Isla de Fernando Poo – Vista de la playa y ciudad de Santa Isabel

«Isla de Fernando Poo – Vista de la playa y ciudad de Santa Isabel (de fotografía)», 22 de mayo de 1864, en la revista española El Museo Universal (VIII-21). Fuente: Wikimedia Commons.

Con la creación de un presidio en la isla de Fernando Poo se pretendía fomentar la población, a modo de colonia penitenciaria, de unos territorios que desde su toma de posesión por la expedición del Conde Argelejos en 1778 (en cumplimiento de los Tratados de San Idelfonso y de El Pardo entre las Coronas de España y Portugal), habían sido abandonados y prácticamente olvidados por el gobierno español. Prueba de la desidia española hacia la colonia de Fernando Poo y Annobón, fue su ocupación, durante las primeras décadas del siglo XIX, por comerciantes ingleses con establecimientos mercantiles, principalmente de extracción de maderas y de producción de aceite de palma. La falta de interés por los territorios del golfo de Guinea se hizo patente en julio de 1841, cuando el gobierno presentó un proyecto de ley ante las Cortes para vender ambas islas a los ingleses por la suma de 60 000 libras esterlinas, (1) considerándolas carentes de utilidad y provecho alguno a la Nación, además de perjudiciales por su clima insalubre. Con la prensa de la época haciéndose eco del escándalo, y después de un fervoroso debate público en contra de la enajenación por considerarse una humillación para España, se retiró el proyecto, y a finales de 1842 se procedió a la ocupación efectiva de los territorios con el envío de la expedición de Juan José Lerena y Barry. (2) Paralelamente, en el mismo año, el concurso anual de la Real Sociedad Económica Matritense proponía como tema de las memorias “medios de colonizar y hacer útiles las Islas españolas en África de Fernando Poo y Annobón”, y entre los estudios ganadores del certamen, ya se planteó “destinar las dos islas como sitio de deportación para los que fuesen conmutados de pena de muerte o hubiesen de sufrir la redención de la condena de diez años de presidio”.

A pesar de que la pena de deportación o relegación estuvo tipificada en todos los códigos penales españoles del siglo XIX, la deportación a territorios de ultramar, con el objetivo de colonizar y repoblar, fue una medida desconocida por innecesaria hasta aquel entonces en España, principalmente por la afluencia voluntaria de población hacia las colonias americanas. En cambio, durante los siglos XVII, XVIII y XIX, fue práctica común de otras potencias europeas llevar a cabo deportaciones de presos desde las metrópolis hacia sus colonias. Era una forma eficaz de deshacerse de delincuentes y adversarios políticos y religiosos y a la vez poblar sus posesiones coloniales, que se encontraban necesitadas de habitantes. Aunque las colonias penales más conocidas fueron las británicas, sobretodo Australia, no fueron los únicos estados que fomentaron la colonización penitenciaria, Francia enviaba presos a Guayana y Nueva Caledonia y Portugal  los enviaba a Angola.

El mismo año de la creación del presidio por la Real Orden empezaron a llegar a Fernando Poo los primeros deportados, que fueron en su mayoría represaliados políticos de la insurrección de Loja. En los años siguientes de esa década el flujo de deportados fue continuo, entre los castigados por motivos políticos destacaron por su número los independentistas cubanos, pero habían también penados por delitos comunes y por la ley de vagos. En muchas ocasiones se trataba de deportaciones administrativas sin formación de causa, ordenadas directamente por providencia gubernativa del Capitán General de Cuba aprovechando que todos los gastos de colonización de Fernando Poo se cargaban directamente al presupuesto de la provincia de Cuba.

Los deportados en Fernando Poo

Aunque se había previsto la construcción de un penal, éste nunca llegó a ejecutarse. Imitando el modelo británico en el que los penados quedaban libres tan pronto como ponían un pie en tierra australiana, los presos eran liberados en la isla con la certeza que era prácticamente imposible que la abandonaran por sus propios medios. Fernando Poo no estaba preparada para albergar a la población reclusa que iba recibiendo.  El gobernador de la isla, que estaba provisto de facultades discrecionales en virtud del Real Decreto de 1858 para el fomento de la colonización de Fernando Poo, Annobón, Corisco y sus dependencias, no era partidario de la utilización de la isla como penal, ante la evidencia que la reducida población existente (en 1869 el censo de europeos en la isla era de 92 personas) no podía asimilar la cantidad de presos que llegaban. La oposición del gobernador al penal queda patente en las palabras que ofreció a un grupo de deportados cubanos recién llegados en el año 1969: “no puedo ofreceros recursos de ningún género, idos, pues, libremente con tal de no salir de la isla, alimentaos y alojaos como podáis”. Las infraestructuras de la isla eran prácticamente inexistentes, los únicos edificios de mampostería que existían eran el hospital militar (que también hacía la función de hospital civil), una pequeña iglesia y la aduana. Los deportados con recursos económicos podían hospedarse en el único hotel existente llamado Thompson, o también pagando podían alojarse en el cuartel. Los menos afortunados tenían que buscar refugio en alguna de las casas que los ingleses habían abandonado después de que España hubiera recuperado la posesión de la isla y que se encontraban en estado de ruina. Si por castigo o por otro motivo convenía no dejar a los presos deambular por la isla, los encerraban en el pontón que estaba anclado en el puerto y que hacía la función de estación naval. Otra manera de reprimir el mal comportamiento era aislar a los penados en una barraca de madera que había en los llamados islotes de Enríquez, que era un pequeño cayo de poco más de 300 m2 a una milla de distancia del puerto de Santa Isabel. Los tiburones que merodeaban alrededor del cayuelo, atraídos por los desechos arrojados por las embarcaciones y la debilidad de los prisioneros por las fiebres y el hambre, eran medidas de seguridad suficientes para mantenerlos aislados.

La falta de condiciones materiales de la isla para establecer una colonia penal, sumado a las enfermedades tropicales como la fiebre amarilla y el paludismo, que diezmaban a deportados, colonos, militares y a todo aquel que intentara establecerse, hicieron fracasar tanto la colonización penitenciaria como el establecimiento de colonos instalados voluntariamente. Durante el siglo XIX la confinación en Fernando Poo fue el equivalente a una condena a muerte, los deportados eran víctimas de las fiebres, de la falta de atención y cuidados por la administración de la isla. Prácticamente no había ninguna oportunidad de poder desempeñar alguna tarea u oficio. La única esperanza era aguardar a que llegara la orden de retorno, ya fuera para su liberación o para su traslado a otra prisión.

Pese al fracaso colonizador y aun siendo bien conocidos los peligros sanitarios e insalubridades existentes, continuaron llegando deportados a la isla hasta bien entrados los años 30 del siglo XX. Aunque nunca se destinaron medios suficientes para colonizar y desarrollar los territorios españoles del Golfo de Guinea, aquellas islas fueron un emplazamiento provechoso para que los gobiernos de la época pudieran deshacerse de aquellas personas que les eran molestas. Fernando Poo fue una isla lejana y olvidada, un lugar de donde no poder huir, una prisión sin muros ni barrotes.

Bibliografía

  • De Móros y Morellón, José y Juan Miguel de los Ríos: Memorias sobre las islas africanas de Fernando Poo y Annobón, Madrid, Compañía Tipográfica, 1844.
  • Lastres y Juiz, Francisco: La colonización penitenciaria de las Marianas y Fernando Poo, Madrid, Imprenta y librería de Eduardo Martínez, 1878.
  • Balmaseda, Francisco Javier: Los confinados a Fernando Poo, impresiones de un viage (sic) a Guinea, Nueva York, Imprenta de la Revolución, 1869.
  • Del Cantillo, Alejandro: Tratados, convenios y declaraciones de paz y de comercio que han hecho con las potencias extranjeras los monarcas españoles de la Casa de Borbón, desde el año 1700 hasta el dia, Madrid, Imprenta de Alegría y Charlain, 1843.
  • López Vilches, Eladio: Fernando Poo y la Guinea española, Madrid, Imprenta y litografía  el depósito de la guerra, 1901.
  • Usera y Alarcón, Jerónimo: Memoria de la isla de Fernando Poo, Madrid, Imprenta de Tomás Aguado, 1848.
  • Muñoz y Gaviria, José: Tres años en Fernando Poo. Viaje a África, Madrid, Urbano Manini, Editor, 1871.

Notas

  1. La exposición de motivos del proyecto de ley enviado a Cortes el 9 de julio de 1841 disponía que la suma de 60.000 libras esterlinas pagadas por la adquisición de las islas de Fernando Poo y Annobón se aplicarían, “hasta donde alcanzase, al pago de una anualidad corriente y otra atrasada de los intereses de la deuda contraída con la Inglaterra en virtud del tratado concluido en 28 de octubre de 1828, dando de esta suerte una evidente prueba de los deseos que animan a la nación española de cumplir religiosamente todos sus empeños”. Se trataba del Convenio entre las coronas de España y la Gran Bretaña para el arreglo definitivo de las reclamaciones de súbditos ingleses y españoles en cumplimiento del convenio concluido en Madrid el 12 de marzo de 1823; firmado en Londres a 28 de octubre de 1828, por el que España reconocía una deuda con Gran Bretaña de 900.000 libras esterlinas en concepto de indemnizaciones por apresamientos injustos de buques y efectos.
  2. Juan José Lerena y Barry fue comandante de la expedición de 1842 para retomar la posesión de las islas de Fernando Poo y Annobón. Cambió los topónimos de las islas por nombres españoles, expulsó a los ocupantes ingleses, y además incorporó a la corona española la isla de Corisco a petición de su régulo Bonkoro I. A la vuelta trajo consigo dos jóvenes krumanes, Guir y Yegüe, que querían conocer España, y apadrinados por la reina Isabel, aprendieron a leer y escribir español y posteriormente volvieron a la isla como comisarios de policía.

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