Jaime Lorente El Cid serie Amazon Prime Video

Jaime Lorente, protagonista de El Cid, la serie Amazon Prime Video.

Para los amantes de la Historia siempre es una magnífica noticia que se emita una superproducción audiovisual que ambienta algún momento, periodo o personaje histórico. Para la disciplina histórica es siempre motivo de alegría el estreno y emisión de una película o serie histórica, como lo es también la publicación de una novela histórica. Los historiadores debemos ser conscientes del potencial de esas producciones para llegar a un público muy amplio, de su capacidad para poner de moda ciertos contenidos históricos. Novelas, series, películas… despiertan un interés hacia la Historia que los historiadores profesionales no somos capaces de generar. Por muy bien que pueda venderse un libro de Historia escrito por un historiador muy reputado y eficiente, salvo excepciones muy contadas, este nunca tendrá el alcance y el calado de esas otras producciones, que pasan a transformarse en productos muy ligados a la denominada cultura popular.

Es más, estas producciones pueden transformarse en recursos didácticos óptimos para  la labor docente. Quienes además de historiadores somos profesores conocemos el potencial que una película, una serie, una canción pueden tener para explicar Historia en las aulas. Esas creaciones culturales atesoran unas posibilidades pedagógicas indiscutibles si son acompañadas de las explicaciones pertinentes y complementadas con recursos didácticos tradicionales. Películas y series sirven no solo para captar la atención hacia temáticas históricas o ayudar a los profesores en las aulas, también tienen una capacidad constatable de permear en la mentalidad de las sociedades, de estimular la curiosidad, la pregunta, la reflexión, el debate y la discusión sobre contenidos históricos. Por todo ello quienes nos dedicamos al bello oficio del historiador siempre deberíamos sentir alegría y emoción ante el estreno de una gran producción como es la serie El Cid en Amazon Prime Video, que por fin ve la luz a nivel mundial hoy, 18 de diciembre del presente año 2020. La proximidad de las fiestas navideñas, este año por desgracia extrañas y diferentes a cualquiera otras vividas, permitirá que muchas familias en todo el mundo puedan sentarse a disfrutar de una gran serie como es El Cid. Y es que, desde el ya lejano año de 1961 no se ofrecía al amplio mundo una gran producción audiovisual en la que el protagonista es Rodrigo Díaz de Vivar, sin duda uno de los personajes históricos más conocidos por el gran público, entre otros motivos gracias a esa película producida por Samuel Bronston, dirigida por Anthony Mann y protagonizada por Charlton Heston y Sofía Loren. Las imágenes fijadas por aquella película soberbia aún perviven en el imaginario popular, y no solo en el de los españoles, sino en el de personas del ancho mundo, por la enorme capacidad de una superproducción hollywoodiense para transcender fronteras, para llegar a distintos rincones del planeta.

Por otra parte, debemos acercarnos a esta serie como lo que es, teniendo muy claro que se trata de una “serie” y no de un “documental” o “libro de Historia”. Es por lo tanto un producto de ficción, y así debe ser valorado, evitando comentarios y reacciones estridentes o desproporcionadas, en ocasiones un tanto polémicas, incluso histéricas, como las que a veces estas creaciones suscitan en las redes sociales, en las que comienzan a aflorar “expertos historiadores” como setas en otoño, y quienes en muchos casos no hacen sino repetir de forma irreflexiva y un tanto autómata opiniones que a veces son erradas desde el mismo inicio. Al igual que a un historiador no se le puede exigir que introduzca ficciones en sus publicaciones, a los creadores de una película o serie histórica no debe requerírseles que mantengan un celo histórico estricto como el de los historiadores. Debemos partir de la base de que estamos hablando de dos géneros diferentes, uno de ficción y entretenimiento, otro concebido para el conocimiento del pasado en base al método de trabajo historiográfico.

Con todo, me gustaría, antes de empezar este análisis, agradecer la cortesía de la productora Amazon Prime, por hacerme llegar la serie semanas antes del estreno, para que pudiera verla y dar mi opinión humilde. Me gustaría agradecer de manera especial a Leticia de Zuloaga, responsable de comunicación de la productora, y a Margarita Lázaro, periodista del Huffington Post, por haber hecho posible que pudiera disfrutar de esta serie antes del estreno, y disponer de tiempo suficiente para analizarla antes de su puesta de largo.

El contexto de la serie El Cid de Amazon

Sin ánimo alguno de adelantar contenidos o tramas, ofreceré aquí una opinión muy general de distintos temas que me han llamado la atención de la serie. Lo que el espectador podrá encontrar, en los cinco capítulos largos que configuran esta primera temporada de El Cid, es un periodo de tiempo muy breve en la vida del personaje. Lo que vemos es a un Rodrigo Díaz iniciático, en los años finales de la adolescencia o primeros de la edad adulta. Su padre, Diego Laínez, acaba de morir en la batalla de Atapuerca (1054) y un Rodrigo niño llega a la ciudad de León, capital del reino e imperio leonés, para formarse como caballero, debiendo para ello ir superando una serie de etapas en ese proceso formativo: paje-escudero-caballero. No sabemos claramente si en esa época existía esa categoría de “paje”, pero podemos intuir que podía haber algo similar, debiendo esos pajes tomar sus primeros contactos con el mundo de las armas y la caballería. El título de caballero era una dignidad que exigía esfuerzo y mérito. El manejo del equipo del caballero, bien reflejado por la serie, consistente en loriga (túnica de cota de malla), escudo, yelmo, espada, lanza, daga y caballo requería un entrenamiento intenso y constante. El aprendiz debía ejercitarse durante muchas horas junto a caballeros veteranos, que actuarían al modo de maestros, para llegar mínimamente a dominar ese equipamiento complejo y realmente pesado, una panoplia que podía sumar la cifra de unos 25 o 30 kilos de hierro. La serie nos ofrece óptimas recreaciones de ese proceso formativo, de esa carrera en la que un mozo de cuadra pasaba a escudero y de ahí a caballero.

En León, el joven Rodrigo se encuentra con una verdadera ciudad, la más grande y populosa del reino, no comparable a las mayores y más habitadas urbes andalusíes pero que nos da una idea de lo que sería la vida en tiempos del Cid. Los escenarios elegidos para ambientar León están bien escogidos, mostrando localizaciones en lugares en los que puede respirarse un cierto aire “medieval”, como son Albarracín (Teruel) o Calatañazor (Soria), dos pueblos que mantienen una arquitectura popular medieval, en la que adobes y vigas de madera son elementos definitorios. Se observa también el puente de Frías (Burgos), un puente de origen medieval, aunque restaurado y remozado varias veces a lo largo de los siglos, que sirve de marco para mostrar el tránsito de ejércitos en movimiento, una imagen muy evocadora del periodo medieval.

Aparecen castillos, especialmente en las escenas de entrenamientos militares, y también iglesias, donde se celebran ceremoniales litúrgicos, salas donde se desarrollan juicios y pleitos, así como actos cortesanos solemnes. Por momentos la ambientación interior recuerda a Juego de Tronos, en casi penumbra, donde la escasa luz es proporcionada por velas y candiles. Es cierto que alguno de los castillos tiene ciertos elementos arquitectónicos propios de momentos posteriores, como algún matacán y almenado, pero no afectan demasiado al escenario, por mostrarse en secuencias fugaces. Las paredes de algunas salas palaciegas aparecen adornadas con frescos que recuerdan a la iconografía de beatos de la época como el Beato de Fernando I y doña Sancha (León, hacia 1047).

Los paisajes naturales, con quebradas, páramos yermos y duros, cañones, algunas cuevas, roquedos y cascadas resultan realmente impactantes, y permiten al espectador acompañar a una hueste en movimiento por esos parajes bellos, salvajes e inhóspitos.

Los personajes

Los protagonistas de la serie son las principales figuras históricas que conocemos en los primeros años de la década de los sesenta del siglo XI, donde van a centrarse la mayor parte de las tramas. Tenemos a un rey Fernando I que cuenta ya con una edad relativamente avanzada. Le acompaña su esposa Sancha, hija de Alfonso V de León, hermana de Bermudo III de León el Mozo, muerto muy joven en la batalla de Tamarón (1037), acontecimiento transcendental que es mencionado. Los hijos de los reyes leoneses, Urraca, la primogénita, figura esencial a la que nos acercaremos más abajo, su hermana Elvira, más joven, Sancho, futuro Sancho II de Castilla, Alfonso, futuro Alfonso VI de León y Castilla, García, el más pequeño de los hermanos varones, van dando muestras de una personalidad acorde con la que nos muestran las escasas fuentes disponibles. La familia real está bien caracterizada, destacando dos figuras femeninas, Sancha y Urraca, y también el rey Fernando. Entre los príncipes, además de Urraca, destaca el protagonismo de Sancho, quien pronto confraterniza con el joven Rodrigo, acogiéndolo bajo su protección.

Fernando I de León (José Luis García-Pérez) Sancha (Elia Galera) obispo Bernardo (Juan Echanove)

Fernando I de León (José Luis García-Pérez) y su esposa Sancha (Elia Galera), junto al obispo Bernardo (Juan Echanove), en una escena de la serie El Cid de Amazon Prime Video.

La familia regia está rodeada por algún importante magnate, como Flaín, conde de León, personaje influyente del momento, antiguo vasallo de Bermudo III de León, y que parece estar inspirado en el Flaín Fernández histórico, perteneciente a la poderosa familia Flaínez, de la que también pudo formar parte el padre de Rodrigo Díaz, más concretamente a una rama secundaria de ese linaje, como sugiere Margarita Torres en alguno de sus trabajos (Torres Sevilla, 2017). La posible vinculación secundaria de Rodrigo Díaz con los Flaínez es tal vez sugerida, no afirmada, en la serie, con la figura de un abuelo que lo acompaña y mantiene buenas relaciones con el conde Flaín. El conde Flaín tiene un hijo llamado Orduño, quien pronto entrará en conflicto con el joven Rodrigo. La inspiración histórica de este Orduño es García Ordóñez, llamado Bocatuerta por algunos autores musulmanes, y que será figura esencial en la corte de Alfonso VI cuando reine e impere en León y Castilla (Canal Sánchez-Pagín, 1997). Hay que decir que Flaín Fernández y García Ordóñez no fueron padre e hijo, tratándose esta asociación una concesión a la ficción en la serie.

El clero está representado principalmente por el obispo Bernardo, encarnado por Juan Echanove, que nos recuerda más a los aguerridos, y posteriores, obispos cluniacenses que a los obispos propios de la época de Fernando I. De hecho, durante el reinado de Fernando I no encontramos documentado ningún obispo que se llamara Bernardo (Ayala Martínez, 2008). Este obispo Bernardo se muestra muy partidario de relacionarse de una manera más hostil y bélica con los musulmanes, proponiendo arrebatarles territorios a través de la “guerra santa”, y abandonar un tanto el régimen alianza con los musulmanes fundamentado en el cobro de parias pagadas por los reyes de taifas. El obispo Bernardo de la serie recuerda bastante a otro obispo Bernardo, Bernardo de Sédirac, monje cluniacense de origen francés o sajón que en un momento posterior –hacia 1080– se integró en la corte de Alfonso VI, desempeñando primero el cargo de abad del monasterio de Sahagún, el cenobio favorito del rey Alfonso, y después el arzobispado de Toledo, siendo el primer arzobispo de Toledo tras la conquista de la ciudad a los musulmanes. Un rasgo de los monjes cluniacenses nombrados obispos durante el reinado de Alfonso VI es una idea de guerra santa contra los musulmanes que nos conecta con ciertas opiniones del Bernardo de la serie, y con las ideas de “reconquista pontificia” defendida por los papas del momento.

Cierran el elenco de personajes principales una joven Jimena, que actúa como dama acompañante de Urraca, y alguna doncella. Jimena es prefigurada como un personaje que puede tener mucha importancia en tramas posteriores, mostrando un temperamento y carácter como los que debió tener una Jimena histórica en momentos difíciles, situaciones que no son manifiestas en estos capítulos. También aparecen los amigos y compañeros de Rodrigo, jóvenes como él que se entrenan y que aspiran a convertirse en caballeros algún día. Esos compañeros nos ayudan a entender las relaciones de camaradería y compañerismo que establecería Rodrigo con otros jóvenes, aglutinando en torno a si un grupo de fieles que le acompañarían en adelante, y que formarían más adelante una cadena de mando militar y un grupo de consejeros necesario a la hora de tomar decisiones importantes.

Ruy Díaz el Campeador

Sobre el Rodrigo Díaz de esos años es realmente muy poco lo que conocemos, y es tal vez por ello por lo que los creadores de la serie decidieron que compartiera el protagonismo con otros personajes con los que se relacionó, algunos históricos y otros inspirados en figuras de ese tiempo o del inmediatamente posterior, como los anteriormente mencionados. Es por ello que esta primera temporada se nos muestra como una historia bastante coral, no focalizando la atención únicamente en el protagonista. Aun así, se nos muestra a un Rodrigo Díaz cómo el joven que pudo haber sido, con unos rasgos de personalidad que en ese momento se intuyen y que explotarán más adelante. El Rodrigo, “Ruy”, que podemos ver es un muchacho que llega a la corte de Fernando, rey de León, y que inicia ahí su aprendizaje militar (no en letras y leyes, y esto lo he echado en falta), que pronto traba amistad con el hijo varón mayor del rey, el infante Sancho, y que comienza a destacarse por su habilidad con las armas. Se empiezan a perfilar rasgos de una personalidad que van a manifestarse con intensidad en años posteriores de su trayectoria vital, como su gran capacidad de sufrimiento, de resistencia y de aprendizaje (“aprendes rápido, y eso te llevará muy lejos”). A pesar de los pocos años recorridos, se observa una evolución en el personaje, una maduración que es más psicológica que física. En la corte leonesa recibe un baño de realidad, toma consciencia de que se encuentra en un escalón inferior a otros personajes, y entiende que si quiere igualarse a ellos debe actuar en consecuencia, aprovechando la oportunidad que se le ha brindado.

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Jaime Lorente, en un episodio de la juventud del Cid, esgrimiendo una espada de la época.

Solo disponemos de un par de fuentes que nos hablan de Rodrigo en sus años iniciales, el Carmen Campidoctoris y la Historia Roderici. Ambas son obras anónimas, tradicionalmente debatidas, discutidas en aspectos esenciales sobre su fecha y lugar de composición y su posible autoría. El Carmen es un poema heroico y encomiástico, inacabado y embellecido, que nos presenta a un Rodrigo inicial experto en el combate individual, como campeón en combates singulares, que mantiene relaciones tensas con el rey Alfonso VI y con el conde García Ordóñez. La Historia Roderici proporciona informaciones más precisas, más “históricas”, porque se trata de una crónica, una especie de biografía que pudo ser escrita en parte en vida del propio Rodrigo Díaz o en los años inmediatos después de su muerte. En ella se nos habla de la estrecha relación mantenida por Rodrigo con el infante Sancho, mientras este fue príncipe y posteriormente, cuando fue designado rey de Castilla por decisión testamentaria de su padre. Sobre esa relación de amistad y servicio entre Rodrigo y Sancho la Historia nos dice:

«Sancho, rey de Castilla y señor de Hispania, le crió [a Rodrigo] esmeradamente, y le armó caballero, ciñéndole la espada. Cuando el rey Sancho marchó a Zaragoza y luchó con Ramiro, rey de Aragón, en Graus donde le venció y dio muerte, llevó consigo a Rodrigo Díaz que estuvo presente en la campaña y en el triunfo. Después de tal victoria, el rey Sancho regresó a Castilla» (Falque Rey, 1983: 343).

Prosigue la crónica relatando que Sancho distinguía a Rodrigo “con su predilección y amistad”, llegando incluso a nombrarlo “armiger” de toda su hueste, creciendo y mejorando en su corte, hasta convertirse en “guerrero muy fuerte y Campeador en el palacio del rey Sancho” (Falque Rey, 1983: 343).

En la serie podemos ver bastantes de esos datos expresados por la Historia Roderici, lo que nos muestra una labor de documentación óptima por parte de quienes han concebido este producto. Además, Rodrigo es presentado como alguien que tiene la capacidad de “hablar con los pájaros”, y esto es algo de lo que también tenemos constancia histórica. La propia Historia Roderici, pero también algún cronista musulmán cercano al Campeador, se hacen eco de una capacidad para interpretar el futuro leyendo el presente a través de la observación del vuelo y el comportamiento de las aves. No será el único caso de adalid o caballero valorado por saber sacar provecho de la llamada ornitomancia.

Rodrigo se nos presenta como un joven que se rebela con contención y respeto hacia la situación social establecida, y eso es algo que, una vez más, vuelve a conectarnos con el personaje histórico. En esos años iniciales no, pero en el futuro Rodrigo Díaz va a demostrar que esa rebeldía contenida va a ser clave para él, para independizarse de un poder superior que pueda controlarlo o aprovecharlo. Ese espíritu libre va a permitirle dejar de ser un vasallo para convertirse en un señor independiente que persigue su propia fortuna y su propio destino. En esta primera temporada de la serie intuimos a un Rodrigo que tiene su propio ideario, una opinión del mundo en el que vive, unas ansias de mejorar su situación y elevarse por encima de su condición, de su punto de partida.

Reyes y caballeros

Reyes y caballeros adquieren una importancia capital en esta primera temporada. Es necesario para los creadores y guionistas presentar un escenario político complejo. En ese mundo tenemos a un reino de León gobernado por un Fernando I que ha ascendido a esa dignidad gracias a su matrimonio con Sancha Alfónsez y a la muerte de su cuñado Bermudo III, hermano de Sancha, en la batalla de Tamarón (1037). Fernando I, conde de Castilla, recibió el poder de su esposa, que pasaría a convertirse en reina consorte y no privativa, en un tiempo en el que no existía la figura de la reina privativa. Tras la batalla de Tamarón, Fernando hubo de acometer la difícil tarea de controlar la ciudad de León, dominada por linajes aristocráticos fieles al trágicamente fallecido Bermudo III. Algunas de las resistencias nobiliarias a la elevación de Fernando al trono leonés fueron organizadas, precisamente, por miembros de la familia Flaínez, que a lo largo de su reinado protagonizarán episodios de rebeldía contra Fernando, a quien verán como un advenedizo y, quizás también, como responsable de la muerte de su rey Bermudo en los campos de Tamarón.

Batalla de Graus El Cid

Batalla de Graus (Huesca), entablada entre tropas castellanas y zaragozanas contra huestes aragonesas en 1063. Posible primera actuación de Rodrigo Díaz en una batalla.

Fernando era uno de los hijos varones de Sancho Garcés III de Pamplona (muerto en 1035), conocido en nuestros días como “Sancho el Mayor”, el líder cristiano más importante de la península Ibérica en la primera mitad del siglo XI (Martín Duque, 2007; Orcástegui y Sarasa, 2001). El hermano mayor de Fernando era García Sánchez III de Pamplona, quien muere trágicamente en la batalla de Atapuerca (1054), que le enfrenta a su hermano Fernando (I), en un choque en el que la serie sitúa la muerte de Diego Laínez, padre de Rodrigo Díaz. Es posible que los acontecimientos se hubieran producido así, también es posible que no, pero la serie es, recordemos, ficción histórica, y los creadores pueden permitirse recrear un acontecimiento que los historiadores podemos perfectamente suponer o intuir. Además, Fernando I tiene otro hermano, más bien medio hermano, Ramiro I de Aragón, con quien habrá de enfrentarse en el futuro, acarreando ese choque, en el que no está presente Fernando, consecuencias trágicas para Ramiro.

Rodrigo necesita estar cerca del rey y su hijo. Parece que desde bien joven demostró capacidades destacables en el combate cuerpo a cuerpo, en el duelo singular, en el enfrentamiento individual que en esos momentos de mediados del siglo XI operaba como una suerte de duelo judicial u ordalía. Esa práctica va a ir abandonándose, al igual que se irá evitando el choque armado de dos ejércitos en un campo de batalla. Pero lo que sí es claro es que hubo un momento, el de los años iniciales de Rodrigo Díaz, en el que ese duelo de campeones actuaba como un juicio para dirimir distintos conflictos o disputas. Así lo muestran testimonios que nos hablan del Campeador, y otros. La serie, una vez más, vuelve a mostrar arraigo con los conocimientos históricos que tenemos del momento relatado y recreado.

El actor encargado de dar vida a este Cid inicial, Jaime Lorente, cumple con eficiencia su cometido, consiguiendo que podamos ver en él a un Rodrigo Díaz aún joven e ingenuo, en pleno proceso de aprendizaje y maduración personal y existencial. Este Cid joven encarnado por este joven actor es, desde luego para mí, creíble, cercano y magnético.

Reinas, princesas y doncellas

Uno de los aspectos que más me han llamado la atención, y me han gustado, de la serie El Cid es el tratamiento y construcción de ciertos personajes femeninos. Destacan la reina Sancha y la infanta Urraca, también Jimena, pero de esta última no tenemos indicio histórico alguno de ese momento que nos permita siquiera intuir rasgos de su personalidad. Sancha y Urraca, puede decirse, son los dos personajes más importantes de esta primera temporada de la serie, discutiendo incluso el protagonismo a Ruy Díaz. Y es muy pertinente el enfoque dado por los creadores a esa reina y esa infanta, porque se aprecia una reflexión sobre la naturaleza y los límites del poder femenino en el periodo, muchas veces soslayado, incluso ignorado. Una de las grandes virtudes de la serie es situar a las mujeres regnantes en el lugar del que los testigos de su tiempo intentaron apartarlas. La mujer tenía más poder de lo que hoy día podemos llegar a entender. Esto no es feminismo barato y “neoprogre”, es una realidad que podemos encontrar a través de un análisis sereno, crítico y minucioso de las fuentes del periodo.

reina Sancha de León El Cid serie Amazon

La reina Sancha de León junto al conde Flaín, posible Flaín Fernández, perteneciente a un poderoso linaje nobiliario del reino de León.

Y es que las mujeres de la realeza y la aristocracia de finales del siglo XI tenían posibilidades de ejercer un cierto poder, aunque en la mayor parte de los casos fuese de una forma oculta, soterrada, escondida. Estamos en un tiempo en el que es inconcebible que una reina sea privativa y no consorte, que una mujer asuma el título real como titular, como reina o “imperatix”. Tendremos que esperar unas cuantas décadas para encontrarnos con una Urraca I de León siendo elevada a reina titular del trono de León, y Castilla, intitulándose “emperatriz” con pleno derecho. Ese momento llegará ya en los inicios de siglo XII, provocando ese hecho cruentas guerras y luchas que desangrarán los reinos cristianos peninsulares durante dos décadas. Más adelante, el ascenso de Maud (Matilde) al trono inglés provocará reacciones similares, iniciándose una guerra civil inglesa muy cruda, recreada en Los Pilares de la Tierra de Ken Follett –otra ficción histórica bien interesante e instructiva–, y que guarda no pocas similitudes con la situación vivida en los reinos de León y Castilla anteriormente.

Porque el mundo del siglo XI no es un mundo de mujeres, es un mundo de hombres, profundamente marcado por la guerra y la caballería, por el influjo intelectual de una Iglesia que bebía en unos autores grecolatinos misóginos. La Edad Media no inventó la misoginia, la asumió y la reinterpretó, y la llevó a la práctica. Las mujeres, no obstante, tuvieron sus márgenes, sus canales para hacer efectivo un poder que atesoraban. Las mujeres transmitían sangre, y permitían perpetuar dinastías. También eran guardianas de una memoria dinástica que intentaban perpetuar, como haría Matilde de Inglaterra, junto a su cuñado Odo de Bayeux, elaborando esa gran obra de arte, el Tapiz de Bayeux, ese bordado propagandístico que en lienzo defiende la legitimidad de la conquista de Inglaterra por su esposo, Guillermo I el Conquistador.

Las mujeres de la realeza y aristocracia medievales, además, eran las encargadas de gestionar el patrimonio de sus esposos cuando marchaban a la guerra, cosa que era realmente frecuente. Alguien tenía que quedarse al cargo del gobierno del señorío, de la administración de las ganancias de la tierra y del trabajo de los campesinos que las trabajaban. En ese sentido, el papel de la mujer sería esencial a finales del siglo XI en particular, y a lo largo de la Edad Media en general. Las mujeres no luchaban vestidas con armaduras, empuñando lanzas y espadas, vistiendo lorigas y embrazando escudos, pero eran imprescindibles para asegurar el patrimonio del marido que partía a la guerra.

La reina Sancha y la infanta Urraca, por otra parte, son figuras bien tratadas por las fuentes más cercanas a su existencia. A medida que avanza el tiempo esas valoraciones positivas irán siendo matizadas, y, en algún caso, disminuidas. Esto es así porque los intelectuales eclesiásticos no podían permitir que se crearan arquetipos del buen gobierno femenino, porque el gobierno y la mujer, entendían, eran dos esferas antagónicas. Habría que esperar mucho tiempo para que la mujer fuera valorada como gobernante y no como una mera consorte o regente. Hasta llegar a Isabel I de Castilla las valoraciones sobre el gobierno femenino eran bien consideradas en tanto en cuanto las reinas actuaran como consortes o como regentes. Es significativo que desde Urraca I de León, primera reina privativa en la historia de Europa, hasta Isabel I de Castilla transcurrieran varios siglos y ninguna experiencia de gobierno femenino privativo intermedio. Ello muestra que la mujer tuvo vedado el poder durante prácticamente toda la Edad Media. Esto era así porque una de las funciones esenciales del rey medieval era la comandancia de tropas, la vertiente militar y caballeresca, una actividad fundamental del gobierno regio para la que se entendía que las mujeres no estaban capacitadas. Las mujeres eran sujetos pasivos anclados en la retaguardia, no podían ser armadas caballeros, no podían ponerse al frente de una tropa y conducirla, aunque casos como el de Urraca I demostraran lo contrario.

infanta Urraca (Alicia Sanz), primogénita de Fernando I y Sancha de León El Cid Amazon

La infanta Urraca (Alicia Sanz), primogénita de Fernando I y Sancha de León, y posiblemente el personaje más potente de la primera temporada de la serie El Cid de Amazon, en una justa.

Sabemos, gracias a los interesantes y esclarecedores estudios de autores como Emmanuelle Klinka y Fernando Luis Corral, que esas dos figuras femeninas, la reina Sancha y su hija Urraca, pudieron ser y suponer más de lo que las fuentes de la época –eclesiástica– nos muestran, hurtándonos esos textos partes de una verdad que no podemos rescatar, pero sí, al menos, intuir. En cuanto a Sancha, las fuentes, salvo la excepción de Lucas de Tuy, cronista de la primera mitad del siglo XIII, nos la muestran como una mera y necesaria transmisora del poder regio leonés a su esposo Fernando. Algunos autores incidirán en su tendencia a la defensa de lo leonés frente a lo castellano, otros subrayarán su importante papel en la financiación de campañas militares de su esposo contra los musulmanes. Sobre Sancha, siempre presentada en un segundo plano, nunca sabremos su verdadero papel en el reinado de Fernando I, aunque podamos de alguna manera entreverlo, como hace Klinka, y también la serie que comentamos.

Comentarios aparte merece la infanta Urraca, el personaje más potente de esta primera temporada de El Cid, por encima incluso del principal protagonista. Urraca, primogénita del rey Fernando, es un personaje extraordinariamente bien construido por los creadores de la serie. Carácter fuerte, naturaleza indómita, noción de Estado, belleza, energía configuran a una Urraca magistralmente encarnada por una joven actriz llamada Alicia Sanz, que me era desconocida. Alicia Sanz ha hecho suyo y dado fuerte personalidad a un personaje más denostado que valorado por los siglos, mucho más importante en su tiempo de lo que hoy podemos llegar a entender. Deformada y distorsionada por crónicas, cantares y romances, la infanta Urraca debió ser una mujer con una personalidad fuerte, con una naturaleza un tanto indomable, con unas ideas muy claras. Así podemos entenderlo tras estudiar las fuentes más cercanas a su existencia, y tras leer intensamente el magnífico análisis realizado por Fernando Luis Corral (Corral, 2006), donde podemos claramente entender cómo la percepción de Urraca fue evolucionando, siendo reinterpretada y deformada hacia características cada vez más perjudiciales para su memoria. Merece mucho la pena valorar este personaje fundamental en esta primera temporada de la serie El Cid habiendo leído ese trabajo mencionado de Fernando Corral. Sin duda el espectador podrá apreciar matices que podrían pasarle desapercibidos, y aprender sobre un personaje de la época del Cid realmente sugestivo e interesante.

Guerra, torneos y justas

El mundo en el que se inició y evolucionó Rodrigo Díaz estuvo marcado por la guerra y por la caballería. La caballería existía como función, pero no había alcanzado aún la consistencia ideológica de la que se iría dotando durante los dos siglos siguientes. Los caballeros eran en estos momentos, como posteriormente, la punta de lanza de las huestes, el elemento combativo más profesionalizado y determinante. Los caballeros eran quienes disponían de un armamento ofensivo y defensivo más completo y complejo, aquellos que o bien eran nobles o bien próximos a ese grupo aristocrático privilegiado. El ascenso social era tremendamente complicado en tiempos de Rodrigo Díaz, un caballero que, por ejemplo, nunca fue elevado a la dignidad de conde, una distinción solo accesible a un puñado de elegidos que tenían ancestros pertenecientes a la alta nobleza del reino. Caballero en estos tiempos era considerado quien tenía capacidad suficiente para disponer de un caballo y unas armas determinadas, espada y lanza fundamentalmente. En la aristocracia era costumbre legar a los herederos la panoplia, el armamento, y esto es algo que la serie refleja fielmente. Además de un caballo y unas armas era esencial un entrenamiento en las destrezas del combate ecuestre, y eso requería tiempo. Los verdaderos caballeros, no los caballeros villanos o los llamados pardos, necesitaban no dedicarse a otra cosa que no fuera el entrenamiento o la guerra. Para ello precisaban disponer de unos ingresos que podían reportarles sus tierras, en forma de rentas, o del patrocinio de un gran señor que invirtiera en su formación y equipamiento.

Caballeros castellanos batalla de Graus El Cid Amazon

Caballeros castellanos inician una carga de caballería en los primeros compases de la batalla de Graus (1063).

Los caballeros necesitaban entrenarse para la guerra, pues eran el único componente profesional de unas huestes no profesionales. En la Edad Media no había ejércitos profesionales y permanentes, lo mas parecido a eso eran las mesnadas nobiliarias, compuestas por unos cuantos caballeros, y la tropa organizada por Rodrigo Díaz años más tarde, ya convertido en un señor de la guerra que hizo de su ejército permanente, de cristianos y musulmanes, su razón de ser. Ese entrenamiento podía desarrollarse de varias maneras. Equitación, manejo de armas, caza y ejercicios como el estafermo y el bofordo. El estafermo consistía en un muñeco giratorio con dos brazos, uno empuñando una maza, otro asiendo un escudo. El caballero debía golpear, lanza en ristre y a caballo, el escudo del monigote giratorio, mostrando la rapidez y destreza suficiente para no ser golpeado en la espalda y derribado de su montura cuando el muñeco girara bruscamente al recibir el impacto de la lanza en el escudo. Ese entrenamiento, conocido en época medieval, no sabemos si en el contexto en el que vivió el Cid, puede verse en la serie.

Un caballero debía también entrenarse simulando con otros guerreros el combate, propinándose golpes mutuos para aprender sobre fortalezas y debilidades en el uso de las armas, asimilando sobre la capacidad de las armaduras para absorber golpes y proteger la carne propia y vulnerar la del adversario. El entrenamiento cara a cara, cuerpo a cuerpo, con armas de madera o embotadas, sería una actividad practicada, como muestra la serie. Existirían, además, otro tipo de alardes, de competiciones y juegos, tal vez no las justas que se nos muestran, que tardarían años en llegar y generalizarse. La justa evolucionó desde el torneo, siendo el torneo un combate entre dos ejércitos o equipos desarrollado en un terreno acotado, y la justa la lucha individual de dos caballeros que se enfrentan uno a otro en una liza. La justa alcanzaría sus más altas cotas de desarrollo durante el siglo XIII, constituyendo acontecimientos espectaculares, todo un display de las grandezas de la clase caballeresca aristocrática, con graderíos ocupados por lo más granado de la sociedad, con heraldos que anunciaban a los campeones y sus hazañas, con estandartes coloridos, pompa y boato, formando todo el conjunto una explosión de la cultura caballeresca pleno y bajomedieval. Es difícil concebir esos espectáculos caballerescos en tiempos del Cid, y aun así los creadores de la serie han osado recrear unos ceremoniales que nos llevan a tiempos posteriores. Tal vez esas justas no sobren, pero tal vez tampoco hacían falta.

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El infante Sancho (Francisco Ortiz), futuro Sancho II de Castilla, cargando en una justa, esgrimiendo la lanza de una manera tradicional.

Quizás lo único bueno que nos proporcionan esas justas, o “justa”, recreadas por la serie es una reflexión sobre unas maneras de combatir a caballo en proceso de transformación. Y es que en el marco de esas justas, o “justa”, la serie nos habla de al menos tres formas de esgrimir la lanza para desarrollar el combate a caballo, la acometida, lanza en mano, del caballero montado y acorazado contra su adversario. Se nos habla de dos formas tradicionales de empuñar la lanza a caballo, bien tipo jabalina sujetada con el brazo por encima del hombro, bien como elemento de choque agarrado con el brazo separado del cuerpo para acometer desde ahí al rival en el choque. Se nos habla, por último, y esto es realmente interesante, de una tercera modalidad de esgrima de la lanza, una nueva forma de agarrar el arma que da sentido al caballero: la lanza acostada, tendida o lanza en ristre, la lance couchée “a la manera normanda”. Esa técnica novedosa es representada en el Tapiz de Bayeux (c. 1077), y consistía en sujetar fuertemente la lanza contra el cuerpo del caballero, entre el brazo y el costado, permitiendo de esa forma que no solo fuese el brazo el elemento anatómico que absorbiera el impacto, implicando así la resistencia de todo el cuerpo del caballero, firmemente asentado sobre una silla de montar con respaldo más alto. Esa táctica de combate dominaría los campos de batalla durante dos siglos, elevaría al caballero a una categoría superior, y así sería representado en la iconografía de los siglos XII y XIII. De ese modo las cargas de caballería barrerían, si se daban las condiciones topográficas óptimas, a todo cuerpo armado que osara afrontar de una manera estática y poco cohesionada a una tropa de caballeros pesadamente armados que esgrimían lanzas largas en ristre y coordinados a la carga.

La serie nos regala una escena de batalla en la que pueden observarse algunas de estas evoluciones de esa forma de combatir a caballo. Sin duda se trata de una escena muy sugestiva, que lleva al espectador a una batalla campal del siglo XI, tal vez no exactamente a la recreada, pero sí a las que desde más o menos aquel tiempo empezaban a desarrollarse, y que convirtieron a las huestes cristianas en una maquinaria de guerra de la que los musulmanes no tardaron en aprender a defenderse. Las claves para afrontar esas cargas brutales sería la movilidad proporcionada por una caballería ligera dotada con armas arrojadizas y una infantería cohesionada y armada con picas largas, formando como un bloque sólido y resolutivo. Lo primero se daría relativamente pronto, en tropas islámicas enfrentadas a cristianos, lo segundo tardaría varios siglos en llegar.

Los musulmanes

Los musulmanes son el elemento necesario que debía aparecer en esta serie. Aparecen, y muy bien representados. Se agradece mucho que esos musulmanes hablen en árabe, pues ello nos indica que nos encontramos ante una civilización distinta a la cristiana. Los musulmanes, que serán esenciales para que Rodrigo Díaz llegara a ser lo que fue, son dibujados en la serie con unos perfiles sumamente interesantes. Se nos muestran más avanzados en conocimientos científicos, médicos y técnicos, más adelantados en ese sentido que los cristianos de la época, lo cual es completamente cierto. Se nos muestran con un grado de refinamiento y una higiene superiores a las de los cristianos de aquel tiempo, lo cual es mostrado por algunos cronistas musulmanes contemporáneos, quienes nos presentan a unos cristianos que se caracterizan por su enorme coraje y valor guerrero y un descuido en la higiene personal evidentes.

Al-Muqtádir de Zaragoza El Cid serie Amazon

Al-Muqtádir de Zaragoza en su corte.

El al-Ándalus de la segunda mitad del siglo XI estaba dividido en distintos reinos de taifas, producto de un califato Omeya disgregado a partir de la década de los 30 del siglo XI. Aquí solo se nos muestra una taifa, la de Zaragoza, la única con la que pudo relacionarse Rodrigo Díaz en los primeros años de su vida. Esa taifa zaragozana es aliada y protegida por Fernando I, quien, además de Zaragoza, había conseguido someter a tributo a otras taifas. Protección y no agresión a cambio del cobro de un impuesto anual, parias, en oro andalusí. Este sistema de sometimiento, o modelo de relación con las taifas andalusíes, había sido iniciado por los condes de Barcelona pocos años antes, y sería asumido por un Fernando I en situación de superioridad militar sobre unas taifas islámicas necesitadas de protección y no agresión por parte de unos cristianos militarmente superiores. Sin embargo, esa superioridad militar de los cristianos contrastaba con una supremacía islámica en la ciencia y en la técnica, en la medicina, la matemática, las letras y la astronomía. Para Rodrigo Díaz resultará esencial ese contacto con un mundo islámico que tiene muchas ideas y aprendizajes que ofrecerle, como, por ejemplo, el astrolabio, que se estaba desarrollando y mejorando en las taifas de Toledo y Zaragoza del momento, como ha demostrado Azucena Hernández en algunas de sus muy interesantes y esclarecedoras investigaciones (Hernández Pérez, 2018). Un astrolabio que servía, entre otras cosas, para moverse por la noche leyendo posiciones de los astros, y para medir la altura de montañas, pero también de murallas, aplicaciones muy útiles para conducir tropas por la noche y para situar ingenios y catapultas para agrietar y derribar murallas.

Los musulmanes evidencian una incapacidad manifiesta para enfrentarse contra las pesadamente armadas tropas cristianas, por eso necesitan a los cristianos, porque se vive en un mundo mezclado en que los ejércitos son mixtos. En esta primera temporada podemos ver cómo andalusíes y cristianos pueden combatir juntos, pero no completamente integrados e hibridados. Esa hibridación completa se producirá más adelante, y constituirá uno de los mayores logros de Rodrigo el Campeador. En estos primeros capítulos no podemos apreciar ese mestizaje de tradiciones y técnicas bélicas cristianas y andalusíes, pero da la sensación de que la trama nos anuncia un tanto esa posibilidad deseable.

Por qué hay que ver la serie El Cid de Amazon

La primera conclusión de este análisis, no tan profundo y detallado como podría ser y sería deseable, es que merece mucho la pena ver y disfrutar la serie de Amazon El Cid. Debemos entender que este producto audiovisual es una muy buena noticia para los amantes de la Historia, y que hay que sumergirse en él como lo que es, una ficción histórica. La ambientación de escenarios, arquitecturas, vestimentas y armamentos está muy conseguida. Es cierto que aparecen unos emblemas heráldicos que tardarían décadas en documentarse, como el león púrpura sobre fondo plata, y el castillo en oro sobre fondo en gules (Menéndez Pidal de Navascués, 2011), o una espada que recuerda mucho a la Joyosa de Carlomagno, o una ballesta de estribo, que sabemos se generaliza a partir de mediados del siglo XII, u otros detalles que considero menores. Debemos ver esta serie como una serie y no como un documental de Historia, como un producto de ficción que puede permitirse el lujo, como una novela histórica, de introducir ficciones. No entiendo a aquellos que han puesto el grito en el cielo, por ejemplo, porque la espada del Cid no sea la Tizona, no siendo tal vez conscientes de que esa “Tizona” asociada al Cid es una espada del siglo XV con empuñadura del siglo XVI. Al menos la espada “Joyosa” que muestra la serie, y que tiene un protagonismo relativo, es una recreación elaborada en el siglo XIII, y no una invención creada a finales del siglo XV y principios del siglo XVI con poco fundamento histórico, arqueológico y tipológico. Quien quiera conocer el armamento cristiano y andalusí de finales del siglo XI debe inexcusablemente acudir a los trabajos de un gran maestro como es Álvaro Soler del Campo, estudiarlos y sacar las conclusiones pertinentes. Dudo mucho que la inmensa mayoría de quienes han criticado esa espada conozcan siquiera las obras de Álvaro Soler (Soler del Campo, 1987 y 1993), lo cual podría haber dado una cierta consistencia a sus argumentos.

Jaime Lorente El Cid serie Amazon Prime

Jaime Lorente, protagonista de El Cid, la serie Amazon Prime Video. Sostiene un estandarte del reino de Castilla, del que no tenemos constancia histórica hasta hacia 1170, durante el reinado de Alfonso VIII de Castilla.

Por otra parte, creo que esta primera temporada tal vez pueda resultar al espectador un tanto más lenta de lo que pueden ser otras posteriores. Es posible que haya menos acción, menos lucha, y más trama cortesana y conjuras. Pero necesariamente esta primera temporada tenía que presentar un cañamazo previo, un contexto complejo, unos personajes, unos escenarios, unas tramas… y en este sentido creo que la serie cumple con creces. Entiendo que debemos contemplar esta primera temporada como una presentación necesaria de otras que, ojalá, estén por venir. Las primeras temporadas de series largas son tal vez menos atractivas que las siguientes, porque hay que presentar un mundo y unos personajes. Desde luego, si esto tiene continuidad, partiremos de una sólida base de contextualización.

No me considero para nada experto en series ni en cine, por eso he afrontado la visualización de esta primera temporada de El Cid como lo que soy, como un simple consumidor, en este caso privilegiado por haberla podido ver antes que la mayoría, y como un historiador que se alegra de que productos como este sean elaborados, y lanzados a un gran público que pueda disfrutarlos como lo he hecho yo. La Historia es una bella disciplina, la de historiador una profesión muy bonita. Quienes somos historiadores nos debemos al rigor, al estudio lo más concienzudo y crítico posible de los vestigios del pasado, de las fuentes, de los testimonios materiales y escritos. Los historiadores no podemos permitirnos el lujo de hacer concesiones a la ficción, aunque a veces se nos reclame. Debemos ser honestos y críticos con los reflejos que nos han quedado de un pasado que queremos conocer, y debemos acercarnos a ese pasado, como decía antaño Cicerón, y ha repetido varias veces mi maestro y amigo Enrique Moradiellos, “sin ira y con estudio” (Moradiellos, 1994 y 2000). Sin ira y con estudio deberían acercarse los espectadores a la serie El Cid, con espíritu crítico pero educado, buscando siempre ampliar conocimientos buceando en otro tipo de escritos que no son ficción y sí ciencia.

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David Porrinas González es investigador y profesor en la Universidad de Extremadura. Licenciado y doctor en Historia por la UEX con la tesis Guerra y caballería en la plena Edad Media. Condicionantes y actitudes bélicas, Castilla y León, siglos XI-XIII, dirigida por F. García Fitz, con Premio Extraordinario. Ha publicado trabajos relacionados con la guerra y la caballería medieval, y el Cid Campeador, entre ellos El Cid. Historia y mito de un señor de la guerra (Desperta Ferro, 2019). Es miembro del proyecto Violencia religiosa en la Edad Media peninsular: guerra, discurso apologético y relato historiográfico, siglos X-XV, dirigido por C. de Ayala Martínez y S. Palacios Ontalva (UAM).

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