sucedieron sobre el West Virginia, eran los primeros peces disparados por los Nakajima B5N Kate torpederos, pronto caerían también las bombas mientras el Nevada, tocado de muerte, iniciaba la maniobra para ponerse en movimiento. Las explosiones destrozaron a marineros y oficiales por igual, con gravísimas quemaduras, trataron de escapar del infierno en que se habían convertido los barcos en los que vivían y servían, y solo era el primer ataque. Al final de la jornada Pearl Harbor deploraba la pérdida de 2400 muertos y más de un millar de heridos atestaban los hospitales, aquello había sido una infamia y, como tal la vivieron los Estados Unidos, un gigante dormido que acababa de ser despertado para entrar en guerra.
El camino a la guerra por Peter Mauch (Western Sidney University)
En las dos décadas previas al ataque japonés contra Pearl Harbor, las relaciones entre este país y los Estados Unidos sufrieron varios cambios drásticos. La Conferencia de Washington de 1921-1922 había dado paso a un periodo de cooperación –también con los británicos– que duró unos diez años, hasta que el incidente de Manchuria destruyó al menos uno de los pilares del llamado sistema de Washington. Posteriormente, la decisión de la Marina Imperial japonesa de finiquitar los acuerdos en materia de limitación de armamento naval acabó con otro de sus fundamentos. La Guerra Chino-Japonesa y la mala impresión que la agresión causó a los estadounidenses no contribuyeron a unas buenas relaciones bilaterales, del mismo modo que el Pacto Tripartito y la expansión nipona hacia el sur tensaron hasta el límite las relaciones entre ambas potencias. Las negociaciones posteriores fueron un esfuerzo por revertir esta situación pero, al final, ambos países demostraron su incapacidad para superar sus significativas diferencias, lo que desembocó en el ataque a Pearl Harbor.
Kido Butai. La flota japonesa ante Pearl Harbor por Corbin Williamson
La Marina Imperial japonesa que marchó a la guerra contra los Estados Unidos y las demás potencias occidentales en 1941 era fruto de la historia, de su posición geográfica y de las suposiciones sobre el mejor modo de combatir contra la Marina norteamericana. Con su tamaño limitado por los tratados oficiales y por las circunstancias económicas, los marinos japoneses desarrollaron soluciones innovadoras para desafiar la superioridad naval norteamericana. Algunas de ellas se pusieron de relieve el 7 de diciembre de 1941, cuando la Primera Flota Aérea de la Flota Combinada, una formación cuyo núcleo lo formaban seis portaviones, atacó a la Flota del Pacífico estadounidense en el puerto de Oahu. En el año que tardó la Marina Imperial en prepararse para combatir a los norteamericanos, la decisión de atacar Pearl Harbor se adoptó relativamente tarde y su planificación tuvo que ver, en gran parte, con la experiencia histórica de la Armada nipona y las conclusiones extraídas de la misma.
Naranja y Arco Iris. Los planes de guerra por Trent Hone
A finales de 1941, la Flota del Pacífico estadounidense estaba preparada para combatir en una gran batalla en el Pacífico central. Su comandante, el almirante Husband E. Kimmel, tenía previsto asaltar las bases japonesas en las islas Marshall para atraer a la Flota Combinada de la Marina Imperial japonesa y aprovechar ese amago para lograr la victoria en una acción naval que tendría lugar entre las islas de Wake y Midway. Esta idea era fruto de un largo desarrollo que comenzó con la elaboración del Plan Naranja, el color con el que las fuerzas armadas estadounidenses identificaban a Japón, que se basaba en la necesidad de ir a proteger las Filipinas frente a una agresión nipona. Posteriormente nacería el Plan Arco Iris, diseñado para enfrentarse a varios enemigos, que también tuvo en cuenta las posibles operaciones navales contra Alemania e Italia. El ataque por sorpresa a Pearl Harbor impidió que pudiera ejecutar el plan, pero las ideas que inspiraron sus planteamientos y su estrategia son un importante telón de fondo de lo que sucedió.
Ataque aéreo contra Pearl Harbor. “Esto no es un simulacro” por Mike Haskew
El domingo 7 de enero de 1941 amaneció en paz. La tarde anterior, la banda del acorazado Arizona había actuado en Pearl Harbor en el certamen musical de la Flota del Pacífico, el personal militar atestaba los bares y los restaurantes de Honolulu y los oficiales habían salido a cenar y bailar con sus parejas. Aquella noche, la luna brillaba sobre las aguas tranquilas que rompían sobre las playas de Waikiki mientras radio KGMB emitía suave música isleña. Sin embargo, el enorme reloj en la cúspide de la torre Aloha marcaba implacable las últimas horas de paz. Lo estadounidenses no sabían que la Kido Butai (“Fuerza Móvil”) japonesa arrumbaba hacia la isla de Oahu, en el territorio de Hawái, para el momento culminante de largos meses de preparativos. Había sido el capitán de corbeta Genda Minoru, el aviador más conocido de toda la Marina Imperial japonesa, quien había dirigido el proceso, y todo el poder de aquella flota, a las órdenes del vicealmirante Nagumo Chuichi, estaba a punto de desatarse en dos oleadas aéreas de muerte y destrucción.
La segunda oleada por Alan Zimm
La segunda fase del ataque japonés sobre Pearl Harbor contempló dos objetivos: evitar un contraataque aéreo contra la flota japonesa y completar la destrucción de los portaviones y el hundimiento de los cruceros estadounidenses. De ellos, el primero se logró, pero el segundo fue un rotundo fracaso. En cuanto los aviones de la primera oleada despegaron, las cubiertas de los portaviones japoneses se sumieron en una actividad frenética. Los montacargas ascendieron los aparatos desde los hangares y, en una coreografía de fuerza bruta, los equipos los empujaron hasta su posición para preparar el segundo ataque. A pesar de que la cubierta cabeceaba y estaba mojada, ya estaban listos quince minutos antes de lo previsto. Entonces, con un intervalo de diez segundos, fueron despegando, entre vivas de los exhaustos miembros de la dotación de cubierta, y los aparatos de los seis portaviones pusieron rumbo hacia Oahu en una gran formación. Esta oleada contaba con 167 aviones: 54 bombarderos horizontales B5N Kate, 78 bombarderos en picado D3A Val y 35 cazas A6M Zero.
El mito de Pearl Harbor. ¿Un cebo para entrar en guerra? por James d’Angelo (International Midway Memorial Foundation)
Han pasado casi ochenta años desde el ataque japonés a Pearl Harbor del 7 de diciembre de 1941 y lo que una vez se aceptó como cierto –que el ataque fue una completa sorpresa para el Gobierno estadounidense– se va cuestionando progresivamente según los historiadores interesados en la materia han ido accediendo a materiales desclasificados que contienen evidencias de un conocimiento previo del ataque. Emisiones de radio interceptadas, códigos secretos desencriptados, estaciones de escucha, espías, informes de las embajadas… fueron otras tantas fuentes que permitieron que las altas esferas de poder estadounidenses adivinaran que algo estaba a punto de suceder. El hecho de que buena parte de esta información no llegara hasta los mandos de la Marina y el Ejército de tierra en la isla de Oahu y su conversión en chivos expiatorios después del golpe, parece ser otra de las claves de la historia secreta del ataque japonés. Pero todavía queda información que recopilar, y material que desclasificar, para conocer a fondo lo que realmente sucedió aquel día.
El día que quedará en la infamia por Javier Veramendi B
El 8 de enero de 1941, los ciudadanos estadounidenses se despertaron con la confirmación de la espeluznante noticia que había empezado a circular el día antes: los japoneses habían atacado Pearl Harbor. Más de dos mil cuatrocientos muertos, aeródromos arrasados, bases y hangares destruidos, cuatro acorazados hundidos y muchos barcos más en un estado lamentable. Al estupor que recorrió el país de punta a punta se unió la rabia por las pérdidas y por lo que muchos ciudadanos norteamericanos consideraron un golpe perverso y traicionero. Ese mismo día, el presidente Roosevelt pronunció un discurso ante el Congreso que iba a pasar a la historia, solicitando el reconocimiento del estado de guerra con Japón. Mientras, al otro lado del océano Pacifico, el primer ministro Tōjō Hideki ya había anunciado a su pueblo que estaban en lucha contra los Estados Unidos: por la supervivencia del Imperio y porque no había quedado más remedio ante las inadmisibles presiones norteamericanas. Ambos bandos eran el agredido e iban a luchar hasta el final.
Y además, introduciendo el n.º 49: ¡Llegan los tanques! por Robin Prior (The University of Adelaide)
Hace ciento cinco años que los tanques hicieron su primera aparición sobre un campo de batalla y, para las tropas alemanas, descubrir el carro de combate sobre el campo de batalla del Somme aquel 15 de septiembre de 1916 sin duda supuso una terrible conmoción, equiparable a la confianza que inspiró a la opinión pública británica en medio de una campaña terriblemente costosa. Sin embargo, a esta primera acción de los tanques no se le ha prestado demasiada atención desde entonces. Habitualmente se ha sostenido que, el día de su estreno, el carro de combate se infrautilizó por dos razones fundamentales. La primera, porque el comandante en jefe británico, sir Douglas Haig, era un oficial de caballería de la vieja escuela que, dada su novedad, acogió con frialdad esta potencial arma decisiva. La segunda, porque el propio Haig los utilizó de forma prematuramente, enviándolos al combate cuando aún no había una cantidad suficiente como para que el impacto fuera efectivo. Pocos se han percatado de que ambas críticas son contradictorias.