Estandartes militares de los pueblos prerromanos de la península ibérica

Signa equitum procedente de la necrópolis de Numancia, siglo II a.C., Museo Numantino. Está compuesta de dos caballos contrapuestos, con sendas cabezas esquemáticas en su pecho y otras dos cabezas en la unión de la horquilla en forma de U que remata un vástago donde se insertaba un asta. De hierro o bronce, estos signa equitum eran una suerte de estandartes militares de los pueblos prerromanos de la península ibérica. © Ángel M. Felicísimo.

“Debido a que no podían oírse unos a otros, hicieron sonar tambores y campanas. Debido a que no podían verse unos a otros, hicieron ondear banderas y estandartes. Por eso: en la batalla de día utiliza más banderas y estandartes. En la batalla nocturna utiliza más tambores y campanas. Tambores y campanas, banderas y estandartes son los medios mediante los cuales uno logra unificar los oídos y los ojos de la tropa. En cuanto la tropa se halle fuertemente unida, el valiente no tiene ocasión de avanzar solo, el cobarde no tiene ocasión de retroceder solo. Ese es el método para emplear a muchos hombres.”

Sun Tzu, El Arte de la Guerra, Capítulo 7, «El ejército contendiente».[1]

Vegecio explica que complejos una comunicación precisa es esencial para la táctica de los ejércitos, lo cual se puede llevar a cabo mediante señales vocales, órdenes a viva voz del comandante; semivocales, que exigen una anterior preparación para interpretar los instrumentos al sonar; y mudos, donde se encuentran los estandartes, emblemas e insignias militares[1]. En una batalla, la milicia queda aislada y desorientada por la polvareda y, sumado a la habitual confusión de la guerra en su máxima expresión, no consigue acatar las indicaciones que sus líderes vociferan desde la retaguardia. Asimismo, tampoco oyen con claridad los tonos de las cornetas y trompetas debido, en parte, al casco cerrado que portan. La solución que se encontró en medio de este caos fueron los estandartes. Resultaban familiares y su tamaño facilitaba su localización y la del grupo al que pertenecía cada soldado.

No se han encontrado aun físicamente estandartes en los ejércitos prerromanos. Sin embargo, sí está demostrada su capacidad para formar grandes ejércitos, lo que conlleva un aparato organizativo complejo. A pesar de esta falta, tenemos varios testimonios escritos acerca de la existencia y utilización de estandartes prerromanos. Tito Livio narra que Aníbal dispuso las enseñas celtas e iberas por delante de la línea de infantería ligera y honderos en la batalla de Trebia del año 218 a.C. Asimismo, Asdrúbal consigue sorprender a los tartessios en una revuelta del 216 a.C., impidiéndoles agruparse en torno a sus enseñas[2]. Posteriormente, el procónsul Cayo Cornelio Cetego captura en un enfrentamiento con los sedetanos en el 200 a.C. nada menos que 78 emblemas. Apiano y Tito Livio también comentan que los distintos tipos de unidades militares portaban distintas insignias para infantería pesada, infantería ligera o caballería; y de su número. La diferencia de estandartes entre los pueblos prerromanos queda patente con la narración de Livio acerca del ataque de Catón a la capital de los iacetanos, en la que éstos reconocen las armas y enseñas de los suesetanos auxiliares de los romanos. Por último, la deserción de los mercenarios celtiberos del lado de Cneo Cornelio Escipión antes de la batalla de Batalla de Ilorci del 211 a.C., debido a una estratagema de Asdrúbal Barca. Para hacerlo oficial retiran sus insignias del campamento romano, símbolo de su abandono del combate.[3]

A pesar de estas evidencias, no sabemos el aspecto que pudieran tener los emblemas. Los arqueólogos trabajan sobre todo con fuentes numismáticas, a fin de obtener alguna imagen clara. Son fuentes que están disponibles a partir de las conquistas cartaginesa y romana de la Península Ibérica, fruto de la necesidad de pagarles tributos. Existen diferentes tipos de moneda con diferentes imágenes representadas en ellas, que varían según la ceca o la ciudad más próxima donde se acuñaba. Si entendemos estas imágenes como símbolo de cada ciudad o grupo, podrían ser éstas las que se plasmaban en los estandartes prerromanos.

A pesar de lo fructuosos que han sido los trabajos de los especialistas sobre su existencia, no se ha logrado interpretar los posibles significados de los emblemas iberos y celtiberos. En muchas ocasiones, como hemos mencionado, ni siquiera se tiene claro lo que plasmaban en ellos, por lo que necesitamos buscar similitudes con otras civilizaciones. En primera instancia, queremos apuntar el carácter mágico que suponía para los pueblos prehistóricos la representación de animales en sus pinturas rupestres. El objetivo de representarlos era encerrarlos en una “trampa mágica”, lo que les hacía vulnerables a las armas humanas, pudiendo servir de alimento[4]. Creemos que este concepto mágico se puede extrapolar a sociedades más avanzadas, con unos sentimientos religiosos más complejos, y que busquen extraer habilidades de los animales representados en los estandartes para introducirlos en la tropa, aunque sean originariamente de un grupo aristocrático concreto. Se suele denominar efecto apotropaico, un mecanismo de defensa sobrenatural en rituales, objetos o frases formularias para alejarse del mal o protegerse de él.

Antes de la reforma militar de Cayo Mario en el 107 a.C., las legiones romanas llevaban en campaña 5 emblemas, a saber: minotauro, lobo, caballo, jabalí y águila. Los primeros se mantenían en el campamento, y se cree que tendrían un origen tribal. Al final, se acaba quedando únicamente el águila[5]. En las insignias galas también se pueden encontrar multitud de jabalíes. Esto nos hace pensar que los pueblos prerromanos podrían llevar animales o seres mitológicos en sus estandartes, también con un origen tribal, y seguramente religioso. Para entender estos símbolos es preciso acercarnos a la religión prerromana, intentando buscar un patrón entre cultos y representaciones en estandartes.

 Sin entrar en las especificaciones de cada pueblo, es considerada una religión que tiende al conservadurismo, de carácter naturalista y animista[6]. En principio no tenían representación física de sus dioses o fuerzas espirituales, sino que adoraban a la naturaleza. Del mismo modo, no comprendían como se podía encerrar a los dioses en un templo como hacían griegos y romanos, pero no permanecían por la noche en los lugares de culto al ser la morada de éstos. Aun así, el sincretismo religioso era algo natural en ellos, por lo que acogieron muchas influencias externas. Una que nos atañe en concreto es la simbología zoomorfa y la antropización de los dioses, en especial la primera[7]. Aparte de esas influencias, el hecho de adaptar un animal a una creencia religiosa puede ser debido al miedo a ese mismo animal, ya sea porque destrozaba las cosechas o porque atacaba al grupo. Al adorarlo se estaría pidiendo al animal que fuese permisivo y benévolo, como dios al que se le pide ayuda. Confirmaría el ya citado efecto apotropaico.

Hay muchos animales que pueden verse identificados con este efecto en los pueblos prerromanos. El lobo es para los celtíberos un ser que protege al guerrero, asociado también con la muerte y el mundo infernal o de ultratumba. Su relación con la masculinidad y la ferocidad que supone un animal carnívoro, lo hace representante de la guerra. Se puede observar varias representaciones en discos-coraza, ampliando aún más la defensa de esta armadura[8]. Otro animal destacado sería el toro, considerado sagrado. Esta creencia proviene, según Diodoro, de la sacralidad de las vacas, descendientes de las que Heracles le robó a Gerión. Puede representar a algún dios o ser en sí mismo un dios, con algún efecto sobre la fecundidad, debido a la virilidad que desprende. Además, sobre todo en el caso lusitano, la concentración de ganado bovino era un signo de estatus, propio de la aristocracia guerrera, por lo que se liga un sentimiento religioso con la nobleza. Como ejemplo tenemos los curiosos verracos, característicos de la cultura vetona, que al igual que los lusitanos, tenían un especial aprecio por este tipo de ganado.[9]

Pero posiblemente el cuadrúpedo más valorado era el caballo. Está ligado al ritual funerario, considerado pues un animal psicopompo, que aporta la heroización del difunto.  Por otro lado, indicaba que el propietario era rico y de alta posición social, pues eran delicados y caros de mantener. Su planta noble le añadía más atractivo, aparte de la superioridad real y psicológica entre un jinete y un infante[10]. Más animales divinizados serían el ciervo, el león y el jabalí, y como animal mitológico, el centauro, de influencia externa. Se pueden encontrar multitud de figuras y exvotos animales en los lugares rituales prerromanos, además de varios dioses zoomorfos.

Por lo tanto, probablemente los pueblos prerromanos utilizasen animales en sus estandartes, provenientes de sus creencias religiosas. Del mismo modo que lo hacían galos, romanos y persas, podían hacerlo en la Península Ibérica. Creemos que los primeros símbolos divinos del grupo asociados a animales serían usurpados por la élite que los tomarían como propios, pues ellos se encargarían de la defensa del grupo. Eso impregnaría de prestigio, aún más si cabe, esos emblemas, ligados a un guerrero famoso y valorado, como era costumbre de elegir a los líderes militares. Alföldi entendió también que las insignias guardarían algún tipo de poder divino como en Grecia, aunque estos últimos no tuvieran estandartes. Incluso serían el centro de los juramentos militares, por lo que los términos de fides y devotio se relacionarían con la religión, las élites y sus sistemas clientelares[11]. Los oppidum o alguna ciudad podrían tener sus propios estandartes, acercando a los guerreros iberos y celtíberos al concepto de milicia ciudadana.

Bibliografía:

  • BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, J. M. La religión de los pueblos de la Hispania prerromana. Zephyrus, 1990, 43, 223-233.
  • GRACIA ALONSO, F, Roma, Cartago, Íberos y Celtíberos: Las grandes guerras en la península ibérica. Barcelona: Ed. Ariel, 2003.
  • HAUSER, A. Historia social de la Literatura y el Arte. Tomo I. LABOR/Punto Omega. 1957
  • PASTOR EIXARCH, J.M, Estandartes de guerra de los pueblos prerromanos de la Península ibérica. En A.M. Guillermos Redondo Veintemillas (coord.) ,Alberto Montaner Frutos (coord.), María Cruz García López (coord.), Actas del I Congreso Internacional de Emblemática General, Vol. III, Institución Fernando el Católico, 2004, págs. 1435-1487.
  • QUESADA SANZ, F. Aristócratas a caballo y la existencia de una verdadera caballería en la cultura ibérica: dos ámbitos conceptuales diferentes. Actas del Congreso internacional ‘Los iberos, príncipes de Occidente‘. 1998, 169-183.
  • QUESADA SANZ, F. En torno al origen de las enseñas militares en la Antigüedad. Marq, arqueología y museos. 2007, 2, 83-98.
  • SÁNCHEZ-MORENO, E. Protohistoria y Antigüedad de la Península Ibérica. La Iberia prerromana y la romanidad. Vol. II, Madrid: Sílex. 2008.
  • TZU, S. El Arte de la Guerra. (M. V. Alonso, Trad.) 23 ed., Madrid, EDAF., 2001.

[1] TZU, S. El Arte de la Guerra. (M. V. Alonso, Trad.) 23 ed., Madrid, EDAF., 2001, págs. 55-56.

[1] PASTOR EIXARCH, J.M, Estandartes de guerra de los pueblos prerromanos de la Península ibérica. En A.M. Guillermos Redondo Veintemillas (coord.), Alberto Montaner Frutos (coord.), María Cruz García López (coord.), Actas del I Congreso Internacional de Emblemática General, Vol. III, Institución Fernando el Católico, 2004, págs. 1440-1441.

[2] Ídem, pág. 1436.

[3]GRACIA ALONSO, F, Roma, Cartago, Íberos y Celtíberos: Las grandes guerras en la península ibérica. Barcelona: Ed. Ariel, 2003, pág. 225.

[4] HAUSER, A. Historia social de la Literatura y el Arte. Tomo I, LABOR/Punto Omega. 1957, págs. 15-21.

[5] PASTOR EIXARCH, J.M, Estandartes de guerra de los pueblos prerromanos de la Península ibérica. En A.M. Guillermo Redondo Veintemillas (coord.) ,Alberto Montaner Frutos (coord.), María Cruz García López (coord.), Actas del I Congreso Internacional de Emblemática General, Vol. III, Institución Fernando el Católico, 2004,págs. 1439-1440.

[6] BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, J. M. La religión de los pueblos de la Hispania prerromana. Zephyrus, 1990, 43, pág. 226.

[7] SÁNCHEZ-MORENO, E. Protohistoria y Antigüedad de la Península Ibérica. La Iberia prerromana y la romanidad. Vol. II. Madrid: Sílex. 2008, pág. 101.

[8] GRACIA ALONSO, F, Roma, Cartago, Íberos y Celtíberos: Las grandes guerras en la península ibérica. Barcelona: Ed. Ariel, 2003, pág. 54-55.

[9] BLÁZQUEZ MARTÍNEZ, J. M. La religión de los pueblos de la Hispania prerromana. Zephyrus, 1990, 43, págs. 228-231.

[10] QUESADA SANZ, F. Aristócratas a caballo y la existencia de una verdadera caballería en la cultura ibérica: dos ámbitos conceptuales diferentes. Actas del Congreso internacional ‘Los iberos, príncipes de Occidente’. 1998.págs. 171-172.

[11] GRACIA ALONSO, F. Roma, Cartago, Íberos y Celtíberos: Las grandes guerras en la península ibérica. Barcelona: Ed. Ariel, 2003, pág. 225.

Este artículo forma parte del I Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

Etiquetas: ,

Productos relacionados

Artículos relacionados

Contenido patrocinado

El asedio romano al Cerro Castarreño. Reconstruyendo un episodio bélico desconocido de la conquista romana de Iberia

En las últimas décadas, la arqueología ha avanzado enormemente en el conocimiento de la expansión del estado romano en el norte de la península ibérica. El incesante goteo de nuevas... (Leer más)