Contra el mito, ya en franco retroceso, de que el sistema militar de la Monarquía hispánica naufragó tras la batalla de Rocroi (1643), los ejércitos españoles de la segunda mitad del siglo XVII, los famosos tercios, siguieron constituyendo una fuerza a tener en cuenta que logró –con la concurrencia de aliados, cierto es– preservar la integridad del Imperio de Carlos II, el último de los Austrias. Se trata de ejércitos que, lejos del mito que los presenta como obsoletos e ineficaces, trataron con relativo éxito de adaptarse a las transformaciones organizativas, tácticas y armamentísticas del periodo, que siguieron desempeñando un papel relevante en los numerosos conflictos motivados por las ambiciones expansionistas del monarca francés Luis XIV, que abrieron academias militares como la de Bruselas, lograron dotarse de una producción de armamento autosuficiente y algunas de cuyas unidades –en particular, la caballería– gozaron de gran consideración entre sus aliados. Unos ejércitos, eso sí, que en el periodo 1660-1700 se vieron lastrados por una permanente insuficiencia de dos elementos imprescindibles para hacer la guerra: hombres y dinero.
Una epopeya olvidada. Las guerras de Carlos II por Davide Maffi – Università degli Studi di Pavia
Como los reinados precedentes, también la época de Carlos II estuvo dominada por la presencia constante de la guerra. Entre 1665 y 1700 España se vio involucrada en cinco grandes conflictos: la guerra contra Portugal (herencia paterna destinada a concluir de manera catastrófica en 1668), la de Devolución (1667-1668), la de Holanda (1673-1678), la de Luxemburgo (1683-1684) y la de los Nueve Años (1688-1697). Todo ello sin contar las operaciones de ultramar en defensa del imperio americano frente a corsarios e indígenas, en particular los belicosos araucanos de Chile, en contra de los cuales se lanzó, a lo largo de los años sesenta y setenta, una serie de verdaderas campañas militares, y la encarnizada lucha para la conservación de los presidios africanos, que obligó a la Monarquía al continuo envío de hombres y medios para hacer frente a la amenaza constante de los berberiscos.
El ocaso de la maquinaria bélica hispánica por Antonio Espino López – Universidad Autónoma de Barcelona
La monarquía de Carlos II tuvo enormes problemas para defender correctamente las muchas fronteras que tenía a su cargo. La cantidad de tropas disponibles y, sobre todo, su calidad, no era la adecuada. La Monarquía apenas si contó con una tercera parte de las fuerzas necesarias para desarrollar una defensa tan compleja como la suya, si atendemos no a las cifras oficiales de tropas, sino a las cifras reales, es decir, al número de hombres verdaderamente operativo en cada momento. Unas tropas que, además, no contaban con los medios necesarios para hacer la guerra. Los suministros de armas, municiones y vituallas, los trenes de la artillería y el carruaje siempre estuvieron por debajo de los volúmenes apropiados. Hubo buenos profesionales, pero una monarquía como la hispánica necesitaba muchos más. Los cambios eran forzosos y deberían llegar de la mano de una nueva dinastía.
Portugal. El conflicto inacabable por María José Rodríguez Trejo
Tras sesenta años bajo soberanía de la Monarquía Hispánica, en diciembre de 1640 un reducido número de nobles portugueses asaltó por sorpresa el palacio de la virreina Margarita de Saboya en Lisboa y, actuando en nombre del duque de Bragança, proclamaron a este rey de Portugal con el nombre de Juan IV. Lo que debía ser un golpe rápido se convirtió en uno de los conflictos abiertos más duraderos del siglo XVII. El tipo de guerra que caracterizó la contienda, fundado en los actos de pillaje y destrucción como medio para perturbar al enemigo en forma de acciones militares fronterizas, ocasionaba grandes pérdidas humanas y económicas, y además, solía ir inextricablemente unido a una violencia contra los civiles que menguaba aún más las filas de los militares y de la población civil, y mermaba el ánimo de los que combatían y de los que apoyaban a los combatientes desde la retaguardia con levas de relevo o bien con suministros y pertrechos militares, necesarios para la consecución de la victoria.
El estatus social de la profesión militar por Agustín Jiménez Moreno
Al igual que otros mitos relativos al siglo XVII, sobre todo de los reinados de Felipe IV y Carlos II, la devaluación de los valores militares y el desinterés por la profesión castrense no es más que eso: una idea que se ha repetido continuamente y que hasta fechas recientes ha prevalecido tanto en la historiografía como en el ideario colectivo. La realidad, sin embargo, resultaba muy diferente. No solo aparecen nobles titulados en la cúspide del escalafón militar, sino también en los puestos de la oficialidad, tanto al mando de tercios como de compañías. Si son numerosos los ejemplos de aristócratas que escogieron la profesión de las armas, el caso de los plebeyos constituye un escenario prácticamente inabarcable.
Los tercios en combate (III). Organización y tácticas de los ejércitos de la Monarquía Hispánica (1660-1700) por Eduardo de Mesa Gallego – Fundación Carlos de Amberes
Desde comienzos del siglo XVII, el acrecentamiento de la potencia de fuego de los ejércitos fue una constante en Europa, y los de la Monarquía Hispánica fueron, si no su máximo exponente, uno de los mayores. El aumento de arcabuces y mosquetes, y la necesidad de disponer de ellos al unísono, provocó que, con frecuencia, los tercios en combate adoptaran una forma más alargada. Además, el alto mando supo adoptar rápidamente nuevos tipos de armamento. Así ocurrió con las bayonetas, que fueron distribuidas tanto a arcabuceros como a mosqueteros. Asimismo, se intensificó el uso de las compañías de granaderos, de mucha ayuda a la hora de defender una brecha o de encabezar una salida contra las líneas enemigas. El organigrama de las compañías y de los tercios permaneció inalterable, ya que no había necesidad de mejorar un sistema que se había mostrado adecuado durante más de una centuria y cuya adaptabilidad a cualquier necesidad seguía siendo patente.
La financiación de la guerra en el reinado de Carlos II por Juan A. Sánchez Belén – Universidad Nacional de Educación a Distancia
Los tratados políticos de educación de príncipes, la literatura arbitrista y la correspondencia de los embajadores españoles, al abordar la situación del ejército español a finales del siglo XVII, planteaban la necesidad de dotarlo con recursos financieros suficientes para hacerlo operativo. En un anónimo Discurso sobre el estado de la nación y remedios dirigido a Felipe IV meses antes de su fallecimiento, su autor le urgía a reformar la hacienda “porque sin ella ni se conservan las monarquías ni se mantiene la reputación ni se forman ni sustentan ejércitos”. Un año después, en 1666, en su Cartilla Política y Cristiana, Diego Felipe de Albornoz representaba al rey niño –en realidad a la reina madre, Mariana de Austria– que poca utilidad tenía planificar con todo cuidado las campañas militares y designar a los mejores capitanes para llevarlas a buen puerto si faltaba el dinero, “el alma de la guerra”.
La caballería hispánica. Un arma al alza por Antonio José Rodríguez Hernández – Universidad Nacional de Educación a Distancia
En Rocroi (1643) la caballería española se reveló inferior a la francesa, que desde hacía algunos años se organizaba en regimientos. La derrota sería incluso más dolorosa en Lens (1648), donde los tercios iban ganando la batalla a la infantería francesa en el centro, pero se vieron obligados a retroceder por culpa de la caballería, que se retiró al poco de empezar el combate. La reacción dentro del Ejército de Flandes no tardaría en llegar: se castigó a los culpables y se modificó la estructura de la caballería, que a partir de 1649 se organizó en tercios. Las nuevas estructuras orgánicas, junto con la revisión de los métodos de ascenso y la inclusión de muchos soldados veteranos procedentes de la infantería, optimizaron su capacidad y profesionalidad. Su calidad mejoraría con el tiempo hasta el punto de que sería elogiada por los holandeses y otros aliados que lucharon frente a los franceses en Flandes durante la segunda mitad del siglo XVII.
Saint-Denis y Casteau. Los dragones españoles en acción por Àlex Claramunt Soto
La batalla de Saint-Denis fue la última acción de la Guerra de Holanda (1672-1678). Tras diversas campañas adversas a las armas españolas, que combatían encuadradas en una gran coalición internacional contra la Francia de Luis XIV, el último episodio del conflicto permitió a las tropas españolas demostrar que conservaban intacta su capacidad de combate en una acción de gran envergadura que terminó con ventaja aliada y contribuyó a acelerar la paz de Nimega, que puso fin a la guerra. Las pérdidas territoriales y de prestigio hubieran sido mayores de no ser porque el Ejército de Flandes, a pesar de su inferioridad numérica, seguía disponiendo de un núcleo de tropas fogueadas y capaces de medirse contra cualquier unidad del Ejército francés, tal y como evidenció, entre otras acciones, la batalla de Saint-Denis.
Armas y pólvora para los soldados del rey por Antonio José Rodríguez Hernández – Universidad Nacional de Educación a Distancia
La bibliografía que estudia la Guerra de Sucesión española exagera a menudo la incapacidad de la Monarquía para conseguir el armamento y los medios bélicos necesarios, aludiendo para ello a las masivas compras de material militar realizadas en Francia. Esta visión pone el acento en que buena parte de los problemas se debían a la desatención de las fábricas durante el siglo XVII, una imagen que se ha seguido difundiendo ante la falta de monografías que trabajen la cuestión. A pesar de ello, la documentación inédita de archivo nos muestra una imagen muy diferente. La calidad y el nivel de producción peninsular de armas de fuego hicieron posible que durante el reinado de Carlos II se revirtiera la tendencia de los reinados anteriores y se consiguiera la plena autarquía dentro de los géneros básicos para equipar a los soldados de un ejército.
La artillería, entre la tradición y la innovación por M.ª Dolores Herrero Fernández-Quesada – Universidad Complutense de Madrid
La artillería de Carlos II heredó no solo la falta de solvencia económica y la dificultad de contar con diestros fundidores, también la concienciación profunda de la necesidad de reglamentación e innovación tecnológica aplicada al proceso de fabricación. Si bien es cierto que los artilleros y fundidores tuvieron dificultades para conocer los avances científicos y técnicos de la revolución acontecida en la segunda mitad del XVII, ello no justifica la afirmación asumida de que la artillería de Carlos II quedara en una situación de estancamiento. La documentación acredita que ya dio síntomas de recuperación –como ocurrió en otros ámbitos– en los últimos años del reinado. En las fundiciones peninsulares hubo propuestas de regulación de los materiales y experiencias de reactivación de las técnicas de fundición y de innovación del proceso fabril, aunque finalmente quedaron ignotos y frustrados por la situación que planteó la crisis sucesoria.
Sebastián Fernández de Medrano y la Real y Militar Academia de los Países Bajos por Juan Navarro Loidi – Universidad del País Vasco/EHU
Con la subida al trono de Felipe V se produjo un gran cambio en el Ejército español: se reorganizó la artillería, se creó el arma de ingenieros y desaparecieron los tercios. Esta transformación la impulsó la influencia francesa, pero se debió fundamentalmente a los progresos habidos en el arte militar. Antes del cambio de dinastía ya había oficiales en el Ejército español conscientes de la necesidad de modernizarse, sobre todo en Flandes. Prueba de ello es el éxito que tuvo la academia que existió en Bruselas de 1675 a 1704, en la que se formaron varios cientos de oficiales, entre los que destaca Jorge Próspero de Verboom (1665-1744) organizador del cuerpo de ingenieros del Ejército español. El alma de la academia fue Sebastián Fernández de Medrano (1646-1705), que además fue un importante tratadista militar.
De tercios a regimientos por Aitor Díaz Paredes – Universidad de Navarra
Durante la Guerra de Sucesión española, la transformación de los tercios en regimientos fue tan solo una de los cambios experimentados en el seno del ejército español. Felipe V se encontró con una oficialidad competente y curtida en las sucesivas guerras contra Luis XIV. El ejército, si bien mantenía la estructura de los tercios, combatía entonces como los demás ejércitos europeos. Lejos de quedarse anclado en el esquema tradicional de pesadas formaciones, los mandos españoles y los veteranos de guerra sabían combatir en órdenes lineales, que abarcaban un mayor frente y permitían una mayor cadencia de fuego, y conocían el uso del fusil con bayoneta, que pasaba a sustituir la combinación de picas y mosquetes. El reformismo borbónico, por lo tanto, codificó las novedades que venían aplicándose en las décadas anteriores al cambio dinástico y reorganizó las unidades de infantería y caballería siguiendo la planta francesa.