Si nos remontamos a la Edad del Bronce, reconoceremos el empleo de varios tipos de escudo griego en el Egeo. En fechas tan tempranas como el siglo XVII a. C. la iconografía certifica el empleo de enormes escudos rectangulares que cubren desde el cuello hasta las espinillas, y que probablemente se correspondan con las alusiones homérica a “escudos de torre”, como el que empleaba el héroe Ayax Telamonio. Estos escudos se dotarían de un esqueleto probablemente de mimbre sobre el que se apoyaba una piel animal. Desde del siglo XVI a. C. –como mínimo– se documenta un escudo muy llamativo, con una silueta similar a la cifra arábiga “8”. Este modelo, de gran predicamento a lo largo de la época micénica, podría haberse dotado de un significado simbólico vinculado al ethos agonístico, a la mentalidad competitiva heroica propia de esta cultura. El empleo de estos escudos de gran tamaño, así como de largas lanzas, parecen sugerir un modo de combate cerrado, hombro con hombro, que preconiza lo que siglos más tarde se denominará “falange”. A finales del periodo, en el siglo XIII a. C. y en correspondencia con la datación supuesta para la Guerra de Troya histórica, aparecen nuevos modelos de escudo, en este caso de pequeño tamaño; entre ellos, algunos con silueta redonda, otros en forma de lingote chipriota (como una piel de buey extendida) y, finalmente, escudos de pelta, redondos pero dotados de escotadura (una especie de “bocado” en el borde). Estos cambios parecen sugerir una mutación en los modos de combate, quizá hacia formaciones más laxas y tropas que combaten en orden abierto.
A continuación se produce la célebre “Crisis del 1200 a. C.”, que en el Egeo conduce a la desaparición de la complejidad social, de los Estados de corte oriental (los palacios micénicos). Con ello se abre paso a una Edad Oscura (sic), cuyo nombre expresa la escasísima información que conservamos del periodo. Debemos esperar hasta un periodo avanzado de esta fase cuando, en el Geométrico Tardío (segunda mitad del siglo VIII a. C.), aparezcan las primeras representaciones de guerreros en cerámica. Estos aparecen armados con un escudo griego muy llamativo, ovalado, de gran tamaño, y dotado de dos grandes escotaduras laterales, opuestas. Este modelo se conoce hoy en día como “e45”, en honor al cementerio de Atenas en cuyos ajuares cerámicos aparece representado. El hecho de no haberse encontrado evidencia arqueológica alguna de ellos, ha llevado a algunos autores a suponer que jamás existieran salvo en la iconografía, y que fueran fantasiosos. Así, Phillip de Souza sugiere que podrían ser escudos de cuero y que ello explique que no se haya conservado vestigio alguno. Otros autores, como Fernando Quesada, proponen que nos hallemos ante un recuerdo arcaizante de un estilo de guerra antiguo, como medio para ennoblecer el linaje del difunto, aludiendo a hechos heroicos del pasado, o de sus antepasados. La semejanza del escudo del Dipilón con los antiguos escudos de ocho de la Edad del Bronce parece un argumento en favor de esta hipótesis, aunque el debate está lejos de solucionarse.
Lo cierto es que, coincidiendo con este mismo periodo (en torno al Geométrico Tardío) la sociedad griega experimenta un notable desarrollo en todos los sentidos: demográfico, económico y en complejidad política. Es entonces cuando se desarrollan las ciudades-estado (Atenas, Esparta, Tebas…) en torno a las que, en adelante, girará el mundo griego. Coincide también con el esfuerzo colonizador griego por el mediterráneo central (la Magna Grecia), y la fundación de ciudades como Tarento, Cumas, Siracusa, todo lo cual tendrá una inmensa influencia en los siglos sucesivos. Y es también en este momento cuando se desarrolla el modelo de combatiente hoplita: una milicia ciudadana, cuyos miembros combaten hombro con hombro en formación densa y se arman con una panoplia compleja y costosa en la que sobresale el amplio escudo redondo llamado aspis. Su amplio diámetro oscilaba los 90-110 cm, su núcleo era de madera y se dotaba de una fina cubierta de lámina de bronce al exterior, más estética que eficaz. Además, contaba con un reborde que permitía que el combatiente apoyara el escudo sobre el hombro, aliviando así parte del peso, que podía alcanzar entre 6 y 8 kg. Pero lo verdaderamente revolucionario de este modelo era su forma de agarre: si hasta la fecha todos los escudos griegos se habían empuñado merced a un asa colocada en el centro, ahora el asa (antilabe) había sido desplazada hacia un lateral del escudo, cerca del borde. En el centro, en cambio, se erguía una gran abrazadera (porpax) por la que el combatiente hacía pasar el brazo hasta la altura del codo. De este modo, el escudo quedaba sujeto por tres puntos, lo que aseguraba una sujeción más firme y repartía los golpes del enemigo entre el brazo, la mano y el hombro. Esta peculiar sujeción hacía que sobrara buena parte del escudo por el costado izquierdo del portador, lo que se explica porque estaba diseñado para brindar protección tanto a su portador como al guerrero que formara a su izquierda. De este modo, era en la formación cerrada donde brillaba el aspis en toda su eficacia. También provocaba algunos efectos llamativos: por ejemplo, que el deseo de aprovecharse de la protección del escudo ajeno hacía que los soldados se pegaran a su compañero de su derecha, lo que en la práctica se traducía en que las formaciones reducían su anchura progresivamente a lo largo de la batalla. Serán este modelo de combate y de escudo, los que triunfarán en los campos de batalla durante siglos (en concreto, entre los siglos VIII y IV a. C.) y darán una inmensa ventaja militar a los pueblos griegos sobre la práctica totalidad de sus contrincantes. Esto se demostraría en las expediciones militares a ultramar –durante el fenómeno colonizador– y, con mayor claridad si cabe, en el conflicto con el Imperio persa, cuyas expediciones de los años 490 a. C. y 480-479 a. C. terminarán en un sonoro fracaso y humillación ante la eficacia de la máquina de guerra hoplita.
En el siglo IV a. C., sin embargo, se introduce un nuevo modelo de combatiente, que poco a poco desplazará al hoplita: se trata del piquero. Para sostener la –cada vez más larga– pica (o sarissa) es necesario el esfuerzo de ambos brazos, y en consecuencia el escudo griego ya no puede agarrarse con la mano por medio del antilabe, como sucedía anteriormente. Para solucionarlo, se introdujo un escudo igualmente circular pero de mucho menor tamaño y sostenido por medio de una correa desde el cuello. El nuevo combatiente, dotado de pica y escudo pequeño, se dispone en formaciones extremadamente densas y profundas. Es la llamada falange macedonia, que como vemos en nada se parece a la falange hoplita. La superioridad del nuevo modelo se demuestra en repetidas ocasiones, y será la baza del naciente poderío del reino de Macedonia en tiempos de Filipo II. Son también las falanges macedonias las que configuren el núcleo del ejército del hijo de este, Alejandro Magno, un contingente con el que alcanzará las brillantes victorias que inmortalizarán su nombre en las páginas de la historia. De este modo se aprecia cómo el análisis de un objeto sencillo y modesto, como es el escudo griego, puede ofrecernos importantes pistas para nuestro conocimiento del universo que le rodea.
Magnífico artículo que acabo de subir al grupo que administro «Gecia Clásica y Helenística». Tal vez le faltó alguna mención a Ifícrates, pero es un estupendo material. Ssludos.
Gracias por compartirlo, Jorge. El tema de la reforma de Ifícrates (y sus escudos) se trató en un artículo del Profesor Nichola Sekunda que publicamos el el nº21 de Desperta Ferro Antigua y Medieval: Filipo II
Saludos
Genial articulo