Es posible que en la actualidad tengamos algo más presentes, por lo general afortunadamente de lejos y gracias a los medios de comunicación, los devastadores efectos que las catástrofes naturales tienen sobre los modos de vida humanos. Los más versados entre los antiguos romanos que habitaban en el golfo de Nápoles conocían de buena mano la violencia de volcanes como el Etna, que por entonces seguía humeando amenazante y cuya actividad más explosiva había sido observada de cerca por los historiadores griegos de Sicilia durante siglos, pero habían olvidado que aquella montaña solitaria que se alzaba tranquilamente dominando sus campos y actuando de silencioso centinela de las embarcaciones cargadas de mercancías que se acercaban y alejaban presurosas de sus puertos, era en realidad un volcán sumido en un largo sueño. Cuando el Vesubio despertó una mañana de agosto del año 79 d. C., cogió a las gentes de Pompeya y Herculano por sorpresa. Ya había avisado antes, puesto que en el año 62 un fuerte seísmo sacudió con fuerza a las ciudades y villas de la zona, pero el susto se quedó solo en eso. El día anterior a la erupción, Pompeya ardía con el bullicio de albañiles y constructores, y sus habitantes estaban decididos a rehacer sus vidas, sus casas y sus edificios públicos como si nada hubiera ocurrido. Hasta que fue demasiado tarde…
Un día en Pompeya por Fabrizio Pesando (Universitá Napoli L’Orientale)
En el 2018, el Parque Arqueológico de Pompeya ha recibido la visita de cerca de tres millones de turistas, quedando en cuarta posición en la clasificación ideal de los lugares artísticos con mayor renombre del mundo. Pese a ello, de entre esta enorme masa de visitantes, muy pocos saben que el 146 a. C. un cónsul romano regaló dos o más estatuas de bronce a los pompeyanos por los servicios prestados durante la guerra en Grecia contra la Liga Aquea; que se ofreció a Cicerón (quien poseía una villa en el suburbio de la ciudad) el mando militar de la ciudad poco antes de la batalla de Farsalia (48 a. C.); que un hijo del emperador Claudio murió allí, ahogado por una pera mientras jugaba con unos compañeros; o que una rama de la familia de la mujer de Nerón, la célebre Popea, residía desde hacía tiempo en Pompeya. En cambio, todos los visitantes saben que ir a Pompeya permite conocer de cerca una ciudad romana destruida de forma imprevista por una catastrófica erupción en el 79 d. C. (en un día impreciso, quizá del otoño). Una ciudad que se considera, por tanto, como ejemplar para la reconstrucción del modo de vida de los romanos en el siglo I d. C., con sus templos, sus edificios públicos y de espectáculos, sus casas, sus tiendas y sus talleres o lugares de restauración, posadas e incluso prostíbulos de distinto tamaño y lujo. El artículo se acompaña con una ilustración de José Luis García Morán que reconstruye un punto particular en la vía de la Abundancia de Pompeya en el que vemos la actividad de sus habitantes en la calle y en la taberna y la panadería que se encontraban a cada lado de esta.
Vivir con las divinidades. La devoción doméstica por Lara Anniboletti (Ministero dei Beni e delle Attività Culturali)
“Toda puerta tiene dos caras. Una mira a los transeúntes; la otra, a los lares”. Con esta frase, Ovidio (Fastos, I.89) indica como, en el interior de la casa romana, se vivía bajo la tutela de los lares, protectores del hogar, de la familia y de sus esclavos. Las divinidades tutelares eran parte integrante de la vida familiar de la antigua Pompeya, y casi en todas las viviendas se reservaba un espacio para esta particular forma de religiosidad, el larario. El culto doméstico es, además, un precioso testimonio de la vida cotidiana de la familia, en cuyo ámbito cada actividad, del nacimiento hasta la muerte, en el trabajo o en el ocio, queda profundamente impregnada y marcada por el signo divino. Toda la comunidad de la ciudad vesubiana vivía en una armonía garantizada por la celebración de rituales religiosos en las casas y en las calles del vecindario, donde el altar compital ejerce de integrador entre el grupo familiar y la masa social.
La imagen tras la ceniza. Las pinturas y sus contextos domésticos por David Vivó (Universitat de Girona)
La pintura en la Antigüedad, y más concretamente en la zona mediterránea, ha sido siempre la “hermana pequeña” en la investigación sobre el arte antiguo. Pero no por ella misma, sino por su escasa pervivencia, motivada por su mayor fragilidad y su propensión a la fragmentación. De este modo, y pese a que a través de los textos clásicos tenemos conocimiento de un importante número de obras y pintores (principalmente griegos), no ha llegado hasta nosotros ninguna de sus tablas originales. La pintura que hoy se conserva del mundo clásico se circunscribe a la pintura parietal ligada, precisamente, a la propia conservación del muro que la sustenta; es decir tumbas y edificios más o menos preservados. De toda esta casuística arqueológica, la zona vesubiana destaca especialmente por la cantidad de ejemplares conservados, siendo de facto el principal corpus de la pintura romana. Tanto es así que, en la mayor parte de los manuales sobre pintura romana, esta, que en realidad ocupa solo un par de siglos, acaba conformando el grueso de la publicación. La erupción del Vesubio del año 79 no solo sepultó las ciudades de Pompeya y Herculano y numerosas villas suburbanas, sino que, paradójicamente, preservó buena parte de sus paredes en alzado.
Una ciudad en reconstrucción por Joaquín Ruiz de Arbulo (URV-ICAC)
“[…] También a consecuencia de un terremoto fue destruida en gran parte Pompeya, populosa ciudad de la Campania” (Tácito, Anales XV.22). El gran historiador Tácito transmitiría escuetamente esta noticia en sus Anales, entre otros sucesos referidos año 62. Por su parte, el filósofo Séneca, que dedicó a los terremotos el capítulo VI de sus Quaestiones Naturales, escritas poco antes de su suicidio en el año 65, describió lo ocurrido con mayor detalle. Cuando hoy en día recorremos como turistas las calles enlosadas de la antigua Pompeya con sus fuentes públicas bien situadas, entramos en algunas de sus impresionantes casas y recorremos sus baños termales aparentemente intactos, hemos de ser conscientes que el ambiente urbano en el momento de la fatal erupción del Vesubio no era el de una ciudad “normal”, sino todo lo contrario. En el verano del año 79, Pompeya estaba poco a poco remontando los efectos trágicos de ese terremoto sufrido diecisiete años atrás. Sus órdenes sociales habían cambiado y toda la ciudad, transformada, estaba en obras. Acompañan a este artículo un plano a doble página de la ciudad con la indicación de los principales edificios y zonas en reconstrucción, y una magnífica ilustración , también a doble página, que es obra de Román García Mora y que reconstruye una imagen de la ciudad en los últimos meses de su historia a vista de pájaro.
Grafitos y pintadas: las redes sociales en Pompeya por Fernando Lillo Redonet
La destrucción de Pompeya por las cenizas del Vesubio provocó que la ciudad quedara preservada a través de los siglos, hasta que fue progresivamente descubierta y salieron a la luz con increíble vivacidad sus viviendas y edificios públicos. Junto a estos restos arqueológicos, llenos de vida y color como en ningún otro yacimiento conocido, aparecieron, y siguen apareciendo, grafitos y pintadas que nos hablan de los pensamientos y la vida social de los pompeyanos. Desde los carteles oficiales a los testimonios más personales de amor, odio, envidia, nostalgia u otros sentimientos, toda la paleta vital de los pompeyanos cobra vida a través de sus propias palabras. En ningún otro lugar podemos tomarle el pulso a una ciudad romana en movimiento, que tejía sus relaciones sociales a través de las paredes de sus calles, edificios y viviendas. Los más de diez mil grafitos y pintadas conocidos constituyen tanto un valioso documento para estudiar la lengua latina viva de los pompeyanos, como una inigualable fuente de conocimiento para el historiador de la Antigüedad. Las pintadas, realizadas en letras rojas o negras por especialistas, tenían voluntad de permanencia y daban cuenta de acontecimientos festivos como los anuncios de juegos de gladiadores, de alquiler de propiedades, de objetos perdidos o de carteles electorales que pedían el voto para determinados candidatos.
Apocalipsis. La erupción del Vesubio por Michele Stefanille (Universitá Napoli L’Orientale)
Incluso si estaban de algún modo acostumbrados a los terremotos y erupciones volcánicas, los romanos debieron permanecer cuando menos incrédulos ante el espectáculo de una montaña que en apenas veinte horas había arrojado sobre las ciudades de su alrededor más de diez mil millones de toneladas de magma y expulsado a la atmósfera varios centenares de millones de toneladas de vapor y otros gases, a una velocidad de salida de trescientos metros por segundo y en una área de dispersión que llegó a alcanzar África, Egipto y Siria. La erupción del 79 terminó en pocas horas con la vida de miles de personas, enterrándolos junto a sus animales, sus casas y sus objetos personales bajo un espeso manto de depósitos volcánicos. Ricas y florecientes ciudades fueron congeladas de improviso en una fotografía de su final. Los calcos de Fiorelli, los más de mil cuatrocientos esqueletos de las víctimas, los papiros de Filodemo de Gadara de la biblioteca herculanense de la villa de Calpurnio Pisón, la megalografía de la villa de los Misterios, el mosaico de Alejandro, la vajilla argéntea de Boscoreale…, son solo una pequeñísima selección de cuanto la terrible erupción logró conservar. El artículo va acompañado con un mapa sobre la región de Campania en la época de la erupción indicando las zonas afectadas por el manto de ceniza y pumita y la nube que proyectaba la columna de humo. Igualmente, se incluye en el mapa el posible itinerario seguido por Plinio el Viejo en su último viaje, antes de perecer como efecto de la intoxicación por los gases derivados de la erupción, y una cronología detallada de las distintas fases de la misma.
Sorprendidos por la muerte. Las víctimas de la erupción por Maria Paola Guidobaldi (Museo Nazionale Etrusco di Villa Giulia)
Los escenarios que las excavaciones vesubianas, y en particular las de Herculano, han desvelado, son las de una catástrofe sobrevenida en ciudades que hasta aquel momento bullían rebosantes de vida: techos caídos, muros derrumbados, puertas desquiciadas u ornamentos diseminados por todas partes. Todo ello, sin embargo, en gran medida recuperable o susceptible de ser recompuesto. Pero aquello que hace más particulares y únicos a ojos del mundo los contextos arqueológicos de la región vesubiana es el hecho de que las ruinas de sus ciudades albergaban los restos de las personas que en aquel momento la poblaban y llenaban de vida: las víctimas de la erupción, testimonios directos de la inmensa e inesperada catástrofe natural que quedó impresa para siempre sobre sus cuerpos, atrapados en el instante más doloroso e íntimo de la existencia. Una ilustración de Ganbat Badamkhand reconstruye con gran dramatismo el momento en el que cientos de habitantes de Herculano, que esperan un rescate en la playa y se refugian bajo los arcos de los edificios próximos, son atrapados por la nube ardiente de la erupción, que acaba con sus vidas de inmediato, arrasando con aquello que encuentra.
Y además, introduciendo el n.º 25: Los celtíberos y la Hispania céltica a través de sus pervivencias por Pedro R. Moya-Maleno (UCM)
Estamos en un momento en el que el conocimiento del mundo celtibérico está asentado. La arqueología de la Segunda Edad del Hierro de la Meseta en nada se parece a la del marqués de Cerralbo, de principios del siglo XX. La información que tenemos de sus comunidades protohistóricas se construye firmemente sobre todo tipo de estudios de yacimientos, elementos arqueológicos y paisajes, unas veces releyendo excavaciones y materiales ya exhumados y, otras, gracias a nuevas investigaciones y hallazgos. Toda la información engrosa y enriquece poco a poco la visión general de la Celtiberia, si bien el margen para la novedad es cada vez más estrecho. La etnoarqueología es una herramienta importante para tratar de reconstruir algunas costumbres que han perdurado desde época prerromana en los territorios de la antigua Celtiberia, aunque la amenaza de la desaparición del poblamiento rural en esta región es considerable, y se corre el riesgo de perder una fuente de información preciosa.