húsares alados polacos Juan Sobieski

El hetman Żółkiewski con sus húsares alados (1936), óleo de Wojciech Kossak (1857-1942), Muzeum Narodowe, Varsovia. Uno de los más vívidos retratos de estos caballeros es el de Giovanni Botero, diplomático saboyano que escribió, a finales del siglo XVI, la siguiente semblanza: “van a las guerras vestidos de pomposos y ricos aderezos, casacas, sayetes y faldones, forrados en telas de oro, plata y sedas con perfiles, bordaduras, recamados y guarniciones riquísimas, variadas de mil diferencias de colores, con altos penachos en las testeras de los caballos y en sus celadas, compuestos de alas de águilas, pieles de leopardos y de osos, remendadas de diversas manchas, tremolando varias banderas, estandartes y gallardetes, y con otros ornamentos y aderezo tales que les hacen ser reverenciados de los suyos, terribles y espantosos a los contrarios y a ellos en sí mismos bravos, denodados y fieros”. el lienzo de Kossak muestra a varios húsares alados polacos junto a su jefe, el hetman Stanisław Żółkiewski, uno de los generales más renombrados de la mancomunidad polaco-lituana, artífice de la victoria de Klúshino (1610), en la que una pequeña fuerza polaca, encabezada por los húsares, derrotó a un ejército ruso y sueco muy superior en número.

A finales de junio de 1683, el poderoso ejército del Imperio otomano, bajo el mando del gran visir Kara Mustafá, inició el asedio de la Viena imperial. Desde hace mucho tiempo se discute cuán numeroso era aquel ejército. Nadie lo sabe con certeza, pero el número de campamentos montados alrededor de Viena impresionó a los soldados de la coalición de tropas cristianas. Al finalizar la batalla, se calculó en más de 100 000 el número de tiendas pequeñas, es decir, aquellas que eran para tres o cuatro personas. No se sabe cuántas tiendas grandes hubo. Además, no todo el mundo dormía en tiendas; por ejemplo, los tártaros no las llevaban. Por lo tanto, para los estándares de entonces, el ejército otomano era realmente imponente. Sin embargo, también hay que tener en cuenta que la mayoría de sus integrantes no eran soldados, sino personal subalterno. Tanto el emperador Leopoldo I como el rey polaco Juan III Sobieski estaban informados de los preparativos otomanos para la guerra. El 1 de abril de 1683 firmaron una alianza en la que se comprometían a prestarse ayuda mutua en caso de agresión por parte del Imperio otomano. Sobieski cumplió con su compromiso. También las tropas ducales alemanas fueron a auxiliar la sitiada Viena. Se les unió el ejército del Sacro Imperio, pero sin su emperador, cosa que, según los acuerdos alcanzados, otorgaba al rey Juan III Sobieski el mando de las tropas aliadas.

Tampoco es posible precisar, hoy, el número de efectivos de la coalición. Los historiadores polacos coinciden en que hubo unos 65 000 soldados, de los cuales 21 000 eran polacos. Es muy difícil hacer un cálculo exacto, por lo que se manejan cifras aproximadas. En lo que se refiere a los húsares alados, en la batalla participaron entre 2250 y 2750, agrupados en 24 compañías.

Orgánica del cuerpo de húsares alados polacos

Los húsares alados polacos eran un cuerpo de caballería pesada armada con largas lanzas. Se autodenominaban caballeros, lo que refleja bien su carácter. Puede considerárselos como los últimos caballeros europeos, no solo por el equipamiento que utilizaban (armaduras y lanzas largas), sino también por su apego a la tradición y su estructura organizativa, origen y formación.

En términos organizativos, los húsares alados estaban divididos en compañías que, a su vez estaban integradas por pequeñas escuadras. Varias de estas (desde unas pocas a varias decenas) conformaban una compañía (llamada también, a veces, bandera), a cuyo mando estaba un capitán, secundado por un teniente. Cada regimiento contaba también con un portaestandarte y músicos (un tambor y varios trompetas).

La escuadra (poczet) era la menor unidad organizativa de la antigua caballería polaca. Estaba formada por un towarzysz (caballero), su dueño, que financiaba el equipamiento y los caballos, así como el armamento y los enseres necesarios para desenvolverse dentro y fuera del campo de batalla, con la única excepción de la lanza –era obligación del capitán suministrarla–. La escuadra contaba con un séquito de subalternos que, a su vez, se dividían entre pocztowi (jinetes de escolta) y sirvientes libres.

Los jinetes de escolta participaban en las batallas; la mayoría se situaba en formación de combate detrás de los caballeros, aunque algunos luchaban en primera fila, junto a estos. Los demás se encargaban de cuidar de los bienes de la escuadra, de alimentar las monturas, conseguir la comida para hombres y animales, conducir los carros, pasar las lanzas a los combatientes, cavar trincheras, etc. Los sirvientes no solían participar en la lucha. Sin embargo, en situaciones excepcionales también se les utilizaba en el combate, organizándolos en unidades separadas y comandadas por caballeros experimentados.

En Viena no hubo necesidad de recurrir a los sirvientes. La gran mayoría de los criados se quedó en el campamento a orillas del Danubio, cerca de la localidad de Greifenstein y, por lo tanto, no participó en la batalla.

Los jinetes de escolta tenían la consideración de soldados, y el caballero recibía una paga por cada jinete de escolta. Por lo demás, los caballeros, al no ser considerados soldados, no percibían soldada.

Una escuadra de húsares alados polacos típica estaba compuesta, en 1683, por:

1 caballero

2 jinetes de escolta

Considerados soldados
6-15 sirvientesNo se les consideraba soldados
de 2 a 5 carrosTransportaban las tiendas, los víveres, la ropa, todo el equipamiento, las armas, etc.
12-30 caballosIncluidas las monturas de combate, los caballos de reserva para los húsares, de tiro, para el servicio, etc.

A esta unidad se la denominaba “de tres monturas”, ya que había tres hombres a los que se consideraba soldados. También existían unidades de “dos monturas” (un caballero y un escolta, sin olvidar la servidumbre) y de un solo jinete (caballero y servidumbre). Se trataba de que hubiera menos jinetes de escolta y más caballeros, ya que estos últimos estaban mejor equipados, mejor adiestrados y, además, se creía que tenían la moral más alta.

Organizar una escuadra de húsares alados polacos suponía el desembolso de una fortuna. Aunque el caballero que lo hiciera fuese muy ahorrador, equipar una escuadra de tres jinetes podía suponer un gasto de 5000 zlotys. Y esto solo para empezar. Mantener una escuadra también era muy costoso, sobre todo por lo que suponía la pérdida de los carísimos caballos. Para hacernos una idea de lo que significaba, la paga trimestral de un soldado era de 51 zlotys. Un buey costaba, en la Polonia de 1683, alrededor de 30 zlotys; unos mosquetes de chispa, adquiridos en 1695, costaron cerca de 20 zlotys por unidad.

Hay otra comparación que puede resultar ilustrativa: el esfuerzo económico de un caballero húsar frente al de un campesino polaco medio, con unas 17 hectáreas de terreno. Este campesino, quedándose en casa y no teniendo que arriesgar su vida (el servicio militar en el Ejército polaco era voluntario, pues no existían las levas obligatorias) tuvo una carga fiscal, en el periodo entre el 1 de mayo de 1683 y el 1 de febrero de 1685,  de unos 20 zlotys.

húsares alados polacos Viena batalla Khalenberg

La batalla de Viena (1863), lienzo de Józef Brandt (1841-1915), Muzeum Wojska Polskiego w Warszawie. El momento climático del sitio de Viena fue la larga y encarnizada batalla de Khalenberg. El punto culminante fue, sin duda, el empuje final de las fuerzas coaligadas hacia el campamento otomano, donde Kara Mustafá concentró sus mejores tropas. Para doblegar la tenaz resistencia, el rey Juan Sobieski recurrió a sus húsares alados polacos. El cronista Francisco Fabro Bremundán describe la escena: “Su Majestad, viendo que un grueso de diez mil jenízaros había estrechado de tal suerte sus hileras que parecía imposible romperle, mandó le atacase un cuerpo de húsares, que entrándole furiosamente a lanzadas, le pusieron luego en confusión, quedando asimismo rota el ala izquierda turca de los imperiales”. Otra crónica, escrita en Bucarest por un sacerdote de nombre Nicolás en diciembre de 1686, describe de forma sobria pero sobrecogedora el carácter brutal de la batalla: “La pugna en esta misma montaña [Kahlenberg] fue severa y se produjo con gran derramamiento de sangre, a menudo sin inclinarse de un lado ni de otro”. Fueron la mejor cohesión de las fuerzas cristianas y su acertado liderazgo lo que finalmente decantaron la victoria de su lado. © Muzeum Wojska Polskiego w Warszawie

Servir en los húsares alados polacos salía muy caro. No sorprende, por lo tanto, que los caballeros procedieran, casi en exclusiva, de entre la nobleza adinerada. Tanto por los costes que les suponía el servicio como por su alto valor como formación de combate, gozaban de enorme prestigio. Y esta era una de las principales causas para enrolarse en sus filas. Otras podían ser el mantenimiento de la tradición, el deseo de fama para uno mismo y el linaje propio, las expectativas de lograr un buen puesto, el botín, o incluso el patriotismo y la convicción interna de que los nobles estaban hechos para guerrear y, por lo tanto, participar en las guerras era un deber. En aquel entonces, Polonia era un país a todas luces feudal, donde cada capa social tenía sus privilegios pero también sus obligaciones. Así, por ejemplo, los campesinos no estaban obligados a hacer el servicio militar, pero trabajaban las tierras de su señor y además tenían que pagar impuestos al Estado (que eran muy bajos, como ya mencionamos). Los nobles, en principio, estaban exentos de pagar impuestos, pero a cambio recaía sobre ellos el peso del servicio militar. Eran conscientes que, desde el punto vista económico, no era una situación ventajosa. Un capitán de húsares que participó en la campaña de Viena, Jan Dobrogost Krasiński, constató que los soldados reales servían “con su propia sustancia de siglos” [su patrimonio]. Más adelante, reiteró que los caballeros polacos se movilizaron, para la expedición de 1683, “sin paga, a su costa”, deseosos de fama y por amor a la patria “porque por ello [por participar en la guerra], que de Dios que está en los cielos, que en la tierra, más segura será para cada hombre la recompensa”.

Mientras que los caballeros casi siempre eran nobles pudientes, los jinetes de escolta a menudo eran sus propios hermanos adolescentes. Servir a los hermanos mayores era un aprendizaje del arte de la guerra y, al cabo del tiempo, pasaban a formar sus propias escuadras. Pero los jinetes de escolta no solo eran hermanos o familiares de los caballeros. También había plebeyos (en general, gente que vivía en la corte o sirvientes que habían sido adiestrados en el uso de las armas), así como nobles empobrecidos.

La motivación para servir en las unidades de húsares alados polacos no era la misma para todos. Entre los escoltas, los sirvientes y los caballeros existía una distancia insalvable, no solo social y económica, sino también de índole moral. A los sirvientes se les condenaba a menudo por su propensión al saqueo, que practicaban con particular ahínco sobre todo en tierras extranjeras. Sin embargo, en defensa del ejército polaco que marchó a socorrer Viena hay que argüir que se mostró en particular disciplinado. Eso se debió, en gran medida, al hecho de que las provisiones que recibieron en tierras del sacro emperador eran superiores a sus necesidades. No obstante, una vez que el ejército real polaco prosiguió su avance después de la victoria, los súbditos del emperador dejaron de proveer de víveres a las tropas, por lo que estas empezaron a conseguirlos libremente y por su cuenta. Se recurrió al uso de la fuerza hacia la población civil, que a menudo pasó hambre, pues la campaña militar tenía lugar en tierras saqueadas con anterioridad por las tropas otomanas.

Los caballos

Las monturas utilizadas por los caballeros polacos en la batalla de Viena eran de las mejores, las más hermosas y las más caras de entre las conocidas en la Europa de aquel entonces. Las más costosas eran las utilizadas por los caballeros húsares, cuyo precio oscilaba desde más de 500 zlotys hasta varios miles. Por ejemplo, Wojciech Stanisław Chróściński compró un caballo por 3146 zlotys. El precio no se debía solo a la calidad del equino, sino también a su adiestramiento. Los tratados hípicos polacos del siglo XVII describen con detalle el proceso de preparación de los animales para servir en los húsares. En ellos se cuenta que, a los mejores caballos, se les podía enseñar la siguiente maniobra: la montura, por supuesto con su jinete, era capaz de galopar por una senda marcada varias decenas de metros, entrar en un círculo de solo dos metros de diámetro, dar una vuelta de 180 grados y retomar el camino de vuelta por el sendero por el que había venido. ¡Y todo ello sin perder  un ápice de velocidad! Este tipo de movimientos eran muy útiles en la batalla.

Los caballos para los jinetes de escolta eran mucho más baratos. Normalmente su precio no superaba los 200 o 300 zlotys, aunque podía haber caballos que superasen los 1000 zlotys. Aún más baratos (no más de 100 zlotys) eran los caballos de tiro y para los sirvientes.

Durante casi todo el avance de las tropas desde Cracovia hasta Viena, los caballos estuvieron bien alimentados. Decimos casi, porque después de que las tropas reales cruzaran el Danubio a la altura de la localidad de Tulln, el 6 de septiembre, se adentraron en tierras donde antes habían acampado los tártaros. Aquellas tierras habían sido saqueadas por completo, y los prados, arrasados. Era preciso salvar la situación con los piensos traídos en los carros. Sin embargo, los carros no cruzaron el río a la par que las tropas. Eran muchos (se calculó que en total había unos 32 000) y tardaron en cruzar el Danubio cuatro días, del 7 al 10 de septiembre. Cuando, el día 10, los últimos carros llegaron a la otra orilla, los soldados de la coalición de tropas cristianas empezaron a escalar las montañas cubiertas por los bosques de Viena. Los carros con provisiones no siguieron a las tropas, pues se encaminaron hacia Grefenstein. Tal como anotó el capitán de húsares Jan Dobrogost Krasiński: “Tres noches de gran zozobra, las gentes a pan seco y agua, y los caballos con hojas de roble aguantaron”.

Fue entonces cuando la situación de los caballos devino verdaderamente mala: del 10 al 13 de septiembre pasaron además mucha sed. Con estos caballos, sedientos y alimentados con hojas de roble, lucharon los caballeros polacos el 12 de septiembre. Por esta razón, después de expulsar a las tropas enemigas de las murallas de la ciudad, el rey polaco no quiso recurrir a todas sus fuerzas para perseguir al día siguiente al ejército enemigo en fuga. Para la persecución se usaron tan solo unas pocas compañías ligeras.

Las lanzas

Estas eran las principales armas de los húsares. Se trata de un arma complicada desde el punto de vista tecnológico y, por lo tanto, muy cara. Su precio era comparable al de las armas de fuego. Además, eran de un solo uso, dado que se astillaban al impactar contra el enemigo. Las lanzas tenían diferentes longitudes: desde algo más de tres metros (las llamadas lanzas polacas, cuyo nombre en polaco es połowiczne, es decir, medianas), hasta más de seis metros. Cada capitán era responsable de proveer a su tropa de lanzas, que se encargaban en distintos talleres. Por lo tanto, se puede presuponer que en la batalla de Viena había lanzas de diferentes tamaños. Varias fuentes de la época de las guerras contra el Imperio otomano, en las últimas tres décadas del siglo XVII, indican que en aquellos tiempos las lanzas más comunes eran las de entre 4,5 y 5 metros, dimensiones suficientes para alcanzar al enemigo antes de que este pudiese herir al húsar.

Las lanzas solían ir adornadas con pendones de seda. Cada compañía compartía un mismo pendón, que la diferenciaba de las demás. Sin embargo, los pendones cumplían además otro papel muy importante: su ruido espantaba los caballos contrarios, y el tumulto que provocaban facilitaba la derrota del enemigo.

En la batalla de Viena, los caballeros y los jinetes de escolta iban armados con lanzas, pero no en todas las compañías. Para gran desilusión del rey, no todos los capitanes estuvieron a la altura; algunos no suministraron lanzas a sus tropas. Otras compañías carecían, además, de pendones. Aunque el rey distribuyó una parte de sus lanzas, preparadas para sus propias tropas, y pendones, con ello no pudo satisfacer todas las necesidades.

La fuerza de impacto de las lanzas era potente. Traspasaban escudos, cotas e incluso las armaduras de placas (penetrando entre las placas y rompiendo remaches y aldabillas). En principio, las lanzas se rompían al impactar. Sin embargo, si alcanzaban una parte no protegida, traspasaban el cuerpo por completo y podían alcanzar a más de una persona a la vez. Si los soldados estaban muy cerca (por ejemplo, apelotonados en la desbandada de la huida), podían atravesar incluso seis cuerpos de una acometida. Hay constancia de que en Viena se dieron casos en los que se traspasó a dos enemigos de un solo golpe de lanza.

Otras armas ofensivas

Al margen de las lanzas, los húsares alados polacos estaban provistos de sables, estoques, armas de fuego, e incluso arcos. Después de romper las lanzas, desenvainaban sus sables, sujetos con tahalíes. Sin embargo, al retroceder para volver a cargar ya no era posible coger otra lanza, por lo que combatían con espadas o estoques. Hay que tener presente que el término “espada de estoque” (koncerz en polaco) abarcaba numerosas armas, cuya característica común era su considerable longitud. Así, por ejemplo, entre otros, se daba el nombre de koncerz a largas espadas de doble filo.

Los húsares poseían armas de fuego, pero apenas las utilizaban en las cargas. Se consideraba que poco podían hacer las salvas de armas de fuego contra un enemigo bien adiestrado. Ese convencimiento lo compartía la caballería otomana, que evitaba las armas de fuego. Estas eran útiles solo contra los tártaros, cuyos caballos, al no estar acostumbrados a los disparos, se espantaban al oírlos. Las armas de fuego también servían con las monturas detenidas y a distancias medias. También se podía tirar a una distancia de unos pocos pasos, pero esto no sucedía a menudo. Esta clase de armas, en aquel entonces, tenían sobre todo un efecto psicológico; repercutían más en la moral del enemigo que en su eliminación; asustaban más que mataban o herían.

Los arcos, en cambio, eran útiles en la persecución del adversario diezmado. Su alcance era mayor que el de las armas de fuego, y eran más rápidos. Tampoco carecían de defectos. Ante todo, dificultaban las cargas en formaciones cerradas (“rodilla contra rodilla”). Por esta razón, se los desaconsejaba para los húsares. Además, ya en la época de las armas de fuego, los arcos eran vistos con cierto menosprecio, y no eran tan ruidosos como las pistolas o las carabinas de la caballería. Por lo tanto, su capacidad de impacto psicológico sobre el adversario (sobre todo si iba protegido de alguna manera), era menor. No obstante, los polacos les tenían cierto apego a los arcos. Aunque no se usaran en el campo de batalla, solían llevarse con los ropajes civiles, indicando así que su portador era un soldado. Los nobles que no lo eran solo podían llevar espadas. El noble-soldado iba con espada y arco.

Las alas

Este es el elemento que más se asocia visualmente a los húsares polacos. Se las llevaba para imponer y para espantar al enemigo y, sobre todo, a sus caballos. También se recurrió a ellas en la batalla de Viena. Sin embargo, por un lado, no todos los húsares las portaban y, por otro, no eran como las muestran desde hace un par de siglos diversos cuadros y, desde hace unas décadas, las películas. Las alas no eran un elemento obligatorio del equipamiento de los húsares. Cuando se exhibían, no lo hacía toda la compañía, sino solo los jinetes de escolta. Los caballeros húsares ya no llevaban alas.

¿Cómo eran las alas de los húsares? Lo muestran numerosas imágenes de época. No se parecían a aquellas altas alas curvadas como un palo de hockey con plumas. Estas surgieron más tarde, en el siglo XVIII.

Armamento defensivo

Los húsares alados polacos lucharon en Viena con sus armaduras más pesadas. Disponían de cotas de malla, a las que superponían armaduras de placas que, en general, estaban provistas de musleras. A pesar de lo que se suele afirmar, no es cierto que las armaduras clásicas de los húsares que se consideran más antiguas sean del siglo XVII. Esta datación errónea, basada en meras especulaciones, contradice lo que nos enseñan las ilustraciones procedentes de la época de los húsares. Por ello podemos afirmar que aquellas armaduras son, en realidad, de la segunda mitad del siglo XVIII.

Las armaduras del siglo XVII presentaban distintas propiedades protectoras. Por regla general, los caballeros tenías armaduras de mejor calidad y más vistosas (cuyo coste alcanzaba unos 100 o 200 zlotys), dejando para los escoltas armaduras más modestas y menos resistentes y, por lo tanto, más baratas (unos 30 zlotys). Se han reportado casos en los que las armaduras fueron capaces de proteger frente a balas de cañón, pero se trata de contingencias realmente excepcionales. Una armadura típica solía proteger frente a armas de fuego manuales: pistolas, fusiles o incluso mosquetes.

húsares alados polacos panoplia

Esta armadura, que se conserva en el Museo del Ejército polaco (Muzeum Wojska Polskiego), perteneció a un húsar del siglo XVII. La influencia oriental es notable. Los caballeros polacos, hasta el siglo XVI, se equipaban a la manera occidental. Sin embargo, a partir de aquella centuria, su equipamiento experimentó un proceso de orientalización, que llegó a su apogeo con la entronización como rey de Polonia del príncipe transilvano Esteban Báthory en 1576. Fue Báthory quien dio forma a los húsares alados polacos tal y como los conocemos: decretó el abandono del escudo e introdujo la coraza en un momento en el que su uso se estaba reduciendo en los ejércitos occidentales. La armadura de los húsares presenta influencias otomanas y persas, entre las cuales la más notoria es el casco, llamado Zischägge. Báthory, además, popularizó en Polonia armas de origen oriental como el sable –que se convertiría con rapidez en el símbolo por excelencia de la szlachta, la nobleza polaca–, el martillo de guerra (nadziak) y la maza (buzdygan). © Thomas Quine

Entre el armamento defensivo también hay que mencionar los escudos. El kalkan, un escudo de forma redonda, era parte del equipamiento de los húsares, pero no solía utilizárselo en la lucha. En el campo de batalla, si se daba el caso, los húsares los lucían de adorno en las monturas de repuesto.

Formación de las tropas

Los húsares alados polacos combatieron en la batalla de Viena en dos tipos de unidades tácticas básicas: los escuadrones y las compañías. Estas eran las más pequeñas. Como ejemplo, podemos citar a la compañía del príncipe Alejandro Sobieski, utilizada para el reconocimiento del terreno antes de la carga principal. Las compañías de húsares formaban en Viena en dos hileras. Los caballeros se colocaban y atacaban en filas de intervalos muy cerrados; es decir, que estaban tan cerca unos de otros que se tocaban con las rodillas y los pies.

La otra unidad táctica eran los escuadrones. En la batalla de Viena, estos estaban compuestos por compañías de húsares y de caballería más ligera (pancerni) equipada con cotas de malla y armada con lanzas de algo de más de dos metros de largo y con sables, armas de fuego y arcos. Los húsares formaban en el centro del escuadrón, mientras que a los lados se situaban las compañías de pancerni. A su vez, los escuadrones formaban en líneas, a intervalos. Las líneas y la formación de combate seguían el siguiente esquema:

PHP PHP PHP PHP PHP PHP PHP

P – compañía de pancerni

H – compañía de húsares

PHP – escuadrón individual

En esta formación, detrás de la primera línea de caballería se colocaba la siguiente, pero desplazada de manera que las compañías cubriesen los intervalos de la primera línea. Ello permitía que las diferentes líneas pudieran prestarse apoyo en la lucha. En Viena, el ejército de la Corona polaca estaba situado en el ala derecha de las tropas aliadas. Sin embargo, antes de la carga general algunas compañías de húsares y de pancerni fueron desplazadas al centro y al ala izquierda para formar allí la primera línea de las tropas imperiales y alemanas.

Conclusiones

En la batalla de Viena participaron 24 compañías de húsares alados polacos. A la cabeza de todas las tropas aliadas, jugaron un papel primordial en la última y decisiva fase de la batalla que terminó con la fuga del enemigo. Sin embargo, no hay que sobrevalorar su participación en la victoria. Los húsares no lucharon solos. Tampoco eran las unidades más numerosas. La victoria en Viena fue mérito de todo el ejército aliado, no solo de los húsares.

Esta es una formación que hay que valorar de forma positiva. Los caballeros, sin escatimar en los enormes costes que tuvieron que asumir, acudieron al auxilio de la capital imperial en un número que no se veía desde hacía mucho. Además, tanto en el camino como en el campo de batalla, los húsares mostraron una disciplina ejemplar. Antes de enfrentarse con el enemigo tuvieron que superar los complicados terrenos montañosos de los bosques de Viena. Durante la lucha demostraron su valor y lograron el reconocimiento del rey y de la coalición. Se convirtieron en un símbolo de aquella batalla, que el cronista otomano Silahdar Findiklili Mehmed Ağa describió con estas palabras: “el descalabro y la pérdida […] han sido tan enormes, tal ha sido la derrota, que desde la creación del Estado [otomano] nunca la hubo así”.

Bibliografía

  • Sikora, R. (2017): Fenomen husarii. Warszawa: Instytut Wydawniczy Erica.
  • Sikora, R. (2015): Husaria w walce. Warszawa: Instytut Wydawniczy Erica.
  • Sikora, R.; Szleszyński, R. (2014): Husaria Rzeczypospolitej. Les hussards ailés. Winged hussars. Warszawa: Instytut Wydawniczy Erica.
  • Sikora, R. (2012): Husaria pod Wiedniem 1683. Warszawa: Instytut Wydawniczy Erica.
  • Sikora, R. (2010): Z dziejów husarii. Warszawa: Instytut Wydawniczy Erica; Fundacja Hussar.

El Dr. Radosław Sikora (1975-) es un historiador especializado en la historia de los húsares alados polacos y autor de libros y artículos en el campo de la historia militar y la historia de la caballería de la Mancomunidad de Polonia-Lituania. También se dedica a la recreación histórica de los húsares alados y ha organizado y participado en numerosos eventos históricos.

Este artículo apareció publicado en el Desperta Ferro Historia Moderna n.º 31 como adelanto del siguiente número, el Desperta Ferro Historia Moderna n.º 32: El sitio de Viena 1683.

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