El hecho de que no se aprecie ningún rito funerario, junto con las lesiones óseas, es a lo que se aferran los investigadores para concluir que la violencia en la prehistoria estaba prácticamente a la orden del día, tal y como concluyen en su investigación, publicada en Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS).

Los restos óseos se encuentran en mal estado de conservación pero se han podido observar evidencias de tortura en zonas del cuerpo donde jamás se habían documentado. Toda tortura tiende a incidir en aquellas zonas del cuerpo con mayor sensibilidad, como los pies, las manos, la cabeza o la pelvis; sin embargo, aquella que muestran los individuos del mencionado yacimiento se encuentran en las tibias, que aparecen completamente fracturadas y machacadas. Algunos investigadores interpretan este acto como de carácter ritual. Más concretamente, creen que realizaban ese tipo de lesiones para ahuyentar del mundo terrenal el espíritu de los difuntos y así evitar que en la otra vida pudieran perseguir a sus asesinos.

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Existen ejemplos de este tipo de masacres que coinciden en características y en zona geográfica, como es el caso de la fosa de Talheim (Alemania), fechada hacia el 5000 a. C., donde únicamente se encontraron restos de varones; lo que hace pensar que las mujeres fueron secuestradas como botín de guerra tras asesinar a sus familias. Ahora bien, no solo existe violencia en la prehistoria reciente. Si echamos la vista atrás, hace escasos meses se publicó el descubrimiento de un indicio de violencia en un cráneo en la Sima de los Huesos (Atapuerca).

Este debate nos recuerda a la teoría de la fallecida arqueóloga Marija Gimbutas: la hipótesis de los kurganes. Clasificó dentro de una misma cultura, caracterizada por la cerámica de bandas, a un conjunto de pueblos extendidos por Centroeuropa y Europa del este que podían concordar en modos de vida. Según Gimbutas, la cultura de los kurganes era la pionera en los asentamientos agrícolas y en el lenguaje indoeuropeo. Con estas premisas, concluyó en su hipótesis (prácticamente obsoleta en la actualidad) de que la generalización de los rasgos propios del Neolítico, junto con la lengua, fueron obra de este pueblo que poseía un carácter bélico. Añadía, además, que el mundo era pacífico hasta que aparecieron los kurganes.

A mediados del siglo XX esta teoría provocó un vuelco en el panorama arqueológico, hasta que ejemplos de violencia como en Talheim y  Schöneck-Kilianstädten, de cronologías anteriores a la “cultura de los kurganes” (iniciada aproximadamente hacia el 3000 a.C.), obligaron a revisarla.

La opinión de Christian Meyer es contundente: siempre ha existido violencia entre los humanos y este hecho lo evidencia el registro arqueológico. Quién sabe si los actos violentos no ocurrieron en épocas aún anteriores a las conocidas, lo importante de las investigaciones sería conocer el porqué. Se cree que las rivalidades sucedidas en Schöneck-Kilianstädten fueron promovidas por una necesidad de recursos, pero es algo que no se sabe con exactitud.

Podremos conocer qué tipo de lesiones, qué tipo de armas, qué tipo de enterramientos; pero lo que resulta verdaderamente complejo es conocer el porqué, la causa y el motivo de los actos del ser humano…

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