lupercalia san valentín

Lupercalia, por Andrea Camassei (ca. 1635). Madrid, Museo del Prado.

La fiesta de las Lupercalia era una de las más curiosas y populares de Roma, aunque no sepamos exactamente qué divinidad se honraba en ellas: entre las posibilidades están Lupercus (como epíteto de Fauno), Februus o Juno. En ellas, jóvenes de la élite ofrendaban cabras y perros y luego corrían por la ciudad, desnudos y untados en aceite, portando la piel de la cabra hecha tiras y azotando con ellas a quienes se cruzaban en su carrera. Estos azotes se asociaban a la fertilidad, y estaban especialmente “indicados” para las mujeres. Su origen parece hundirse en las raíces de Roma o más allá, y Cicerón decía que era anterior a la civilización y las leyes.

Se celebraba el 15 de febrero, tenía relación con la fertilidad y un cierto toque erótico… parecía que la conexión con la fiesta de los enamorados era clara. Además, se conserva una carta (en realidad un texto abierto) del papa Gelasio I (492-496) donde critica que aún se celebraban las Lupercalia, y prohibiéndolas. Así, la cristianización parecía plausible. El pequeño problema es que la teoría, que surge entre los siglos XVIII y XIX, se ha repetido sin prestar mucha más atención al tema. Además, aunque Gelasio critica las fiestas por degeneradas y paganas, no parece instituir ninguna otra fiesta en su lugar. Es más, en el historiado calendario de Polemio Silvio, en el siglo V, aún aparecen las Lupercalia.

Antes de entrar en eso, en cualquier caso, hay que ver quién es ese santo, de nombre Valentín. Las primeras “vidas” son medievales, con hagiografías que no parecen responder a unas actas martiriales reales. Las historias parecen haberse construido entre los siglos VI-VII, sobre el recuerdo de algún mártir, añadiendo tópicos y fragmentos de actas martiriales. Aun así, parece que hay evidencias arqueológicas y textuales para pensar que en el siglo IV ya había culto a uno o varios santos llamados así, y parece que el papa Julio I (s. III) le levantó una basílica en Roma.

El origen de la historia de san Valentín

De hecho, conservamos DOS historias distintas, que comparten algunos detalles (como la ejecución el 14 de febrero), pero difieren en otros. Uno habría sido un sacerdote romano, ejecutado por Claudio (probablemente Claudio II, del siglo III) y enterrado en la vía Flaminia, que habría predicado y realizado curaciones milagrosas. El segundo sería el obispo de Terni, que también habría curado milagrosamente a un niño, y habría sufrido martirio poco después.

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Reliquia de San Valentín en Santa María en Cosmedín (Roma). © Patricia González

Beda, en el siglo VIII, menciona ambas actas, considerándolos santos separados… pese a que la muerte de ambos fuera el 14 de febrero y se llamaran Valentín. Así que simplemente añadió reseñas de ambos, sin hacer más preguntas. Desde el siglo IV en adelante su culto (más o menos unificado) parece haberse extendido, y se conservan noticias en diversas fuentes e iglesias bajo su advocación. De hecho, hoy en día numerosas iglesias y ciudades reclaman tener los restos de san Valentín, desde las obvias Roma (en Santa María en Cosmedin, famosa por la Bocca della Verità) y Terni, hasta Dublín, Madrid o Almería, pasando por la cabeza que Emma de Normandía regala a New Minister, en Winchester, y que se convierte en una de sus reliquias más populares.

El problema es que, hasta el siglo XIV, este santo apenas tiene nada que ver con el ámbito del amor. Hay algunas excepciones, como el caso de Eugenio Vulgario quien, en un calendario del siglo X, asoció a Valentín con la primavera y la fertilidad. También Christine de Pizan, más conocida por la “Querella de las mujeres”, vinculó el día de san Valentín con el inicio de la primavera y el amor. Y ese es quizás el punto, más que una pervivencia directa de las Lupercalia, que hizo que, en el siglo XIV, Geoffrey Chaucer eligiera a San Valentín como patrón de los pajarillos, la primavera y los amantes.

Este poeta inglés, autor de los conocidos Cuentos de Canterbury, en su obra (quizás algo menos conocida) Parlement of Foules, inició una tradición imparable que une a San Valentín con las parejas y el amor.

Y cantaba: «Bendito sea San Valentín»,

Porque en su día te elijo a ti para que seas mía,

sin arrepentimiento, oh mi corazón dulce!

Y con eso sus picos se encontraron,

otorgando honor, humilde obediencia

al amor, y toda otra observancia debida

a lo que pertenece al amor y a la naturaleza.

Retrato de Chaucer por Thomas Hoccleve, en Regiment of Princes (ca. 1415). British Library, Harley 4866, f.88

Aunque parezca rara esta asociación, la verdad es que, durante la Edad Media, pese a que febrero sea un mes invernal, la entrada de la primavera se marcaba entre el 7 y el 22 de febrero. Algunos calendarios señalan esos días, también, como aquellos en los que los pájaros empiezan a cantar.

Otros autores contemporáneos a Chaucer, posiblemente influidos por él, también empezaron a usar la imagen de Valentín como una especie de Cupido, un patrón de los amantes, algo que empezó a calar rápidamente en el resto de la sociedad y podemos encontrar ejemplos en el poeta francés Martial d’Auvergne, en Shakespeare o en John Donne. La fiesta, tal y como la conocemos hoy, ha sido impulsada en la sociedad occidental como un día de celebración e intercambio de regalos, algo a lo que se han sumado alegremente las diversas compañías productoras de chocolates, flores, tarjetas y joyas.

Origen de san Valentín en Lupercalia, ¿una conexión posible?

Si bien no parece que haya una conexión directa entre las Lupercalia y San Valentín (aparte de la relación de ambas con lo erótico-festivo y con el inicio de la primavera), esto no quiere decir que no exista conexión entre la celebración romana y otras fiestas relacionadas, sobre todo, con el Carnaval. Tampoco parece que el pobre Gelasio tuviera un éxito fulminante convenciendo a sus contemporáneos de la supresión de dichas festividades y de los elementos asociados. De hecho, algunas fuentes mencionan su celebración en Constantinopla aún en el siglo X, y es posible que pervivieran, transformándose y adaptándose, mucho más allá.

De hecho, en su carta se refiere a estas fiestas como la celebración de “un monstruo compuesto de no sé qué mezcla de bestia y de hombre” (cap. 23), el dios Febraius, y a la ausencia de desnudez. La fiesta que describe se parece al moderno carnaval, con insultos a la autoridad, juegos y canciones eróticas. Además, advierte que ahora son celebradas por gentes comunes y humildes, popularizándose, y puede apreciarse una progresiva teatralización. Así pues, sí que podemos ver la conexión entre las fiestas dionisíacas griegas o los ritos de las Lupercalia romanas con fiestas tradicionales relacionadas con las máscaras, los animales salvajes, las carreras y los azotes, celebrados en estas fechas, entre febrero y marzo. Estas celebraciones tendrían la misión de expulsar a los demonios o al invierno, y promover la fertilidad. En algunos casos han seguido adaptándose, como en el de los Busójárás, una fiesta con las personas de origen croata que viven en Mohács (Hungría), en que el “mal” expulsado pasó a representarse por medio de los turcos invasores.

Así mismo, las fiestas de enmascarados, como las Botargas en Guadalajara, se reparten por la Península. Además, febrero, en euskera, es el “mes de los lobos”, y hay varias fiestas tradicionales relacionadas con ellos en esta región. Aunque en muchos sitios se ha ido perdiendo este folklore, algunos de estos pueblos han luchado en los últimos años por visibilizar, recuperar o mantener a sus personajes enmascarados tradicionales, que siguen formando parte de su imaginario colectivo. Su valor estético, etnográfico, histórico y cívico es innegable. Así, en Ávila, por ejemplo, se celebra anualmente un encuentro, bajo el nombre de Mascarávila, en que los distintos pueblos de la región acuden con sus distintas mascaradas.

Bibliografía

López-Cuervo Garrido, M. (1995): “Una carta del papa Gelasio (492-496) contra una fiesta popular”, Gazeta de antropología, 11. Disponible en http://www.ugr.es/~pwlac/G11_14Mercedes_Lopez_Cuervo.html

Maldonado, L. (1975): Religiosidad popular. Nostalgia de lo mágico. Madrid: Ediciones Cristiandad.

Méndez Santiago, B. (2019): “El dios Fauno y el ritual de los lupercos. Representaciones de la desnudez masculina”, Arys: Antigüedad: religiones y sociedades, 17, pp. 161-190

Oruch, J. B. (1981): “St. Valentine, Chaucer, and Spring in February”, Speculum, 56(3), pp. 534–565.

Mascarávila

 

Harramachos de Navalacruz (Ávila), relacionados con el carnaval, en el festival de Mascarávila. ©Patricia González

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