Simeon J. Crews 7.º de caballeria Texas campaña de Valverde

Soldado Simeon J. Crews, Compañía F del 7.º de Caballería de Texas. A los pocos meses de su constitución, en verano de 1861, 7.º de Caballería fue asignado a la brigada de Henry H. Sibley y en enero de 1862 al Ejército de Nuevo México, con el que participó en la campaña de Valverde y Glorieta Pass. Tras la batalla de Galveston, el 1 de enero de 1863, el regimiento fue transferido a Luisiana, donde permanecería durante el resto de la Guerra de Secesión. Fuente: Library of Congress.

A la hora de explorar los motivos de la Confederación para librar una campaña en Nuevo México, el primer personaje relevante es Jefferson Davis, presidente de los Estados Confederados de América, quien siempre había sido un firme defensor de la doctrina del “Destino Manifiesto”[1] y, más concretamente, de plasmarla ocupando los territorios al oeste de Texas, no solo Nuevo México, sino también Colorado, Arizona y California. Según su criterio, se trataba de territorios poco defendidos donde tal vez sería posible implantar la cultura sureña –con su institución particular, que era el eufemismo empleado por los sureños para referirse a la esclavitud– y expandir el cultivo del algodón. Otro partidario de la expansión de Texas era el propio John Robert Baylor, el vencedor de Fort Fillmore, aunque su argumento no era tanto social o agrícola, sino que su objetivo principal era la riqueza minera de los propios territorios a conquistar, fundamentalmente el oro de Colorado y de California, que finalmente iba a ser crucial para financiar el esfuerzo de guerra de Lincoln. Además, cabe indicar que, de forma mucho más directa, lo que realmente interesaba a la Confederación era hacerse con los grandes depósitos de suministro y armamento que el Ejército regular federal había ido almacenando en los territorios fronterizos, fundamentalmente en Nuevo México, para guerrear contra las tribus indias, y que ahora podían resultar vitales para una rebelión cuyos recursos industriales no eran, ni por asomo, tan numerosos como los de su enemigo.

Un jefe confederado

Otro de los partidarios de expandir la confederación hacia el oeste era Henry Hopkins Sibley, de Luisiana. Se trataba de un oficial de carrera, licenciado en West Point en 1838, cuya experiencia militar incluía la Guerra de México y operaciones diversas contra tribus indias como los semínolas en Florida, o los apaches y los navajos en Texas y Nuevo México. También había participado en la llamada Guerra de los Mormones y en el sangriento conflicto de Kansas previo a la secesión. El 13 de mayo de 1861, un mes después del bombardeo y la rendición de Fort Sumter, hallándose destinado en el campamento Burgwin, cerca de Taos, Nuevo México, al norte de Santa Fe, renunció a su puesto como oficial del Ejército regular –ese mismo día había recibido su ascenso a comandante– para servir a la Confederación. Sus sentimientos con respecto a la misma quedan muy bien reflejados en una carta enviada al coronel Loring, quien había sido su oficial superior hasta la renuncia, y que posteriormente también pasaría, a su vez, a servir al Sur.

“Mi querido Loring. Por fin nos encontramos bajo la gloriosa bandera de los Estados Confederados de América. Ha sido, sin duda, una gloriosa sensación de protección, esperanza y orgullo. Aunque ondea modestamente y sin pretensiones, el emblema está presente. Este verdor, tan del sur, y la frondosidad tan familiar, según fuimos progresando en nuestro viaje [a El Paso], nos llenaron de entusiasmo y de la sensación de estar en casa”.[2]

Desde Taos, Sibley viajó hacia el sur siguiendo el cauce del Río Grande, pasando por Santa Fe y Albuquerque y haciéndose una idea cabal de las fuerzas y depósitos presentes en la región que pretendía invadir. En Mesilla tuvo ocasión de detenerse en Fort Fillmore, donde se encontró con los soldados del 7.º Regimiento de Infantería, a muchos de los cuales conocía y a los que dijo: “Chicos, si solo supierais, soy el peor enemigo que tenéis”.[3] No era cierto. Como ya se ha explicado, los peores enemigos de estos hombres pronto resultarían ser el comandante Lynde, su propio jefe, y el teniente coronel confederado John Baylor. Tras abandonar Mesilla, Sibley viajó a El Paso, donde escribió una carta de gran importancia al coronel Loring, la del 12 de junio, uno de cuyos extractos ya se ha citado anteriormente. La relevancia de la misiva estriba en parte en que en ella se arrepentía de no haber actuado más torticeramente, llevándose a sus soldados consigo al cambiar de bando, y en que anunciaba la llegada de las tropas de Baylor desde San Antonio no antes del 1 de julio. Como ya se ha dicho, la fecha real fue el 15 de ese mismo mes.

Henry Hopkins Sibley

General de brigada Henry Hopkins Sibley (1816-1886). Este nativo de Luisiana criado en Misuri comenzó su carrera militar en el 2.ª Regimiento de Dragones tras licenciarse en West Point. Veterano de la guerra contra los semínolas y de la Guerra de México, fue además un hombre de recursos, inventor de una tienda y una estufa de campaña (en uso hasta la Segunda Guerra Mundial) que llevaron su nombre. Tras el fracaso de la campaña de Nuevo México tuvo que enfrentarse a una corte marcial, que aunque no lo condenó por cobardía, sí censuró su actuación. Acabada la Guerra de Secesión, aceptó junto con otros veteranos entrar al servicio del jedive de Egipto Ismail Pachá, para el que actuó como asesor de 1870 a 1873, fecha en que fue licenciado por una adicción recurrente que le acompañó toda la vida: el alcohol. Murió al año siguiente en Fredericksburg, Virginia, arruinado tras un largo litigio con el Gobierno por el pago de sus patentes. Fuente: Library of Congress.

Sin embargo, la importancia de la carta no radica solo en su contenido, sino también en su auténtico receptor. Cuando el texto llegó a Santa Fe, Loring ya se había marchado y quien leyó, con asombro, su contenido, fue el coronel Edward Richard Sprigg Canby, quien había sustituido al anterior como comandante en jefe del Departamento de Nuevo México. Canby y Sibley se habían licenciado en West Point el mismo año y eran amigos desde entonces, el primero había sido padrino de bodas del otro, y según algunos autores ambos estaban emparentados a través de sus esposas, que habrían sido primas. La primera reacción de este oficial, que había sido ascendido en la Guerra de México por su valentía en el combate de Churubusco y en el asalto a la puerta de Belén, en México capital, y que había combatido junto a Sibley en Florida, Utah y Kansas y contra los navajos durante el invierno anterior, fue de furia, no por el hecho de que su antiguo compañero de armas hubiera decidido unirse a la confederación, sino por la traición que manifestaba su arrepentimiento por no haberse llevado a sus soldados consigo. En consecuencia, Canby quiso aprovechar la información que le brindaba la lectura de una carta privada enviando tropas a Fort Fillmore para enfrentarse a las ambiciones confederadas. Como ya hemos visto, no tuvo éxito.

Entretanto, Sibley prosiguió su viaje hacia el este y, tras pasar por San Antonio y Nueva Orleans, llegó a Richmond, donde tuvo ocasión de reunirse personalmente con Jefferson Davis para hablarle de la “gran cantidad de depósitos del Gobierno, suministros y medios de transporte”, añadiendo la posibilidad de reclutar una brigada de texanos comprometidos, equiparlos con armas tomadas de los arsenales y fuertes federales y conquistar Nuevo México con facilidad.[4] Convencido, el presidente confederado le encomendó la misión de invadir Nuevo México.

El camino a Fort Craig

A mediados de agosto de 1861 –un mes después de la derrota de los federales de Fort Fillmore y con John Baylor convertido en gobernador de la Arizona confederada– una intensa actividad se había apoderado de San Antonio, en Texas, muchos kilómetros hacia el oeste. Hombres de toda calaña se mezclaban en las calles con jóvenes entusiastas, columnas de carretas traían mercancías diversas para ser acumuladas en grandes almacenes, un grupo de mirones se arremolinaba en torno a un pequeño obús de seis libras, comentando sin duda sus virtudes y defectos, mientras grupos de oficiales recién nombrados se encargaban de apuntar los nombres de todos y distribuirlos en los regimientos que debían marchar hacia el oeste lo antes posible.

Tras ascender al rango de general de brigada del Ejército confederado, Henry Hopkins Sibley había empezado a organizar la expedición que debía liderar Río Grande arriba para conquistar nuevo México y hacerse con las rutas por las que viajaban los minerales preciosos, que servirían al esfuerzo de guerra de toda la Confederación. No iba a ser una tarea fácil. Faltaba el armamento y muchos tuvieron que equiparse con escopetas y pistolas traídas de casa, no había apenas uniformes y, sobre todo, no había caballos. En una sociedad de frontera donde montura y jinete formaban una unidad indisoluble, se esperaba que cada voluntario trajera sus propias caballerías. A cambio, la Confederación se comprometía a pagar el importe de las mismas, pero esto nunca sucedería.

Imperio confederado en el río grande campaña de Valverde Texas Nuevo México

Mapa de la campaña de Valverde, Nuevo México, 1861-1862. Pincha en la imagen para ampliar. © Javier Veramendi B

El último desafío previo a la campaña fue trasladar las tropas desde San Antonio, en el centro de Texas, hasta El Paso, en el extremo oeste del estado, cruzando una amplia extensión semidesértica. La ruta que unía ambas ubicaciones era el viejo camino de las diligencias, inicialmente diseñado para llegar hasta California pasando por Tucson y la franja del río Gila. Se trataba de un trayecto triste y desolado, con pocos puntos de agua, la mayoría de los cuales eran pozos artesianos que tardaban en rellenarse y que solo podían suministrar a unos pocos hombres y monturas a la vez, por no hablar de las recuas de animales de tiro y del ganado. Para solucionar esta cuestión, el jefe confederado decidió enviar a sus regimientos de uno en uno hasta el río Pecos, donde tendrían que dividirse a su vez en escuadrones y compañías para recorrer el trayecto restante, más desértico todavía. La primera unidad en partir fue el 4.º Regimiento de Fusileros Montados de Texas, que se puso en marcha en torno al 22 de octubre para cubrir los más de 1000 km que separaban ambos puntos. No llegarían a Fort Bliss hasta el 17 de diciembre.[5] Para entonces, Sibley, que había podido viajar más deprisa pues iba acompañado por un grupo reducido, ya los estaba esperando.

Oficialmente, la campaña comenzó el 3 de enero de 1862 –habían pasado seis meses desde la destrucción de la guarnición de Fort Fillmore–, cuando el Ejército de Nuevo México, nombre un tanto excesivo que recibió la fuerza de Sibley, poco mayor que una brigada, partió de Mesilla con destino a Fort Thorn, un viejo puesto abandonado en el extremo sur de la “Jornada del Muerto” no lejos de la actual localidad de Hatch. En la larga columna marchaban el 3.er, 4.º y parte del 7.º regimientos de Fusileros Montados de Texas, también conocidos como 1.º, 2.º y 3.º de la Brigada de Sibley. Junto a ellos cabalgaba el batallón del comandante Charles L. Pyron, formado por dos compañías del 2.º Regimiento de Fusileros Montados de Texas, que hasta entonces habían estado bajo el mando del gobernador Baylor, y dos unidades de exploradores, espías en la terminología de la época: la compañía del capitán Coopwood y los “Santa Fe Gamblers”. Estos últimos eran una compañía de voluntarios recién formada por pistoleros, ladrones y vagos de todo tipo del valle de Mesilla, un grupo de hombres cuyos únicos objetivos eran la aventura y el saqueo de la población (sobre todo si parecían unionistas) y que se dieron a su mismo el nombre de “Compañía de los Forajidos”, pero que a pesar de su dudoso origen iban a ser muy útiles en vanguardia. Finalmente, con alrededor de una docena de piezas de diversos tipos repartidas en dos baterías, la columna de Sibley iba bastante bien dotada en artillería, al menos tratándose de un escenario tan apartado como aquel. Finalmente, es necesario mencionar la larga columna de suministros, que resultaría ser el auténtico talón de Aquiles de la expedición, y el ganado para comida.

2.º de Fusileros Montados de Texas

Soldado del 2.º de Caballería de Texas, establecido en mayo de 1861 como 2.º de Fusileros Montados de Texas. Asignado al Departamento del Trans-Misisipi durante todo el curso de la Guerra de Secesión, participaría en diversas acciones, entre ellas la campaña del Río Grande y las batallas de Valverde y Glorieta Pass. Fuente: SMU Libraries.

La etapa en Fort Thorn duró hasta el 7 de febrero, tiempo para hacer los últimos ajustes antes de marchar en busca del enemigo. Ese día partió una avanzadilla formada por el 5.º Regimiento de Fusileros Montados y una batería de piezas de 6 libras.

«Abandonamos Fort Thorn con 9 kg de munición para cada hombre, y 150 disparos por cañón en los suministros de la brigada. Esto no incluye lo que transportaba cada regimiento ni lo que ya ha sido distribuido entre nosotros. Los hombres llevaban su munición en los bolsillos, algunos hicieron sacos y se los ataron a la cintura».[6]

Tras la vanguardia siguió el resto de la fuerza, cuyo avance por la Jornada del Muerto se llevó a cabo por grupos pequeños, de la misma manera que habían marchado desde San Antonio. El desierto, duro en verano, era especialmente cruel durante el invierno.

«El aire era crudo y los hombres cabalgaban encorvados sobre sus sillas de montar, luchando contra una aguanieve que cortaba como un cuchillo, que empañaba el aire y blanqueaba las colinas arenosas y los campos de salvia a lo largo del Río Grande».

El aguanieve, “caía tan fuerte que podía pelarte la piel de la cara”.[7] Seis días más tarde, la vanguardia acampó a 20 km al sur de Fort Craig, bajo la vigilancia de los piquetes federales. Nevaba copiosamente. Al día siguiente llegó el grueso de la fuerza de Sibley y todos juntos hicieron un amago de ataque que no tuvo éxito alguno, por lo que volvieron a acampar en el mismo sitio que la noche anterior y esperaron la llegada del tren de suministro, que llegó el 15 de febrero. Ese mismo día, el Ejército de Nuevo México se desplazó un último tramo, para posicionarse a unos pocos kilómetros al sur de la posición de los unionistas. Ambas fuerzas estaban, por fin, frente a frente.

La maniobra de Valverde

El 16 de febrero, con un tiempo un poco más benigno, Sibley decidió enviar al 5.º Regimiento de Fusileros Montados de Texas y la batería de artillería de Teel hacia Fort Craig, con el fin de que sirvieran de cebo y provocaran una salida de los federales que llevara a una batalla generalizada. El coronel Green, al mando de la fuerza, desplegó a sus hombres a unos 2500 m al sur de las defensas unionistas.

Refugiado en y en torno a Fort Craig, el coronel Edward Sprigg Canby también disponía de una fuerza considerable, pero muy dispar. Por un lado, tenía tropas pertenecientes al 5.º, 7.º y 10.º regimientos de infantería de los Estados Unidos y del 1.º y 3.º de caballería regular; por otra tenía la Compañía de Exploradores de Graydon y fuerzas de voluntarios de los regimientos de Nuevo México (2.º y 3.º de infantería y elementos del 4.º y 5.º de infantería, más el 1.º de caballería –que a pesar de la dominación solo tenía dos compañías montadas–), estos últimos considerados poco fiables, igual que los entre quinientos y mil efectivos de milicia presentes. Las opiniones sobre estos últimos combatientes contenidas en los informes son a menudo crudas, incluso denigrantes, insistiendo en su escasa fiabilidad y en su tendencia a salir corriendo y justificando estos rasgos por su carácter hispánico. Sin embargo, cabe preguntarse qué interés podían tener aquellos hombres, muchos de los cuales habían sido mexicanos hasta no hacía mucho, en luchar en las guerras de sus orgullosos colonizadores anglosajones. Sin duda, excluyendo a algunos personajes relevantes, ninguno. En estas condiciones, no resulta tan llamativo que, en cuanto la situación se volviera un poco difícil y el trato no fuera el que consideraban adecuado, simplemente se marcharan a casa. Con respecto a la artillería, conocemos la presencia de las baterías de Hall y McRae, que sumaban un total de ocho piezas, pero sin duda había más para la defensa del propio fuerte.

Edward Richard Sprigg Canby (1817-1873), fotografiado ya como general mayor. Este nativo de Kentucky, veterano de las guerras contra los semínolas y de la Guerra de México, sirvió en diferentes destinos remotos (Utah, California, Wyoming) antes de ser enviado a Nuevo México para mantener a los navajo a raya, puesto donde le sorprendió el estallido de la Guerra de Secesión. Tras la campaña del Río Grande sería ascendido a general de brigada, y durante el resto de la guerra desempeñaría diferentes puestos, destacando especialmente en su faceta de administrador. Canby moriría en 1873 en otro destino remoto, el Pacífico Noroeste, a manos de los indios modoc. Fuente: Library of Congress.

Fue precisamente la falta de confianza en sus tropas de Nuevo México lo que llevó a Canby a contestar a medias al desafío sudista, saliendo del fuerte, pero desplegándose al pie de sus muros, a cubierto de la artillería, sin ir más allá. William Davidson, uno de los voluntarios del 5.º, escribiría:

«Nos mantuvimos durante dos horas maniobrando uno frente a otro. Parecíamos dos escolares desafiándonos el uno al otro a golpear primero, pero asustados de hacerlo. Tal y como estaban las cosas, nos mantuvimos frente a frente durante dos horas mortales, y ninguna de las dos partes parecía demasiado interesada en provocar el enfrentamiento, mientras que nadie parecía dispuesto a declinar la batalla si el otro se la ofrecía».[8]

En algún momento del proceso se incorporó a la línea sudista el 4.º Regimiento de Fusileros Montados de Texas, y poco después los confederados iniciaron la retirada. Entonces sí entraron en acción los unionistas. Canby envió a los exploradores de Graydon y a las dos compañías montadas del regimiento de Kit Carson[9] para que persiguieran a los confederados. Davidson recuerda que en el tiroteo murió un federal y fueron heridos otros seis,[10] sin embargo fecha la acción en el día 18 de febrero en vez del 16, y olvida por completo mencionar la tormenta de arena que azotó la región los dos días siguientes. Otras fuentes indican que pudieron ser heridos dos nuevomexicanos, uno de ellos mortalmente.[11] En todo caso, nadie habla de bajas confederadas y, si bien hay testigos que mencionan haber visto cruces en donde había estado el campamento de los texanos durante estas jornadas, es imposible determinar el motivo de las muertes, que bien pudieron ser por enfermedad.

Las consecuencias de este intento de entablar combate quedaron perfectamente resumidas por Sibley: “El reconocimiento demostró la futilidad de asaltar el fuerte de frente con nuestra artillería ligera, y que nuestra única posibilidad de éxito radicaba en obligar al enemigo a luchar en campo abierto”.[12] Para forzar esta batalla consideró que su única opción era cruzar al otro lado del río para ir a situarse al norte de Fort Craig donde, o bien los federales se avenían a entablar combate, o bien cortaba sus líneas de comunicación y suministro. Una violenta tormenta rugió durante los días 17 y 18 de febrero, de modo que la maniobra no pudo empezar hasta el 19. Para entonces, Sibley estaba enfermo. Parece que su problema, tal vez un mal crónico anterior a la guerra, se manifestó por primera vez en la campaña el 17 de febrero, momento en el que entregó el mando de todo el Ejército de Nuevo México al coronel Green, quien ya tenía órdenes con respecto a la maniobra que debía llevar a cabo, que luego describiremos. El general no volvería a intervenir en las operaciones hasta el día 21 por la mañana, durante la batalla del vado de Valverde, que dirigió durante unas horas hasta enfermar de nuevo, momento en el que devolvió el mando a Green. No retomaría el control de su ejército hasta el día siguiente. Sin embargo, también se achaca su mal estado al consumo de alcohol. Uno de los sudistas lo describió como “un viejo oficial del ejército cuyo amor por el alcohol sobrepasaba el que sentía por su hogar, su país o Dios”; mientras que Baylor iría mucho más allá, diciendo de él que era “un cobarde infame y una desgracia para los Estados Confederados”, tras lo cual lo acusó de haberse puesto a salvo en una ambulancia con la bandera bien izada, para evitar que el fuego enemigo cayera sobre él.[13] Más irónicamente lo describiría Davidson:

«El general Sibley tenía una amistad demasiado íntima con ‘John Barley Corn’[14], y buena parte del tiempo que hubiera debido pasar organizando y poniendo en marcha la expedición la pasó en comunión con este potente individuo».[15]

Dicho esto, el historial militar de Sibley no era el de un hombre carente de valor, y el hecho de que inventara una tienda de campaña para uso militar y un hornillo para calentar el interior y que ambas patentes fueran adquiridas por el Ejército estadounidense demuestra que tenía también cierto ingenio. Así, no resulta imposible que su consumo excesivo de alcohol tuviera su razón de ser como paliativo de alguna dolencia desconocida.

La maniobra de flanqueo comenzó a la perfección. El día 19 de febrero los confederados cruzaron el río cerca de Paraje sin más oposición que la corriente y el agua helada, que les llegaban hasta la cintura, e hicieron noche al otro lado, sin duda en torno a grandes hogueras que, si ya habían sido necesarias en pleno invierno, aquella noche, con todos los soldados empapados, debieron de ser vitales. Al día siguiente, 20 de febrero, iniciaron la marcha hacia el nordeste, siempre en ascenso por un terreno volcánico cubierto de tierra y rocas sueltas, y cortado por crestas o profundas barrancas llenas de arena que ralentizaron enormemente el ritmo de marcha. Aquel día el progreso no fue mucho, empujando los cañones a brazo, los confederados solo consiguieron llegar hasta la altura de Fort Craig y tuvieron que acampar en un lugar sin agua. Fue a lo largo de esta jornada cuando Canby fue consciente de lo que sucedía, pero su primera preocupación no era que cortaran su ruta de suministro, sino que los confederados instalaran su artillería sobre una planicie rocosa que se alzaba justo enfrente del fuerte, al otro lado del río, en posición dominante para batirlo impunemente con sus cañones.

Voluntario de Nuevo México

Voluntario de Nuevo México. Un buen número de texanos y neomexicanos de origen hispano, que hasta hace pocos años habían sido mexicanos, sirvieron en el Ejército de la Unión, especialmente en la campaña del Río Grande. Algunos de ellos llegarían a alcanzar empleos de importancia, como el teniente coronel Diego Archuleta, veterano del Ejército mexicano en la Guerra contra Estados Unidos, que tras la batalla del vado de Valverde sería ascendido a general de brigada (de milicia), primer hispano en alcanzar ese rango en el Ejército Federal. Fuente: Mexicans in the Civil War.

Con el fin de evitarlo, ya caída la tarde envió una fuerza de infantería, caballería y artillería al otro lado del río para disputar aquellas alturas cruciales a los confederados. La maniobra no pudo llevarse a cabo en secreto y cuando estaban ya cerca de la cima, los federales pudieron observar al enemigo y escuchar a su banda tocando Dixie. Con el enemigo en posición dominante, atrincherado y a la espera, aquel campo de batalla era, para los atacantes, la peor pesadilla de cualquier táctico, cosa que se evidenció enseguida cuando los cañones confederados abrieron fuego a una distancia de 800 m. El acierto fue escaso pero el éxito rotundo. Dos proyectiles estallaron cerca del 2.º Regimiento de Voluntarios de Nuevo México y dos hombres resultaron heridos, luego la unidad rompió filas y todos los hombres huyeron cuesta abajo, arrastrando a sus compañeros consigo.

«Uno de los regimientos de voluntarios (el de Pino) –escribiría Canby posteriormente– quedó tan totalmente desbaratado por unos pocos e inofensivos disparos de cañón que fue imposible restaurar cualquier tipo de orden. Esto, y la llegada de la noche hicieron que resultara inoportuno seguir con el ataque».[16]

La oscuridad devolvió a la mayoría de los federales de vuelta a su fuerte, pero no todos. Canby había decidido dejar quinientos hombres en la orilla este, entre ellos el capitán James Graydon, conocido como “Paddy”, quien tenía un plan. El ejército de Sibley, como muchos otros de la época, dependía de numerosos tiros de mulas para desplazar sus cañones y sus carromatos de provisiones, y además llevaba consigo un numeroso rebaño de bueyes para alimentar a la tropa, y este aventurero se había propuesto, con la ayuda de algunos de los hombres de su compañía de exploradores, dejar al enemigo sin estos recursos.

Rozaba ya la media noche cuando un sigiloso grupo, con Paddy Graydon a la cabeza, se acercó a hurtadillas al campamento confederado. El disimulo no era nuevo en aquellas tierras de constante conflicto con apaches, navajos o comanches, y por consiguiente no había sido difícil encontrar a unos cuantos hombres capaces de desplazarse en la oscuridad y por terreno desconocido sin hacer ruido alguno. Traían con ellos dos mulas, sin duda las más desafortunadas de todo el Ejército federal aquella noche, a las que habían cargado con granadas de obús de 24 libras. El principal problema, para las mulas, sin duda no era el peso, sino la intención de aquellos hombres: prender las espoletas y arrearlas hacia donde estaban las caballerizas y el ganado del enemigo. Las explosiones, en medio de semejante concentración de bestias, sin duda iban a matar a muchas, herir a otras –que dadas las circunstancias podían contabilizarse como muertas– y dispersar en pánico a las restantes. Con lo que no habían contado Graydon y los suyos era que, por mucho que las arrearon, en cuanto vieron a sus amos correr de vuelta hacia el río, las mulas, tercas y sin duda maliciosas, en vez de abalanzarse hacia sus congéneres confederadas salieron al galope en pos de sus amos traidores, iniciando una intensa carrera contra reloj que no acabó hasta que estallaron los proyectiles y las mulas fueron volatilizadas en todas direcciones, sin llegar a causar bajas entre los insensatos incursores, que se libraron por muy poco.[17] Tras este suceso, no deja de ser irónico que ya cerca del alba las sedientas mulas del tren de suministro del 4.º Regimiento de Fusileros Montados de Texas rompieran sus ataduras y escaparan para beber en el río, donde fueron capturadas por la tropa dejada por Canby junto a la orilla. La cifra exacta, por supuesto, es objeto de debate: “Entre doscientos y trescientos caballos y mulas fueron capturados y traídos hasta el fuerte”, indica Canby,[18] mientras que Sibley se refiere a “la pérdida, durante la noche, por haber sido pastoreadas con negligencia, de cien mulas del tren de bagaje del 4.º Regimiento”.[19]

La batalla del Vado de Valverde

El encuentro que tanto había deseado Sibley se produjo finalmente el día 21 de febrero, cuando la vanguardia de su columna rodeó la Mesa del Contadero[20] y descendió hacia el vado de Valverde, donde, al otro lado del río, la esperaba un destacamento de tropas federales. El combate que siguió se extendió desde las 9.00 horas, más o menos, hasta las 17.00, cuando una violenta carga general de las tropas confederadas destrozó el ala izquierda de los unionistas y tomó la batería de McRae, cuyos cañones pasarían a formar parte de la historia de la brigada durante toda la guerra con el nombre de Batería de Valverde.[21] Entretanto, ambos ejércitos habían ido alimentando la batalla con nuevas tropas y el resultado había estado en vilo durante mucho tiempo, con cierta tendencia a decantarse del lado de la Unión, cuyos soldados habían conseguido cruzar el río y apartar a los confederados de la orilla primero, arrinconarlos en un tramo del antiguo cauce del río después y estaban, por fin, preparando un asalto general que los expulsara por las colinas, hasta que estos lanzaron la carga que los sorprendió y desbarató sus planes.

Durante los combates, los confederados se vieron lastrados en todo momento por el escaso alcance de sus armas de fuego, mayoritariamente escopetas y armas de caza de diversos calibres, e incluso lanzas capturadas a los mexicanos durante la última guerra que, por llamativo que resulte, llegaron a ser utilizadas en combate.

«Lang y sus lanceros cargaron contra las apretadas líneas del enemigo –recordaría Davidson–. Al instante, los disciplinados regulares corrieron a ponerse en posición de ‘resistir a la caballería’, los hombres de primera línea rodilla en tierra, enarbolando el mosquete y presentando un muro de bayonetas mientras los de la segunda línea abrían fuego contra el pecho de los heroicos lanceros».[22]

El teniente coronel Scurry, desplegado en el ala derecha confederada, también recordaría la carga:

«En torno a las 15.00 horas […] me encontré con tan solo dos compañías […] para enfrentarme a una fuerza de unos cuatrocientos hombres […]. Fue allí donde tuvo lugar la atrevida carga del capitán Lang, del 5.º Regimiento, con un pequeño cuerpo de lanceros. Pero su desesperada valentía fue inefectiva contra una desproporción tan grande y armas superiores, y esta compañía sufrió bajas mortales más elevadas que cualquier otra compañía o brigada. Esta carga, desafortunada en otros aspectos, tuvo el efecto de acercar al enemigo hasta nuestros cañones».[23]

Curiosamente, las fuentes federales son mucho más escasas, tan solo el coronel Roberts, del 5.º Regimiento de Voluntarios de Nuevo México, menciona el suceso al referirse al capitán Selden, quien “repelió una carga determinada de sus lanceros, efectuada con audacia y desesperación, y se hizo dueño del terreno”.[24]

batalla del vado de valverde 1862

Mapa de las maniobras en torno a Fort Craig y de la batalla del vado de Valverde (21 de febrero de 1862). Pincha en la imagen para ampliar. © Javier Veramendi B

El derrumbe del ala izquierda federal llevó a la retirada de toda la fuerza de Canby, de un modo más o menos desordenado, según las unidades y los recuerdos de cada oficial, y a una persecución a cargo de las tropas confederadas que se vio frustrada cuando el comandante en jefe de la Unión, muy ladinamente, envió un oficial con bandera blanca a fin de pedir permiso para recoger a los heridos. “[…] la bandera blanca del enemigo, con el fin de pedir permiso para recoger a sus muertos y heridos, se izó antes de que el sonido del último cañón hubiera acabado de resonar entre las colinas”,[25] indicaría, no sin malicia, el coronel Green, quien había estado al mando de las fuerzas confederadas tras la recaída de Sibley, aunque parece que este no estaba del todo fuera de combate, pues fue él quien dio orden de que se aceptara la tregua.

Con respecto a la bandera blanca, es llamativa la contradicción entre los dos informes presentados por el coronel Canby, quien el 22 de febrero indicaba que “bajo bandera [blanca] se han retirado del campo de batalla todos los muertos y heridos, y se ha cuidado de toda la propiedad [pública: suministros y armamento]”.[26] Sin embargo, el tono de su segundo informe, elaborado el 1 de marzo, es bastante más gallardo:

«Protegidos por la columna de Selden primero, y por la caballería regular después, todos los soldados dispersos y rezagados fueron reunidos, y se tomaron medidas para retirar a los muertos y hacerse cargo de los heridos, se metieron en el fuerte los rebaños de bueyes y toda la propiedad pública fue recogida y retirada. No se abandonó nada sobre el terreno, salvo algunas tiendas de campaña y otros elementos fijos del hospital de campaña, que se dejaron atrás para hacer sitio a los heridos en los carromatos».[27]

Nada se dice en este de la jugarreta de la bandera de tregua, que sin duda debió de producirle apuro incluso a él, y se permite dar a entender que sus tropas se retiraron combatiendo hasta Fort Craig.

Terminaba así la primera gran batalla de la campaña, cuyas bajas fueron, según Josephy, maquilladas a la baja por ambos bandos. Así, Canby habría informado de 68 muertos, 160 heridos y 35 desaparecidos o prisioneros; mientras que Green indicó que su bando había perdido 36 muertos, 150 heridos y 1 desaparecido.[28] 263 contra 187, cifras ridículas para los estándares de las grandes batallas libradas en otros escenarios, pero importantes en ejércitos que rondaban los 3000 hombres.

La ofensiva hacia el norte

“Enterrar a los muertos y el cuidado de los heridos provocó un retraso de dos días, durante los que permanecimos en el campo de batalla, lo que nos dejó con raciones para solo cinco días”[29], escribió el general de brigada Sibley en su informe del 4 de mayo, posterior a la campaña, tras lo cual, y con cierto tono autojustificativo, añadió una breve exposición de su dilema, muy similar al de cualquier ejército que hubiera ocupado la retaguardia del enemigo. Tras la batalla, las tropas federales se habían refugiado tras los muros de Fort Craig, al sur del vado, de modo que ahora el Ejército de Nuevo México cortaba sus líneas de comunicación, sin embargo, ni tenía capacidad para tomar su posición al asalto ni tenía suministros para llevar a cabo un asedio. De hecho, a pesar de ser los “sitiados”, los federales estaban mejor abastecidos que sus enemigos, los cuales habían basado la logística de la campaña en la captura de los medios de subsistencia y combate del contrario y, por consiguiente, no tenían más opción que avanzar a toda prisa hacia el norte, a Albuquerque y Santa Fe, donde estaban los depósitos federales, apenas protegidos por unas exiguas guarniciones. Sibley, que había recuperado el mando de su ejército a primera hora del día 22, convocó un consejo de guerra que acordó lo evidente: marchar lo más rápidamente posible hacia el norte dejando Fort Craig atrás.

Parapetos de Fort Graig

Parapetos de Fort Graig, c. 1866. Situado en la orilla oeste del Río Grande, en la ruta del Camino Real de Tierra Adentro y punto de descanso obligado tras la extenuante Jornada del Hombre Muerto, fue construido en 1854 para proteger de los apaches, comanches y navajos a los colonos que se dirigían hacia el oeste. Proyectado como una comunidad autosuficiente, en los febriles meses de comienzos de 1862 el fuerte llegaría a albergar hasta 4000 soldados. Fuente: National Park Service.

No obstante, antes de ponerse en marcha el jefe confederado decidió hacer un último intento para solucionar su dilema y envió una delegación de oficiales para solicitar la rendición del fuerte y la entrega de los suministros acumulados en su interior.

«Aunque derrotadas, mis fuerzas no habían perdido el ánimo –escribiría el coronel Canby en su informe del 1 de marzo–. Todos consideran que se ha hecho más daño al enemigo que el que nosotros hemos soportado, y que las pérdidas que hemos sufrido han sido manteniendo el honor intacto».[30]

La gestión no dio el resultado apetecido y el 23 de febrero el Ejército de Nuevo México se puso en marcha hacia el norte.

Canby no solo se había negado a rendirse, sino que había tomado una decisión que alargaría la vida de su guarnición a la vez que, esperaba, entorpecería las maniobras del enemigo. En la noche del 22 al 23 de febrero se abrieron las puertas de Fort Craig y, en secreto, una larga columna de tropas compuesta por tropas de voluntarios de Nuevo México abandonó el lugar para rodear el campamento confederado e ir río arriba. Su misión era hostigar al enemigo, pero la mayoría desertó casi de inmediato y volvieron a sus casas. A pesar de todo, no fue un fracaso absoluto. En la tarde del día 24 de febrero un grupo de unos doscientos ochenta hombres se posicionó en la localidad de Socorro, por la que tenían que pasar los hombres de Sibley camino del norte, justo cuando estos se acercaban al lugar. Nada más anochecer, los piquetes de ambas fuerzas entraron en contacto y hubo una breve escaramuza mientras los texanos rodeaban el pueblo, cosa que terminaron de hacer en torno a las 20.00 horas. Entonces empezaron las deserciones entre los nuevomexicanos, y tampoco tuvo éxito el intento de reclutar a los civiles para que se sumaran a la defensa del pueblo: “Don Pedro Baca llegó a decir que el Gobierno de los Estados Unidos era una maldición para este territorio, y que si los texanos se hacían con y conservaban Nuevo México, el cambio solo sería para mejor”.[31] Seguirían diversas reuniones durante la noche, entre ambos contendientes, hasta que los voluntarios de Nuevo México que aún se mantenían en filas, unos ciento cincuenta, se rindieron al ejército confederado y fueron liberados bajo palabra a primera hora del 25 de febrero.

Imperio confederado en el río grande campaña de Valverde Texas Nuevo México

Mapa de la campaña de Alburquerque y Santa Fe, Nuevo México, 1862. Pincha en la imagen para ampliar. © Javier Veramendi B

El 2 de marzo de 1862, el Ejército de Nuevo México llegó por fin a la vista de Albuquerque, justo a tiempo para ver cómo densas columnas de humo negro se alzaban de los depósitos en llamas, y escuchar las explosiones de la munición destruida.

«Debido a la próxima llegada del enemigo y no teniendo tropas suficientes para defender la plaza –informaría el comandante Donaldson, jefe militar del distrito–, el capitán Enos, intendente adjunto, abandonó Albuquerque el día 2 del presente tras haber cargado en un tren [de carretas] sus existencias más valiosas, y partió a Santa Fe tras destruir el resto».[32]

La misma escena habría de repetirse en Santa Fe el día 10, donde los confederados encontraron un pueblo desierto y unos almacenes calcinados, pues la mayor parte de las tropas y de los civiles se habían marchado en dirección a Fort Union.

«El día 4 del presente –continúa el informe– consideró que era necesario volver a hacer lo mismo, pues Santa Fe, que estaba rodeada de colinas en todo su perímetro, no era defendible y la seguridad del tren, compuesto por 120 carretas cargadas con las mercancías más valiosas del Departamento [de Nuevo México] exigía una escolta importante. Su valor [de las mercancías] no podía calcularse en menos de un cuarto de millón de dólares, y su seguridad era una cuestión de crucial importancia. Me alegra anunciar que ha llegado hasta la protección de los cañones de Fort Union, y que el enemigo no ha conseguido nada de importancia a lo largo de su ruta».[33]

Esto último solo era cierto en parte, porque en realidad los confederados sí que habían conseguido algunos suministros.

A unos 90 km al oeste de Albuquerque, remontando el río Puerco y su afluente el San Juan, se hallaba el puesto de Cubero –en el camino a Fort Wingate, en el centro del territorio Navajo–, donde también había un depósito de suministros, destinado a reabastecer a las tropas que hacían campaña contra dichos indios. A las 9.00 horas del tres de marzo –informaría el capitán Thurmond, que no estuvo presente en la acción, en un informe muy posterior a los acontecimientos–, tras haber cruzado “sin protección, esta peligrosísima porción de territorio indio hostil”,[34] el Dr. F. E. Kavenaugh se personó ante el puesto acompañado de tres hombres más[35], solicitando

«[…] al capitán Francisco Aragón, del Ejército de los Estados Unidos, al mando del puesto militar de Cubero, la rendición de su persona, del Dr. Boyd, médico del puesto, de 42 soldados nuevomexicano y de tres americanos, uno de los cuales era el sargento Wahl, trompeta del Ejército de los Estados Unidos, junto con todo el puesto y todas las provisiones, armas, munición y otras propiedades, de cualquier tipo, pertenecientes al mismo».[36]

Para Davidson,[37] siempre más efectista, la rendición se consiguió gracias a una carga efectuada por tres de aquellos hombres, pero corrobora que el puesto se rindió sin lucha. De hecho, los soldados que lo guarnecían demostraron tener tan poco ardor combativo que se les permitió marchar armados hasta Albuquerque para defenderse de un eventual ataque de los indios, y se confió en que no solo no iban a escapar sino en que allí entregarían las armas intactas antes de ser liberados bajo palabra. Una vez “tomado” el puesto, uno de los aventureros, Gillespie, volvió a Albuquerque para avisar de que se necesitaba una guarnición, y Sibley envió al capitán Thurmond con veinticinco hombres.

Fort Union

Fotografía del interior de Fort Union, c. 1862. Construido en 1851 junto con otros once fuertes que, situados en la frontera, debían agrupar a las dispersas guarniciones y mejorar su eficacia contra los indios, se decidió establecer allí el cuartel general y los depósitos de las tropas que debían proteger la Ruta de Santa Fe, lejos del «antro de vicio que era la ciudad». De las penosas condiciones de vida de su estructura original, erigida por soldados y no por artesanos civiles (como era práctica habitual) y que sobrevivió hasta su reconstrucción en 1862, nos da cuenta el ayudante de cirujano Jonathon Letterman, que sirvió allí en 1856: «Toda la guarnición cubre un espacio de unos ochenta acres o más, y los edificios, que por necesidad están muy separados, hacen que el puesto presente más la apariencia de un pueblo, cuyas casas se han construido con poco respeto al orden, que un puesto militar. En la construcción de los edificios se han utilizado troncos de pino sin curar, sin cortar y sin descortezar, colocados en posición vertical en algunas y horizontalmente en otras, y como consecuencia necesaria se están deteriorando rápidamente. En muchos de los troncos de la casa que ocupo, la madera se ha descompuesto hasta tal punto, incluso varios pies por encima del suelo, que un clavo de tamaño normal no se sostendrá. Recientemente se ha derribado un conjunto de los llamados barracones para evitar accidentes adversos que podrían ocurrir en cualquier momento por el desplome del edificio; y sin embargo, este edificio fue erigido en 1852. Los troncos sin descortezar ofrecen excelentes escondites para ese molesto y repugnante insecto, el chinche, tan común en este país, por lo que los edificios no son de ningún provecho, para el evidente malestar de los hombres que los ocupan los edificios, que casi universalmente duermen al aire libre cuando el tiempo lo permite. El edificio actualmente utilizado como hospital, con techo de tierra, no tiene una habitación que permaneciera seca durante las lluvias de la última parte del mes de septiembre pasado, y me vi obligado a usar carpas y lonas para proteger la propiedad de daños».  Fuente: National Park Service.

La historia es sorprendente y no indica si aquellos hombres actuaron por su cuenta y riesgo o siguiendo órdenes, aunque en el segundo de los casos lo lógico es que Thurmond y su destacamento los hubieran acompañado desde el principio. Por otro, quien cuenta lo sucedido en un informe es el propio Thurmond, que no se encontraba allí en el momento de la toma del puesto, y aunque Davidson corrobora lo principal, él tampoco estaba allí, por lo que bien pudiera ser que todo el asunto fuera una historia embellecida en los fuegos de campamento. Al final, entre lo capturado en Cubero, lo salvado de los incendios en Santa Fe y Albuquerque, los suministros recuperados forrajeando por los alrededores y confiscando todo los posible a los unionistas, conocidos o presuntos, de la región y la captura fortuita de un tren de carretas destinadas a Fort Craig[38], el Ejército de Nuevo México consiguió acumular suministros para unos cuarenta días, lo que no estaba mal aunque tampoco fuera lo ideal. Entonces, Sibley decidió atacar Fort Union, al oeste de las montañas Sangre de Cristo, sobre la llamada ruta de Santa Fe, un puesto de singular importancia.

«Fort Union –escribió el coronel Canby al también coronel G. R. Paul, comandante del puesto– debe ser conservado, y nuestras comunicaciones con el este deben mantenerse abiertas. Fort Garland [sobre la ruta que ascendía directamente hacia el norte desde Santa Fe, por el oeste de los montes Sangre de Cristo] no es tan importante. Si no puede ser defendido, debe ser destruido. Todos los demás puntos carecen de importancia».[39]

Notas

[1] Según la cual, los Estados Unidos estaban destinados “por la autoridad divina” a poseer todos los territorios comprendidos entre su costa atlántica y la del pacífico.

[2] Carta enviada por Sibley desde El Paso, Texas, y fechada el 12 de junio de 1861. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IV, p. 55.

[3] Kerby, R. L. (1958): Confederate Invasion of New Mexico and Arizona, 1861-1862. Los Angeles: Westernlore Press. P. 30.

[4] Thompson, J. (2001): Civil War in the Southwest. Recollections of the Sibley Brigade. College Station: Texas A&M University Press. p XIV.

[5] Por excesivo que pueda parecer, 56 días para recorrer un millar de kilómetros da un ritmo de 16-17 km al día, un ritmo cuyo objetivo era preservar las monturas y que nos da una idea bastante clara de las dificultades de operar tan lejos de las bases propias y por un terreno tan difícil.

[6] Thompson, J. (Ed.) (2001): Civil War in the Southwest. Recollections of the Sibley Brigade. College Station: Texas A&M University Press. p. 19. Se trata del testimonio de W. Davidson, capitán en la compañía A del 5.º Regimiento de Fusileros Montados de Texas, bajo el mando del coronel Green.

[7] La cita pertenece al Journal of Ebeneze Hanna, February 10 to March 27, 1862. p. 133.

[8] Thompson, p. 23. Testimonio de W. Davidson.

[9] 1.º de Voluntarios de Nuevo México

[10] Thompson, p. 23. Testimonio de W. Davidson.

[11] Josephy, A. M. Jr. (1991): The Civil War in the American West. New York: Vintage Books. p. 65.

[12] Informe del general de brigada H. H. Sibley, redactado en Fort Bliss, Texas, y fechado el 4 de mayo de 1862 (después de toda la campaña). War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 507.

[13] Josephy, pp. 69-70.

[14] En referencia a una canción popular en la que este personaje representa a la cosecha de cereal, y las bebidas alcohólicas que se producen con ella.

[15] Thompson, p. 6. Testimonio de W. Davidson.

[16] Informe del coronel Edward R. S. Canby, del 19.º de Infantería, al mando del Departamento de Nuevo México, redactado en Fort Craig el 1 de marzo de 1862. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 489.

[17] Josephy, p 67.

[18] Informe del coronel Edward R. S. Canby del 1 de marzo. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 489.

[19] Informe del general de brigada H. H. Sibley del 4 de mayo. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 508.

[20] También conocida como Table Mesa o Black Mesa, estaba situada en la orilla este del río, justo un poco más al norte de Fort Craig.

[21] Compuesta por un obús de montaña de 12 libras, dos obuses de 12 libras y tres cañones de 6 libras.

[22] Thompson, p. 47. Testimonio de W. Davidson.

[23] Informe del teniente coronel W. R. Scurry, del 4.º Regimiento de Voluntarios Montados de Texas, redactado en Valverde, al día siguiente de la batalla. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 514.

[24] Informe del coronel B. S. Roberts, 5.º Regimiento de Voluntarios de Nuevo México, redactado en Fort Craig el 23 de febrero de 1862. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 495.

[25] Informe del coronel Thomas Green, del 5.º Regimiento de Fusileros Montados de Texas, redactado en el campamento de Valverde al día siguiente de la batalla. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 421.

[26] Informe del coronel Edward R. S. Canby, del 19.º de Infantería, al mando del Departamento de Nuevo México, redactado en Fort Craig el 22 de febrero de 1862, día siguiente a la batalla. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 487.

[27] Informe del coronel Edward R. S. Canby, del 19.º de Infantería, al mando del Departamento de Nuevo México, redactado en Fort Craig el 1 de marzo de 1862. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 491.

[28] Josephy, p 73.

[29] Informe del general de brigada H. H. Sibley del 4 de mayo. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 508.

[30] Informe del coronel Edward R. S. Canby, del 19.º de Infantería, al mando del Departamento de Nuevo México, redactado en Fort Craig el 1 de marzo de 1862. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 492.

[31] Informe de Charles Emil Wesche, comandante en el 2.º Regimiento de Milicia de Nuevo México, redactado en Santa Fe el 5 de mayo de 1862. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 605. El informe, bastante completo, narra todos lo acontecido en Socorro desde el punto de vista del mando.

[32] Informe del comandante J. L. Donaldson, al mando del Distrito de Santa Fe, redactado en Fort Union el 10 de marzo de 1862. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 527.

[33] Ibíd.

[34] Informe del capitán A. S. Thurmond, 3.er Regimiento de la Brigada de Sibley [también conocido como el 7.º Regimiento de Fusileros Montados de Texas], firmado en Cubero el 19 de marzo de 1862. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 529.

[35] Si bien el informe del capitán Thurmond dice que fueron “el Dr. F. E. Kavenaught al mando de tres americanos”, que más adelante identifica como los señores Thompson, Gillespie y Gardenhier; Davidson solo cita tres nombres: el doctor [Finis E.] Kavanaugh, [Richard] Dick Gillespie y un holandés [George Gardenhier].

[36] Informe del capitán A. S. Thurmond, War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 528.

[37] Thompson, p. 79. Testimonio de W. Davidson.

[38] Josephy, p. 75

[39] Carta del coronel Edward R. S. Canby al coronel G. R. Paul de fecha 16 de marzo de 1862, recibida el 21. War of the Rebellion, a compilation of Official Records, serie 1, volumen IX, p. 653.

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