Egyptian Building Richmond

El Egyptian Building de Richmond (Virginia) es un ejemplo de temprana egiptología estadounidense. En la imagen, estudiantes frente al edificio a finales del siglo XIX. Fuente: Wikimedia Commons.

Pasiones desde 1776

El interés por la civilización egipcia en los Estados Unidos se remonta a su mismo nacimiento político, incluso antes: a la formación de los conocidos como “padres fundadores”. Varios de ellos se educaron en círculos masónicos y participaron en logias, las cuales siempre tuvieron a la civilización egipcia como un referente intelectual, simbólico y artístico. Precisamente, el Washington Monument Robert Mills erigió en 1848 en Washington D. C. es, sencillamente, un obelisco. Este gusto por el renacer de la arquitectura egipcia (a lo que se denominó Egyptian Revival y del que destacan obras como The Tombs en Nueva York o el Egyptian Building de Richmond, entre otros) se trató de una reacción al redescubrimiento de Egipto gracias a la Campaña napoleónica en Egipto y Siria (1798-1801) y la difusión de textos al respecto entre las Trece Colonias como Voyage d’Egypte et de Nubie (1755, Frederic Louis Norden), Description de l´Egypt (1809-29, Gobierno de Francia) o Voyage en Syrie et en Egypte (1787), del Conde de Volney, cercano amigo de Thomas Jefferson, quien poseía una pequeña colección de objetos egipcios en su residencia de Monticello. Usualmente, y hasta bien entrado el siglo XIX, las colecciones egipcias en Estados Unidos eran de carácter privado (hablamos aquí de las expediciones personales de Mendes Israel Cohen, John Lowell, Edwin Smith e, incluso, el presidente Ulysses S. Grant, una vez abandonó el cargo) y, cuando no, formaban parte de espectáculos de carácter circense, como los realizados por George Robbins Giddon, el Dr. Henry Abbott, Michael Chandler o Thomas Barnett. Estos personajes solían ser diplomáticos o cercanos a políticos que trabajaban en las relaciones exteriores de Egipto, y aunque ayudaron a mantener candente la fiebre de la “egiptomanía” en los Estados Unidos, sus contribuciones fueron poco académicas y más bien lucrativas.

El gran impulso a la egiptología estadounidense se daría, fundamentalmente, gracias a la estrecha colaboración entre las universidades de Estados Unidos en conjunto con expertos británicos, desplegados en Egipto dada la ocupación británica del territorio. En ese plano, destacó la Egypt Exploration Fund (cuya fundadora, Amelia Edwards, realizó una gira entre 1889 y 1890 por varias universidades estadounidenses en busca de mecenas), que en colaboración con el egiptólogo Flinder Petrie permitió a la directora de la Sección egipcia y mediterránea del museo de la Universidad de Pensilvania, Sara Yorke Stevenson, lograr una de las primeras colecciones importantes de piezas egipcias en los Estados Unidos obtenidas mediante excavaciones arqueológicas y no gracias a compras ilegítimas. Esta colaboración con las entidades británicas se aprecia también en determinadas expediciones, como la Hearst Expedition (en la que los ingleses cedieron parte del sitio de Giza a los estadounidenses), la primera gran campaña arqueológica en Egipto financiada desde los Estados Unidos, concretamente por el magnate de la prensa amarilla William Randolph Hearst. En esta (que se prolongó incluso tiempo después de retirarse Hearst de su mecenazgo), se excavó el cementerio de Naga al Deir, se descubrieron piezas como el Papiro Hearst o la Estela del Príncipe Wepemnofret y en 1926 se halló la tumba de Hetephere I, cuyo ataúd, a pesar de estar cerrado, no contenía cuerpo alguno. Todos estos hallazgos fueron capitaneados por George Reisner, quien contó en la expedición con la asesoría y apoyo de Albert M. Lythgoe, figura trascendental de la egiptología estadounidense pues, por entonces, era director del Departamento de Arte Egipcio del Museo de Bellas Artes de Boston, siendo también su fundador en 1902. Su principal mérito fue, no obstante, la fundación de un departamento con los mismos fines en el reciente Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, en el año 1906.

El MET entra en escena

El Museo Metropolitano de Arte de Nueva York es una de las instituciones culturales más importantes del mundo. Desligado del gobierno y financiado por mecenas e instituciones privadas, fue fundado en 1866 y desde entonces ha promovido expediciones arqueológicas por todo el planeta, interesándose por todo tipo de expresiones artísticas, culturales e históricas.

El novedoso Departamento de Arte Egipcio del Metropolitano buscaba constituirse como principal núcleo egiptólogo en los Estados Unidos, y confiaba organizar pronto algunas expediciones. En 1907, tras el visto bueno del presidente del museo, el empresario J. P. Morgan, se organizó la primera expedición egipcia del Metropolitano: unas excavaciones en las pirámides y cementerios de El Listh, donde participó otro de los grandes protagonistas de esta historia: el egiptólogo Herbert E. Winlock, un joven estudiante de Lythgoe al que había dado clases en Harvard. Entre 1908 y 1910 las expediciones del Metropolitano excavarían en Kharga y Tebas, pero sus mayores éxitos llegarían en los yacimientos de Deir el-Bahari en la década de 1920.

Sin embargo, el Metropolitano no fue la única institución en la carrera de la egiptología estadounidense: por ejemplo, el Museo de Arte de la Universidad de Filadelfia desarrolló paralelamente una serie de excavaciones en la región de Nubia (Shalblul, Karanog, Buhen…), y la Universidad de Michigan excavó Karanis, un sitio del Egipto ptolemaico que había sufrido numerosos saqueos hasta que el equipo de Horace H. Rackham llegó, mientras que el Museo de Brooklyn (bajo el mecenazgo de Henri de Morgan) buscaba hacer lo propio. Pero, sin duda alguna, sería la Universidad de Chicago la principal competidora del Metropolitano, especialmente bajo las directrices de James Henry Breasted, primer estadounidense doctorado en egiptología por una universidad extranjera (concretamente la de Berlín) y primer catedrático en Egiptología e Historia de Oriente en los Estados Unidos. En 1919 logró que se fundara el Instituto Oriental en la universidad y, ese mismo año, organizó una expedición con antiguos alumnos para recorrer Egipto y algunos países del Medio Oriente. El principal objetivo de la comitiva era copiar tantos textos funerarios de los sarcófagos como fuera posible, pero la tarea resultaba tan abismal que tuvo que delegar en más expertos, como Harold H. Nelson, fundador del Estudio Epigráfico del Instituto Oriental. No solo eso, sino que Breasted también apoyó proyectos como las pinturas del matrimonio Davies, que representaban con exactitud tumbas tebanas que había visitado en una comitiva del Metropolitano en 1907; una expedición al valle de Nilo de geólogos británicos para hallar las primeras huellas de presencia humana en Egipto y la tesis de la egiptóloga Ella Satterthwait, pionera en los estudios femeninos del Antiguo Egipto y una de las primeras mujeres egiptólogas de los Estados Unidos.

Egiptología estadounidense

Detalle del mural de Blashfield en el cuello de la cúpula del edificio Thomas Jefferson, localizado en la Biblioteca del Congreso en Washington D.C., EE.UU. como muestra de la contribución de Egipto a los Registros Escritos. Fotografía de Carol M. Highsmith (1946). Fuente: Wikimedia Commons.

Winlock encabeza la carrera

La competición entre ambas instituciones fue, por suerte, sana, y propició buenos entendimientos, llegando los equipos estadounidenses a apoyarse mutuamente durante las expediciones, e incluso a terceros, como en la campaña de Howard Carter, en la que Breasted y Winlock aportaron hombres y materiales de sus equipos. En agradecimiento, Carter ofreció una larga gira en abril de 1924 por los Estados Unidos, que vivía un momento de absoluta egiptomanía gracias a su descubrimiento de la tumba de Tutankamón. Eso, sumado a la hegemonía mundial de Estados Unidos tras la Primera Guerra Mundial (los “felices años veinte”), favoreció la organización de mejores expediciones a Egipto, como la mencionada de Deir el-Bahari, comandada por Winlock, que tenía como objetivo recabar información arqueológica sobre el Imperio Medio (concretamente la Dinastía XI) y el Segundo período intermedio en los alrededores de la antigua Tebas, actual Luxor.

La expedición se adjudicó algunos logros notables, como un conjunto de estatuillas de madera policromadas que representan trabajadores del funcionario Meketra, al servicio de Mentuhotep II y Mentuhotep III; una serie de estatuas destruidas de Hatshepsut (cuyo templo funerario se encuentra en el mismo complejo de Deir el- Bahari) por su sobrino Tutmosis III, sucesor al trono que (en opinión de Winlock) había usurpado Hatshepsut. Otro magnífico descubrimiento fue el de una tumba excavada en la roca con sesenta cuerpos irregularmente dispuestos: hallada en 1923, como no contenía tesoros ni otros elementos de interés, fue de nuevo cerrada y pospuesto su estudio hasta 1927. De nuevo abierta, se descubrió que todos los cuerpos poseían una identificación en lino con sus respectivos nombres, además de armas y vestiduras militares. Winlock propuso que se trataban de soldados caídos en combate durante el reinado de Mentuhotep II. Por último, cabe destacar un ejemplo más de los múltiples hallazgos que ocurrieron en los más de diez años que duró la campaña: la tumba de Djari. Un complejo mortuorio destinado a un oficial de la corte de Mentuhotep II compuesto por un patio, un jardín funerario, una capilla de culto y la propia cámara funeraria. El complejo poseía otras estancias, una de ellas estudiada por Winlock como una posible sala en la que hubiesen maquetas al estilo de las halladas en la tumba de Meketra. En definitiva: las excavaciones de Winlock en Deir el-Bahari revelaron, principalmente, complejos funerarios muy interesantes que abarcaban desde el Imperio Medio hasta las primeras dinastías del Imperio Nuevo.

Una explicación al fenómeno

Los descubrimientos de Winlock y sus contemporáneos ofrecen varias reflexiones interesantes: la primera, el hecho de que todas estas expediciones lograsen salir adelante gracias al mecenazgo privado y las instituciones culturales. Hasta entonces, la mayoría de exploraciones y descubrimientos arqueológicos se producían gracias a los fondos de las casas reales europeas, o eran oportunos hallazgos colaterales a las labores imperialistas en África de las potencias coloniales occidentales. Ambos hechos son totalmente opuestos a la arqueología estadounidense: la financiación de dichas expediciones correspondía a universidades, museos y otras instituciones culturales, y al no tener Estados Unidos interés en fundar colonias, protectorados o territorios títeres en el continente africano, las expediciones científicas eran necesarias, y no contingentes. Bien es cierto que muchas de estas se financiaban gracias a empresarios y magnates estadounidenses, con intereses económicos por todo el orbe, pero sin intervención estatal o política, como si ocurría en Europa.

Por otra parte, Estados Unidos demostró una notable organización en el ámbito científico-académico y en la calidad de sus universidades, pues rápidamente se sumó a la carrera arqueológica del primer tercio del siglo XX con muy loables resultados habiendo fundado muy recientemente la mayoría de sus instituciones culturales. Y esto no solo desembocó en los cientos de excelentes descubrimientos realizados entonces, sino que los Estados Unidos se configuraron como una absoluta potencia en el ámbito de la egiptología, ya que muchas de las universidades aquí mencionadas gracias a sus esfuerzos en el pasado encabezan, en la actualidad, las recomendaciones internacionales para especializarse en egiptología. Además, su estatus de potencia mundial sigue asegurando la viabilidad de las expediciones estadounidenses en Egipto. En este éxtasis por la egiptología en los Estados Unidos, no hay que olvidar la influencia que tuvo y tiene la industria cinematográfica más influyente del mundo: Hollywood.

Aunque parezca un disparate, las grandes superproducciones basadas en Egipto han influenciado y encandilado a millones de espectadores alrededor del mundo, que se han visto atraídos por el misticismo que despierta la civilización del Nilo. Ya a principios de siglo, películas como Cleopatra (esta, en todas sus versiones –Charles L. Gaskill, 1912, J. Gordon Edwards, 1917– o la más famosa, la protagonizada por Elizabeth Taylor en 1963 y dirigida por Joseph L. Mankiewicz), Los diez mandamientos (Cecil B. DeMille, 1923) o La momia (Karl Freund, 1932), así como los numerosos espectáculos ambulantes por el Medio Oeste, los locales de alterne con temática egipcia o las novelas pulp, alimentaron el gusto popular en Estados Unidos por los descubrimientos que se estaban llevando a cabo en un territorio lejano e ignoto.

egipotlogía estadounidense MET templo Dendur

Templo de Dendur en el Metropolitan Museum, MET, de Nueva York. Fuente: Wikimedia Commons.

El fin de una era

Respecto a la Edad de Oro de los egiptólogos estadounidenses, esta acabó como la gran mayoría de proyectos de los años veinte: con la Gran Depresión. La crisis financiera obligó a seleccionar prioridades, y la financiación de excavaciones en Egipto no era una de ellas.

Para empeorar la situación, el escenario internacional se fue tensando hasta desembocar en la Segunda Guerra Mundial, por lo que los lazos culturales con Alemania (una potencia cultural donde se formaron numerosos egiptólogos estadounidenses, como Breasted) se rompieron hasta, incluso, mucho después de la misma guerra. Además, el norte de África fue un importante teatro de operaciones bélicas, así que no cabía la opción de excavar en allí en ese momento. Tras la contienda, aunque hubo algunos intentos de continuar las excavaciones en Egipto (como la fundación del American Research Center in Egypt), el escenario internacional era demasiado tenso como para arriesgarse, por lo que egiptólogos como Winlock retornaron a Estados Unidos a estudiar desde las bibliotecas el Antiguo Egipto. Se desarrollaba entonces la primera fase de la Guerra Fría, con algunos conflictos que golpearon directamente a Egipto, como la Guerra árabe-israelí de 1948. Por suerte, el aproximamiento de Egipto a Estados Unidos tras la Guerra del Sinaí (1956) favoreció el retorno a los programas arqueológicos: en ese contexto, destaca la colaboración estadounidense en la protección de los templos del Alto Nilo durante la edificación de la Presa de Asuán.

Aunque la recompensa formal a esta colaboración fue la entrega del Templo de Dendur a Estados Unidos (y a nosotros del Templo de Debod), ahora ubicado en el Metropolitano, la ayuda estadounidense supuso un punto de inflexión para acercar científica y académicamente a las dos naciones, inaugurándose exposiciones entre museos de ambos países, renovándose los programas universitarios y estrenándose nuevas superproducciones como Indiana Jones: Raiders of the Lost Ark (Steven Spielberg, 1981), lo que generó una nueva ola de egiptólogos en Estados Unidos que abarca hasta nuestros días.

Bibliografía consultada

  • Lacovara, P. (2021). United States of America. En Bednarski, A., Dodson, A., Ikram, S (Ed.), A History of World Egyptology (pp. 406 – 430). Cambridge University Press. Cambridge.
  • Thompson, J. (2016). Wonderful Things: A History of Egyptology. Volume 2: The Golden Age: 1881 – 1914. American University in Cairo Press. El Cairo.
  • Wilson, J. (1964). Signs and Wonders upon Pharaoh: A History of American Egyptology. University of Chicago Press. Chicago.

Webgrafía consultada

Este artículo corresponde al VI Concurso de Microensayo Histórico Desperta Ferro. La documentación, veracidad y originalidad del artículo son responsabilidad única de su autor.

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