Expedición de Walcheren 1809

Wiews in the island of Walcheren, ilustración del libro Social England: a record of the progress of the people in religion, laws, learning, arts, industry, commerce, science, literature and manners, from the earliest times to the present day (1901), de H. D. Traill (1842-1900) y J. S. Mann (1851-1928), University of California Libraries.

En 1809, aunque la lucha continuaba en la Península, parecía que el dominio francés sobre el continente era indisputado. Sin embargo, a comienzos de abril se reanudaron las hostilidades entre Austria y Francia en la que sería conocida como Guerra de la Quinta Coalición. Los austriacos invadieron Baviera y pareció que llevaban la iniciativa. Sin embargo, Napoleón consiguió frenarlos en Eckmühl. Se habían cambiado las tornas y ahora era Napoleón el que invadía Austria intentando cruzar, infructuosamente, el Danubio en Aspern-Essling.

Con todo el grueso del ejército francés enfrentado a los austriacos, los ingleses vieron una oportunidad para volver a poner un pie en el continente. En abril, Wellington se puso al frente de 23.000 británicos en Portugal. Pero el esfuerzo principal iba a golpear otro punto mucho más cercano. Desde junio de 1808 se planeó un ataque sobre los puertos del Escalda y eliminar la amenaza que el propio Napoleón describió como “una pistola cargada que apuntaba a la cabeza de Inglaterra”. En julio de 1809 se montó una fuerza expedicionaria de 42.000 hombres con la misión de desembarcar en la isla de Walcheren y una vez allí destruir los barcos, arsenales y los astilleros de las ciudades de Flesinga y Amberes. El contingente fue puesto bajo el mando de lord Chatham, hermano mayor de Willian Pitt el Joven (famoso primer ministro que había fallecido en 1806). Las fuerzas navales, compuestas por 264 buques de guerra de todo tipo y más de 350 transportes, estaban bajo el mando del contraalmirante sir Richard Strachan y tenían la orden de cooperar con las fuerzas de tierra en la destrucción de las instalaciones francesas, así como realizar un bloqueo del Escalda.

Parece que la elección de lord Chatham no fue muy acertada. Era conocido como “the late earl” por su costumbre de levantarse de la cama lo más tarde posible. De manera muy adecuada, tenía dos tortugas como mascotas que siempre le acompañaban a todas partes. Tampoco fue muy acertada la elección de sir Richard Strachan, ya que este solo parecía preocuparse por el estado de sus naves y obvió las órdenes de cooperar con las fuerzas terrestres, algo esencial en cualquier operación anfibia.

La campaña se inició el 16 de julio cuando las primeras tropas desembarcaron sin oposición en las islas de Walcheren y de Beveland. Todo parecía desarrollarse según lo previsto. William Keep, un soldado del Regimiento n.º 77 escribió a su casa lo siguiente:

“Cuanto más veo de este país, más me gusta. Con frecuencia disponemos nuestra mesa bajo la sombra de exuberantes frutales y disfrutamos de los placeres de la vida rústica”.

Los ingleses se lo tomaron con calma y el 30 de julio tomaron la pequeña villa de Middelburg en el este de la isla. A continuación, el 1 de agosto se puso cerco a la ciudad de Flesinga, uno de los objetivos iniciales. A esas alturas los franceses comenzaron a reaccionar. En la zona había unas 9.000 tropas bajo el mando del general Louis Monnett. Su moral y disciplina no era muy elevada, pero Monnett intentó sacar el mayor provecho de ellas. El día 9 ordenó abrir las compuertas de los diques para inundar el terreno y así entorpecer el avance británico. El tiempo se alió con los galos ya que comenzó a llover con profusión. La inundación no salvó a Flesinga pero tuvo consecuencias mucho más adelante. El día 13 se inició el bombardeo tanto desde tierra como desde el mar. Al día siguiente se iniciaron las conversaciones para la capitulación de la castigada ciudad, que sucedió el día 16 de agosto. En ese momento, un listado de bajas británicas informa de que había 117 muertos, 586 heridos y 44 desaparecidos. La expedición parecía ir como la seda.

mapa holanda 1800 isla walcheren

Mapa de Holanda y Bélgica incluido en la primera edición de Colton’s Atlas of the World Illustrating Physical and Political Geography (vol. 2, New York, 1855), en el que se aprecia la ubicación de la isla de Walcheren en la desembocadura del Escalda, junto a la frontera de ambos países. © Geographicus Rare Antique Maps

Pero todo era una mera ilusión. Antes de que hubiera comenzado el primero de los desembarcos, Napoleón ya había dado cuenta de los austriacos en la batalla de Wagram, así que la ocasión de desestabilizar la retaguardia francesa se había perdido. Pero a diferencia del pausado ritmo británico, el corso actuó con su acostumbrada celeridad. Tras recibir noticias del desembarco ordenó que diversas unidades comenzaran a concentrarse en las proximidades de la provincia de Zelanda y encargó a Bernadotte que tomara el mando de ellas lo antes posible. El 15 de agosto Bernadotte llegó a Amberes con 20.000 soldados anulando definitivamente las posibilidades de una victoria británica. El 25 de agosto lord Chatham celebró un consejo de guerra en el que, tras evaluar la situación, se decidió el abandono de cualquier operación ofensiva limitándose a bloquear el Escalda. En su informe enviado a Londres hacía notar que 3.000 hombres estaban enfermos. El desastre acababa de empezar.

Epidemia en Walcheren

Los primeros casos de lo que iba a ser conocida como “fiebre de Walcheren” se declararon el 19 de agosto entre las tropas estacionadas en la isla de Beveland, pero al poco se había extendido a toda la fuerza expedicionaria. La inundación de la isla había provocado que las condiciones sanitarias de las tropas británicas se deteriorasen rápidamente. John Webb, el inspector general de Hospitales, escribió lo siguiente:

“El fondo de cada canal que está en directa comunicación con el mar está densamente cubierto de un cieno el cual, cuando la marea se retira, emite el más espantoso de los efluvios. Cada acequia está llena de agua rebosante de sustancias animales y vegetales en estado de putrefacción, y la isla es tan plana y cercana al mar que una gran parte es poco mejor que un pantano y son escasos los lugares donde puede encontrarse agua de una calidad tolerable”.

Los afectados manifestaban un cuadro de fiebre, debilidad, lengua hinchada y blanca, falta de apetito, dolor de cabeza y de las extremidades e hinchazón del bazo. Muchos de los enfermos comenzaron a morir. Inmediatamente se organizaron las primeras evacuaciones de los pacientes, pero su número siguió aumentando. El día 17 de septiembre había más de 8.000 hombres hospitalizados y en octubre el porcentaje de enfermos llegó a superar el número de hombres aptos para el servicio (58% frente a un 42%). Aunque en su tiempo se pensó que la fiebre de Walcheren fue algún tipo de malaria, actualmente se piensa que fue una combinación de diversas enfermedades, fundamentalmente tifus exantemático –una enfermedad que se transmite por piojos– y fiebres tifoideas y paratifoideas –una enfermedad transmitida por agua y alimentos contaminados con materia fecal–.

El cuerpo médico tomó cartas en el asunto en cuanto fue evidente el aspecto epidémico de la dolencia. Se acondicionaron edificios para permitir que los enfermos permanecieran secos y alejados de las “miasmas tóxicas”. También se transportó agua potable desde Gran Bretaña. Desgraciadamente, a los pacientes se les trató siguiendo la filosofía médica de la época. Los afectados debían de limpiar sus cuerpos de toxinas y para ello se les sometía a sangrados, se les inducía la sudoración y el vómito. Asimismo, se les suministraba diversos tónicos como vino caliente, salitre disuelto en malta o infusiones con corteza de quinina. Es muy probable que dichas medidas sanitarias hicieran más mal que bien. Un oficial anotó que el número de muertes era tan numeroso que solo un cabo y ocho hombres eran destinados a cada funeral, ceremonia que se oficiaba de noche y sin antorchas para evitar la desmoralización de las tropas.

La fiebre de Walcheren también afectó al personal médico. A mediados de octubre, 23 de los 54 oficiales médicos estaban enfermos. Incluso John Webb cayó enfermo el 13 de septiembre y tuvo que ser evacuado a Gran Bretaña. Fue uno más de los 12.863 hombres que fueron evacuados entre el 21 de agosto y el 16 de diciembre. La avalancha de enfermos fue tal que sobrepasó las capacidades de los hospitales ingleses, por lo que muchos de ellos permanecieron en los puertos o en las playas esperando a ser atendidos. El que no llegó a enfermar fue lord Chatham. El día 9 de septiembre dejó el mando a su segundo y partió hacia Inglaterra.

La expedición terminó oficialmente en febrero de 1810 con la evacuación de las últimas tropas. Habían fallecido 60 oficiales y 3.900 hombres. Un 40% de la fuerza expedicionaria se había visto afectada y seis meses después unos 11.000 hombres todavía estaban convalecientes. Muchos de ellos quedaron inhabilitados permanentemente y de aquellos que se recuperaron y fueron mandados a combatir a la península ibérica se comprobó que caían enfermos con mayor frecuencia que otros soldados. Un desastre sin paliativos.

Bibliografía

Este artículo forma parte del I Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

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