Art & Inequality es un proyecto de investigación de cinco años que contó inicialmente con una subvención avanzada del European Research Council y actualmente está subvencionado por el United Kingdom Research and Innovation (UKRI). Además de por mí mismo como investigador principal, cuenta con tres investigadores asociados en postdoctorado, uno en predoctorado y un experto digital en el campo de las humanidades. En la actualidad nos encontramos en el segundo año del proyecto y nos hemos establecido en Italia (por el momento en Florencia, Venecia, Roma y Nápoles), aunque en los próximos dos años nuestra investigación en archivos se expandirá no solo hacia otras regiones de Italia sino también hacia territorios más allá de los Alpes en los que existen abundantes y tempranos documentos notariales, como Cataluña, partes de Valencia y Flandes. Este artículo se focalizará en algunas de las cuestiones metodológicas planteadas en nuestro proyecto.
El concepto de “metodología” cubre un amplio espectro de aspectos por lo general poco definidos, abarcando desde la invención o aplicación de tecnologías –como por ejemplo el empleo de máquinas capaces de datar la arena o de plantear nuevas formas de desciframiento de textos manuscritos abreviados– hasta cuestiones filosóficas. Así mismo ocurre en nuestro proyecto, donde debemos plantearnos cuestiones como: ¿Qué es el arte? ¿Qué es un encargo?, o adentrarnos en discusiones sobre operaciones específicas a través de las cuales se puedan responder estas preguntas. Este breve resumen del proyecto será examinado a través de cuestiones metodológicas, aunque no consideraremos aquí las referentes a las nuevas tecnologías. Además de las preguntas sobre el arte, el proyecto aborda otra gran cuestión: ¿qué es la desigualdad?
Peste Negra: desigualdad económica e historia cultural
Antes de sumergirnos en estas aguas, plantearemos algunos aspectos de nuestro proyecto. Centrándose en un marco cronológico de tres siglos, desde aproximadamente el 1200 hasta el 1525, Art & Inequality explora dos campos interrelacionados, la desigualdad económica y la historia cultural, para examinar las consecuencias de la Peste Negra de 1348 y el colapso demográfico que se extendió por Europa y el Próximo Oriente. Buena parte de este periodo desde 1348 hasta el siglo XV constituye la etapa cuantificable más larga conocida en la que la brecha entre ricos y pobres ha sido más estrecha, al menos en lo referente a la riqueza económica tal como se desprende de los registros tributarios.
Pese a todo, este periodo presenta paradojas que todavía tienen que ser investigadas por los historiadores de la economía y otros campos. Justo cuando los campesinos, los artesanos y los que ostentaban pequeños comercios se estaban haciendo más ricos en términos absolutos y en relación con las élites, se vieron empobrecidos en otras esferas vitales de la actividad humana. En un largo artículo que publiqué en 2012, investigué las consecuencias del siglo post-Peste Negra en una de las mencionadas esferas no económicas: la política. En un contexto de aumento del nivel de vida y reducción de las desigualdades, los artesanos y pequeños comerciantes de gran parte de Europa occidental fueron perdiendo sus derechos de ciudadanía, su participación en el gobierno e incluso el poder que ostentaban en sus gremios.
Nuestro proyecto, sin embargo, se centra en otra paradoja que ha pasado más desapercibida en los estudios sobre la desigualdad. Nuestra hipótesis es que la población que no correspondía a las élites también fue perdiendo terreno en la esfera cultural, lo que tenía implicaciones en la expresión religiosa. Más concretamente, a medida que la riqueza de los que no pertenecían a la élite aumentaba tanto en términos absolutos como en términos relativos con respecto a la de los comerciantes y los nobles, los campesinos terratenientes, los artesanos y los que ostentaban pequeños comercios van desapareciendo como comisarios de pinturas y otros objetos destinados a exhibirse en lugares públicos –iglesias parroquiales, monasterios y hospitales– con el fin preservar su propia memoria y la de sus familias ante sus vecinos, familiares y Dios mismo.
En este punto es cuando volvemos a nuestra primera cuestión metodológica. ¿Cómo podemos mostrar estas tendencias de la historia cultural, especialmente de una forma en la que pueda compararse con las tendencias en las esferas económicas del aumento de la riqueza y la desigualdad? Esto es, ¿cómo podemos cuantificar la historia cultural, y en particular este elemento de ella?, ¿cuándo desaparecen casi totalmente estos trabajos encargados por gentes que no pertenecen a la élite? De hecho, nuestra hipótesis es que en parte fueron destruidos voluntariamente por las élites seculares y eclesiásticas en varios momentos desde finales del siglo XIV hasta el siglo XX. Se trataba de una iconoclastia espoleada no por la religión o por la política sino por la preocupación de aquellas élites por mantener una distinción de clases en la estela de la economía resultante de la Peste Negra.
Testamentos y últimas voluntades
¿Cómo puede estudiarse, pues, una cultura material que ya no se conserva? Aunque hoy está casi del todo ausente en los museos o los edificios renacentistas, este arte y las personas que lo encargaron permanecen vivos entre los cientos de miles de documentos conservados en archivos de toda Italia y algunas regiones al norte de los Alpes. De lejos, la fuente más importante de este tipo de documentos se encuentra en las últimas voluntades y los testamentos existentes en muchas poblaciones –y no solo en las capitales–. En ellos se exigía a los albaceas testamentarios que destinaran propiedades o sumas de dinero específicas para construir altares o capillas, pintar retablos o proporcionar objetos conmemorativos a menudo menos costosos, como candelabros, vestiduras para sacerdotes, camas para hospitales o figuras de cera que podían costar tan solo un florín. Sin embargo, los investigadores han ignorado durante mucho tiempo estos grandes repositorios de encargos artísticos, a excepción de los raros casos en los que estos objetos se han conservado o en cuya creación pudo estar involucrado algún destacado artista.
Nuestra solución a la primera cuestión metodológica pasa por el uso de métodos algo inusuales en la historia de la cultura y el arte, al menos para la Edad Media o el Renacimiento, puesto que dependen de la cuantificación y la gestión de bases de datos. A diferencia de lo que ocurre en la historia del arte de la Italia medieval y renacentista, no comenzamos por los objetos conservados o por los supuestos artistas que los crearon, sino por los documentos en los que los mecenas legaban contractualmente propiedades o sumas de dinero para financiar la realización o la transformación de edificios y objetos.
Mi planteamiento de comenzar con los documentos como una nueva aproximación a este tema incluye también a los grandes buscadores de documentos del siglo XIX, el más prominente de los cuales fue el infatigable archivista, paleógrafo e historiador Gaetano Milanesi (1813-1895), cuyas abundantes publicaciones incluyen trabajos como los tres volúmenes compilados en La storia dell’arte senese (publicado en 1854-1856) y su imprescindible edición en trece volúmenes sobre Le vite de’ piu eccellenti pittori, scultori, e architetti de Giorgio Vasari, publicada entre 1846 y 1856. Estos trabajos añadieron cientos de nuevos documentos de gran importancia histórico-artística. Sin embargo, estas monumentales compilaciones, junto con otras que tienen continuidad hasta el siglo XXI –por ejemplo en los tres gruesos volúmenes de John Shearman sobre los encargos que realizó Rafael de Urbino– siempre comienzan o bien por un artista o bien por destacadas obras de arte que se han conservado y que pueden verse hoy en museos, colecciones privadas o exhibidos in situ en palacios e instituciones eclesiásticas.
En consecuencia, para los tres siglos de producción artística tras la Peste Negra que estamos estudiando, las obras iniciadas por quienes se encontraban por debajo de las altas esferas de los grandes comerciantes, la nobleza o los altos rangos eclesiásticos, suelen ignorarse casi por completo y permanecen desconocidas tanto individual como colectivamente, perdiéndose de este modo algunos patrones con gran potencial revelador para la historia del arte y la cultura. Solo apoyándonos en los documentos y utilizando bases de datos, métodos cuantitativos y estadísticas inferenciales podremos descubrir las tendencias de los encargos realizados en las distintas clases sociales y percibir así las interacciones entre las desigualdades económicas y las culturales.
Otras dos cuestiones metodológicas refieren a aspectos con una definición aparentemente más limitada: ¿qué es el arte? y ¿qué es un encargo? No son preguntas baladíes. Estas definiciones determinan lo que estamos recopilando, lo que analizaremos y lo que en última instancia trazaremos y concluiremos sobre las interrelaciones entre la evolución económica y la cultural. Originalmente comencé el proyecto delimitando el arte y los encargos artísticos únicamente a los casos en los que los testadores solicitaban explícitamente que se destinaran ciertas cantidades para la elaboración de pinturas, esculturas o vestimentas.
Sin embargo, tras debatirlo con los miembros del equipo y con otras personas, terminamos por abandonar este requisito, especialmente cuando los mecenas exigían que sus vestimentas se recompusieran en paños para altares o en ornamentos sacerdotales que nunca habrían de venderse ni enajenarse de ningún modo, sino que debían convertirse en propiedades de capillas o altares para reforzar el recuerdo de los donantes y sus familias tras la Peste Negra. A diferencia de la construcción de altares, capillas, edificios eclesiásticos, pinturas, esculturas o vidrieras que sobreviven en la actualidad, estos encargos piadosos recogidos en los documentos no eran prerrogativas exclusivas de las élites. Por el contrario, se daban también entre sectores de las ciudades y el campo cuyos miembros no poseían apellidos, títulos u ocupaciones típicas de las élites como podrían ser las de comerciantes, jueces, canónigos u otras élites eclesiásticas.
Finalmente, el proyecto depende también de una última metodología, o más bien de un conjunto de ellas. De nuevo, no es que sean novedosas per se, sino que lo son en el campo del análisis cultural y artístico. Estos métodos incluyen operaciones estadísticas descriptivas e inferenciales para trazar y argumentar las tendencias en nuestros tres siglos de análisis, así como para dar apoyo a argumentos relativos a la clase social, las comparaciones en el espacio y el tiempo, y la desigualdad o la compresión de esta. No conozco ninguna aplicación de estos métodos y enfoques para el arte o la historia cultural de la Edad Media o el Renacimiento italianos.
Gracias a ellos, mi equipo ya ha descubierto nuevas tendencias en las interacciones entre la historia económica y la cultural, con consecuencias para los estudios sobre la desigualdad en su sentido más amplio. A diferencia de los supuestos actuales en el estudio de las desigualdades, el siglo posterior a la Peste Negra nos está enseñando que distintas esferas de la actividad humana, que abarcan la desigualdad o la compresión de la misma, no siempre marcharon por vías paralelas y al son de los tambores económicos.
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